ÍNDICE EXTENSIÓN UNIVERSITARIA Nº29 |
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EL SEXO DEL AMOR una novela de Miguel Oscar Menassa | |||||
La novela de Miguel Oscar Menassa esta noche me mira, diría parafraseando a Paul Klee, a la vez que me solicita una mirada particular, un modo de rasgar el tiempo y los objetos, sin desfallecer con ellos. Quizá, «tal vez» (esa lógica que anuncia el relato desde el comienzo), es lo que jamás pudo ser. Y lo que jamás podrá ser es la creencia en que las cosas son como las vemos, las escenas como las leemos o que las situaciones tengan en sí mismas las formas de su interpretación. Lo anterior son, apenas, condiciones para incitar la lectura. Pero ella transcurre en otras dimensiones temporales y espaciales, siendo una continua desmentida de la percepción y el mito priápico, al que retorna sin cesar para generar un doble movimiento. Por un lado, realizar un hecho como si fuera percibido («Clotilde lo chupó hasta secarlo») o evidenciar un recurso al priapismo («Mi pija toma proporciones descomunales»). Por otro, desrealizarlo en el mismo acto de enunciación, rompiendo la evidencia, imposibilitándola; «cómo decirle a Zara, a Josefina, a Clotilde que las cosas que escribimos no las podremos vivir». Un toque de espadachín para el lector, una estocada precisa al corazón de sus certezas. ¿Cómo decir? ¿cómo decirla a esa grieta dibujada entre la escritura y la vida? Obviamente las respuestas quedarán flotando en las pupilas del lector. Es, también, su tarea. Antes de entrar en algunas de las convicciones que fueron guiando mi lectura, me agradaría subrayar dos que ya descansan a mis espaldas. La primera toca a los «géneros». En ningún instante sentí la necesidad de incluir la novela en este o aquel género, sea el del «erotismo», el de la «pornografía» o el de la «didascalia sexual», es decir, no me acució la urgencia defensiva por generalizarla, ni la de resguardarla genéricamente en los archivos de la moral civil o el gusto que, como todos sabemos desde Baltasar Gracián, es siempre «buen gusto». Me dejé golpear sin piedad por palabras de canto rodado, pétreas, contundentes, pero, también, por términos yodados y suaves como un amanecer marino. No encontré un equilibrio «justo», sino justo un equilibrio. Ninguna «buena» o «mala» palabra; sabiendo de antemano que «buena» es aquella que ignora su posición en el discurso, y «mala» aquella a la que le sobra una intención y le falta un concepto. Por eso justo un equilibrio que, como todo equilibrio, se balancea indefinidamente en el trapecio del lenguaje. Con esto quiero decir, me digo, no se trata de tal o cual «género», sino de ese tercero que los constituye: la escritura. Pues resulta claro que los hechos de la novela no son «estados de cosas», sino acontecimientos escriturales, autorreferentes, conducidos por el ritmo de su composición, sensibles al modo de su disposición, polifónicos. Ahí, pienso, es necesario escucharlos, más todavía, saborearlos en sus simulacros de realidades cotidianas. Por otra parte el tiempo espacializado y espacio temporalizado son la doble faz de la repetición en psicoanálisis y el del tránsito ininterrumpido entre dos ciudades, entre dos mujeres, entre dos verdades, ninguna de las cuales puede decirse de una vez, ni por entero, sino a medias, balbuceándolas, padeciéndolas, «en Buenos Aires aprendí a amar. En Madrid aprendí a vivir y nunca supe cuál de las dos ciudades me había hecho más daño». Pero también se arriman, se arrinconan dos verbos, dos complejos procesos. Garchar, usado enfáticamente, evoca una grampa, un embone casi perfecto de un cuerpo sobre otro, una cierta violencia en el coito que acerca un rumor del goce. Buenos Aires, amasando el amor con el espanto. Follar, enredarse en la maraña de las faldas, librarse al follaje, intensificar el bosque de los afectos, enrollarse con el otro como un folio. Madrid, diluyendo aquel «franco» horror, cálida, regando la meseta de edificios y olivos. Es obvio que los verbos no son los de las etimologías (asunto de la lingüística), sino los que activaron mi lectura de la novela. |
Señalé muchos entre dos, pero se entiende que el dos no se refiere a ningún número conocido (entero, fragmentario, racional, etc.). Es un dos supernumerario, en palabras del autor, es el que «enseñan las matemáticas de la muerte». Un dos supernumerario y la lógica del entre (mujeres, ciudades, exilios, etc.) dominan, protocolizan,la novela, la tornan paradojal, renuente a las aprehensiones directas y a la vida microfascista que nos envuelve juiciosamente, es decir, reduciéndola en la miseria de un juicio unilateral. Ahora, tres leves convicciones que dormitan en la misma novela. Apelo a ellas en términos de vértigos constitutivos, no de ocurrentes ocurrencias. MOEBIANA Echar mano a la «cinta de Möebius» parece un recurso gastado, el aditamento de un tick al guiño habitual cuando se habla de esa imagen topológica. A menudo se dice que no tiene ni adentro ni afuera. Cierto, el adentro y el afuera no pueden «tenerse». Como en la doble cinta, la novela es indiscernible de ese correteo imparable, simultáneo e infinito, adentroafueradentroafueradentro... ¿Qué se observa hasta el capítulo veintisiete? Lo que no puede verse, la recóndita y silenciosa «repetición» va tensando la piel, los órganos eréctiles y cavernosos, los territorios anorgánicos y las situaciones orgásmicas, el clima cultural y las conexiones interpersonales, los viajes y las residencias, etc., para dislocar —como a las verdades compactas— al imposible «sexo del amor». ¿Qué pasa en ese doblez que efectúa el capítulo mencionado? El dedo índice que utilizo para doblar la página ciento treinta y tres, comienza a deslizarse imperceptiblemente, ya no encaja en ningún lado, el desfasaje es total. Y me invade un azoramiento que registro mucho más tarde. Estoy hundiéndome en el adentro abismal de la cinta para volverme, afanosamente, sobre las ciento treinta y pico páginas pasadas, impulsado por la sorda «repetición», emergiendo, circulando, ahora, por los caminos de la interpretación. Entonces, la novela se me torna un paraje conocido, inquietante y atrayente. Puedo entrar porque podría salir; pudiera salir porque «tal vez» pude entrar. Es en esos laberintos de la interpretación que atisbo la marcha del relato, donde nada era lo que se suponía y lo que se suponía era nada. Así lo induce el estribillo adversativo que se puede armar al leer las páginas 139 y 140, «pero yo no me la garcho», «pero yo no me la garcho», «pero yo no me la garcho». Una cantilena que desmiente lo que podríamos asegurar haber leído y comprendido literalmente. REITERABILIDAD La redundancia de escenas de alto impacto visual, de imágenes desnudas, casi pendientes de un tiempo huérfano, son capitales para que la «repetición» sea albergada en la reiterabilidad de un estilo (la novela tiene varios), donde el «yo digo» tajante, confesional o reflexivo, está siempre contrapesado por un «nosotros replicamos» coral y divergente. ¿Qué quiero decir con esto? «Tal vez» que la sorda «repetición» se hace sonora y diferencial, ya que el término «itara» que arraiga en la re-iteración de las situaciones indica, en el lenguaje, la repetición de lo mismo y, conjuntamente la diferencia que las atraviesa. La advertencia pronominal «yo no me la garcho» deja, en este momento, de ser la línea de un cántico para convertirse en una frase paradojal más de la lógica, tan «ilógica», de esta novela. Es otro de los motivos que me llevó a distanciarla de algún «género» conocido, puesto que su escritura —según mi perspectiva— hace |
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indecidibles,
deshilacha por dentro y
por fuera a los distintos LA PARADOJA Y EL VELO DEL NOMBRE PROPIO «Nuestra relación es una eterna paradoja» se anuncia, o sea, se afirman simultáneamente dos sentidos contradictorios. Dos negociaciones en juego. De nuevo el dos supernumerario hace temblar la lógica clásica, la concepción tradicional del amor y la metáfora geométrica —el triángulo— que aquella propició, ya que un vértice de la figura permanece roto, haciendo escapar las pasiones de cualquier representación definida, definitiva. Tanto una mujer, como un nombre propio, siempre son un dos que no cierra en ningún lado, es decir, una relación paradojal que se eslabona en una cadena de sustituciones imparables. ¿Quién habla? ¿quién actúa? ¿algo es lo que parece o es su identidad plena lo que desaparece? y demás interrogantes surgen al correr la lectura. Las respuestas tienen un carácter similar al de las preguntas. La paradoja las transforma incesantemente, produciendo cambios imprevisibles e indecidibles. El Máster, el Turco, el Profesor, Menassa, intercambian sus máscaras desde el lado hueco de la «concha» (nombre común y nombre propio), de la vida, desde la no completud. Ellos — ¿quiénes?— piensan que tienen que «dejar de hacer lo que no hacen». Después él —¿quién?— que se «garchó» a una multitud de mujeres declara: «yo nunca me garcho a una mujer». Se hace lo que no se hace y no se hace lo que se hace. Todos hablan «entre», todos, no siendo decidible de quién es la voz en particular. Las drogas mencionadas, desde la marihuana hasta la cocaína (expresamente censurada), «no son drogas de verdad, son amores...». Nombrarse, apelarse y apellidarse con un nombre como si fuera propio, propiedad irresignable, es una vestimenta que la novela convierte en harapos. «La semana pasada me sorprendí varias veces disfrazada de Zara, Josefina, Clotilde, incluso, de Ella». Es indudable que «disfrazar» a un pronombre personal resulta tan paradojal e imposible como atrapar «el sexo del amor» o designarlo «como si de eso se tratara». Porque, ahora sí, Menassa, poeta, psicoanalista, novelista, corriendo incansablemente por la cinta sabe, es sabido, como ocurre desde Epicuro a Marx, Freud, Nietzsche, Lacan, Artaud, Mallarmé, hasta Heidegger, Klossovski, Wittgenstein, y otros, que hablamos de lo que no vemos y no vemos de qué hablamos. De ahí este testimonio ante una poética tierna, muy tierna, genuino habitante de sus más desocultas crudezas. Juan
Carlos De Brasi. Filósofo-Psicoanalista
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Como
profesores somos, como profesores defendemos una manera
de enseñar-aprender de manera natural, es decir, tal y como
lo hemos aprendido en nuestra familia. Desgraciadamente, la
frase de que cada maestrillo tiene su librillo es muy común, es decir,
es muy individual, familiar. Enseñamos como hemos aprendido y
eso no es malo, sencillamente, nos perdemos la realidad multicolor
de los sujetos psíquicos, hablantes, hambrientos de muchas cosas. Una
única manera, aunque sea de enseñar, dejafuera al alumno que somos
cada uno de nosotros, por aburrimiento Un educador familiarizado con temas referentes al complejo de Edipo, el narcisismo, las disposiciones perversas o asociales del niño, el erotismo anal o la curiosidad sexual, no correrá el peligro de exagerar la importancia de esos impulsos asociales que sin duda alguna todos los niños muestran o esconden. La represión entendida como el acto exterior que refrena o contiene algo, no produce nunca en los niños la desaparición ni el vencimiento de sus impulsos sexuales o agresivos, y sí por el contrario puede iniciar una tendencia a posteriores trastornos neuróticos. Y no se trata de eliminar la severidad, se trata de saber que una educación inadecuadamente severa tiene consecuencias en la producción de enfermedades nerviosas o de saber qué pérdidas de la capacidad de rendimiento y de goce tiene la normalidad exigida. Nuestras mejores virtudes, nos dice Freud, han nacido, en calidad de reacciones y sublimaciones, sobre el terreno de las peores disposiciones. La educación debería guardarse cuidadosamente de cegar estas preciosas fuentes de energía y limitarse a impulsar aquellos procesos por medio de los cuales son dirigidas tales energías por los caminos de la producción. Pero recorrer los caminos de la producción exige que haya un adulto, un profesor, que renunciando a ofrecerse como modelo, permita que su lugar lo sea. Muy a pesar de las concepciones modernas que responsabilizan al profesor como animador o motivador del proceso de aprendizaje del alumno, para el psicoanálisis el profesor debe ser el animador o motivador de su propio proceso de aprendizaje y así permitirá que el alumno desee lo que el profesor desee: por ejemplo aprender, leer, escribir. La pedagogía se pierde, con muy buena intención, en la tecnología de la educación, pero el psicoanálisis nos alerta de que sólo sujetados a un discurso, a la ciencia, podemos permitirnos un grado de libertad: el que nos permita el discurso, la ciencia. Entonces, cuando todo está permitido es como cuando todo está prohibido: sin límites. La teoría del inconsciente puede ser el límite que organice la producción en la pedagogía, en el proceso de aprendizaje. Cristina Barandiarán. Psicoanalista Madrid: 91 308 68 36 Estudios realizados en Estados Unidos sobre una muestra de pacientes, y publicados en una prestigiosa revista especializada, confirman que la aparición de cáncer en aquellos pacientes con una enfermedad depresiva de base, alcanzó el alto índice del 88%, demostrando así que la depresión afecta el sistema inmunológico, debilitándolo, «deprimiéndolo». No es casual el uso de esta palabra para definir la disminución de la actividad del sistema dedicado a la defensa del organismo. En el estudio de las enfermedades psicosomáticas, entre ellas el cáncer, observamos en la clínica, que los pacientes afectados presentan una tendencia melancólica importante. Si el sujeto está deprimido, el deseo de vivir, o pulsión de vida, pierde su fuerza ante el deseo cada vez más importante de morir, pulsión de muerte o de destrucción. Lo particular del cáncer, es que una célula o grupo de células dañadas en su material genético determinan un patrón anormal de crecimiento y reproducción. Existe un mecanismo por el cual, cuando una célula padece una alteración irreparable, se «suicida», |
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EXTENSIÓN UNIVERSITARIA: LA REVISTA DE PSICOANÁLISIS DE MAYOR TIRADA DEL MUNDO |
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antes de volverse peligrosa. Este mecanismo llamado «apoptosis», no funciona en las células llamadas cancerosas. Como ella no muere, propicia su crecimiento y la de sus descendientes, creciendo y propagándose de manera descontrolada, invadiendo lo que encuentra a su paso, tejidos, órganos. Entonces, en este punto aparece la pregunta que pone en cuestión si el crecimiento de un tumor, su carácter invasivo, obedece a una falla en la vigilancia del sistema inmunológico del paciente. La fijación a la posición melancólica en el enfermo canceroso lo sitúa en un borde entre la vida y la muerte, amenaza de muerte anticipada que, en vez de jugarse en el acto suicida, como lo hace el melancólico, se juega a nivel biológico, bajo un mecanismo de autodestrucción cuyo fin es el mismo: acabar con la vida. Un cuerpo invasor en el propio cuerpo, aceptado por el sistema destinado a la defensa. Un enemigo íntimo. Sentencia de muerte anunciada, que pone de manifiesto una falta de simbolización de la condición mortal del hombre. Alejandra
Madormo. Psicoanalista «... y yo no sé buscarte acaso porque no aprendí a perderte.» Olga Orozco. Cerrar la boca y no recibir nada del mundo o provocar el vómito y sacar aquello que no tolero en el cuerpo; dos extremos entre los que se debate el sujeto sin saber por qué ha cedido su cuerpo a la enfermedad misma, transformándose en objeto. Sufre y deposita su particular forma de gozar en ese cuerpo cuyo mapa está alterado. «Soy anoréxica» o «Soy bulímica», así se presenta; ha tomado su ser, discurso detenido prevalece el acto y la repetición del acto. En estas patologías hay serios trastornos de las conductas alimentarias. Hay una oscilación permanente entre vida-muerte (lleno-vacío). Un cuadro melancólico o depresivo está siempre presente como enfermedad de base. Es
una enfermedad grave. En Psicoanálisis hablamos del cuerpo pulsional, no del cuerpo biológico. La relación con la madre está signada por el lugar que este hijo ocupa en su deseo. La madre no desvía la mirada, se convierte en real ya que trata de «taponar» con el hijo su propia falta. Al comienzo de la vida la madre es omnipotente para el niño, que nace en extremo estado de indefensión, lo salva de la muerte, él le adjudicará esta totipotencia. En este primer encuentro con la madre hay un anonadamiento del niño, dice Lacan, un primer desencuentro que se hará visible en el bebé en forma de rechazo a la comida. Escuchamos con frecuencia que a la «anoréxica» le falta algo (Ej: cuidados, cariño, etc.). El Psicoanálisis nos dice otra cosa: no les falta, les sobra «la inmortalidad». Desde nuestro nacimiento estamos inmersos en el mundo del lenguaje. Nuestro cuerpo es un cuerpo marcado por el significante. Lacan dice que el lenguaje mortifica la carne. Menassa nos dice que la verdadera enfermedad para el sujeto es que habla. En los sujetos que presentan estas patologías la función de pérdida, de corte aún no ha operado, están alineados en el Otro. Hay un cuerpo recortado por la pulsión, no por el significante. Están en el circuito de la necesidad, no del deseo. Esta madre que no desvía la mirada no permite el pasaje a otro objeto ya que ella misma no es un sujeto deseante, no operó la castración y este hijo queda atrapado ocupando el lugar del falo, tapando la falta de la madre. Hay un deseo de voracidad que el niño quisiera satisfacer, pero no puede. Hay un padre impotente que no permitió que se operara la función del corte entre este niño y su madre. No se instituyó la ley. Es necesario un cierto grado de imposibilidad, de límite para que se abra el abanico de lo posible. Estos pacientes tienen una sexualidad «rudimentaria» decía Freud, es decir, que se van borrando los caracteres sexuales secundarios, parece haber una relación entre la disminución del peso y de la libido. Hay un borde entre la vida y la muerte decíamos. El tratamiento psicoanalítico consistirá en recuperar ese cuerpo para el lenguaje. Habrá que construir en el análisis que entre la paciente y su madre hay otra instancia, una tercera que abre a los enigmas. Única salida posible para estos casos. Ángela
Cascini. Psicoanalista |
ACERCA DE LAS CONDICIONES CONSTITUTIVAS Vamos a plantear y desarrollar este tema a partir de como aparece reseñado en el Libro 11 del Seminario de Jacques Lacan sobre LOS CUATRO CONCEPTOS FUNDAMENTALES DEL PSICOANÁLISIS, donde aparecen tres tesis: La primera de estas tesis se enuncia como sigue: EL INCONSCIENTE ES PREONTOLÓGICO, NO SE PRESTA A LA ONTOLOGÍA. Siendo lo ontológico la cuestión del ser, la pregunta por el ser en una determinada filosofía. El inconsciente se manifiesta siempre como lo que vacila en un corte del sujeto. Todo lo que se explaya en el inconsciente se difunde —como dice Freud a propósito del sueño— en torno a un punto central, se trata siempre del sujeto en tanto que indeterminado. El inconsciente es el sujeto alienado en su historia, situado en una sincronía, en el plano de un ser, sólo si éste puede recaer sobre el plano del sujeto de la enunciación, en la medida que según las frases y los modos, éste — representado por un significante— se pierde, tanto como se vuelve a encontrar, dividido por el goce. Siempre es él quien le afirma a uno —en una interjección, en un imperativo, en una invocación y hasta en un desfallecimiento— su enigma, siempre es él quien lo lleva a uno a su asunto. El orden del inconsciente no es ni ser ni no-ser, es no-realizado. El inconsciente es la suma de los efectos de la palabra sobre un sujeto, efectos tan radicalmente primarios que el status del sujeto está propiamente determinado por ellos, por los efectos del significante. El término sujeto no designa el sustrato viviente necesario para el fenómeno subjetivo, ni sustancia de ninguna especie, ni un ser de conocimiento, ni el logos encarnado en alguna parte, sino el sujeto cartesiano que aparece en el momento en que la duda se reconoce como certeza, sólo que con la manera en que el psicoanálisis aborda ese sujeto, sus fundamentos aparecen mucho más amplios y más sumisos en cuanto a la certeza que yerra y esto es el inconsciente. Hay en él un saber que no habrá de completarse ni de clausurarse. La diferencia que asegura al campo freudiano su subsistencia es la de ser un campo que, por su propia definición, se pierde. La presencia del psicoanalista es, en este punto, irreductible, por ser testigo de esa pérdida. Es por eso que la presencia del psicoanalista debe incluirse en el concepto de inconsciente. La presencia del analista hay que considerarla no como presente, sino como condición de escucha que haga posible toda presentación. Presencia, entonces, en la transferencia del paciente y presencia del analista en su transferencia, abolición del como si a la hora de procesar la transferencia. Mantenimiento, en cambio, de una posición conflictiva necesaria para la existencia misma del análisis. Lo óntico en la función del inconsciente es la ranura por donde ese algo, cuya aventura en nuestro campo parece tan corta, sale a la luz un instante, sólo un instante, porque el segundo tiempo, que es de cierre, da a esta captación un aspecto evanescente. Antes mencionamos al sujeto cartesiano, punto de aparición de la noción de sujeto en la historia del pensamiento. Veamos en qué ambas maneras de proceder, la de Descartes y la de Freud, se acercan y convergen. Descartes nos dice: Estoy seguro, porque dudo, de que pienso y por pensar, soy. De una manera análoga, Freud, cuando duda — dado que se trata de sus sueños y, al comienzo es él quien duda— está seguro por eso de que en ese lugar hay un pensamiento que es inconsciente, que se revela como ausente. A ese lugar convoca, en cuanto trata con otros, el yo pienso en el cual se va a mostrar el sujeto. Es decir, ese pensamiento está allí por sí solo con todo su yo soy, por así decir, por poco que alguien, y este es el salto, piense en su lugar. La disimetría entre Freud y Descartes no está en el inicio de la fundamentación sobre la certeza del sujeto, sino en que Freud afirma la certeza de un sujeto que está como en su casa en el campo del inconsciente, un sujeto que él identifica con lo que el sistema significante subvierte originariamente. Tampoco podemos ir a buscar al ser en las llamadas estructuras clínicas, a saber, neurosis, perversión y psicosis ya que ellas carecen de toda sustancia y no son más que imaginarizaciones del eje mínimo que se plantea a-a’ que es el eje imaginario sobre el que se teje la relación especular del sujeto con el otro. Así las estructuras clínicas serían vías de transgresión de la ley de castración. Para no aceptar que provengo de las vergüenzas del sexo y acudo por el rodeo más largo —la vida— al llamado de la muerte, me enfermo de las enfermedades psíquicas. No ser enfermo psíquico representa ser enfermo de ser humano, deseante, mortal, gozante, de hablar, de estar determinado por el Otro, siempre por el Otro. No tengo muchas posibilidades de elección, o me encadeno a los otros hombres o quedo aprisionado en una enfermedad.
Emilio González Martínez. Psicoanalista
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Freud plantea que los hombres están inmersos en la relación con el otro, en la necesidad de ser y seguir siendo amados, mientras que las mujeres están inmersas en la relación con el otro imaginario, en la necesidad de amar, para seguir amándose a sí misma. Todo amor es de transferencia. Ésta cuestiona al amor, al mismo tiempo que nos lo revela, lo introduce en su dimensión esencial, en su ambivalencia, (el amor y el no-amor). Que haya un tiempo donde no se trate de mí, un tiempo donde otro se encuentre con Otro y yo sea su fantasma, será en todos los casos jugada del propio psicoanálisis. El amor tiene que ver con Dios por su carácter mágico, por su carácter de no saber qué pasa en el amor, entonces es amor a Dios, se tratará de la relación con ese Ser divino que tiene que ver con la representación de «a». Un algo nuevo entra dentro del hombre y él no tiene más situación que la de recibirlo. «No temas al lobo feroz cerca del cuidador del bosque». No estaría mal olvidarse de todas las fotografías familiares en alguno de los viajes. Ir naciendo de a poco nuevamente. El amor se dirige al Otro y espera de él su respuesta, mientras el deseo es incondicional, se abre sobre la falla que aporta la necesidad por no tener satisfacción universal, margen de la angustia. El amor es el significante que falta en el significante. Un Uno en más en el universo del discurso. El Uno sólo depende de la esencia del significante y el Otro es el Uno en menos. AMOR — relación con el Otro. DESEO — relación con el otro. Dice Freud: «Se ama con la líbido», por eso que ahí donde ponemos nuestra líbido, eso pasa a ser de nuestro interés. La estructura que mantiene el vínculo y también lo que cohesiona es siempre lo mismo, la estructura libidinal. Freud al producir la noción de líbido, subvierte la noción de sugestión y determina que es por el amor, por miedo a perder el amor de los otros que el hombre llega a cierta renuncia de sus propios deseos personales y su realización inmediata, siendo de esta manera el amor el medio por el cual el ser humano entra en la cultura. Freud nos habla con la misma intención e importancia en tres formas de enlace afectivo con el «otro», o tres modos de identificación (tomada ésta como una categoría estructurante) que producen transformaciones tales en el sujeto que constituyen en él, lugares claves de su estructura: a)
ideal del yo Identificación no es una simple imitación, sino una apropiación basada en la presunción de una etiología común, expresa un «como si» y se refiere a un elemento que existe en el inconsciente. Este elemento común es un FANTASMA. El ideal del yo tiene que ver con una exigencia de perfección. La resistencia aumenta cuando nos acercamos al núcleo patógeno, por lo tanto, este núcleo patógeno, habrá que pensarlo en términos de fantasma. El fantasma no es especularizable, no es integrable a la unidad yoica. Freud dice que la máxima tensión entre el yo y el ideal, conduce a la melancolía, mientras que la minimización de la distancia, conduce a la manía. El fantasma es Uno. Para ubicarlo hay que distinguir el afecto dominante en un fantasma. La tensión psíquica inconsciente se descarga a través del fantasma. En el fantasma el sujeto es el objeto. El sujeto trata de responder a la demanda del Otro, es decir trata de recuperar trozos de goce. Existe por una parte la posición del sujeto y la causa del deseo (es decir el fantasma) y existe por otra parte lo que se puede recuperar del goce a nivel de los objetos de la pulsión. Son estos trozos de Real que van a interesar al «ello». El «ello» está constituido con la pulsión y con el fantasma, que son diferentes al significante. El fantasma no sólo se expresa con palabras en la clínica, sino con movimientos corporales. El «ello» es enunciado con la noción de represión primordial u originaria, mientras que el inconsciente soporta los efectos de la represión secundaria, es decir de la represión propiamente dicha. El «ello», lo real, es lo que no tiene nombre y es producido por las palabras, el ello es una cosa que resiste al nombramiento, al significante. Lo real es un efecto del significante. El primer Real inaccesible es el sujeto mismo. El sujeto que es ante todo rechazado en lo Real y es eso que constituye la represión primaria o primordial. Es en el lugar de lo «insabido» (non su) el lugar reservado donde el fantasma se construye. El primer real está vinculado a la posición del objeto en relación a lo que nombra. Lucía
Serrano. Psicoanalista |
La inauguración del Departamento de Investigación de las neurosis, en la Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero de Buenos Aires me llevó a ciertos pensamientos, por ejemplo, que existe un gran número de personas que aún no saben acerca de la importancia que tiene la palabra para la salud del sujeto, sea éste hombre, mujer, niño, etc., y que los psicoanalistas se ocupan de llevar a cabo, junto con el paciente, el trabajo donde las palabras tienen efecto sobre el sujeto. Hay líneas que comienzan a entreverse a lo largo del estudio de esta estructura freudiana: NEUROSIS. Nos fuimos a los comienzos donde Freud plantea que la coincidencia entre sus investigaciones y la creación poética fue utilizada por él para demostrar la exactitud del análisis de los sueños. Antes que Freud, Aristóteles, sostuvo que el que mejor haga el análisis de los sueños será el que vea las analogías. Las Imágenes oníricas, según él, son como reflejos en el agua, desfiguradas por el movimiento. La importancia de interpretar los sueños surgió en el curso mismo del tratamiento psicoanalítico, cuando Freud les pedía a sus pacientes que digan todo lo que se les ocurriera y ellos contaban sus sueños. Se preguntó Freud ¿acaso son sueños como síntomas? La disposición a decir todo cuanto se le ocurra renunciando a criticarse o inhibirse, es también la condición de la producción poética. Aquí Freud mismo nos trae a su poeta de cabecera y Schiller nos dice: «En los cerebros creadores sospecho que la razón ha retirado su vigilancia de las puertas de entrada de la conciencia». El método psicoanalítico sería entonces, la manera de apropiarse de la realidad psíquica del sujeto. Método determinado por una trilogía operante: represión, transferencia, pulsión. De este modo queda claro que el inconsciente nunca acontecerá en la consciencia. La única manera de entrar en contacto con él es la interpretación psicoanalítica, pues todo lo que asocia el paciente no es inconsciente, sino que el inconsciente adviene con la interpretación. «El inconsciente se muestra siempre, hay que ir a ver». Todos los seres humanos tienen inconsciente, por lo tanto, todos los seres humanos tienen deseos sexuales, infantiles, reprimidos, que son la causa de todas las enfermedades. Es necesario perder las inhibiciones que se tienen al hablar, críticas de uno mismo a las cosas que dice, que ejercen su poder desde la conciencia pues la conciencia es algo para lo cual el psicoanálisis no está preparado para poder leer, el psicoanálisis no puede leer lo que se reprime desde una moral, o para quedar bien con el psicoanalista, sino que lee lo que se reprime inconscientemente. Eso que se muestra, y es necesario ir a ver insiste en nosotros todos los días y bajo diferentes formas, el inconsciente nos pide la palabra y la salud es de aquél que se la otorga. Karina
Pueyo. Psicoanalista Cuando un otro pronuncia sus palabras aparecen en el que escucha las paradojas de esa percepción tan especial. Al entrar en su audiencia el sujeto entra en una situación de la que sólo sale cuando pone al otro semejante como portavoz de un discurso que no es de él ni de una intencionalidad mantenida en silencio. En la relación del sujeto con sus palabras a veces queda olvidado, enmascarado o reprimido el hecho acústico de que no pueda hablar sin oírse y por lo tanto dividirse. La armazón freudiana nos enseña una equivalencia de la función imaginaria del falo en los dos sexos, el complejo de castración como momento normativo para el sujeto de asumir su sexo, el mito del asesinato del padre como mito constituyente de toda historia singular y el efecto que lleva a la vida amorosa la instancia repetitiva del objeto inhallable, reencontrable en cuánto único. En el caso Schreber, Freud demuestra que la homosexualidad, supuesta determinante de la psicosis paranoica, está articulada en su proceso y esencialmente muestra con ello el modo de alteridad según el cual se produce la metamorfosis del sujeto, el lugar de su transferencia delirante. Sucede que no hay formaciones imaginarias específicas, determinantes por sí en la estructura o en un proceso. Lo que es determinante es lo que Freud descubre con el Inconsciente y que es inherente a él: la articulación simbólica con su referencia metódica al complejo edípico. Allí está la alteridad, la presencia de otro. Según Lacan: El deseo, el hastío, el enclaustramiento, la rebeldía, la oración, la vigilia, el pánico, etc., están ahí para darnos su referencia de OTRO SITIO, no como simples estados de ánimo, sino como principio permanente de formaciones colectivas fuera de las que no parece que la vida humana pueda mantenerse mucho tiempo. OTRO SITIO como lugar presente para todos y cerrado a cada uno donde Freud descubrió que, sin que se piense y sin que ninguno pueda pensar mejor que otro, ello piensa. Lo que allí tiene lugar está articulado como un discurso, cuyas leyes no son las mismas que las de nuestro pensamiento consciente y que se definen en los trozos privilegiados que de él nos llegan: sueños, lapsus, síntomas, chistes. La cuestión de su existencia recubre al sujeto, lo sostiene, lo invade, lo desgarra. |
Las tensiones, los suspensos, los fantasmas, con los que el Psicoanálisis se encuentra en su tarea nos lo demuestran. Los elementos del discurso particular donde esta cuestión, en el Otro se articula, donde esos fenómenos se ordenan en las figuras de cada discurso por lo que tienen de fijeza sus síntomas, por lo que son legibles e interpretables. Para el sujeto la cuestión es su existencia, no bajo la especie de la angustia, sino como pregunta articulada. Referente a su sexo y a su contingencia: ser hombre o ser mujer, por una parte; y por la otra podría no ser. Entre ambas se conjuga su misterio enlazado a su vez con los símbolos de la procreación y la muerte, signos también de la especie. Esta cuestión no es, al Inconsciente, inefable. Es un cuestionamiento anterior a todo análisis donde se articula en elementos significantes. Captados estos significantes en el punto más verosímil y menos verosímil. En el lugar de su existencia como sujeto, a partir de ese cuestionario va a extenderse a su relación extramundana con los objetos y con el orden en el mundo. El sujeto entra a la partida de los significantes ya que en cada jugada se presenta toda la historia que los otros significantes implican en la contemporaneidad del sujeto, el cual entra en juego utilizando las figuras imaginarias seleccionadas entre las innumerables del suceder psíquico. La pareja imaginaria del estadio del espejo es adecuada para proporcionar el triángulo imaginario, la base que la relación simbólica pueda de cierta manera recubrir. Es la hiancia que abre su prematuración, la que lo enajena a su imagen hasta su constitución donde la articulación con lo simbólico lo constituye en sujeto para la muerte. Lo que es redundante en el campo de los datos, de la información es lo que en la palabra hace resonancia. Lo que busco en mi pregunta es una respuesta de otro semejante, para hallarlo lo nombro de una manera que él pueda asumir o rechazar para responder. Me identifico en el Lenguaje pero solamente para perderme en él, pues lo que se realiza de mi historia no es lo que fue, sino lo que habré sido. Las palabras, estructurantes para el sujeto están también en las imágenes corporales. Desde los historiales clínicos de la Histeria anteriores a 1900 sabemos que el discurso en su conjunto puede convertirse en objeto de erotización siguiendo los desplazamientos en la imagen corporal determinados por la interpretación analítica. María
Chévez. Psicoanalista
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La Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero es una Institución que se dedica desde hace más de 28 años a la formación de psicoanalistas. Como todos los años abre su convocatoria al SEMINARIO SIGMUND FREUD a todos aquellos que deseen iniciar su formación como psicoanalistas y/o leer la obra de Freud de forma productiva. En su primer año, se ven los siguientes puntos: 1. Aportaciones a una teoría de la lectura. 2. La Interpretación de los Sueños. Más de 700 alumnos han pasado por esta Escuela de larga tradición en el campo psicoanalítico y en la atención clínica especializada. La obra de Freud como escritura, base material del psicoanálisis y la obra de Lacan como lectura productiva son los pivotes de este Seminario que apunta a que cada uno sea un sujeto de la lectura, de una lectura que lo produzca. Dirigida por el Doctor Miguel Oscar Menassa, la Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero es uno de los centros vivos del psicoanálisis contemporáneo, aquí, en esta ciudad de Madrid. Este Seminario, como todos los que se imparten en la Escuela está coordinado por psicoanalistas de cuidada formación. El modo de funcionamiento es: clase y grupo de trabajo sobre el tema. Está dirigida a médicos, psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales, filósofos, sociólogos, y aunque especializado, está también abierto a todos aquellos que, provenientes de otros campos o aún estudiantes, quieran introducirse en una ciencia tan interesante como es el psicoanálisis, presente en el mundo de la cultura, la salud, la educación, etc. El psicoanálisis es una herramienta o instrumento que puede emplearse en distintos campos, además de la salud mental. Por eso el énfasis en la formación de sus alumnos y en la elección de sus profesores y coordinadores. El próximo año se cumplen los 100 años de La Interpretación de los Sueños, el texto que escribió Sigmund Freud e inauguró el siglo. Una excelente oportunidad para volver sobre este texto, para todo aquél que quiera saber lo que pasó con la sexualidad en el siglo XX. Programa del primer año: A. APROXIMACIÓN A UNA TEORÍA DE LA LECTURA •
Concepto de ruptura. B. LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS •
Método de interpretación onírica. |
ESCUELA DE PSICOANÁLISIS Y POESÍA . GRUPO CERO |
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La Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero convoca a la lectura de la obra del psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981). Esta convocatoria obedece a la importancia de este autor, tanto por su intensa investigación en el campo psicoanalítico, como por las consecuencias que tuvieron lugar en ese campo gracias a sus aportes en la transmisión del psicoanálisis, en la formación de psicoanalistas. Freud constituyó un nombre propio en la historia del conocimiento al introducir un nuevo orden de determinación, la determinación inconsciente del discurso y por ello es el fundamento del discurso analítico, al que volvemos cada año. Lacan es un nombre propio en la historia del psicoanálisis, por combatir el amaneramiento de la praxis psicoanalítica, la esterilización del discurso freudiano. Por eso proponemos una vez más leerlo. Volver a sus textos como él indicara, volver a la obra escrita de Freud. Volver a los fundamentos, a los monumentos, no para hacer arqueología sino para seguir pensando en la dirección señalada por Freud y esto, hoy por hoy, no es posible sin una lectura productiva de la obra lacaniana. Lectura productiva quiere decir reconstruir en el procesamiento del material, los instrumentos con los que Lacan leyó, su modo de producción. Programa del primer año: 1) Jaques Lacan a) Situación histórica. Comentario
general de su obra. 2) El estadio del espejo como formador de función del yo (je), tal como se revela en la experiencia analítica. a) Un lactante frente al espejo: control
y júbilo. 3) Cuerpo, yo y sujeto a) De la psicología a la metapsicología.
4) Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente Freudiano. a) Sujeto de la ciencia. Verdad y saber.
sujeto del inconsciente. 5) La carta robada a) Cuento de Edgar Allan Poe.
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SEMINARIO
HEGEL, MARX, FUNDAMENTOS DEL PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO Un seminario es siempre un asunto seminal, un espacio donde se insemina y se intenta sembrar algo. Ese algo se induce lentamente, sin que ninguna de las partes intervinientes domine la materia por completo. Ella se despliega imperceptiblemente como una materia prima que los asistentes van modelando de acuerdo con sus modos de recepción y elaboración. Así, de manera insistente, se va perfilando un resultado, un producto inacabado que da paso a un proceso de formación permanente. Si deseáramos atribuir un objetivo al Seminario sobre Hegel Marx, Heidegger: hacer de la formación permanente un objetivo, trabajando dichos autores a través de sus textos, de lo que en ellos permanece inexplorado e impensado. Es de esa forma en que un texto se deja provocar, atravesar por otros, y posibilita una trama con un pensamiento inédito o un concepto todavía balbuceante. Es bajo esa modalidad que la operación de lectura, abierta y recurrente, lee constantemente lo no leído en aquello que ha sido insuficientemente leído. Y este mecanismo evita, rehuye, desautoriza las fáciles periodizaciones (antiguo, moderno, posmoderno, etc.) o las banales «superaciones» («tal o cual autor ya es obsoleto»). El seminario apunta a desarrollar, mediante el juego intertextual, lo ignorado en lo conocido, lo impensado en lo pensado, lo imprevisto en saberes aparentemente previsibles y previsores; y, finalmente, el cultivo —para seguir con la metáfora seminal— inconsciente que traza las diagonales de los fundamentos del pensamiento contemporáneo. ¿Por qué darles tal calificación a los aportes de Hegel, Marx, Heidegger? En primer lugar, porque por causas variadas sus lecturas han sufrido constantes interrupciones, sin que se pusieran de relieve los supuestos de tales lecturas y sus lemas de referencia: «el pensamiento de Hegel es un todo acabado y definido», «el pensamiento de Marx ha sido superado por la historia que tanto celebró», «Heidegger ya dijo todo lo que tenía que decir», y demás comodines. Esta forma de leer se cierra sobre los textos para declararlos «cerrados», dictaminando su desaparición para el interés general. Muchos de los embates «posmodernos» participan de esta especie de genocidio por omisión. En segundo término, porque todavía permanecemos en aquel horizonte abierto por la crítica radical que comenzó y recomenzó con los autores citados. Fueron ellos —junto con algunos más— quienes pusieron en perspectiva, para nosotros, tanto el pensamiento antiguo como el que nos aguarda desde el porvenir. Claro que ni uno ni otro está dado, sólo pueden ofrecernos aquellos rasgos —y ciertos secretos— que podamos y sepamos arrancarles, mediante una fecunda labor formativa, siempre en devenir, nunca clausurada en sus propias e irrelevantes certidumbres. Y, para redondear la idea del seminario, cabe destacar que, a la inversa de lo habitual, las líneas del programa, los ejes temáticos, ciertos puntos de inflexión y reflexión, etc., obtienen sus ligazones, búsquedas y redefiniciones, desde una fuerte resonancia, una marcada relación y un señalado intento de articulación con el campo psicoanalítico y sus diversas problemáticas. Desde él proviene un modo de pensar y escuchar que nos hace escuchar y pensar de otro modo sus ramificados fundamentos. Fundamentos que no lo preceden, al estilo de una sustancia que daría sentido a todas sus formulaciones, sino que se fundan y funden repetidamente con el pensamiento que inaugura la ciencia —tan peculiar— del inconsciente y las complejas prácticas que instaura. CUESTIONES
PREMILIMINARES •
La problemática
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ESCUELA DE PSICOANÁLISIS Y POESÍA . GRUPO CERO |
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La Escuela de Poesía abre sus puertas a todo aquel que tenga intenciones de viajar por las dimensiones más perdurables del lenguaje. Primer
Ciclo: FUNCIÓN POÉTICA E INTEPRETACIÓN Segundo
Ciclo: PRODUCCIÓN Y PUBLICACIÓN DE UNA Tercer Ciclo: PUBLICACIÓN DE UN POEMARIO PERSONAL, PRODUCIDO DURANTE LA EXPERIENCIA. Todas las actividades de la Escuela serán producidas en grupos. TRABAJOS PRÁCTICOS FUERA DEL TIEMPO GRUPAL 1.
Escribir una carta todas las semanas. CONOCER
LA OBRA DE UN POETA a)
Lo que me impresiona o fundamentación emocional. La lectura de poemas tiene que poder lograr cierta simultaneidad entre poetas de distintas escuelas o estilos y de diferentes épocas históricas. Ya que la poesía no padece de las miserias del tiempo cronológico y su valor está por fuera del valor de uso y lejos, muy lejos, del valor de cambio, ya que como sabemos, la Poesía, en su diferencia radical, no equivale a nada posible, su esfera de acción, el acontecimiento, no se puede usar, ni vender, pero sin embargo, y no es vano decirlo, ella sólo cobija en su seno a los grandes trabajadores. Devoradora y sangrienta sólo ama el tiempo del pequeño hombrecito que la escribe, que en esa renuncia de no ser sino la perpetuidad de la poesía, ella se abre grandiosa al universo y el ser del poeta, por un instante, es ese goce.
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Este seminario apunta a satisfacer una exigencia actual. Es la siguiente: recuperar el pensamiento y las realizaciones prácticas sobre los grupos. Recuperar sonará a hacer presente algo del pasado, evidenciarlo con la fuerza que ha tenido o la nueva potencia que podría lograr. Para otros oídos tendrá variadas connotaciones, aunque en el ámbito del seminario toma un sentido muy preciso. Recuperar no es retomar conceptos, acciones, teorizaciones o experiencias que han transcurrido en otros tiempos y, quizás, respondían a sus demandas. Por el contrario recuperar lo que se ha hecho, deshecho, construido, balbuceado o coherentemente formulado sobre la problemática grupal, será poner en perspectiva a la misma. Hacer coactual lo significativo del pasado para que un futuro diferente —en todos los planos— sea posible. Pero no se recupera cualquier cosa ni una totalidad acabada, sino los lapsus, olvidos, las grietas y logros que habitan en las propuestas más firmes, de indudable apariencia; así como lo no pensado y apartado por inespecífico de las concepciones grupales. Desde el comienzo de los años cincuenta hasta fines de los setenta asistimos a una eclosión de los asuntos grupales. De manera abrupta y casi correlativa de la globalización (reducción de los aparatos estatales, dispersión de los mercados, centralización de los registros financieros, exacerbación de la individualidad, etc.), las preocupaciones por los fenómenos colectivos, las dimensiones del "socius" los problemas que ya no puede resolver la sociedad civil y los que rondan a las variadas formas grupales, son absolutamente relegados —cuando no excluidos— de distintos campos profesionales y áreas disciplinarias que otrora los habían elevado hasta el rango de "objetos de estudio". Del todo proclamado a la nada realizada parece haber sido el itinerario fantasmático, insuficientemente historizado, que recorrió el espectro grupal y sus incontables peripecias. Sin embargo es imposible dejar de señalar una situación paradojal. Mientras la problemática de la grupalidad era, arbitraria y forzadamente, tirada por la borda o sustituida por lamentables improvisaciones de las disciplinas en que "naturalmente" habitaba, otros quehaceres (profesionales, comerciales, empresariales, artísticos, de servicio en sentido amplio, etc.) las acogían sin reservas ni prejuicios. Y, como valor agregado, les daban un valor, rentabilidad y credibilidad que los "años felices" no habían podido consolidar. Esta especie de semblanza, que no pretende ser un diagnóstico, aunque tenga el tono de un pronóstico demorado, indica que las condiciones están a la mano de quien sepa tomarlas, para traer y retraer —en la apertura de un nuevo compás histórico—, la problemática grupal y sus complejas realizaciones en su suelo nutricio. En ese volver a traer, en ese inédito "paso atrás", es donde anida la posibilidad de un salto inconsciente. Quizás, la impensada posibilidad de un re-nacimiento que el próximo milenio ya nos está exigiendo de manera persistente y silenciosa. (Quizás, en intentar responder a ese llamado resida gran parte del futuro "saber" sobre los grupos. Este, y no cualquier otro, parece ser el desafío). Programa: I. INTRODUCCIÓN A LA PROBLEMÁTICA GRUPAL •
Los grupos, su importancia actual. II. TRAMAS HISTORIALES DE LA GRUPABILIDAD •
Bocetos etimológicos y metafóricos. • Escuela Inglesa. Crítica y puesta en perspectiva. Variantes americanas. • Escuela Francesa. Limitaciones y aperturas. • Escuela Argentina. Acotaciones y evaluaciones actuales. III.
RELEVAMIENTO DE ALGUNOS DISPOSITIVOS IV.
LA INTERVENCIÓN GRUPAL PSICOANALÍTICA. V.
DESARROLLO DE LA FRASE INTERROGATIVA VI.
ESBOZO DE NUEVOS CONCEPTOS PARA ABOR-DAR |
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• SEMINARIO SIGMUND FREUD Modalidad Semanal Horario:
Lunes a las 19 h. Modalidad Mensual Horario:
Sábado, de 10 a 17 horas. • SEMINARIO JACQUES LACAN Horario:
Jueves a las 20,30 h. •
FUNDAMENTOS DEL Coordinador:
Miguel Oscar Menassa. • TALLERES DE POESÍA Horario:
Sábados a las 10.00 h. • SEMINARIO DE GRUPOS Coordinador:
Miguel Oscar Menassa.
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que marcará la originalidad del sentido de la emergencia del Inconsciente. Esta emergencia es un cifrado Significante. El proceso primario es un proceso de articulación de operaciones, y las operaciones fundamentales son las de metonimia y de metáfora del Significante o sea la condensación y el desplazamiento que se manifiestan cuando el Inconsciente está estructurado como lenguaje, lenguaje que precede a la palabra del sujeto singular. Hay una preeminencia del lenguaje como sistema de significantes. En el inicio el significante es un cero, un punto, vacío de significado. Aquí el significante es la marca carente de significado, y sólo es la articulación significante en la cadena, la que abre la posibilidad de que la emergencia sea interpretada, es decir tener un sentido significante. La lectura en el texto es una lectura de significados, es la diacronía parlante, dimensión consciente. Este relato consciente es equívoco, enigmático, mentiroso, hasta que se produce la brecha por donde algo pide realizarse. La apertura del Inconsciente con su manifestación, marca al significante con el fantasma de completud atravesado por el deseo, y es como un tenue manto que cubre loreal del deseo. Pero el deseo busca siempre manifestarse, insiste. El fantasma cubre la emergencia del deseo con todo el parloteo de la conciencia, y al mismo tiempo que lo cubre de alguna manera lo protege de la destrucción. Lo cubre pero no lo puede destruir porque el deseo es indestructible, el deseo es real. Está el Ello que sería la condición original de la posibilidad de los significantes en el proceso del análisis. Análisis que se le presentará a Freud como terminable o interminable, terminable en el orden de los significantes, de los efectos del Inconsciente en el discurso, e interminable en la dimensión del Ello. El sujeto está allí, donde Ello era, en lo real. Allí donde Ello estaba, Ich, el sujeto psíquico, debe advenir. Y para saber que se está allí, el método lo dice, hay que retomar la red de significantes, todas las asociaciones de palabras que llevan en el capítulo 7 de la Interpretación de los Sueños, a un sólo lugar, hasta el significante olvidado. En la carta 52 a Fliess, comenta Freud, el esquema óptico. Este modelo representa un cierto número de capas, permeables a algo análogo a la luz, cuya refracción cambiaría de capa en capa. Y ese no es un lugar espacial, sino que es un espectro espacial situado entre percepción y conciencia. Este espacio que los separa es el lugar donde está el Otro Inconsciente, donde se constituye el sujeto. Para que las huellas de percepción pasen a la memoria, es necesario en primer lugar que sean borradas de la percepción. Esas huellas que luego tomaron el nombre de significantes, tienen tiempo, deben constituirse en la simultaneidad en dos lugares diferentes del aparato. Y esto es la sincronía significante. Freud también designa otras capas, en las que las huellas se constituyen por analogías, funciones de contraste y de similitud, que más tarde encontraremos en la constitución de la metáfora, y que se introducen por una diacronía. Entonces vemos con claridad que en Freud no se trata en esa sincronía, de una red formada por asociaciones de azar y de contigüidad, sino que los significantes han podido constituirse en la simultaneidad, por una estructura muy definida que es la diacronía parlante, y que es la constituyente. Es en el hablar que la histérica va constituyendo su deseo. La diacronía está orientada por la estructura, esto quiere decir que la diacronía está sobredeterminada inconscientemente, no hay milagro, no hay casualidad sino que hay relación con la causa, en el propio centro de la estructura una brecha donde el deseo del Otro Inconsciente nos agujerea. Norma
Menassa. Psicoanalista |
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Escribe Freud, en las lecciones introductorias al psicoanálisis, que dedicó a los estudiantes de la Universidad de Viena, que cuando se medican los síntomas, por ejemplo, de las neurosis, se está prescindiendo de lo que denomina «forma aparente» y del contenido de los síntomas y destaca, que el psicoanálisis, dedica especial atención a ambos elementos y más aún, es la primera vez que se establece que todo síntoma neurótico, interpretado, en análisis, claro está, tiene un sentido y se halla estrechamente enlazado a la vida psíquica. Los síntomas, tienen —como los actos fallidos y los sueños— un sentido propio, una íntima relación con la vida de las personas en las que surgen. Aconseja Freud, para aquellos que quieran convencerse, de la verdad de dicha afirmación, que no tienen más que realizar por sí mismos, una cantidad suficiente de observaciones directas, por ejemplo, comenzando su psicoanálisis. La neurosis obsesiva y la histeria han sido, entre todas las formas de las neurosis, aquellas en que más se ha trabajado en psicoanálisis, en un principio. Especialmente, la primera de dichas formas, que no conlleva en general, aquella misteriosa extensión de lo psíquico a lo somático, característica de la histeria; ha sido minuciosamente investigada, demostrando que presenta con gran precisión, determinadas características de las neurosis. A veces, los actos más elementales o necesarios, tales como irse dormir, lavarse, leer o escribir o vestirse o salir a pasear, se convierten en problemas complicadísimos, apenas solubles. Las representaciones, impulsos y actos que puedan ser considerados como patológicos o como forma de vida o de justificación, no aparecen combinados en idéntica proporción, como es lógico, en cada forma y caso, pues en general, es un solo de estos factores que domina en el cuadro sintomático y lo caracteriza; pero todas las formas y todos los casos tienen innegables rasgos comunes. Se pueden encontrar, manifestaciones, impulsos que resultan extraños, ajenos a lo que quien la padece, pueda considerar como de su personalidad; alguien puede sentirse obligado a realizar actos cuya ejecución no le proporciona placer alguno, pero a los cuales no puede sustraerse y su pensamiento se halla invariablemente fijo a ideas alejadas de su interés normal. Tales ideas (representaciones obsesivas), pueden carecer por sí mismas de todo sentido, o ser tan sólo indiferentes a quien se le imponen; lo más frecuente es que aparentemente, sean totalmente absurdas. De todas maneras y cualquiera que sea el carácter que presenten, constituyen el punto de partida de una intensa actividad intelectual, a veces agotadora, que suele conducir, a cavilar incesantemente alrededor de tales ideas, como si se tratase de los asuntos personales, más importantes. Los impulsos que el neurótico experimenta, pueden presentar también, en ocasiones, un carácter infantil y desatinado, pero la mayor parte de los ejemplos, poseen un contenido temeroso, muchas veces, como incitación a cometer graves crímenes, de los que huye con horror e instalando defensas contra la tentación, por medio de toda clase de prohibiciones, renunciamientos y limitaciones. Hay que hacer constar, que tales crímenes y «malas actuaciones», no llegan ni siquiera a iniciarse, pues la fuga y la prudencia acaban por imponerse. Los actos obsesivos, consisten en general, en repeticiones u ornamentaciones, ceremoniosas de los actos más corrientes de la vida cotidiana. Se trata, ciertamente, de una singular dolencia y no debemos suponer, que se puede contribuir al alivio, aconsejando distracciones o que se desechen, esas ideas absurdas y se piense en su lugar, en algo más razonable o proponerle que suba su autoestima, que piense en cosas agradables, como comerse un helado. El propio interesado, ya quisiera hacer, aquello que se le aconseja, porque en general, presenta una perfecta lucidez, comparte la opinión sobre sus síntomas obsesivos e incluso, lo comunica espontáneamente; pero nada le es posible hacer para mejorar su estado. Aquellos actos que la neurosis obsesiva impone al paciente se hallan sostenidos por una energía, para la cual no encontramos, comparación alguna en la vida normal. Estas personas, tienen una tendencia a repetir determinados actos, aislándolos de los restantes de su vida cotidiana y dándoles un ritmo distinto. La mayoría de ellos muestran un excesivo afán de limpieza, orden y control de sus dominios. Jaime
Icho Kozak. Psicoanalista
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El miedo es un síntoma recurrente asociado a distintas situaciones del ser humano: miedo a lo nuevo, a lo desconocido, miedo al crecimiento, miedo al error, al placer… hasta podríamos decir que en el humano, cualquier situación puede ir asociada a algún miedo. El miedo a la oscuridad, por ejemplo, parece ser un miedo primitivo de los comienzos de la humanidad, el hombre se protegía del ataque de los animales feroces durmiendo alrededor de una hoguera, ya que las fieras no se acercaban al fuego, así la luz queda signada como una protección contra un ataque mortal… Según Freud, el sujeto permanentemente se defiende de los ataques del exterior con distintos mecanismos. Pero cuando el ataque viene del interior, no lo reconoce como tal, y mediante el mecanismo de la proyección, lo pone fuera de él, y lo trata como algo que viene del exterior. En los comienzos de la vida, la división más rudimentaria del sujeto, es la de Yo, No-Yo, tratando como Yo a todo lo placentero como No-Yo a todo lo displacentero. Entendiendo esto como que cualquier situación que sea vivida como displaciente será tratada como No-Yo, y por lo tanto no reconociéndola como propia. En los últimos años, y me refiero a situaciones bastante recientes, se ha comenzado a hablar de Ataques de pánico, como si se tratase de una enfermedad nueva. Pero ¿se trata de una enfermedad nueva? En los comienzos del psicoanálisis, la histeria tenía modos de presentación muy ligadas a la época victoriana. Eran grandes ataques epileptoides, crisis nerviosas, parálisis múltiples, tics increíbles, etc. Estos fueron variando por la influencia de la cultura sobre la presentación de las enfermedades, pero la histeria sigue siendo una posición frente al Edipo. La fobia también. Ataque
de pánico ¿Quien no ha tenido alguna vez un «ataque de amor»? En las crisis de fobia, hay un miedo incontrolable que se presenta como una vivencia de catástrofe que llega a invadir toda la vida. Una suerte de terror desmesurado que no encuentra sus límites, y la sensación de ataque gana la partida. Pánico
y ataque. Cantidad de asociaciones aparecen frente a este enlace de palabras, ninguna parece clausurar un sentido, y sin embargo la prescripción de medicamentos que se le vinculan parecen tendientes al cierre. En lugar de hacer hablar al miedoso de su miedo, hasta comprender y solucionarlo, se le tapona cualquier posibilidad de entender de qué se trata. Ataque de pánico o pánico de ataque. Parecen conducirnos a la pregunta ¿miedo u hostilidad? Hay una hostilidad que lleva sin reparos a vivir con sensación o de ataque o de pánico. Encubriendo, tal vez, un deseo de matar que se vuelve irrefenable, un deseo infantil que de repente pierde sus límites. Cuándo se habla de ataque de pánico… ¿por qué el acento aparece sobre el pánico y no sobre el ataque, que es, de alguna manera, la palabra más contundente? En el humano hay momentos de miedo que se transforman en pánico y no se sabe cuando cesa esa vivencia terrorífica, y hay deseos, y conflictos no analizados que de repente, asumen la característica de un ataque, y de allí el pánico se desprende con facilidad. Marcela
Villavella. Psicoanalista.
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EXTENSIÓN UNIVERSITARIA:
60.000 Ejemplares en MADRID |
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Siguiendo con la crítica del libro Anorexia y bulimia. Un mapa para recorrer un territorio trastornado, me parecía cuanto menos curioso que donde los autores insistían en imprimir las palabras en negrita, en el afán de señalar lo que para ellos era lo más importante, era donde las teorías de la psicología conductista y la del psicoanálisis más se separaban y por lo tanto donde estaban las mayores diferencias en la práctica. Dicen: «En el origen de todo trastorno de la alimentación hay siempre un periodo de dietas restrictivas que llevan a la semiinanición con su consecuente correlato de síntomas orgánicos y emocionales, una vez instalado, se vuelve difícil identificar si la sintomatología es un subproducto del trastorno o se debe a características de la personalidad». Concluyen: «El origen de las alteraciones de la anorexia está por tanto en la restricción de la ingesta». Se preguntan: «¿Con un cuerpo desorganizado hasta el caos qué mente puede restablecerse?». Y aquí lo ponen tan fácil como invertir la pregunta ¿qué cuerpo puede recuperarse con una mente totalmente desorganizada? Volvemos a insistir, la anoréxica o la bulímica, son sujetos que hablan con el cuerpo, un cuerpo que habla de un deseo, en toda anorexia hay un porqué para su inicio, los síntomas que los autores achacan a la inanición son los conocidos desde tiempos inmemoriables como síntomas del hambre: cefalea, irritabilidad, dolor de estómago, pero qué es lo que lleva a la paciente a esa distorsión brutal de una función tan vital como la alimentación, sólo se puede saber en el análisis de cada sujeto. Es obvio que una paciente anoréxica debe ser atendida desde el punto de vista médico y nutrida correctamente, pero dilatar el inicio de la psicoterapia hasta el restablecimiento físico, como sugieren los autores, no puede más que retrasar el proceso de recuperación. La separación del hombre en psique y soma, no es más que una ficción filosófica. Afirman los autores: «la medicación no hace milagros ni puede reemplazar aquello que sólo se logra cuando hay ganas de estar mejor y se aplican la inteligencia y la voluntad», esto resume el alma de esta publicación, y quizá la de la mayoría de los acercamientos actuales a la problemática de la anorexia, se propone una cura desde la conciencia, donde lo más importante es la voluntad. No se tiene en cuenta que el ser humano no puede pronunciar nunca lo que le pasa, es una condición del funcionamiento inconsciente del psiquismo que cuando se dice: «esto es lo que me pasa», siempre se esté hablando de otra cosa, es más, esta es una condición del lenguaje. «Concienciar» a los pacientes de su enfermedad es tarea imposible, e intentarlo es contraproducente, la conciencia nada sabe de los mecanismos inconscientes que están en la base de la producción de la enfermedad. En análisis se construye un nuevo sujeto, con nuevas maneras de relacionarse con el mundo, la sexualidad deja de estar confinada a la oralidad. Si bien está ampliamente aceptado que en la anorexia los psicofármacos suelen ser ineficaces, las terapias recomendadas suelen ser de corte conductista, o todo lo más las llamadas psicoterapias psicodinámicas, que hay que saber que son psicoanalíticas. Una terapia psicodinámica, como su nombre indica, asume los órdenes tópico y dinámico, pero en psicoanálisis, además de estos dos órdenes, lo que anuda la teoría y lo distingue de otras psicoterapias, es la inclusión del orden económico, pulsional, la inclusión del concepto teórico de pulsión de muerte, y esto redunda en la práctica en el sentido de que todo análisis se desarrolla así como va a terminar, se despliega desde el fin de análisis. Alejandra
Menassa de Lucía. Médico.
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La imagen para el ser humano es constituyente, es decir formativa (en el mono la imagen es constituida). Un bebé frente al espejo, si pudiera hablar diría: «Yo quiero ser como ese niño entero», desconoce que la imagen del espejo es la de su cuerpo. En la Identificación, en este proceso estudiamos la llamada Fase del Espejo para dar cuenta de lo que acontece en la constitución psíquica del sujeto y decimos que el YO del sujeto se forma y conforma en base a una doble referencia, una con respecto al cuerpo (ese niño entero) y otra con respecto a la Identificación (yo quiero ser como). El YO se forma, no se nace con él, no se encuentra desde el principio en él. El ser humano nace individuo. El YO se constituye sobre el fundamento de la relación imaginaria y su función es la de dar forma al Narcisismo, es decir, sin el otro semejante que me mira y habla no se puede construir, se tiene que parecer, pero en la diferencia, nivel de semejanza pero por la construcción del fantasma (Sa), es en la diferencia, (por el proceso simbólico que atraviesa lo imaginario para no ser nunca más relación dual sino doble alteridad), en la singularidad (de que todo significante es diferente al resto) que acontece el sujeto, entre significantes, entre el goce y el deseo, pura evanescencia de lo ya sido en ser. Y como toda operación presenta algún resto, algún despojo, alguna caída, en ese deslizamiento constante surge la transformación, cualquier transformación, novedad que por escrita deja de pertenecerme como ser para alojarse en la sabiduría del saber. Entonces toda Identificación la entendemos como la transformación producida en el sujeto como «asume» una imagen; el niño lo que asume es una imagen «virtual» y lo hace con júbilo apoyado en la impotencia motriz y dependencia lactante de su estado infans. Este júbilo manifiesta la matriz simbólica en la que el YO (como JE) se precipita en una forma primordial y todo este jubilo es anterior a la objetivación dialéctica de la identificación con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal de su función de sujeto (esto nos lleva al concepto de YO Ideal, tronco de la identificaciones secundarias). La forma «total» del cuerpo, gracias a la cual el sujeto se adelanta en un espejismo a la maduración de su poder es dada en una exterioridad y este desarrollo es vivido como una dialéctica temporal. El sujeto es tiempo, no el tiempo, el inconsciente es tiempo, tiempo histórico y social donde sin transformación de la realidad que lo determina no hay producción ni del sujeto ni de lo social. La interpretación que posibilita este proceso es el Inconsciente, luego el tiempo se construye pero no sin deseo. Tiempo que a lomos de la pulsión atraviesa cualquier desvarío, cualquier tedio sombrío para alojarse como verbo en cualquier papel. Freud nos habla de un YO que debe tener relación muy estrecha con la superficie del cuerpo; la imagen de la forma del otro es asumida por el sujeto. Está situada en el interior y es gracias a esta superficie que se introduce esta relación del adentro con el afuera por la cual el sujeto se sabe, se conoce como cuerpo. El hombre sabe que es un cuerpo y esto lo diferencia del animal, se puede sentir prisionero de un cuerpo, dentro de él, le puede pesar, el animal esto lo desconoce. El hombre se aprehende como cuerpo, como vacío del cuerpo. Los nudos de la garganta un modo de hablar, de demandar como sujeto un poco de amor, ser escuchado. Si no se tolera una cierta cuota de displacer, no se puede dar un paso y dar un paso, una acción, siempre plantea una cuestión ética, ya que marca la importancia de la relación de una acción con el deseo que lo habita. El deseo es lo único que pide cuentas al sujeto, si cedemos en el deseo, en las palabras, y el deseo no son palabras, entre ellas se produce, si cedemos en el deseo, aparece el odio, la culpa, la compasión, el hastío, la agresividad. Pasiones en las que el deseo es la pasión del significante; del significante entonces que representa a un sujeto pero para otro significante. Pasiones, lugares por donde atraviesa el héroe en su caminar y de las cuales sale indemne, es decir atraviesa el odio, la culpa, pero ninguna de ellas termina comandando su vida, en el héroe es el deseo el que comanda, cualquiera puede viajar y sin embargo no todos llegarán, la especie pide carne para vomitar. El sujeto es puro invocante, pura audición y lo invocante es el deseo. El ropaje, la máscara, lo encubridor es del orden de la mirada, de lo escópico, de la representación, de lo cómico. Tragicomedia en donde toda necedad tiene edad. Por especie hay que pagar y el precio de la especie, cada uno debe averiguar cuál es, una libra de carne, un libro de poemas, una sordera, mil mutaciones o el sol arropando nuestros cuerpos mudos, mar adentro, en azul orgasmo. Carlos
Fernández del Ganso. Psicoanalista |
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Nunca lo había escuchado hablar, no sabía cómo pensaba, quién era, pero a esa hora era más difícil conseguir un taxi que volver para pedirle a Josefina que lo llevara a su casa, y si hacía eso quién sabe si no se tendría que quedar a dormir con Josefina, y quién sabe si era bueno eso antes de contestarle la carta; así que le miró a Carlos a los ojos y le dijo: —¿Si te queda de paso? —Sí, para mí será un placer —dijo con amabilidad Carlos. Mientras Carlos conducía, fumaban silenciosos. —Buena noche —dijo Evaristo para decir algo. Carlos dio una calada larga, y mientras echaba el humo pudo decir con voz ruda: —A mí me gustaría leer mis versos como tú lo haces. Hacerle ganar al poema en su lectura, eso es lo que vale. A mí me gustaría. Evaristo se sintió curioso y preguntó: —¿Escribes? —Sí, escribo, pero no como tú, lo mío es algo todavía de mi psicoanálisis. Cuando comencé mi psicoanálisis, me imagino que para no volverme loco, comencé a escribir. Pero últimamente estoy sintiendo que mis versos son diferentes, como si ya no tuvieran tanto que ver con mis problemas, no sé, me gustaría leérselos a alguien. —Te puedes pasar un día por casa y los leemos —dijo Evaristo con tranquilidad, como si fuera natural lo que decía. Pero a Carlos las palabras que escuchó lo llenaron de alegría. Él había leído todos los libros publicados por Evaristo y lo consideraba un gran poeta, así que sus versos fueran escuchados por él lo llenaba de alegría y no supo contestar todo lo que hubiera querido, y dijo simplemente: —¿Te parece? —Sí, cuando quieras —agregó Evaristo, sin darse cuenta o haciendo como que no se daba cuenta, de lo importante que era la situación para Carlos. Y siguió fumando con tranquilidad. Carlos, antes de contestar, apretó el acelerador y metió la quinta, después respiró profundamente, y en lugar de responder directamente el sábado, por ejemplo, el domingo a la noche, dijo, sin saber cómo se le habría ocurrido semejante cosa: —Podríamos invitar a Emilse para que escuche mis versos. Si la intención de Carlos era sorprender a Evaristo, lo había conseguido. Emilse era como su mujer, más que eso, ella y Leonor le habían dado, y aún en grandes ocasiones le seguían dando, la mejor sexualidad de su vida. Estaba claro que Carlos nada sabía de todo esto, y que Emilse le habría dado algún motivo para que él ahora quisiera que ella leyera sus versos. Entonces contestó: —Como tú quieras, tú le avisas. ¿Para qué día? Y ahora Carlos, sintiendo que en un ratito muy pequeño se le habían como realizado todos sus deseos, contestó rápidamente: —El sábado, cuando la tarde cae, a eso de las siete. —Bueno —dijo Evaristo—, me puedes dejar aquí, en esta esquina. Carlos detuvo el coche y se despidieron con un apretón de manos que Evaristo sintió fuerte. —Hasta el sábado —dijo Carlos, todavía antes de arrancar. Evaristo contestó a este último saludo sin palabras, moviendo la mano derecha, como cuando se despiden los barcos, y de golpe se vio en el puerto de Lisboa despidiendo a una joven princesa que vivía engañada con su belleza. Las relaciones sociales así, a lo que venga, lo agotaban, y sin embargo no podía evitar cada vez que salía a la calle a recitar sus versos que dos o tres personas desconocidas intentaran alguna relación con él. Cuando llegó a la puerta de su casa vio luz y escuchó un tango a todo lo que da, y hasta le pareció que había gente en su casa. Sin prestar atención a estas percepciones entró resueltamente, y ahora sí, claramente escuchó el ruido de su máquina de escribir. ¡Qué maravilloso sería —exclamó Evaristo— que mientras yo salga a pasear la máquina vaya escribiendo lo que yo voy pensando mientras paseo! Pero no era así, la que escribía a una velocidad increíble en su máquina era Emilse. Cuando ésta lo descubrió con su mirada, Evaristo dijo: —¡Hola! —¡Hola! —contestó Emilse, pero no dejó de escribir.
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Entonces, Evaristo se dijo para él: «Me tiro en la cama a descansar un rato, y luego tomamos un café». En su cama estaba profundamente dormida Leonor. Evaristo se preguntó, entonces, si no tendría que haberse quedado en lo de Josefina. Movió a Leonor, para ver si estaba, realmente, dormida. Leonor no contestó. Evaristo fue hasta el escritorio, cogió un cuaderno y un bolígrafo y se metió en el baño. Se miró en el espejo como preguntándose ¿qué pasa hoy aquí? y sin hacer otra cosa salió del baño. Emilse dejó de escribir para acercarse cariñosamente a Evaristo que, una vez salido del cuarto de baño, y sin abandonar su cuaderno, se había sentado en uno de los sillones que daban a los pequeños parlantes de la minicadena. —Nos aburríamos en la fiesta —dijo Emilse mientras se acercaba a Evaristo, tal vez para besarlo nuevamente. —No estuvo mal, la gente creyó que se iban porque estaban cansadas y mañana tenían que ir a trabajar temprano. Sin embargo — agregó Evaristo—, la reunión no era tan aburrida… —Y, luego de un instante de silencio, preguntó—. ¿No se habrán puesto celosas? —¿Celosas… de quién? —preguntó en voz muy alta desde la cocina Leonor, que se había levantado y estaba preparando un café. —Bueno —dijo Evaristo mientras se levantaba en dirección a la máquina—, la fiesta, la reunión, estaba llena de hombres y mujeres, hermosos, inteligentes. Celos te puede dar cualquiera, porque no son las personas las que dan celos, sino las palabras. Emilse no contestaba, tal vez ella algo de celos había tenido, pero Leonor, con la bandeja con tres cafés y en bragas de color celeste y con un borde blanco, mientras se sentaba en el suelo al lado de la silla de la máquina donde ya estaba sentado Evaristo: —Sí, es cierto —dijo—, Josefina y Rosi Provert son mujeres hermosas. —Sí, dos gallegas de primera —dijo Emilse con un poco de rabia—. Aunque en verdad no sé de qué iríamos a tener celos, si Josefina es más vieja que nosotras y Rosi un poco más tonta que nosotras… Y antes que Emilse pudiera expresar todo lo que sentía la interrumpió Leonor, cambiando la conversación y preguntándole a Evaristo: —¿No habrás tenido celos del Profesor? Y entonces Emilse agregó: —¿A lo mejor del indio Ricardo? —No —dijo Evaristo con calma—, tuve celos, pero de Carlos, que no se quedó con Josefina como el indio, ni con Rosi Provert, con quien se fue el Profesor, sino que esperó que yo me levantara para irme y, aprovechando que yo no tenía coche, me trajo hasta la puerta y quedamos para el sábado, para leer algunos poemas suyos. —¿Nunca te dio celos que hubiera otro hombre que escribiera poesía? —dijo con ingenuidad Emilse. —Te dije —repitió Evaristo con calma— que no son las personas las que dan celos, sino las frases. —Para un escritor —dijo Leonor— puede ser como tú dices, pero una mujer siempre siente celos de otra persona (mujer, hombre o niño), y no le importa en absoluto que hable o sea mudo. A veces yo misma, cuando te sientas a escribir tengo celos alternativamente de la página en blanco, de las letras que caen sobre la página, de la máquina misma, y si tú llegas a sonreírle a la página, a las letras o a la máquina, puedo ponerme como loca. —No habrán estado leyendo la carta que me escribió Josefina — preguntó Evaristo. —No vemos por qué no habríamos de leerla si estaba arriba de la mesa donde otros escritos siempre pueden ser leídos –replicó, más que contestó, Emilse. Leonor, que se daba cuenta que sería imposible detener a Evaristo esa noche, le dijo: —Bueno, no es para tanto, nosotras dos, cartas así te escribíamos bastantes antes de cumplir los treinta años. —Es cierto —dijo Evaristo, mientras colocaba una hoja en blanco en la máquina—, pero también es cierto que antes de escribir la primera carta nos echamos 100 polvos. —¿Ella también se habrá echado alguno? —dijo sonriendo Emilse. —Sí, alguno se habrá echado —dijo Leonor y, después, poniendo voz como que estuviera triste—, pero ninguno con el demonio del sexo, ninguno con el maestro del vuelo… —Si sigues exagerando —la interrumpió Evaristo—, la gente no dejará de decir que lo que escribes es de no creer. —Mejor nos vamos —dijo Emilse, mientras cogía el bolso y se ponía un abrigo corto sobre los hombros. —Espera, voy contigo —dijo Leonor mientras se terminaba de vestir. Emilse estaba ya a un paso de la puerta. Evaristo se levantó de la silla de la máquina y acercó a Emilse. Leonor, haciendo que corría los pasos que la separaba, se puso al lado de los dos. Ahora habían quedado los tres muy juntos, sin embargo dieron un paso más unos contra otros e intentaron besarse y abrazarse como si fueran una sola persona. Y así, intentando esa figura imposible, estuvieron casi más tiempo que el que había durado la conversación. Agitada, como después de haber recorrido un largo camino, cuando consiguieron separarse, Emilse exclamó: |
—¡Tres personas distintas y un solo Dios verdadero: el amor! — y los tres rieron con ganas. Aún entre la risas de los tres, y ya yéndose, Leonor replicó: —Nada de eso, nosotros somos una sola persona y tres dioses verdaderos. Evaristo, ya solo y sentado en la silla de la máquina, aún sonreía. Una sola persona y tres dioses verdaderos, ¡eso sí que es una ocurrencia! se dijo, y siguió riéndose todavía. Dudaba entre escribir un poema o contestarle la carta a Josefina, y algo cansado estaba. Corrió la máquina separándola de sí, y en el espacio que quedaba en la mesa entre él y la máquina comenzó a liar un porro. Los movimientos que hacía con las manos y el olor de quemar le llevaban irremediablemente al Líbano donde, según él, su padre, fumaba con la sola intención de fumar y hablar con los amigos y contarse unos a otros bellas historias de amor. Hoy, se dijo Evaristo, un corazón desesperado lo diría todo, pero yo ya no soy un corazón desesperado, ya no podré decirlo todo y, sin embargo, debe haber habido un hombre como yo, que sin enamorarse nunca de ninguna mujer vivía enamorado. Había una vez que era la tarde y la hora en que el sol, la cresta dora de los Andres, el desierto, inconmensurable abierto y majestuoso a sus pies. Ella no conocía los Andes, pero esa frase la había impactado de tal manera que al atardecer, todos los atardeceres de su vida, se sentaba frente a su ventana y soñaba, despierta, con los Andes, la nieve de los Andes, el sol de los Andes, y se perdía en eso. No era el perfume de la tarde, sino la ausencia total de olores lo que permitía que ella fuera toda del silencio, que su cuerpo fuera todo de ella.
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