ÍNDICE EXTENSIÓN UNIVERSITARIA Nº27

1989 BUENOS AIRES II CONGRESO INTERNACIONAL GRUPO CERO

EL INCONSCIENTE NO ES, FUNCIONA

1999 BUENOS AIRES IX CONGRESO INTERNACIONAL GRUPO CERO

...DEL AMOR Y EL PSICOANÁLISIS

LAS 2001 NOCHES Y 393 NOCHES DE REPUESTO

CUATRO PARA SER DOS

PSICOANÁLISIS Y MEDICINA

LA ANGUSTIA EN PSICOANÁLISIS

CÁNCER:¿ENFERMEDAD MORTAL O DELIRIO DE INMORTALIDAD?

EL SEXO DEL AMOR

EL AMOR EN PSICOANÁLISIS I

ASOCIACIÓN PABLO MENASSA DE LUCIA 

1989
 BUENOS AIRES
II CONGRESO INTERNACIONAL
GRUPO CERO
POESÍA Y PSICOANÁLISIS
Ponencia Inaugural:
LA COSA DE LA CARNE

LA CARNE SE REPRIME, SE OCULTA, SE MALTRATA.
LA COSA BUSCA CAUSA, ERRAR, ABRIR CAMINOS

Lo esperaba, pero igual me ha sorprendido, haber sido reelegido para inaugurar un nuevo campo que por repetirse dará señales de su existencia.

En esta segunda vez, hasta yo, se dará cuenta, que la nave que navegamos recorre mares desconocidos, queda claro, en busca de nuevos continentes.

Obligado por esa confianza puesta en mi escritura por los encargados de conducir el Grupo Cero Buenos Aires y descontada la confianza que, por el Grupo Cero Madrid, yo pongo en ella, a veces, me veo cabalgando caballos desesperados que no quieren llegar a ninguna parte.

Caballos que, de algún modo, han olvidado no sólo la caballeriza donde volver, sino, inclusive, han olvidado el palenque donde se rascaban.

La desesperación del caballo que monto reside, principalmente, en que nada del pasado queda, en él, cuando galopa.

Agradezco, entonces, el esfuerzo de esta repetición y sobre todo que el ritmo de su producción sea de dos años, porque eso me permite sin más invitarlos para febrero de 1991, a que todos juntos podamos producir en MADRID, Capital Cultural de Europa, no sólo el tercer Congreso de Poesía y Psicoanálisis sino las acciones que correspondan para festejar nuestros primeros 10 años como institución Escuela de Psicoanálisis, fundada en Madrid en 1981 y el vigésimo aniversario del PRIMER MANIFIESTO DEL GRUPO CERO o MANIFIESTO DE ADHESIÓN AL GRUPO PLATAFORMA, escrito en Buenos Aires en 1971.

Pido perdón por el pequeño sobresalto de cruzar el océano y volver y os digo que desde mi primera publicación, PEQUEÑA HISTORIA, en 1961 (Editorial Aldabón, Buenos Aires) siempre he querido escribir en libertad y, debo decirlo, recién ahora, cerca de los 30 años de mi primera publicación, he de intentarlo verdaderamente.

Comencé muy joven, así que no se trata de un viejo que escribe sus memorias, sino los intentos de un adulto joven por alcanzar de lo imposible un rango.

A los 49 años recién cumplidos, tremendas fuerzas formadoras de espíritus ya han caído sobre mí. Familia, Iglesia, Escuela, Ejército, otra vez la Familia, Universidad, Salud Pública, casi me matan, pero no fue así, un día lo abandoné todo.

Fue terrible. Quise cambiar, quise ser mayor y no me dejaron, me hirieron de lentitud, sufrí tropiezos por doquier. Me hicieron vivir enamorado. Me hicieron conocer el dolor a fondo.

Me sometieron a las más grandes torturas cívicas. Tuve que pensar lo impensable, vivir en dictaduras y democracias de lo peor.

Sobreviviendo me fui haciendo poeta. Me tiraron la bomba atómica cuando cumplí cinco años y no puedo olvidarlo.

Después mataron y envenenaron a poblaciones enteras y no se detuvieron ante nada: obtuvieron alguna plusvalía matando niños antes de nacer.

Los ancianos se iban adueñando de las ciudades y los negocios que más prosperaban eran la homosexualidad y la venta al por mayor de profilácticos.

La química había alcanzado el cerebro de los poderosos y cualquier hijo de puta se podía suicidar bebiendo una gaseosa en mal estado.

El virus de la corrupción había alcanzado todo Estado. Hasta Rusia y China conmovieron al mundo con sus propias contradicciones económicas ¡increíble!

El año 2000 encontraría a América Latina desunida, es decir, según el General Perón, dominada.

La droga, ese reino de la madre fálica, ya estaba metida en el culo del Senado norteamericano y que Dios me perdone, pero hasta la Iglesia sintió la caricia dulce del narcodólar.

1999
 BUENOS AIRES 
IX CONGRESO INTERNACIONAL GRUPO CERO

LA INTERPRETACIÓN PSICOANALÍTICA

–La Sublimación–

¡¡INFÓRMATE!!

Del 23 al 28 de Agosto
en la sede del Grupo Cero

C/ Maipu, 459, 1.º
Tel. 43 28 06 14/07 10

Y yo, que quería inundar todo el universo con mis versos, me detuve a pensar, si un verso podría alguna cosa y me quedé pensando, así, sin saber qué hacer, más de una década.

Don Artemidoro levantó los brazos, como si fuera un luchador, un hombre fuerte y dio rugidos como mostrando que se sentía feroz, sin llegar a serlo. Luego se miró en el espejo y se sintió viejo y un poco gordo y, sin embargo, consiguió sonreírle al espejo y antes de caer derrotado en la cama, dejó escapar el humo de su cigarro y pensó en Marlem.

—Antes de las flores, eras ese perfume que las recordaba.

EXTENSIÓN UNIVERSITARIA: LA REVISTA DE PSICOANÁLISIS DE MAYOR TIRADA DEL MUNDO


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Mi pequeña Marlem, triste y piojosa y, aquí, Don Artemidoro sonrió, dejando escapar una baba tibia que provenía, directamente, de su corazón, por la comisura de sus labios entreabiertos como para la caricia o como para el hambre y sonrió, francamente, mientras volvía a murmurar: Mi pequeña, triste y piojosa Marlem.

Cuando nos vimos por primera vez te acercaste como para pedir limosna y a pesar de tus vestidos caros y elegantes y que te acompañaban algunos señores, yo algo te di.

Y Marlem aparecía radiante a su llamado y ahora parada frente a Don Artemidoro, tratando de mirarlo a los ojos, quieta como una momia egipcia, le dijo:

—Te amo, y soy la mejor. Y luego Marlem se diluía entre las espirales del humo del tiempo y Don Artemidoro, esta vez, con la mayor tranquilidad, se la fumaba.

Don Artemidoro solía reconocerlo: Marlem había sido, era y habría de ser, su mujer prototipo, porque así como yo hago versos y hay quienes se dedican a fabricar aviones o barcos y de manera más común coches o jugadores de fútbol, Don Artemidoro, se había dedicado desde su más tierna juventud a fabricar mujeres y Marlem, de última, era, si no la mejor, como ella misma pensaba, la más cercana a los ideales primeros.

Don Artemidoro se sentó en la cama y comenzó sus ejercicios respiratorios de la mañana. Recuerdo haberlo sorprendido una mañana y preguntarle ingenuamente:

—¿Yoga? Y él, cálido, entre respiración y respiración me contestó alegremente:

—No, ésto es libertad, me lo enseñó un comunista europeo.

Sus ejercicios, en realidad, eran vulgares, pero dramáticos, Don Artemidoro, ponía el alma en eso de la mañana.

Cuando descansaba para mirarme, me decía con convicción:

—Si consigo expandir mis pulmones, el mundo se expande, los negocios se expanden. Junto con la apertura de mis alvéolos, las mujeres se abren y millones de criaturas, bien consideran, a ese Dios de la expansión.

Estiraba los brazos para atrás pero sin hacer ningún esfuerzo, por lo menos aparente, luego, es cierto, con algún ritmo, tomaba el aire por la nariz y lo expulsaba por la boca, pero sin que ningún músculo se moviera de más o hiciera algún esfuerzo.

Algo me parecía raro en esos ejercicios y se lo dije a mi manera:

—No me diga que esos ejercicios tan suaves le hacen algún bien.

Don Artemidoro detuvo el mundo al detener su respiración y sin tomar aire nuevamente, sino utilizando el que le quedaba en el pecho de los ejercicios me dijo, con sobriedad:

Muchacho, muchacho, tú piensas así, porque eres de carne.

La verdad me sorprendió, porque si bien yo le visitaba precisamente, por su inteligencia, no esperaba de él una frase así y tenía mis motivos para pensar como pensaba. Yo era un poeta y estaba todo el día en la calle y no había mujer que no conociera, de una u otra manera, a Don Artemidoro.

Y según él, yo era el de carne. ¿Y él, de qué carajo era?

¿Con qué había hecho el amor?

Yo pensaba en voz baja pero él, como si supiera lo que yo tendría que estar pensando, me dijo, esta vez, con algo de desprecio:

La mujer, muchacho, no ama la carne.

Ahora tengo que batirme con la más ruda realidad, una realidad acartonada por los aconteceres, por los amores, por las cosas triviales de la vida, que fueron siendo roca pulida de desdén y descuido.

He sido grandioso, pero también he sido vulgar. Grandes placeres se redujeron en mi vida a comer, cagar, hacer el amor, pasear por los parques, dejarme tocar a fondo por el sol.

Patricia Kelio me acompañaba aquel verano donde nos quedamos un mes petrificados al sol y luego, en septiembre, para el día de mi cumpleaños, escribí un poema que terminaba diciendo:

Buscamos el sol, nuestro destino la palabra.

Patricia cogió una insolación y luego con el tiempo se dedicó con intensidad a la práctica de los deportes de invierno.

Viejos resquemores, astutos rencores, quieren aprisionarme en ese pasado. Recurro a las fantasías más alocadas, a las fantasías más juveniles para espantar el espejismo de la vejez y no consigo nada.

Muerdo con insistencia los grandiosos pasos de baile donde era inigualable y sonrío para que el viento tenga la presencia de ese silbido de dolor que cruza el horizonte de mi futuro.

Allá voy, mi muerte enamorada, pero tengo esta rabia, este decir rabioso de los condenados, pero no te amo y, 

ciertas mañanas, me siento absolutamente inmortal.

Pero esta mañana estaba deprimido. Las palabras de Don Artemidoro sonaban todas para mí.

¿A quién se le puede ocurrir amar la carne, que es algo que se pudre?

Su lógica era, para el momento de mi vida que estaba viviendo, demoledora. Frente a esa frase, nada de lo mío quedaba en pie.

Mi cuerpo era el centro de todas mis cuestiones, el motivo de todos mis amores, el fundamento de todos mis pensamientos.

Sin cuerpo, vendría a querer decir para mí: sin cuestiones, sin amores, sin pensamientos.

Recuerdo cuando, con Alexis, nos bañábamos en las aguas heladas de los lagos del sur y, después, sobre el hielo, hacíamos el amor con las mujeres y cazábamos serpientes y nos las comíamos a la brasa y dejábamos hundir nuestras piernas en la nieve para mostrarnos nuestra fortaleza.

Después, caminando, llegábamos a un pueblito y comíamos como bestias de la comida regional y antes de dormir bebíamos y nos echábamos un polvo.

A la mañana siguiente íbamos corriendo a comprar tres docenas de medias lunas y desayunábamos que parecía que el mundo se venía abajo y luego salíamos a jugar carreras entre las pendientes con nuestros pequeños coches y sentíamos todo el tiempo, que el cuerpo era el centro de la creación.

Alexis una vez lo expresó con claridad magistral:

—El cuerpo es Dios.

Claro que, luego, Alexis, tal vez, llevado por esa frase se casó con una guerrillera, mezclada en el contrabando de drogas y con una ideología perversa que la hacía trabajar para los guerrilleros y, al mismo tiempo, colaboraba con la mafia estadounidense, en el blanqueo de capital y contrabando de armas.

Yo, antes de separarnos le dije, tranquilamente: espero que no te hagas cortar los huevos por ella.

Unos años después, cuando nos encontramos en una de las calles principales de Madrid, a él le faltaban las dos manos.

Primero nos abrazamos con dolor, luego yo lo separé bruscamente y le miré los dos muñones a la altura de la muñeca y él habló: —A ella la reventaron delante de mí. Le arrancaron las tetas con unas tenazas y luego separaron su cabeza de su cuerpo, mientras dos gorilas me tiraban de los pelos, me daban patadas en los huevos y me decían:—No cerrés los ojos, no seas maricón. 

Yo, desesperado, loco, les dije:

—No tengo nada que ver, soy escritor.

Alexis se quedó mudo un instante y luego agregó:

—Entonces, sólo me cortaron las manos.

Caminamos un trecho abrazados. —Brutal—, llegué a murmurar y Alexis como si reflexionara me dijo:

—Al principio juré vengarme pero, después, me fui dando cuenta que tenía, aún, dos ojos, dos piernas, la pija entera. De las manos me fui olvidando.

Esa fue la última vez que lo vi. En Madrid, Alexis, se hizo periodista de un prestigioso diario madrileño y sintió que la relación conmigo lo comprometía.

Fue terrible.

No quedé ciego, pero el miedo me hizo tener los ojos cerrados más de una década.

Con los ojos cerrados viví como un triunfador, olvidando, tratando de ocultarme que era un derrotado.

Casi no vuelvo de ese delirio sísmico.

Pero aquí me tenéis, moderando el sosiego en cada frase, haciéndole sentir a cada frase el peso de mis años, la experiencia desgarradora del silencio.

Apaciguada la rabia (delirios infantiles donde todo era posible) detenido el recuerdo porque la vida sigue más adelante, inquieto por el destino de los terráqueos más que por los trámites de jubilación, ahora, es cuando vuelvo.

Vengo, tranquilamente, a dar un paso más.

Haber cumplido 49 años me ha liberado, ya no me importa el qué dirán de mí, porque lo diré yo.

Pido justicia para el condenado a la normalidad. Sé que mientras casi todos se drogan y otros se enferman como para siempre, yo me levanto a las mañanas, todas las mañanas y voy a trabajar.

Fina costra de dura piedra se arremolina sobre mi piel de lagarto extendido y, aunque ya no me importe, alguien dirá que permanecí indiferente a los grandes sucesos de mi vida.


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Me defiendo diciendo que la vida aunque dure 200 años (como dicen los amigos del Grupo Cero) es una sola y es por eso que guardo el respeto que se merecen algunos muertos, porque fueron ellos los que me han dado el habla y, aún, prometo leer algunos libros, pero el resto, me parece, tiene que empezar a respetarme a mí.

Yo soy aquél que si consigo algo, esta vez, lo pondré todo al servicio de la poesía y no de la mujer, porque la mujer ya no necesita mis servicios. Fin de siglo lo pensará al ritmo de sus propios pensamientos.

Y no habrá veredicto porque no habrá juicio.

Las palabras serán pensadas de tal manera que no habrá delito, un tiempo para las particulares circunstancias de ser.

Toda ilusión es, también, breve duda, agotador trabajo y, por otra parte, el goce no queda asegurado.

Es como decir estamos en nuestros cabales cuando la propia vida ha declarado en nuestra contra.

—Voy para viejo, le dije una vez a Don Artemidoro, estoy roto y él me contestó con lentitud:

—¿Y cómo lo sabe?...

Que Don Artemidoro me tratara de usted, me estremecía, además su silencio después de la pregunta, hacía la pregunta mía.

¿Cómo era en realidad que yo sabía que estaba roto, aniquilado, viniéndome viejo, eh, cómo sabía?

Nos quedamos en silencio, un largo instante, él saboreó un cigarro y yo una copa de licor. Después yo saboreé un cigarro y él, tranquilamente, una copa de licor. Don Artemidoro, rompió el silencio para decir:

—Parece que, hoy, no nos ponemos de acuerdo.

—Fumar y beber son la misma cosa, le dije yo, anticipándome a su broma, el problema es la boca, no lo que uno se meta en ella...

Lo había tocado, no cabían dudas, dejó la copa de licor por la mitad y con un gesto de sus manos apartó de sí el paquete de tabaco, hizo como que se levantaba de la silla, pero sólo acomodó su figura y me dijo:

—Salvando las diferencias, usted, como poeta, piensa lo mismo que Marlem, mi pequeña, triste y piojosa, Marlem. Cuando ella me chupaba el cuerpo, no tenía ningún cuidado en averiguar qué era lo que chupaba, porque pensaba que el fuego estaba en su boca y yo, vio cómo son esas cosas, modalizó Don Artemidoro, al principio no me convencía de nada, pero ahora, aquí me tiene, toda mi juventud depende de ese cráter desesperado y voraz.

Dí una calada fuerte al cigarrillo y recordé aquella tarde de luz donde la alemana Camila Fuentes, Condesa de la uva, me dijo que me amaba y al otro día cuando yo volvía por sus amores, ella, con toda tranquilidad me dijo:

La boca es cruel. Cuando muerde, rompe. Cuando habla, hiere. Y cuando chupa, somete.

Después, mirándome de una manera enternecedora: usted es un poeta, le conviene liberarse y yo lo amo. Adiós.

A la tercera calada en silencio, Don Artemidoro, me preguntó, ahora con una sonrisa en sus labios:

—¿Mujeres?, ¿vientos que no se sabe dónde habrán de llevarnos? 

Y como yo, esta vez, no respondí nada, Don Artemidoro, prosiguió, muy lentamente, como si las palabras, más que salir, se cayeran de su boca:

—Yo amé con intensidad toda locura femenina, pero nunca pude enamorarme de un cuerpo... Todos los cuerpos me resultaban semejantes... una noche unas amigas de Marlem imitando su voz, estuvieron toda una noche conmigo, haciéndome creer que eran ella.

A la mañana siguiente Marlem, algo me reprochó y yo me acuerdo que le dije que no me había dado cuenta y ella abrazándome me dijo, tiernamente, eres hermoso, eres, realmente hermoso.

Esa tarde, recuerdo haber hecho el amor con Marlem, pero como si lo hiciera con todas sus amigas.

Bueno, bah—concluyó Don Artemidoro—, un cuerpo no es garantía de nada. ¿No te parece, poeta?

Yo tuve inconvenientes para salir de ese mundo de ensueño al cual me había llevado el relato cansino de Don Artemidoro, donde atléticas mujeres ataban y amordazaban a Camila Fuentes y yo, me paseaba, tranquilamente, de una punta a otra del gran salón que, por supuesto, daba al mar, blandiendo un fino látigo de piel de lagarto americano que vi saliendo volar por la ventana cuando yo trataba de contestar la pregunta de Don Artemidoro.

Él para ayudarme, insistió,—Eh, poeta...

—Estaba pensando en los límites de lo perverso, contesté sin tono y luego, agregué casi sin darme cuenta, sin cuerpo no me puedo explicar la vida y frente al silencio de Don Artemidoro sentencié:

El goce es cuerpo...

—Sí, replicó Don Artemidoro, y la calandria es flor y madre galopa sin par por luces exageradamente abiertas, incapaces de penetrar espesas tinieblas y, tal vez, pensando que yo no había entendido, se paró con agilidad y en tres saltos alcanzó y puso sobre la mesa el tablero de ajedrez con las piezas de sándalo oscuro y una vez colocadas todas las piezas me dijo:

A ver, muchacho, ¿cuál es el cuerpo del rey, acaso, su estúpida quietud? 

y como yo no contestaba, me insinuó:

—Mueva una pieza. ¿Puede mover el rey, acaso?

Y yo, mientras le decía que no, moví peón cuatro dama y dije en voz alta:

—Peón, cuatro dama y él rápidamente:

—Ese es el cuerpo del rey y dándole una patada al tablero, y habiendo llegado su hora de sentenciar:

—El cuerpo no existe, muchacho, no sé cómo se te pueden ocurrir esas cosas.

A la noche siguiente, en mi casa, unos amigos, festejaban mi cumpleaños número 49 y entre copas y humos fatuos, las frases se decían sin sentido: Han pasado los años. No hemos ahorrado casi nada. Una mujer de mi edad es lo que más me inquieta. Los jóvenes, que crezcan, después se verá si sirven para algo. Yo fumaba y bebía y besaba a las mujeres de mi edad, pero mi pensamiento estaba con Don Artemidoro.

Esa patada que había hecho volar el tablero por los aires, era una verdadera e impecable patada de Karate, este hombre siempre me sorprendía, por un lado el cuerpo no existe y por otro lado, su cuerpo, estaba siempre presente.

Cuando nos despedimos, la noche pasada él se despidió aconsejándome que no me olvidara de respirar por la mañana.

Mis amigos estaban fuertemente atados a sus convicciones. Un cuerpo armónico, una palabra fácil, un sexo al aire libre, buenos trabajadores, una ambición fuerte era ser trabajadores hasta la muerte.

Sobrevivieron sólo algunos:

A Miguel Angel, lo mataron en su escritorio trabajando un poema.

A Raúl le pegaron un balazo en la boca cuando cantaba. Miles, fueron asesinados mientras trabajaban. Los sobrevivientes, hoy día, van a trabajar aterrorizados y cuando vuelven de sus trabajos, pensando que han cambiado los tiempos y que ahora los asesinos buscan víctimas en reposo, no pueden descansar.

Huyen del tiempo y el tiempo se los come.

—Juan, era el mejor—dijo Matilde—, igual lo mataron trabajando.

¿Te acuerdas la vez que se conocieron?

Matilde era mi Marlem, pero al revés, haber estado haciendo el amor con Juan el mismo día que lo mataron, hacía que Matilde tuviera unos poderes sobre mí, que, por otra parte, todos le atribuían.

Así que para concluir la velada recordé con sencillez aquella tarde.

Cuando me lo trajeron al taller mecánico de almas que yo mismo regenteaba en Buenos Aires, me lo presentaron diciendo que era un obrero metalúrgico, matricero, capaz de cualquier hazaña creando o reproduciendo matrices de feroces armas mortales y enemigas.

—Un buen sindicalista, dijo la voz, pero ahora se quiere suicidar y el boludo ya lo ha intentado, porque una mujer lo abandonó.

Antes de quedarnos solos, yo pregunté, en el estilo de la época, tímidamente, qué tenía que hacer y me contestaron con elocuencia:

—Un hombre y si no se puede que se mate.

Ya solos, Juan me preguntó ¿qué harás conmigo?

Recuerdo haberle contestado muy condensadamente::

—¿Con vos, Juan? Con vos no voy a hacer nada. Y él respondió rápidamente:

—Si quiero, ¿me puedo matar, entonces?

Lo miré con cierto aire pendenciero y vi que su contextura física era más fuerte que la mía propia y mientras con la mirada le hacía sentir que lo veía más fuerte que yo, le dije:

—Peleamos, si me ganas, podrás hacer lo que te cante el culo, si pierdes, tendrás que hacer lo que a mí se me ocurra como mejor.

No me creyó y me dijo, tal vez, con desprecio:

—No peleo con administrativos.

Cambiando de conversación le pregunté si llevaba armas y como me respondió que nunca llevaba armas, saqué tranquilamente el colt 38, regalo de Agata, la misionera, y apuntándole con exactitud a la cabeza, le dije, con soltura:


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—¡Te gané, macho, te gané!

Juan, más preocupado por mi actitud que por sus ganas de matarse, preguntó con soberbia:

—¿Y ahora qué? Y aún con tono matemático, balbuceó:

—Soy octavo dan, puedo matarte casi sin tocarte y dejando caer la cabeza hasta apoyarla en el escritorio, si no aprovechas esta oportunidad que te doy, puedes ponerte a rezar.

Yo le creí y con la culata del colt y con todas mis fuerzas le di en la cabeza que él tenía apoyada sobre el escritorio y lo desmayé, sólo un segundo (su fortaleza era increíble). Moviendo la cabeza de un lado para otro y poniéndose de pie, ¿Qué pasó, qué pasó? y yo le contesté con soltura mientras guardaba el colt en el cajón del escritorio:

—¡Te gané, macho, te gané!

Juan no fumaba y no bebía, así que salimos a caminar a la calle y nos hicimos amigos. Después de caminar unas ocho calles Juan ya reía con risa fuerte, cristalina, llena de esperanzas y entre esas risas que yo también ayudaba a producir, Juan me prometió vivir 20 años más.

El mismo día de nuestra conversación, 20 años después, Juan moría asesinado en la vía pública, mientras realizaba un trabajo.

Fue en la época de la guerra, finalizó Matilde, estábamos todos muy ocupados y nos olvidamos de renovarle el contrato a Juan.

El cuerpo no existe, repetía Don Artemidoro en mi cabeza.

¿De quién es el cuerpo del Rey?
¿Quién murió, cuando murió Juan?
¿De quién es el cuerpo?

Llegado a este límite la muerte atraviesa mi corazón. Si no lo vi todo, fue porque, esta vez, cerré los ojos.

Lo hicieron todo delante de mí. El verdadero castigo fue no hacerme nada, dejarme allí con los ojos abiertos, sin decirme nada.

Perro rabioso sin dientes mi rabia fue toda baba. No pude morder a nadie.

El veneno se conserva, íntegro, en mí.

Efímeros apocalipsis anunciaron el aniquilamiento de la bestia, pero la bestia come tranquila su comida, bebe su té y aúlla, alegremente, pensando en el aumento de carroña.

Bebe su té para verse beber no para reconfortarse.

Llevada por su estilo, la bestia, se come el agujero que la sostiene y se derrumba.

Sus venas se parten en cristales ambarinos, polvorienta mirada, despedazada leche sin fin.

Vengan a mí los pequeños surrealistas modernos y post, que pretendo daros una lección.

Aquí, en mi canto personal, late el cordón umbilical que une la tierra toda a los espacios celestes y bramantes.

Opalinas descubiertas, recientemente, a causa de un ilimitado bostezo de la sangre.

Soy el vampiro dispuesto a renunciar a su voracidad.
¡Que venga, entonces, a mí, la poesía!

Soy esa caída, centro angular del alma, pequeña belleza contrariada.

Nadie estaba de acuerdo con Pardales, que éste abandonara todos sus negocios para dedicarse a descansar a orillas del mar, pero Pardales ya lo tenía decidido.

—En el mejor momento de mi carrera económica lo abandono todo, le decía a sus amigos íntimos, le hago un hijo macho a la patrona y me dedico a escribir, que muchas son las cosas que viví y muchas más, aún, las que vi vivir.

Pardales escuchaba con mucha paciencia y algo de ironía las recomendaciones de sus socios internacionales y de sus amigos y hasta familiares.

—Retirarte ahora, le decía su primo Ernesto, ahora, que la guita te llueve por todos lados. ¡¡¡Vos sí, que sos un loco!!!

Y Ernesto daba otra calada a su porro decidido a morirse un día de un ataque al corazón.

Pardales lo sabía, en su familia todos los hombres habían muerto por ambición desmedida de un ataque al corazón, por eso Pardales prefería retirarse en el mejor momento de su carrera.

Corazón hay uno sólo, se decía en voz baja, para ahuyentar los requerimientos de sus relaciones.

Hasta dirán que me he vuelto loco, se repetía Pardales antes de quedarse dormido, pero corazón hay uno sólo y, diciendo esto, se adormecía y así algo descansaba.

Pardales descansaba, pero no dormía, después de su experiencia de juventud en la selva, siempre se adormecía para descansar pero permanecía vigilante. Mientras dormía sabía lo que pasaba hasta 30 kilómetros a su alrededor, pero no soñaba nunca.

Don Artemidoro descansó en el relato, para dar una larga calada y suspirar inquieto, espacio que yo aproveché para preguntar sin demasiado interés:

—¿Amigo suyo, el Pardales?

—Más que un amigo, respondió rápidamente, Don Artemidoro, Pardales era el conjunto de emblemas que representan la amistad.

Recuerdo una tarde cuando el jefe de los enemigos le apuntó con una ametralladora, Pardales con toda tranquilidad, le dijo, antes que el tipo disparara:

—Mire, Jefe, si me mata, pierde su mejor soldado y así Pardales se alistó en el ejército enemigo y, esa, fue la primera vez que Pardales salvó su vida, la segunda vez fue en la selva...

Yo lo interrumpí nervioso, porque en realidad, no me interesaba mucho la historia de Pardales, diciéndole:

—Pero ese Pardales, ¿murió o qué?

—O qué, me respondió Don Artemidoro con una sonrisa.

Pardales vive todavía, es como yo, uno de los inmortales. En la selva, cuando estábamos todos en la selva, Pardales nos demostró que el cuerpo no existe, aunque en verdad, en aquel momento, Pardales, llevado por mis consejos, llegó a decir que de cualquier manera, algunas mujeres y los buenos poetas, como Usted, alguna vez se encuentran con el cuerpo.

Y como parecía haber dejado el relato de lado, le pregunté:

—¿Y eso de la selva, qué fue?

—¿Le interesa?—me respondió, irónicamente, Don Artemidoro y antes de que yo pudiera responderle, él continuó—, lo de la inmortalidad y entonces yo lo interrumpí, casi a los gritos.

—No, no, lo que me interesa es la demostración de Pardales. Yo, también, confesé, estuve en la selva.

Después de un breve silencio, Don Artemidoro, me preguntó con ingenuidad:

—¿Cuándo?

Y yo escuchando a medias su pregunta le contesté con quién y le dije tranquilamente:

—En la selva, estuve con Juan.

La tarde era gris, y nos quedamos como en paz, él tenía su Pardales, yo tenía mi Juan.

Estábamos claramente empatados, el silencio sólo era el reposo de un entretiempo, así lo creía yo, pero de golpe cuando sonó el timbre de la casa y don Artemidoro comenzó a sonreír, sentí que me había equivocado nuevamente y pregunté:

—¿Quién es? Y Don Artemidoro sin dejar de sonreír:

—A vos que siempre te gusta estar a cero con el mundo, me parece que esta vez has quedado a menos uno, el que toca el timbre es Pardales.

Y antes de que él le abriera la puerta a Pardales, yo le pregunté:

—¿Y Usted cómo lo sabe? y él a los gritos y dando un salto alejándose de la puerta de madera de roble, que hubiera caído encima suyo al paso raudo de Pardales.

—Si no hubieras cambiado mi ¿cuándo? por tu ¿quién? Juan estaba totalmente muerto.

Pardales al vernos conversar más o menos a los gritos se tranquilizó y pidió disculpas diciendo, como toqué a la puerta y no se abrió pensé que te pasaba algo, por un momento pensé que habías muerto, sentenció Pardales y Don Artemidoro, respondió con tranquilidad:

—¿Ah, sí che? ¿Y cómo te enteraste?

Yo estaba petrificado, pero ellos dos rieron blandamente y se sentaron, yo los imité, totalmente decidido a escuchar las más bellas historias de amor y muerte y, una vez más, quise ser otro cuando los dos casi a dúo, me dijeron:

—Adelante, muchacho, adelante, te escuchamos...

Ellos dos eran inmortales, yo ya estaba convencido antes de que me lo demostraran, pero yo tenía 49 años, así que me acomodé en el sillón y comencé a liar un porro.

—Mi padre, era oriental —les dije, haciéndome el boludo, mientras liaba—, bebía anís turco, fumaba y olía jazmines todo el día.

Con la primera calada corté el relato y pensé aquella tarde casi gris como esta misma tarde cuando Pichón Riviére me preguntó con entusiasmo:

—Pero, Usted, ¿qué quiere ser?

Y yo mucho más entusiasmado que él, le dije:

—Un psicólogo social.

Después caminamos en silencio varias manzanas, hasta que el maestro entró en una tienda y compró un cuaderno pequeño, era para mí, cuando me lo entregó me dijo:

—Mire joven, si usted quiere ser un buen psicólogo social llévelo siempre con usted.

A la segunda calada, Don Artemidoro y Pardales estaban en el centro de la habitación en posición de combate. Yo les pregunté sin interés:

—¿Artes marciales? y ellos otra vez a dúo:

—Lo escuchamos poeta, lo escuchamos...

Del bolsillo interior de mi chaqueta, saqué el pequeño cuaderno, regalo de Pichón Riviére y me dispuse a tomar mis notas y ese sería mi relato.

Mientras Pardales daba vueltas en el aire, Don Artemidoro habló por los dos.

—El poeta estudia su presa, antes de comérsela. Y Don Artemidoro se desplazaba por el aire lentamente como los antiguos Lamas que habían vencido con su cuerpo, toda noción de espacio, toda realidad temporal.

Yo me vi forzado a dejar el cuaderno de lado y contesté con furia:

—El poeta a veces devora su presa sin conocerla.

Pero las palabras no sonaban como siempre, ellos dos seguían levitando, seguro que para entretenerme, como yo después haría con mis versos, pero en realidad me aterrorizaban.

Cogí nuevamente el cuaderno de notas y confusamente anoté:

Se mueven, pero no se mueven, articulan movimientos imposibles con sus cuerpos sin llegar a realizarlos.

Pero esta vez la voz de Pardales sonó terrible cuando directamente metiéndose dentro de mi cabeza, me dijo:

—Viste, muchacho, hacemos lo mismo que tu pequeño Juan.

Y se movían pero sin moverse y seguían articulando movimientos imposibles sin realizarlos.


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Yo convencido, esta vez, de haber sido derrotado, dije con voz lastimada por el dolor:

—Juan murió en la acera crucificado por ideas que no tenía del todo claras y que hoy, ya casi nadie sostiene.

—Tú piensas así, muchacho, porque eres de carne. Recalcó Don Artemidoro, mientras Pardales dándose trompadas en el pecho y mirándome a los ojos me dijo con suma tranquilidad:

—No seas boludo, turco, yo soy Juan.

Que Pardales me llamara turco, me impresionó, porque así era como me llamaba Juan, pero igual intenté darle una patada en los huevos, pero Pardales con un simple gesto de su mano izquierda detuvo el impacto.

Tambaleante, antes de caerme, le grité:

—Hijo de puta. Juan murió ametrallado en la vía pública. Yo vi como lo mataban, más de 300 balazos por la espalda— y mientras terminaba de caer saqué el puñal que Juan me había regalado y se lo tiré a matar.

Igual que Juan, Pardales cogió el cuchillo al vuelo y me lo devolvió.

Yo sin poderme contener pregunté en voz alta:

—¿De quién es el cuerpo de Pardales, entonces?

Y Don Artemidoro sonriendo y volviendo a encender su pipa terminó diciéndome:

Muchacho, sólo los moribundos se preocupan tanto de la muerte,

del cuerpo de Pardales no te preocupes, el cuerpo de Pardales soy yo.

—Claro, contesté con lentitud, pero iluminado, el cuerpo que no existe de Don Artemidoro soy yo.

Y Don Artemidoro cerrando:

—Sí, muchacho... El cuerpo no existe y la calandria es flor.

Es intención del poeta poblar la tierra entera con sus versos y yo, precisamente, no quiero oponerme a esa cuestión... Soy el poeta, me toca poner el resto aquí, soy lo que puebla.

Fui niño y, también, fui hombre, no debo nada.

Jugué todo lo que un niño puede jugar. Amé todo lo que a un hombre le permiten amar, no tengo ambiciones.

Así, desnudo, comienzo esta nueva aventura en el mundo de las palabras.

Joya de luz abierta con mis propias manos te dejaré caer en las ciénagas más atroces y habrá luz proveniente de las tinieblas para las pobres mentes, pequeños poetas torturados por el sol.

Ya dí, en esta década que pasó, todas las ventajas, ahora, tendré que dar por abierta la competencia.

Pretendo que la cosa de la carne sea una página en blanco, ahí, esperando que yo mismo deje sobre ella mis marcas personales, lo que me distingue, poesía, psicoanálisis. Partículas de ser que en su articulación, con el tiempo, nos darán un nombre propio.

A veces pienso que la lengua castellana se detuvo en mí para ser interpretada, otras que el psicoanálisis enamorado de la lengua castellana se detuvo en mí, para ser otra cosa. En el empecinamiento de las transformaciones, llamo a la cosa personal, Poesía y Psicoanálisis, porque la carne me pertenece.

Es en este sentido que las palabras de un poeta están más cerca de la sangre que de las palabras.

Esta vez no vendo. Ni compro. Ni regalo. Ni dono. Ni permito que nadie me ayude o me moleste. Ni quiero convencerte, amada, para que saltes conmigo en el vacío de las nuevas combinaciones.

Mi carne fue carne en mil historias, pero este viaje lo hago solo.

Más allá de los amores, de los trabajos, de las historias, hago de la carne un plus y ese goce que, ahora, me pertenece, es la única  cosa.

Me acerco a una velocidad imposible de precisar.

Algo vuela, algo viaja sin ser visto.

Espejismo de lo que debe ser. Un empujón más y se abrirá, en  forma elocuente, el pozo de las nieves eternas y habrá algún idiota que querrá ser ese vacío.

Pero claro, nadie conseguirá nada.

La plenitud es aire y el vacío no tiene dónde dejar grabada su presencia. Los sobrevivientes ni se animarán a hablar del asunto.

Y en este sentido tengo algo que decirles a los burócratas de la complicación:

El quinto redondel soy yo.
Pequeño saber partido sobre la muerte.
No la pulsión, sino el pus de la pulsión.
La cosa de la carne, poesía y psicoanálisis.
Lo imposible se hace voz sin dejar de ser imposible.
Tajo, pero en la nieve, sólo se abre para no permanecer abierto.

Clausura que en realidad es latido.

Oscuridad que no se ve, luz que no ciega.

Todo es demasiado veloz para que el sujeto psíquico pueda 

captar en su totalidad, cualquier momento de pasaje.Que durante la praxis se produzca un saber sin sujeto, asegura que el pase es invisible para el sujeto.

Eso, con el tiempo, dirá lo que habrá sido, pero ya no será el sujeto.

Y si alguien se deprime por esto, como dicen los sabios, a mí, particularmente, no me parece mal, que ustedes se depriman un poco, por lo que no esperaban de mí.

—¿Cabría en un puño toda la verdad? nos preguntábamos y levantábamos el puño cerrado y así íbamos por la vida, ¡eh, poeta!

Comentó en voz alta Don Artemidoro, cuando la manifestación de los verdes defendiendo el aire, pasó delante de nuestra ventana.

Yo con cautela, le dije:

—Sí, lo que el mundo necesita es una buena ecología del alma.

—Los cautos siempre buscan algo que no se termine ni se deteriore.

Esta vez, tampoco, conseguirán nada. Por cada árbol que salvan se mueren cien mil personas.

¿No sé qué irán a hacer con tantos árboles?

Don Artemidoro dejó caer las últimas palabras de su frase envueltas en una sonrisa encantadora, y yo frente a esa sonrisa me sentí verde, de 49 años, un poco pasado, pero verde, infinitamente, verde.

Donando mi sangre para que crezcan las flores, invirtiendo mi semen en la reproducción de cipreses, cerrando las fábricas para evitar la contaminación, derribando edificios públicos y reemplazándolos por verdes y extensos parques nacionales en plena ciudad, para los niños y así se lo dije:

—A mí, me chifla, lo verde... Y como Don Artemidoro sostenía su encantadora sonrisa yo intenté planificar la conversación y le dije:

La libertad individual no es un bien de la cultura, pues la libertad individual era máxima antes de toda cultura.

¡Éramos como los pájaros!, dejé caer con intención.

Don Artemidoro reaccionó a la visión de tamaña libertad, pero sin embargo dijo como para sí mismo:

—Quien posee ciencia y arte, también, tiene religión. Quien no posee una ni otra ¡tenga religión!

Al ser mucho más impactado por la religión de Don Artemidoro que por mi propia libertad, tomé ese camino y pregunté:

—¿Las artes marciales son arte o religión?

Don Artemidoro comenzó a reír con energía, con fuerza—A Marlem le encantaba hacerme esa pregunta—y seguía riendo mientras con el dedo medio de su mano derecha hacía un boquete en la pared y me explicaba:

—La pared tiene una vibración que la sostiene como pared, si mi dedo vibra a la misma intensidad y densidad que la pared, ésta pierde su estabilidad y se desintegra, así de fácil, muchacho, las artes marciales son ciencia.

Don Artemidoro no esperaba que yo le contestara nada, por eso prosiguió:

—Con Marlem nos pasábamos horas hablando de estos temas.

Ella me introdujo sin mucha experiencia pero con suma pasión en la discriminación de los dioses.

Un Dios que está y uno que no está, comenzó una tarde confusamente, un Dios de la cosa y un Dios del espíritu.

Recuerdo que en aquella oportunidad sin darme cuenta mucho lo que quería decir le dije sin entusiasmo:

—Un Dios presente por producirse cada vez y un Dios oculto que siempre reside más allá.

—Tal vez, me respondió Marlem, mientras me besaba con cierta distancia las nalgas.

—Tal vez, le respondí yo y, ese día, lo dejamos ahí.

—¡Ah!, dije yo, sobrando, ¿hablaban de eso con Marlem?

Don Artemidoro no replicó nada y nos quedamos en silencio. A mí, estando con este hombre, me pasaba, que en el silencio me veía obligado a hablar y si no lo hacía los recuerdos me transportaban a otro tiempo:

Yo, también, tuve grandes amores. Yo, también, amé espléndidas mujeres y mantenía con ellas profundas conversaciones.

Dios, por ejemplo, fue lo más importante con Agata, la misionera.

¡Ella sí, que amaba a Dios!

Cuando me regaló el Colt 38 me dijo con bondad cristiana:

—Si lo sabes usar, Dios te protegerá y si no lo sabes usar, Dios seguirá existiendo, pero ya no te protegerá ¡Agata sí, amaba a Dios!

—¿Tú eres cristiano, muchacho?

En principio, la pregunta de Don Artemidoro me pareció inapropiada para el momento de mis recuerdos pero igual intenté una respuesta.


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—Bueno, balbuceé y, luego con más entusiasmo le dije: — Agata, la misionera, era cristiana y guerrillera. Una tarde, después de tocar el cielo con nuestros cuerpos le pregunté:

¿Por qué luchas por el pueblo?

Y ella con una sonrisa celestial me respondió:

—Yo no peleo por el pueblo, yo peleo para que nuestro Dios cristiano, relegado por el Dios del capitalismo, vuelva a encontrar su lugar.

—Con Marlem, hablábamos de muchas cosas, también, de Dios— dijo con entusiasmo Don Artemidoro. —Un día, tratando de tomar contacto con Dios nos pasamos toda una noche haciendo el amor en el jardín y nuestros líquidos orgánicos se mezclaban con la tierra y el aire nocturno.

Esa noche no recibimos ninguna señal de su existencia, pero al otro día, sobre la huella de nuestros cuerpos en la tierra crecieron rojas rosas encarnadas y Marlem, con dulzura extrema me dijo: 

—¿Viste?

Yo en aquella oportunidad no le dije nada pero recordé con intensidad que Marlem, ciertas tardes de goce inolvidable, siempre daba las gracias y, también, le daba las gracias a Dios y cuando yo le pregunté haciéndome el celoso, si era con ÉL y no conmigo que gozaba, Marlem me respondió, tranquilamente:

—¿Viste? Dios está en todas partes.

Como Don Artemidoro se quedó en silencio y perdió, un algo, su mirada yo me animé a preguntarle:

—¿Conversando con Dios?

No, exactamente, estaba pensando que el Dios de Marlem y de su amiga Agata, son el mismo Dios, algo las trasciende y eso es Dios.

A pesar de que no me parecía mal que hubiera un único Dios trascendente, igual recuerdo haberle preguntado:

—¿Y usted qué cree. Acaso que Dios está en la cosa misma? Don Artemidoro no se dio por preguntado y siguió diciendo:

—Ese Dios trascendente, eso es lo que goza, un algo más allá del cuerpo de la cosa. Era por eso que su Agata a pesar de llevar adelante una guerra santa, se confundía con una guerrillera luchando por el pueblo, porque el Dios contra el cual luchaba, es el goce de la cosa y la mujer no ama el cuerpo, la mujer es cristiana. Por eso lucha contra el capitalismo, contra la burguesía, aunque ella misma sea eso.

—Ah!, comprendo, le dije, los verdes son un puñado de dioses.

—Bueno, no quise decir tanto, respondió con celeridad Don Artemidoro, yo sólo quería decir que hay dos dioses, uno del goce de la mujer y otro del goce de la cosa...

Yo riendo a más no poder por la ocurrencia, dejé escapar:

—Así, que dos dioses, uno del amor fuera de sí, la mujer y otro Dios de la cosita. ¡EH!, Don Artemidoro, un Dios de la pija. Usted es un genio.

—Sí, puede ser, dijo Don Artemidoro, pero todas estas cosas me las enseñó Marlem.

Un día salimos a caminar, tomamos una calle cualquiera y presenciamos un tiroteo, mejor dicho, olímpicamente un amasijo, dos o tres personas encerradas en una jaula y otros dos que pasaban montados en una moto, disparaban unos mil balazos y dos o tres hacían impacto mortal.

—Casi un asesinato, dijo Don Artemidoro con voz trémula.

Yo seguí caminando a su lado pero, esta vez, no estaba de acuerdo con él. Seguí caminando a su lado, pero lo que yo había visto, era, directamente, un asesinato a sangre fría, pero no dije nada.

—Mire joven, prosiguió Don Artemidoro, tratando de explicarme alguna cosa, eso que vimos no fue un asesinato. Precisamente, porque usted y yo lo vimos, con lo cual deja de ser un asesinato, lisa y llanamente, para transformarse en un hecho claramente político.

Lo que Don Artemidoro había hecho era una reflexión, pero a mí no me entraba en la cabeza. De cualquier manera me daba cuenta que todos los curiosos y los periodistas que estaban junto a nosotros mirando por la ventanilla del coche ametrallado, los cuerpos destrozados y ensangrentados de las víctimas, hacían reflexiones del mismo tipo. Algo así como si hubiera sido la izquierda o bien la extrema derecha o un hecho aislado de locura, pero a nadie se le ocurría enfrentarse, en lo que decía, con lo que para mí era lo importante.

Esos hombres muertos o a punto de morir.

Para eso nadie tenía una palabra y eso aún no me dolía, pero que Don Artemidoro, en mis fantasías, hubiera quedado del otro bando eso me dolía más que la propia muerte que se mostraba serena, esa mañana, frente a mí.

Yo estaba muriendo con el muerto y sería condenado, luego, con el asesino, pero Don Artemidoro claramente estaba en otra:

—Además, poeta, fíjese, hubo negligencia. Nadie cuidaba lo que llevaban dentro de la jaula. Los que disparaban podrían haberse acercado hasta besar literalmente a sus víctimas sin que nadie, ni nada se interpusiera.

La vida es un abanico en cuestiones, pero eso que vimos, no fue lo que se dice un asesinato.

Tratando de razonar sus razonamientos, yo intenté decir:

Usted dice que de ser un asesinato, la cuestión de la culpa y la responsabilidad se solucionaría con el hallazgo del asesino, en cambio cuando encuentren a nuestro asesino, seguramente, será la mano ejecutora de ideas que no son sólo suyas. Es decir, encontrar al asesino, no cierra la cuestión sino que la abre.

—Casi, dijo Don Artemidoro, mientras me invitaba a que bajáramos al Metro de Conde de Casal, hacia Manuel Becerra, y mientras bajábamos las escaleras me dio una palmada en la espalda que casi me mata y concluyó:

De un hecho así, todos somos culpables, si no hubiésemos estado todos de acuerdo, aunque más no sea inconscientemente, no lo hubieran podido hacer en la calle delante de todo el mundo.

Bajamos del Metro y rodeamos la plaza hasta meternos en un hotel de la calle Alcalá a tomarnos unas copas, cuando de repente dos encapuchados nos dicen que nos quedemos quietos que nada nos pasará, separan la cara de la periodista que le hacía preguntas a las víctimas y luego de besar las mejillas de los dos condenados, disparan sin asco y salen a la calle caminando como Dios manda y nadie puede detenerlos.

Yo estaba absorto, y con indignación contenida le pregunté a Don Artemidoro, mirándolo a los ojos.

—¿Asesinato?

Y Don Artemidoro tratando de parar la hemorragia con sus dedos en uno de los baleados, aún vivo, me dijo con violencia:

—Respuesta política, poeta, otra vez más, somos todos culpables.

Ya en la calle y sin rumbo fijo, caminábamos como huyendo de lo visto, caminábamos rápidamente y recitábamos en voz alta poetas griegos dándole ritmo a la tragedia.

—El río fluye, gritaba Don Artemidoro, aunque no vayamos hacia el río, su fluir permanente, nos alcanzará.

Y yo, envalentonado, le gritaba:

—Hoy he muerto y he matado, ya soy el río.

Después nos sentamos tranquilamente en el banco de una plaza y pensamos que ya, hasta la semana que viene, las cosas quedarían así. De golpe Don Artemidoro puso todo su cuerpo en tensión y me dijo entre dientes:

—Están aquí, en la plaza, a un paso de nosotros.

—¿Quiénes? pregunté con ingenuidad.

Y Don Artemidoro, como en un suspiro:

—Los de la moto y los encapuchados, están aquí, en la plaza, cerca de nosotros, hablando.

—¿Hablando? pregunté yo como pensando que Don Artemidoro estaba tras una de sus enseñanzas en broma y él con firmeza me contestó:

—Si hablando, poeta y no se haga el boludo, ahí los tiene, esos son sus asesinos ¿Qué quiere que hagamos?

Y antes de que yo le contestara, nada o bien, mejor los escuchamos, Don Artemidoro, encogió aún más su cuerpo y saltando por encima de mí salió volando unos veinte metros cayendo en el círculo que formaban, en sus conversaciones, los dos de la moto y los dos encapuchados y los redujo a los cuatro con suma facilidad.

Cuando yo llegué corriendo, jadeante, él ya les había matado a los cuatro y los había hecho desaparecer, después, golpeándose una mano contra otra, me miró y me preguntó:

—¿Has visto algo, poeta?

Y yo le contesté con seguridad:

—No he visto nada.

Y él con una sonrisa extrema y una voz atemperada me dijo:

—Volvamos a casa, muchacho, que los sueños, sueños son.

—Vio, poeta, en todas partes se cuecen guisantes, me dijo Don Artemidoro, cuando lo visité después de nuestro paseo, por Atocha y Alcalá. Yo, antes de sentarme en la silla que ese día estaba justo en el centro del salón, le contesté desinteresado.

—Ese no es el problema, el verdadero problema es que en algunas partes, se cuecen otras cosas, además de guisantes y eso produce, a mi entender, todo el desequilibrio.

—Parece que hoy se siente, despojado, desposeído. Me dijo Don Artemidoro, sin tono.


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Estaba claro, hoy no teníamos mucho interés en nuestras conversaciones y ¿quién sabe? si algún día volveremos a ellas. La sangre, las guerras, las diferencias políticas que llevan a la muerte. El Salvador. Nicaragua. Africa del Sur. El aparente fracaso del comunismo, quién sabe si algún día podríamos volver a hablar de Dios, del goce, del cuerpo. Tal vez, recordar sea lo único que ya se pueda hacer en las conversaciones.

Esta vez Don Artemidoro, no supo lo que yo estaba pensando cuando me preguntó.

—¿Tiene culpa, poeta?

—Recuerdos, como culpas... le dije laxamente, mientras me daba cuenta que Don Artemidoro se había recostado en el suelo en un rincón del salón y yo había quedado sentado en la silla del centro del salón como en un escenario y por si alguien pudiera, aún escucharme terminé la frase diciendo: huellas, senderos marcados, lágrimas de piedra nunca derramadas, vidas despojadas de destinos, millones de toneladas de carne humana pudriéndose sin alcanzar un nombre, millones de niños que nunca alcanzarán el abecedario, selvas arrasadas por el dolor, cristalinas aguas envenenadas delicadamente...

—Comprendo, dijo Don Artemidoro, interrumpiéndome, las aguas en el sur lo están destruyendo todo, 300.000 comunistas de Praga piden el fin del comunismo, empresa israelí lucha en contra de la guerrilla en El Salvador, helicóptero de la VI flota se estrella en aguas de Almería, toxicómanos de las fronteras piden desesperadamente ayuda a quienes han expulsado a los camellos del barrio, Madrid es la región con más niños con Sida, un demente mata con unas tijeras a un peletero de Torrejón, se ofrecen tratamientos dudosos para pacientes terminales, Once preocupados por ciegos producidos por hospitales, Africa devastada por el Sida...

Yo que no aguantaba más la enumeración le dije, para interrumpirlo a mi vez:

—Es otro nivel, negocios que no paran, ponte al día, el más suave, hay muchos motivos para llamar a Francia, máximo poder, con un poco de suerte la declaración no corre por su cuenta, fiestas que dejan recuerdos, ahora a la venta, como ser santo y borracho a la vez, tenemos muchas razones para estar de su parte, como tú lo quieres, más calidad de vida, porque la mejor inversión es la educación de sus hijos.

—Eso es publicidad, dijo Don Artemidoro, lacónicamente sin decir más nada y yo tampoco, y nos quedamos en silencio. Un silencio fuerte, conversador.

Y, yo era el caballo brioso y desesperado que galopaba por el silencio, Don Artemidoro había desaparecido, la experiencia estaba a punto de comenzar, él soñaría y yo, por fin, conocería de manera directa uno de sus sueños.

Don Artemidoro, yacía, desaparecido, ahí, en un rincón del salón, yo me acomodé en la silla y dí la última calada, chupé con voluntad del canuto hasta agotarlo y luego, dejé caer los brazos al costado de mi cuerpo y para relajarme pensé en altas montañas americanas y en mi maestro indio. Así llegué casi hasta el desvanecimiento.

Lo primero que ví fue un águila macho tragándose todo el viento en su voracidad de volar y antes de desaparecer, yo también, dije sonriendo:

—El águila soy yo, el águila soy yo... soy yo... yo... y... Camila Fuentes, la condesa de la uva, se destacaba nítida contra el telón de fondo. Marlem, montada en una bicicleta de tres ruedas intentaba silbar. Agata la misionera aparecía, más que crucificada abrazando una cruz de suave madera holandesa, que crece en la selva misionera argentina, al costado derecho de Marlem. Don Artemidoro aparecía en su propio sueño luchando en varios idiomas con tigres de papel y osos polares clandestinos. Alexis, con las dos manos, tocaba la guitarra, recordando canciones de Víctor Jara. Juan parecía en el sueño de Don Artemidoro, un cadáver viviente, Pardales aparecía y desaparecía, como formando transparencias sobre el cuerpo de Juan y en el centro del sueño aparecía yo, sentado en la silla, con los brazos caídos al costado del cuerpo, viendo volar un águila ya, sin sexo definido, y esta vez, claramente, escribiendo mensajes en su vuelo.

Primer mensaje: soy lo que vuela.
Segundo mensaje: encadenadme y seré lo encadenado que vuela.
Tercer mensaje:
matadme y seré lo encadenado, muerto, que vuela.

MIGUEL OSCAR MENASSA 

LOS LIBROS DE LA EDITORIAL
GRUPO CERO

La Editorial Grupo Cero, especializada en poesía y psicoanálisis, cuenta con más de 100 títulos en su haber. Es una editorial de autor, en la que éste paga la edición del libro y a cambio tiene el respaldo y la infraestructura de una editorial con más de 20 años de experiencia en el campo de la publicación de libros.

Cada libro editado se vende en librerías de Argentina, España y diversos países de Europa e Iberoamérica. 300 ejemplares son destinados a la difusión entre personalidades del mundo de la cultura, periodismo, etc.

La Editorial Grupo Cero produce revistas de difusión gratuita: Las 2001 Noches (125.000 ejemplares) y Extensión Universitaria (120.000 ejemplares).

Cuenta con las siguientes colecciones: Psicoanálisis y Medicina, Poesía y Psicoanálisis, Psicoanálisis para Todos, Leyendo a Lacan, Hoy en la Cultura, Poesía Hoy y Narrativa 2001.

Esta Editorial, asímismo es la encargada de publicar el Premio de Poesía y el Premio de Psicoanálisis convocados por la Asociación Pablo Menassa de Lucia. Aula de Poesía y Psicoanálisis. El premio consiste en 150.000 pts y la edición de 1.000 ejemplares en Madrid y otros 1.000 en Buenos Aires.

LAS 2001 NOCHES y
393 NOCHES
DE RESPUESTO

Autor:
Miguel Oscar
Menassa
PTS 2.000; 20 US.

¿Qué es presentar un libro?

¿Acaso dejar que esté presente entre nosotros? ¿Qué es lo previo a sentar en el escenario a un libro? ¿Acaso crear la escena para que entren en ella libro y autor? Menassa nos dice que le gusta entrar en escena después de las palabras, tal vez también nos diría que como escritor le gusta entrar en escena después de su escritura. En cuanto a leer un libro, la manera propia de ser leído un libro, suele venir indicado en el libro mismo, es decir que leyendo y siguiendo las indicaciones de lectura que el propio libro enseña sería probablemente la manera más precisa.

Este libro se puede leer en varias direcciones: como una leyenda, como una novela y como un poema. Como una leyenda porque así como Freud es el inventor del último mito de Occidente: el mito de la fundación de la cultura, Menassa inventa el mito de la escritura. Para este escritor un hombre que no le haya pasado la escritura no es un hombre. A partir de este nuevo mito no será lo vivido, ni lo hablado sino lo escrito.

"Sólo después sabremos, sólo después lo escrito.
Cuando lo irremediable pregunte por sí mismo,
cuando el baile sonoro de los días detenga su mirada,
vendrán de nuestra vida los saberes y ahí,
ya no seremos estos, sino lo escrito."

Y aunque esto fue escrito hace más de 15 años, Menassa sigue trabajando en el mismo mito. Podemos decir que Psicoanálisis del líder (1979) y El oficio de morir (1983), son sus antecedentes, y que con Las 2001 Noches forman una trilogía que hacen a la producción de la conjunción "Psicoanálisis y Poesía".

La noche n.º 0 convoca en una fórmula precisa el mito de la escritura: "Si es posible el poema es posible la vida". Y en este libro no queda nada que no sea pasado por la escritura, incluído lo que es condición de escritura: Ella: la Mujer, la Muerte, la Poesía.

Y pasar por la escritura quiere decir que nada será lo mismo después de escrito porque si no fuera así no sería escritura. Así vemos cómo alcanzan una nueva dimensión no sólo el exilio como exilio de nosotros mismos, sino el sufrimiento, la poesía misma, el psicoanálisis, el amor, la traición, la madre, la misma lengua, y todo ello expuesto sin misterio y sin que deje de permanecer el misterio. En este sentido todo texto es absolutamente legible, al mismo tiempo que irremediablemente ilegible.

Este libro es también un novela de casi 500 páginas, que muestra la historia de un hombre que pasado por la escritura se hace universal. En el prólogo nos dice "aquí estoy una vez más apostando mi vida a la inteligencia de mis manos. Porque no es que pensando se hizo mi hombre, todo lo que toqué de humano y de verdad, lo conseguí escribiendo". Esta puesta en acto de la función de la pérdida que es publicar, esta forma de exiliarse de la obra escrita que es el acto de publicar, nos dice de la manera de Menassa de entregarse al amor, ese dar lo que no se tiene.

Alguien que siempre promovió la invención frente a la impotencia, y así nos dice: "Si no puedes, invéntalo".

En este libro se ve viviendo, o mejor dicho, escribiendo, a un hombre que nada logra separarlo de la escritura, y donde hasta la muerte es entregada a la escritura. Desde lo más penoso a lo más placentero, todo es nutriente de su amada la escritura. En las páginas de este libro vive un hombre que antes no existía, precisamente el inventor del deseo de escribir como universal, deseo que tampoco existía antes.


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En medio del desastre y de la muerte de miles de personas, en medio de la caída de tantos ideales, el psicoanálisis le permitió, según sus palabras, no ser uno de los caídos. Y no sólo eso, también le permitió escribir y publicar este libro, que nace hoy y ya tiene 21 años.

Un libro que comienza por el final, 1997 y que mantiene la misma intensidad en todas sus noches.

También es un libro donde vemos cómo se constituye un hombre y una mujer, uno frente a otro. Vemos cómo llegan a habitar el lenguaje, es decir, la cultura, como sujetos del deseo, aún cuando nacemos sujetados, inmersos en los deseos de otros.

Podemos ver cómo desde las formaciones familiares, las formaciones religiosas y desde las ideologías más poderosas, obstáculos para su producción, surgen hombres y mujeres.

Este libro es también como un poema, tiene puntuación poética porque como la poesía es un anudamiento preciso de palabras que si falta alguna deja de ser y como el poema no se puede explicar, sólo se puede ejercer su lectura.

Y no dejaremos en el olvido que este libro termina con esta frase en su último dibujo: "NO HAY ESPERANZA, LA TIERRA ES REDONDA y, por ahora, no se detendrá", como si eso y el misterio del lenguaje fueran lo permanente.

La determinación que impone el lenguaje es inagotable pero Menassa alcanza combinaciones imposibles que se deslizan fuera de lo cogitable, dejándose tocar por lo indecible, dejando que la puesta en acto del sujeto del inconsciente no falte en ninguno de sus pasos.

En el prólogo lo que más destaca es que ya nunca podrá decir que no pudo, declara abandonada la impotencia, y con ello la omnipotencia, y nos dice que es un producto del psicoanálisis y de la poesía.

El sexo también ha sido atravesado por este libro. Durante tiempos sin memoria se intentó fomentar la represión sexual, olvidando que el significante llegó con el sexo, que lo genital no se puede reprimir, en tanto es del régimen de la especie humana, es algo universal, algo del orden simbólico, y lo simbólico no está sostenido por ningún referente de la realidad, lo simbólico sólo está sostenido por lo real imposible.

Lacan nos dice que en el acto genital, es un único momento, se puede alcanzar algo por lo cual un ser para otro esté en el lugar, a la vez viviente y muerto, de la Cosa. En ese acto, y en ese único momento, puede simular con su carne el logro de lo que no está en ningún lado. Pero la posibilidad de ese logro, aunque es polarizante, aunque es central, no es puntual.

Se trata de renunciar al amor a sí como, el amor sin división, sin resto, el amor sin otredad, sin rectificación edípica.

Un libro que en su valor de enunciación nos enseña a vivir, nos enseña que en la vida de cada hombre hay puertas que existen como puertas cerradas y puertas que existen como puertas abiertas.

Un escritor que trabaja en el régimen de implicación y este libro es fundamento de su implicación en la transmisión.

Diferenciar el propio psicoanálisis, como árbol que no deja ver el bosque, del complejo teórico y la transmisión, es una tarea que se despliega en cada página y a lo largo de cada noche.

Saber escuchar es saber leer cuando se trata de un libro.

La escritura eleva al que escribe a la dignidad de "univesal", siendo el tiempo del hombre, como se muestra en este libro, el tiempo de la escritura. La escritura ha inventado el tiempo mortal, el tiempo del hombre.

Con este libro el hombre ha dado un paso más hacia el próximo inédito de lo por venir, podemos decir que se ha producido un nuevo universal en el multiverso del ser humano.

Un libro que no deja que el deseo de despertar que anida en el hombre cese de anudar ese no ser. Un libro que tiene condición de acto, en tanto instaura para siempre un nuevo comienzo.

Así como cada lengua es la historia de sus equívocos, este libro es la historia donde se despliegan anudándose y desanudándose los efectos de lenguaje y los efectos de vacío. No sólo a partir de Platón dejó de crearse lo nuevo desde el hábito y la costumbre iniciándose la creación exnihilo, es decir como efecto del vacío incorruptible, sino que este libro lo pone en acto en cada una de sus noches. Noches con mirada, noches creadoras de una temporalidad que antes no existía.

Amelia Díez Cuesta. Psicoanalista
Madrid: 91 402 61 93

A pesar de los indiscutibles adelantos científicos de las últimas décadas, el cáncer continúa siendo una enfermedad enigmática y vinculada con la noción de muerte.

Cáncer, del griego "Karkinos", es lo que corroe, consume, corrompe lentamente el organismo. Cáncer es lo que mata.

La paradoja esencial es que mata por lo que no muere cuando debe morir, en el sujeto, un delirio de inmortalidad que le cuesta la vida.

Mata porque hay un desacato primordial.

Una de las hipótesis más extendidas entre los investigadores en cuanto a la carcinogénesis, es la de la célula iniciada o transformada: una célula en la que por diferentes motivos se ha producido un salto, una modificación.

Es una célula dañada en su material genético, que produce los denominados "oncogenes", genes alterados que tienen la propiedad de ocasionar en su huésped la transformación maligna.

Estas células iniciadas ya estarían determinando un patrón anormal de crecimiento y reproducción, pero todavía no serían capaces por sí solas de desarrollar todo el proceso.

Entonces aparece una pregunta básica que no ha encontrado respuesta todavía y es la siguiente: el crecimiento de un tumor o la propagación de un cáncer a distancia del sitio primitivo, su carácter invasivo, ¿denotan una falla en la vigilancia inmunológica del sujeto?

La relación entre el huésped y el tumor puede ser de rechazo, tolerancia o hasta facilitación.

La definición del cáncer cada vez se acerca más a la de una patología producida por excesiva proliferación celular y por pérdida de la capacidad autodestructiva.

Cuando una célula padece una alteración (mutación) irreparable, se "suicida" antes de volverse peligrosa para el organismo.

Pero si no muere, ella y sus descendientes puede comenzar a crecer en forma descontrolada y dividirse, ocasionando el crecimiento de la lesión y su propagación a distancia.

Este fenómeno de muerte celular programada o apoptosis, que en este caso es salvador de la vida, está alterado en las células atípicas o iniciadas.

La maquinaria letal se activa a partir de una proteína llamada p53, que está ausente en la mayoría de los tumores.

Inversamente, hay otra proteína inhibidora del suicidio celular, la Bcl-2, que está francamente aumentada en ciertas neoplasias, como los linfomas.

La teoría psicoanalítica nos propone un concepto de muerte, donde ésta siempre es un hecho psíquico, sobredeterminado por la historia del sujeto.

En "Psicoterapia por el espíritu" Freud dirá que el sujeto biológico muere cuando el sujeto psíquico deja de desear.

La producción de un cáncer lo sitúa en un borde entre la vida y la muerte, lo deja sin futuro, amenazado por una muerte anticipada y con padecimiento.

La estructura psíquica premórbida del paciente canceroso es generalmente la de un melancólico, que al no poder renunciar a lo perdido lo incorpora y de este modo él es lo perdido, pulsión de muerte que así como puede llevar al suicidio, puede hacerlo protagonista de una forma más solapada de autodestrucción, el cáncer.

Y al mismo tiempo, un incumplimiento de las leyes biológicas primordiales subyace toda la cuestión. Una célula rebelde que eludiendo los controles del vigía del organismo, no acepta el sacrificio impuesto en beneficio de la vida misma. Sólo le importa perdurar, permanecer, desafiando el nombre del padre, y en esa locura de inmortalidad se le juega la vida al sujeto.

Inés Barrio. Psicoanalista
Buenos Aires: 47 95 54 02

 

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Renunciemos mi amor a nuestro amor, para poder amarnos.
Renunciemos mi amor a ser el uno para el otro, para poder
tenernos.
Renunciemos mi amor a nuestras mezquinas ambiciones
para ser, junto con el poeta, lo más grande
Miguel Oscar Menassa.

Hablaré del amor hoy, aún sabiendo de la imposibilidad de atraparlo en un concepto, de él tendremos destellos, luces, señales de Otro Universo.

Escribo para que algún otro lea lo que digo.

¿Será el amor un sueño, de un idilio, de una unión que a nada me une? "Los habitantes del infierno, son más felices en el infierno que en la tierra" (Rumi).

Freud en una carta que le escribe a su amigo Jung dice: "Creo que el psicoanálisis es una cura a través del amor".

No hay humano interesado en conocer el drama que oscila entre los extremos conocidos. El psicoanálisis deja de hablar de hombres y mujeres para hablar de significante hombre y significante mujer, ha dejado de ser la sencillez que marca la biología, para llegar a ser la complejidad que enseña el psicoanálisis.

No hay sujeto del amor, somos víctimas del amor, es decir, víctimas de nuestro narcisismo, en tanto amamos, lo que de nosotros ponemos en los otros.

Freud dice que lo que sostiene la relación entre la gente es la insatisfacción, el deseo se aniquila en la satisfacción, pero como el objeto nunca satisface, la gente se enamora.

No hay que pensar de qué se enamora la gente, sino contra quién.

De lo que pasó en el pasado cualquiera puede liberarse, de lo que no puede liberarse es de lo que no pasó, porque ya no podrá pasarle más.

La evocación es evocación de lo que no fué.

En Psicoanálisis se habla de una doble alteridad en cada sujeto: la alteridad en el espejo, que nos hace depender de la forma de nuestro semejante y la alteridad con el Otro, aquél al cual nos dirigimos, más allá de nuestro semejante, en realidad al cual siempre nos dirigimos, en tanto es el lugar de la palabra.

El niño depende del amor del Otro, en tanto en principio ese

Otro, es un Otro real, un Otro primordial, un Otro exterior, y como consecuencia se produce esa relación especular con el otro imaginario, por medio del cual se ama a sí mismo, es decir va a ser la relación que hará surgir el narcisismo.

Freud nos dice que en toda relación de amor uno se dirige al otro, porque a través del otro, uno se dirige a uno mismo, por eso que el sujeto ama en primer lugar a lo que uno es, en segundo lugar, lo que uno ha sido, en tercer lugar, lo que uno quisiera ser y en cuarto lugar, la persona que ha sido parte de sí mismo.

En verdad lo que uno ama, es que lo amen.

El amor es loco, la idealización una perversión.

La idealización es concerniente al objeto. El amor es el máximo desarrollo de la libido objetivada y la sublimación, un proceso de esa libido objetal.

El ideal del yo, define la relación con el semejante.

La sublimación no es necesariamente una renuncia, es una transformación de energía. Una pasión estética o ética, transforma la nada en un motivo de conversación, el vuelo de una forma, el color inundándolo todo. La sublimación es un destino, el amor no.

En el amor el objeto aparece como ideal del yo.

Hay en el amor un rodeo para la satisfacción narcisista y es producto de las pulsiones coartadas en su fin.

El análisis demuestra que el amor en su esencia es narcisista.

El narcisismo determinará toda elección amorosa.

Freud distingue entre el tipo de elección amorosa narcisista y la elección anaclítica o conforme a la imagen de la mujer nutriz y el padre protector.

El individuo tiene dos objetos sexuales primitivos: él mismo y la mujer nutriz, dos tipos de elección amorosa, un amor al otro semejante, como otro imaginario, amor a lo mismo y un amor al Otro en su condición de Otro primordial, en su dimensión simbólica.

En su constitución como sujeto, el individuo se identifica con un Otro, que es el Otro en tanto hablante, formación simbólica más allá del espejo, polo de identificación que introducirá al sujeto en el orden del amor, en tanto esta necesidad de ser amado, ya no abandonará jamás al ser humano.

Incluso va a ser por su desamparo y dependencia de los demás, por su miedo a la pérdida de amor que se humanizará, que entrará en el reino de la cultura, en el malestar de la cultura.

Es por eso que podemos distinguir el amor como pasión imaginaria y el amor como don activo, que no apunta al otro imaginario, al sí mismo, sino al Otro, ese amor que trata de conseguir del Otro una respuesta ¿que objeto soy para el Otro?. Amor del orden de dar lo que no se tiene a quien no es, amor como posibilidad de creación, de invención, amor para seguir siendo amado.

Lucía Serrano. Psicoanalista
Buenos Aires: 43 71 80 731

El Inconsciente no es, funciona. Es así que lo dice Lacan en su acercamiento al concepto de Inconsciente, dejando de lado cualquier cuestión ontológica y poniendo el acento en la función. Este tiene una función estructural que lo único que hace es manifestarse, no es una función interpretativa para nada, es más, la interpretación nunca agota la estructura, o sea a la insistencia de lo emergente como exterioridad, y que es exterioridad siempre y cuando sea interpretada. Lacan suspende la hermeneútica, toma la literalidad del ser, y después define la existencia en la manifestación.

Manifestación de la exterioridad.

Es bajo interpretación y escucha de lo que se manifiesta en la brecha cuando Freud dice: El Inconsciente existe, es Ich. "Donde ello era, Yo ha de advenir. Lacan dice: En el matema de la madre, lo real imposible, no es. En este autor la posición fálica, que es fi negativo de la madre, hace metamorfosis. Esta consiste en situar la ley, ubica la ley de castración en ese lugar. La Ley del padre que no se pone sino simbólicamente, y que sólo existe cuando alguien asume la castración.

Un sujeto hombre por ejemplo, asume la castración, cuando elige en el lugar del Otro simbólico, poner una diferencia, una mujer, una heterosexualidad. Así vemos como con el tiempo, la elección de objeto sexual en Freud, le permite a Lacan decir que ésta es ley simbólica, puramente simbólica, porque el padre ya está muerto como dijo Freud. Lacan a esto con una nueva caracterización, lo va a llamar el Nombre del Padre, para lo cual da primero un ciclo de conferencias donde usa el plural y son los Nombres del padre y luego da el seminario donde lo singulariza. El Nombre del Padre, o sea el puro nombre que queda en el padre muerto, y allí la Ley opera.

Cuando dice que el Inconsciente está estructurado como un lenguaje es porque el lenguaje es la clave de la estructura, pero el lenguaje no es un sistema real, es un sistema simbólico. Aquí el Gran Otro, es el Otro sexo, hay una singularidad encarnada, como dice en Encore. Romeo elige al Otro sexo en Julieta. Un hombre elige a una mujer.

La neurosis será leída teniendo en cuenta que la estructura es la estructura del lenguaje. Si bien las formaciones clínicas serán el posicionamiento inconsciente del sujeto frente a la ley de castración, también serán el posicionamiento del sujeto a nivel Inconsciente con el Otro sexo. Pero además en todo sujeto, por ej en una mujer, habría una posición del otro sexo, fálicamente constituído, es decir hombre en posición masculina. Pero si esto no está, si está renegado o traicionado, porque el deseo no lo enfoca, el sujeto no desea al otro sexo, el hombre no desea a la mujer, como tampoco puede tomar la posición femenina.

Si esta posición que es de castración en función del Otro sexo, está renegada, hay imaginarización del deseo con renegación de lo real, fracasa el deseo de la elección. Renegado el deseo que es decir como traicionado, por un proceso inconsciente, el sujeto del Inconsciente, no lo es. Imaginarizado lo real, en lugar de elegir al Otro sexo, elige al Ideal del Yo, porque cada sexo lo tiene. El masculino, por ejemplo, tiene ideal del Yo masculino, y cada mujer en posición femenina tiene el Ideal del Yo femenino, que siempre es lo que no tiene. La heterosexualidad sería que la posición masculina, asuma la castración, es decir la ley de sexuación, la Ley fálica con el Otro sexo, y mantenga al mismo tiempo el Ideal del Yo, como Ideal de su propio sexo. Esto es la elección de objeto, el hombre elige a una mujer, pero mantiene una posición imaginaria del Ideal del Yo, que es otro hombre. Cuando la elección de objeto sexual y el Ideal del yo están confundidos, porque se traicionó el deseo o se renegó ese real, la elección recae sobre un objeto del mismo sexo como en la homosexualidad.

Cuando Freud en "La Interpretación de los Sueños" define el deseo, no le da estatuto de existencia, dice que es no-realizado, que es "como" una realización de deseos, pero no es una realización, no es en la realidad, es en la experiencia del sueño. No se encuentra con la realidad, se encuentra con la verdad, que siempre es verdad de castración. Esta nos dice que el análisis no es un despejamiento de la verdad del síntoma, sino que la verdad es la experiencia analítica misma, el encuentro con lo real impasible.

La primera característica que se le dió al Inconsciente y que fué rápidamente olvidada fué ese orden de no-realizado. Esto nos dice que el deseo tiene un tope, un límite, no se realiza. En este sentido es que el estatuto del Inconsciente es ético y frágil en el plano óntico. Pide realizarse, y es pura manifestación, puro efecto que en algún lado siempre se va a mostrar. Todo el quehacer de Freud es ético, no tiene que ver ni con elucidar un origen, ni con descubrir una verdad oculta. Desconoce el bien y el mal, sólo pide realizarse.

Pero encuentra allí su propio límite, no se realiza. El deseo, dice Freud, no el placer. El placer limita al sujeto, este está regido por el principio de homeostasis, en cambio el deseo franquea el umbral impuesto por el principio del placer.

Norma Menassa. Psicoanalista
Buenos Aires: 43 22 64 00

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"En nombre de la sabiduría, palabra a la que todos los hombres aman, o en nombre del amor, palabra que ama a todos los hombres, o en nombre de los hombres, autores de las mujeres, o en nombre de las mujeres, por las cuales los hombres somos homos, perdamos nuestra palabra para encontrarnos nosotros mismos; caso contrario, nos perderemos sólo por mantener nuestra palabra... la caridad por sí misma es el cumplimiento de la ley, ¿y quién puede separar amor de caridad?".

W. Shakespeare

En 1910, cuando Freud habla de las condiciones del amor, muestra que el amor, para el psicoanálisis, está tocado por el deseo, abandonando pues, su rostro sacrificial, oblativo, para mostrar que el deseo busca objetos, y aunque claramente no se abastezca de ellos, sin embargo el deseo tiene particulares condiciones, por ello no es sacrificial.

El deseo, siempre inconsciente actúa en el hombre generando determinadas condiciones de amor, que van más allá de sus neurosis;

Freud llega a plantear que en éstas hay una suerte de generalidad, con variaciones en la cantidad del efecto que producen.

• Elección masculina de objeto
• Condición del tercero perjudicado
• Preferencia por las mujeres fáciles

Se trata de que la persona en cuestión nunca elige como objeto

de amor a una mujer libre, por el contrario, lo que desea es una mujer que tenga relación con otro hombre. Se desea a la mujer elegida por otro, para perjudicarlo, y como se trata de una posición edípica, el perjudicado es siempre el padre. Esto puede llegar al punto tal que, la misma mujer siendo libre no ejerce tanto poder de atracción, y sin embargo, se transforma en objeto de enamoramiento cuando entra en relación con otro hombre. La pulsión no tiene un objeto predeterminado.

Encuentra a una mujer cuando ésta, está en relación con otro hombre que la desea, así el deseo del tercero es, de alguna manera, el que introduce el objeto, y lo convierte así, en objeto de deseo.

Desde lo pulsional podríamos decir que, como la pulsión no da el objeto, y "mira donde mira el otro", y es ahí donde encuentra el objeto. Así, dira Oscar Masotta, "esto nos introduce a un universo donde los objetos aparecen inducidos por deseos de otros... decir que se desea el objeto deseado por un tercero es decir que uno se identifica con el tercero". Esta condición erótica muestra fuertemente la labilidad del objeto de la pulsión, y el tercero funciona así como apoyo.

Lo que se ve claramente es la premisa de la elección de una mujer, a la que siempre se le supone la relación con otro, o lo que Freud llama amor por las mujeres fáciles, o la preferencia por las mujeres degradadas.

"...y lo peor es ser perjuro, y teniendo tres para amar, elegir la peor, una pálida personita frívola con la frente suave como la seda y dos bolas de alquitrán haciendo de ojos; y que el cielo me desmienta si no es de las que saben cómo meter a otro hombre en su cama, aunque Argos con sus cien ojos sea su guardián". W Shakespeare.

Esta segunda condición, encuentra su relación con la primera, y dice que la mujer casta e irreprochable nunca ejerce el atractivo suficiente como para ser elevada a objeto de amor. Por el contrario, las mujeres que les resultan más atractivas son las de fama dudosa, es decir, aquellas mujeres que posibilitan la fantasía del "engaño".

Así como la primera condición daba pie para satisfacer los sentimientos hostiles (que pesaban sobre el hombre a quien poseía la mujer amada), también aquí nos encontramos con los celos, que se convierten en una necesidad básica para este tipo de amantes, porque la presencia de los celos es lo que les permite que su pasión se haga tan extensa que logre llevarla a la cima.

Otra particularidad muy significativa se debe a que esos celos nunca están dirigidos hacia el marido o novio, o relación frecuente de la mujer amada, sino que es exactamente lo contrario, en el sentido de que generalmente esos celos están dirigidos a "extraños", que son quienes permiten abrigar verdaderamente las mayores sospechas. En los casos más acusados, llegamos a observar, que el amante sólo se siente profundamente atraído por la situación triangular. Muchas veces un paciente que se queja de padecer su participación en algún triángulo amoroso, real o imaginario, resulta que "dime de que te quejas y te diré con que gozas", es la frase que viene a confirmar alguna de las particularidades de las condiciones de la vida erótica de los hombres.

Marcela Villavella. Psicoanalista
Buenos Aires: 47 95 54 02

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CUATRO 
PARA SER DOS

El psicoanálisis, genera una contradicción con ciertas maneras "ingenuas" de leer todos los hechos de la vida. De leer los libros, las relaciones con otras personas, las relaciones familiares, las relaciones amorosas, el trabajo, etc. Existe en nosotros, de esta manera, un permanente contratiempo. Se subvierte el hecho de que las cosas pasadas determinan el presente, y ya no se puede modificar. Esto es totalmente falso.

El psicoanálisis puede hacer acontecer lo que nunca aconteció y transformar lo ocurrido y esto no es ni siquiera una promesa, sino que se demuestra todos los días en la clínica. Lejos del tiempo cual un reloj, todo se construye, desde el futuro, es decir, lo que el hombre quiere para sí dentro de unos años, determinará su presente.

Queda atrás, tornadas las cosas de esta manera el tiempo para el reloj, es decir, lo que pasó ya pasó y es la causa de mi tristeza.

En este tiempo, para el psicoanálisis, las palabras no contienen nada, sólo son portadoras de futuro, sólo en la asociación libre y en la combinación de una con otra tendrán algún sentido.

La tendencia es a leer ingenuamente todo, por ejemplo las relaciones amorosas. Si sólo son dos, la pareja, serán una sola persona, pues tiene que haber tres para que alguien lea que hay dos. Y a esto se debe incluir también la muerte, es decir: yo, el otro, el tercero y la muerte, es necesario que de ser dos seamos dos mortales, además de amantes. Cuando somos todo el tiempo dos en realidad es yo y mi madre, que no son dos personas sino yo y mi imagen reflejada en el espejo.

Como dijo un poeta:

Cómo puede ser, dios mío, que más la desee cuanto más lejana...

Decía Denis de Rougemont, en "El amor y Occidente":

"Estar enamorado es un estado, amar es un acto. Se sufre un estado, pero se decide un acto".

El amor tiende a lo uno y el único "uno" en el amor es la no concordancia, el hueco entre los dos. A veces está y a veces no está.

Cuando me dirijo al otro sólo puedo dirigirme a lo más remoto.

El psicoanálisis es esa ruptura, esa distancia puesta con la realidad.

Tenemos ideologías acerca del amor. Creo que su movimiento es lo que yo creo que es. Y en realidad mis sentidos generan ilusiones todo el tiempo. Creo nociones imaginarias. Después puedo decir: aquello que yo creía de ti era imaginario. Lo ideológico es ciego.

Los sentidos mienten. Reconozco y desconozco a la vez. Dice Menassa al respecto: "reconozco tener deseos y simultáneamente desconozco su dirección".

El que yo amo, no gira a mi alrededor sino que tanto él como yo somos eslabones de una inmensa cadena humana.

Karina Pueyo. Psicoanalista.
Buenos Aires: 43 28 06 14

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Dr. Roberto Molero
Dra. Norma Menassa

ESCUELA DE PSICOANÁLISIS 
GRUPO CERO


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LA ANGUSTIA EN
PSICOANÁLISIS

La angustia nos afecta a todos. En sí misma no es señal de enfermedad, ni es síntoma. El yo emite la señal de angustia cuando se siente amenazado de peligro, peligro desconocido ya que, a diferencia del miedo que tiene un objeto determinado al cual se teme, angustia es indeterminada. Es un afecto, dice Freud, aunque no sepamos definir muy bien qué significa, una afección para el sujeto en cuanto al tiempo, es decir, marca temporal en la constitución de la estructura psíquica.

Una prematuración, si se quiere, constitucional, hará que el humano sea siempre carente, por definición, en tanto adviene sujeto sin un objeto que le corresponda; el humano se constituye sobre falta.

El concepto de falta es crucial en la teoría psicoanalítica. Freud ya hablaba, en "Inhibición, Síntoma y Angustia" de una prematuración en tres registros de lo humano:

El Biológico: sabemos que el humano, a diferencia de los cachorros animales, nace con prematuración biológica. Su sistema neurológico es aún inmaduro, sus sentidos no le sirven para orientarse en el mundo, su musculatura no lo sostiene, nace en estado de indefensión y dependencia. Primera situación peligrosa para el humano: nace en riesgo de muerte. Esta factor biológico, crea la necesidad de ser amado, que jamás abandonará al hombre.

El filogenético: la vida sexual del hombre no se desarrolla continuamente, como la de los animales, hasta llegar a su plenitud en la adultez, sino que tiene un florecimiento temprano, en la primera infancia, que es interrumpido bruscamente por la represión, seguida por un período de latencia, para florecer nuevamente en la pubertad. Este contacto prematuro del yo con las exigencias de las pulsiones sexuales lo hacen emitir la señal de angustia,y considerarlas factor de peligro, condición que perdurará aun en épocas maduras. Esta es la etiología más directa de la neurosis, y comprobamos que la prematuración en lo sexual actúa de forma análoga a la prematuración biológica, es decir, aumenta la sensación de peligro para el yo, la amenaza, que en otras circunstancias, no existiría como tal.

El psicológico: una prematuración, en el apartado psíquico, producto efecto de los dos anteriores; el yo es obligado a defenderse contra ciertos impulsos del Ello tratándolos como si fuesen una amenaza a su integridad, no puede hacer otra cosa que rechazar el peligro que viene del Ello a su costo, restringiendo su organización aceptando la formación de síntomas. Cuando se renueva la presión de la pulsión reprimida, surgen en el yo todas las dificultades que llamamos "afecciones neuróticas". (Freud, 1926).

Lacan va a aportar a la teoría de la angustia el concepto de objeto a como falta de objeto, condición de posibilidad: desear.

Freud, cuando formula la segunda teoría de la angustia, dice que ella no es ya el resultado ni de la represión, ni del estancamiento libidinal, sino que la concibe como angustia de castración.

Introduce la noción de falta en la conceptualización de la angustia, donde el corte opera como posibilidad para el sujeto.

La angustia como señal advierte que estamos más del lado del goce que del deseo; es una señal de defensa al peligro más original: el desamparo absoluto del humano en su entrada el mundo, lo cual produce una dependencia necesaria de un Otro, quien lo introducirá en el mundo del símbolo, del lenguaje, ya que es el lenguaje lo propiamente humano. Padecemos de neurosis porque hablamos, dice Menassa.

La defensa no es contra la angustia, como si fuera un síntoma, sino contra lo que la ocasiona. Ella señala la dimensión temporal del pasaje del goce al deseo, pasaje cualitativo, "una vez franqueada la angustia el deseo se constituye". Pues es necesaria la operación de la castración para entrar en el campo del deseo.

De la angustia, nos dice Kierkegaard: "es un temple psíquico, un estado afectivo que posee intencionalidad y un objeto que no es nada". Se trata de una nada como posibilidad, y este autor nos aconseja "aprender a angustiarnos como una aventura que todos debemos correr, el que no lo aprende, sucumbe, por no sentir angustia nunca o por anegarse en ella".

Sin angustia no lo hay, no se la puede evitar, es parte del funcionamiento psíquico. "Tratándose de la angustia, dice Lacan, cada eslabón no tiene más sentido que dejar el vacío en el cual hay angustia".

Las fobias nos muestran en la clínica la relación estrecha entre la angustia y el síntoma, ya que el mismo no es la angustia y ésta se manifiesta como dominante en la vida del sujeto; por eso fueron llamadas indistintamente Fobias o Neurosis de angustia.

Así las Fobias delatan claramente a un sujeto psíquico enfrentado a un peligro que siente constante y que lo amenaza desde lo real, por ello erige un objeto fóbico que acote la angustia. Ella sólo emergerá ante la visión de ese objeto, es condición.

"Ella desconoce el feroz destino de sus visiones ella tiene miedo de no saber nombrar lo que no existe".

Alejandra Pizarnik

Alejandra Madormo. Psicoanalista.
Buenos Aires: 41 70 42 43

 

EL SEXO DEL AMOR Una novela de
Miguel Oscar Menassa

"Los celos son las puertas al deseo". Detrás de esta frase antes oída que leída, este prolífico autor desgrana y articula, esta nueva novela.

El nuevo amor, es un cambio de discurso que atraviesa de pleno a la teoría psicoanalítica, que define y designa un quehacer, la clínica del psicoanálisis.

Es una novela de seres amantes y de seres amados... Y también es el relato sostenido de encuentros donde el sexo es imposible; donde los amantes se aman, la correspondencia, la plenitud platónica no es lo hallado, sino su falta en ser.

Articulada pues a la luz de una teoría que nació con este siglo y que marca los siglos venideros.

Después del Psicoanálisis, la muerte y su tristeza, constitutivas del humano, han perdido su poder desolador y final. La muerte es puntuación y la tristeza, aunque insondable, se hace mucho más fugaz.

Debimos amar lo que amábamos, para dejar de amarlo, para intentar un "nuevo amor". Menassa nos habla de esos intentos con el humor y el sarcasmo, que es tan capaz de permitirse, este hombre que escribe y describe ciertos hechos, ciertas circunstancias en los personajes de su novela.

El personaje de El Master, uno de los más atractivos y centrales, insiste en una historia (como la de No ve la rosa que transcurre entre dos escenarios geográficos ciudadanos) que parece transcurrir permanentemente entre dos escenas: El Master atraviesa el espacio entre ambas ciudades en un vuelo transoceánico y medita sobre cierto transcurrir de su vida y allí exclama y proclama: Mi patria es el océano.

Como otros personajes que deambulan en esta novela, se lo ve montado sobre sus palabras y no sobre sus carnes. Ejercicio del deseo en plena vida, los habitantes de esta historia, ofrecen su carne como ruta de su amor. La realidad en que se desenvuelven es su realidad y es psíquica. Realidad que por psíquica, implica las realidades psíquicas de los otros.

Esta novela escrita por un psicoanalista, Director de la Escuela de Poesía y Psicoanálisis Grupo Cero, nos lleva a leer un cuidado del Otro y de los otros.

Las relaciones que se nos muestran en este texto narrativo de Menassa, son sexuales y por lo tanto deseantes, en el sentido en que la vida humana es sexual y humana por ser soporte del habla que nos entrega a un hombre humanizado en la práctica del lenguaje, esa entelequia de las lenguas. Un hombre que sabe que porque desea habla, por hablar pide y es a la vez amado por quién no es ni tiene. Dar a alguien que no soy lo que tampoco tengo.

Nos vemos guiados en la lectura de la novela por un hilo sostenido a través de un caudal de imágenes, algo a lo que estamos acostumbrados a observar, seguir y apreciar en el autor. Frase a frase se construye una historia en la que el deseo dirá la última palabra.

Un surco, un cauce en el que se deslizan las historias amorosas de numerosos personajes, presuntos sujetos del psiquismo en el empuje del deseo, puertas abiertas para él, en las vidas de mujeres y hombres donde la envidia y los celos encuentra su lugar productor.

Hombres y mujeres, solos, acompañados de otro o de otros van parafraseando entre las letras lugares de la teoría y la clínica psicoanalítica que en pleno acto de amor, en medio de las relaciones más íntimas, entre piel y carne, nos enseñan lo múltiple y casi al mismo tiempo la soledad desamparada de no conseguir tener de ninguna manera al otro semejante.

Sentimiento de otredad, donde recrea como fondo a la figura, al sujeto de la falta y sus fantasmas. Sin embargo, tanto los "habitantes de la novela" como sus fantasmas tienen la misma incorporeidad corpórea, su placer, su verdad, su goce.

Erotismo desenvuelto y ágil dibuja los contornos de una sexualidad que permite el goce de los personajes en la cama o en conversaciones rápidas y efectivas que pintan en certeras palabras maneras de hablar, maneras de gozar. Vidas, hechos de la vida que por interpretados, tienen existencia.

El tratamiento del erotismo, esconde detrás de una apariencia casi pornográfica, una concepción novedosa, psicoanalítica del sexo entre hombres y mujeres.

"Eramos ese verde alboroto
el temblor de la tierra que se espera
a la llegada del sexo del amor".

Es imposible asistir a la lectura de esta novela sin implicarnos, sin darnos cuenta, aunque sea por un instante, que la mirada sobre la vida de este autor, transforma nuestra propia manera de mirar.

La descripción hiperrealista de los encuentros amorosos, nos hará pensar a muchos en pornografía, error al que somos llevados quizás porque lo pornográfico se hizo cargo del erotismo, en este siglo en que sólo rescatamos a Henri Miller como acierto puntual del erotismo en la literatura.

Verdaderamente, la sensibilidad del poeta Menassa guía en su pluma al internarse en los vericuetos de la carne entre los intersticios del cuerpo.


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EL SEXO DEL AMOR Una novela de
Miguel Oscar Menassa

 La pulsión es un eco en nuestros cuerpos de la resonancia de un decir; encontrarse con ella, Poesía parece a veces una arriesgada competición con un rival extragaláctico y en ese saber desnudo que alumbra la cita, están los millonarios hallazgos del amor.

El poeta es materia prima de su sueño, donde es él el que se diluye y no el sueño.

En esta novela nadie va o viene, son encuentros y reencuentros.

Algunos largamente planeados, otros instantáneos, de gran intensidad, todos ellos. Por estas páginas se deslizan corrientes vitales y voltaicas, la piel y su silencio significante en medio de decires cotidianos que truncan y anudan la pasión para que ésta salga de su lugar mítico de eterna mudez.

"Existen intensas pasiones históricas que se realizan sobre el mismo cuerpo del sujeto. Pasiones grises que se viven con pesadumbre y dolor". Todo gran hombre debe llegar al cenit de la muerte. "Debe darse cuenta en cada movimiento que hubo otros, que habrá otros. Y no como esos boludos que vienen del aire y van al aire y de golpe son de carne sólo frente al dolor".

En abigarrado y organizado conjunto se articulan sobre el papel palabras que apuestan y dan cuenta de un sexo, de una carne que

transita en la mortalidad de una especie inteligente, capaz de hablar y decir sin gritos aullantes ni estertores de su banalidad y su grandeza.

Los escenarios se dividen y multiplican y a lo largo de esta lectura de EL SEXO DEL AMOR cambian de naturaleza y ya no son geografía, espacio, sino tiempo y devenir.

La fugacidad de los sonidos, la fugacidad del sexo entre amores recientes antiguos y hasta olvidados. "Tengo miedo de romper el cerco, salir de la concha de mi madre. Formar parte del mundo que no es otro que tu mundo".

Ni todo es escombro, ni todo soledad. Entre el sexo duro y la muerte, entre la estupidez y la locura, con el alma al compás de las frases; como en un tango, el más sensual, así se desliza la mirada lectora en toda le extensión de la novela. Algo nos reinventa la vida a través de ella Poesía y Psicoanálisis sin concesiones y cuya libertad de elegir conoce y sabe que no corresponde a la Poesía ni al Psicoanálisis hacerlas.

Ella teme morir ¿cómo no? y también desea. Aprender a amar, a reír y gozar, aprender a hablar y escuchar, poder con la creación ya que la historia sólo le ha otorgado la procreación como si fuera posible tener alma en la especie.

Si, en la mujer que no existe, algo nos ex-siste, y eso que nos da ex-sistencia es protagonista en las mujeres de la novela.

Ellas se ex-sisten, y atraviesan el lodazal de los celos para hacerse amar, en un más allá de los celos donde se encuentra con su goce. Extasis y gozo fugaz, incomparables.

También ellos, los hombres tienen en este nuevo texto de Menassa su lugar, tienen la edad de lo que hablan, existe el dinero como presencia en las relaciones entre ellos, entre ellos, siempre alguno paga, alguno recibe el dinero. Y esto se habla. También hablan de mujeres pero no de otros hombres. Las mujeres entre ellas hablan más de hombres o de amor y muchísimas veces de otras mujeres.

Amor y dinero parecen separados pero no lo están, ambos circulan por las venas de esta historia hecha de vidas diferentes que pueden sin embargo sumarse. Ambos circulan durante el tiempo de vida de estas vidas.

Romper los moldes, las cadenas sobre su propia voz, sin esperar nada. Poder amar. Eso pide ella. Él aclara, eso me tomará un trabajo, debe pagarse. Aunque me ame.

Los esquemas inmóviles del amor-sacrificio, del trueque amoroso familiar antes del intercambio social, vuelan hechos añicos en el aire, él se quedará sin su tiempo para que ella se tome un tiempo para decirle adiós a su madre. Él no ocupará el lugar protegido y secular de protector materno-paternal, un híbrido anticuado donde los hombres se han refugiado también para no pronunciar el adiós a su madre. Él es su psicoanalista y deberá ayudarla a transitar un desgarro feroz que no es el suyo. Desde allí el interpretará y una nueva historia será escrita. Rasgo sobre rasgo, instalado en la montaña del idioma, vemos al escritor Menassa en su esplendor actual. Generoso con el lector, la exquisita riqueza de lenguaje se nos despliega en imágenes oníricas y también hiperealistas que ocupan nuestro interés en acentos poco usados. Escritor hondamente marcado por su práctica ininterrumpida de la Poesía y del Psicoanálisis desde su más temprana juventud. A los cincuenta y ocho años nos entrega un relato que no pormenoriza aunque detalle, siguiendo un hilo invisible que vibra con su propio ritmo en el tiempo. Obra abierta y participante, quizás anticipada en alguno de los poemas más bellos del autor, esta nueva novela de Menassa atraviesa como pocas al alma lectora.

Entre el libro de cabecera y nuestra biblioteca más particular, protegiendo a los corazones más tumultuosos y amanerados, persistiendo entre los años y las edades, como la poesía, como el psicoanálisis, leemos una historia novedosa y buscada, en este libro, piel y carne: EL SEXO DEL AMOR.

María Chévez. Psicoanalista.
Madrid: 91 541 75 13

 

ESTE ESPACIO PERTENECE A LA

ASOCIACIÓN PABLO MENASSA DE LUCIA AULA DE POESÍA Y PSICOANÁLISIS

 

Soy lo que vuela
encadenadme y seré lo encadenado que vuela
matadme y seré lo encadenado, muerto, que vuela

LA ASOCIACIÓN PABLO MENASSA DE LUCIA.
AULA DE POESÍA Y PSICOANÁLISIS

Surgió al piel del verso que escribe su padre, el poeta Miguel Oscar Menassa, en su libro "Amores Perdidos", aludiendo a esta dolorosa desaparición:

Un hombre muere apenas si otro hombre lo nombra.

Esta Institución surge conjuntamente con la publicación del libro póstumo del joven poeta, presentado en el salón cultural del Museo de Arte Reina Sofía, el 3 de noviembre de 1998, donde se anuncia y compromete, delante de un numeroso público, a promover y difundir el psicoanálisis y la poesía.

Su modo de financiación es a través del aporte mensual de sus socios fundadores (50.000 pts. para Europa y 300 $ para América), socios colaboradores (10.000 pts. para Europa y 50 $ para América) y socios simples (entre 1.000 y 9.000 pts. para Europa y de 10 a 49 $ para América).

Esto nos ha permitido instaurar anualmente los PREMIOS PABLO MENASSA DE LUCIA, en sus dos modalidades de Poesía y Psicoanálisis. Dotados con un primer premio de 150.000 pts y la publicación de 1.000 ejemplares en Madrid y 1.000 ejemplares en Buenos Aires, y dos accesit cuyo premio será la publicación del libro.

Esta columna de la Asociación, está destinada también a cumplir con sus fines de divulgación, ya que, a partir del establecimiento de los premios, que se dictaminarán por primera vez el 3 de noviembre de 1999, publicará mensualmente fragmentos de las obras premiadas y servirá, también, para anunciar otras actividades culturales que el Aula se propone realizar.

Se invita a los escritores de poesía y psicoanálisis a participar en el concurso. Para ello deben entregar 3 ejemplares de su obra firmada con seudónimo y en un sobre aparte (plica) los datos identificados del autor, antes de 31 de julio de cada año.

Invitamos también a asociarse, con el aliciente de que se está hablando con el departamento de Clínica Psicoanalítica de la Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero, para que los socios del Aula gocen de un descuento de hasta el 50% en los costes de sus terapias (hasta un máximo de 16 sesiones). Con la Escuela de Poesía para que puedan tener descuentos en los costes de los libros publicados por los talleres, y con el Departamento de Formación Psicoanalítica, para que disfruten de precios especiales (becas de hasta el 50% por un año) en los seminarios Sigmund Freud y Jacques Lacan que se imparten en la Escuela.

En esta columna les anunciaremos el resultado de los premios y el lugar y fecha de su entrega. Por supuesto, queridos lectores, esperamos que nos acompañéis en el acto y que os suméis a nuestra propuesta.

El Sexo del Amor

Presentación
Viernes 20 de Agosto de 1999
a las 21,00 hs.
en la sede del Grupo Cero
C/ Maipú 459, 1.º Piso
Tel./Fax: 43 28 06 14 / 43 28 07 10
BUENOS AIRES

CHARLAS

COLOQUIO

CON

MIGUEL OSCAR

MENASSA

a sólo $5 / 500 pts.

Dos temas fundamentales en el campo
psicoanalítico: Transmisión y Transferencia.
Formar en psicoanálisis es transmitir y transmitir
sólo es posible en el marco de la transferencia
analítica, ya que transmitir no es educar.

EN SU LIBRERÍA

EDITORIAL GRUPO CERO


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