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LA PULSIÓN
DE MUERTE
EN LA DEPRESIÓN


La sombra del paraíso de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo, 60x60 cm.

La modificación del yo en la melancolía por medio de la introyección, facilita el abandono y a la vez la reconstrucción del objeto en el yo. Esta transmutación de una elección erótica de objeto en una modificación del yo, es tomar los rasgos del objeto y compensar la pérdida experimentada: puedes amarme y odiarme pues soy parecido el objeto. Pero esta transformación de la libido objetal en libido narcisista tiene consecuencias en los destinos de los instintos.

El amor, originariamente narcisista, pasa luego al objeto enlazándose con la actividad de los instintos sexuales, los cuales - ante la pérdida del objeto- al no hallar satisfacción posterior, hace que el amor quede en calidad de fin sexual provisorio: primero lo incorpora y luego lo quiere dominar, impulso para el cual es indiferente el daño o la destrucción del objeto. Esta manifestación sádico anal del amor apenas se diferencia del odio en su conducta para el objeto.

El odio, nace de la repulsa primitiva del mundo por parte del yo narcisista. Como expresión de la reacción de displacer provocada por los objetos, permanece siempre en íntima relación con los instintos de conservación, en forma tal que los instintos del yo y los sexuales entran fácilmente en una antítesis que reproduce la antítesis del amor y el odio. El odio mezclado al amor procede en parte, de las fases preliminares del amor no superadas aun por completo y en parte, de reacciones de repulsa de los instintos del yo, los cuales pueden alegar motivos reales y actuales en los frecuentes conflictos entre los intereses del yo y los del amor. El odio realmente motivado es reforzado por la regresión del amor a la fase preliminar sádica, de manera que el odio recibe un carácter erótico, asegurándose así la continuidad de una relación amorosa. El primitivo sentido del odio es de la relación contra los estímulos displacenteros que vienen del mundo. Cuando un objeto proveniente del exterior es fuente de placer, es amado e incorporado al yo, de manera que para el yo, es fácil odiar lo que a su vez es amado cuando se convierte en fuente de displacer. La pulsión de muerte es tratada en el depresivo de diversos modos. Parte de ella queda neutralizada por su mezcla con la pulsión de vida, otra parte es derivada hacia el exterior como agresión y que retorna al yo y una tercera, la más importante, continúa libremente su labor interior. ¿Cómo sucede que en la depresión se convierta el super-yo en una especie de punto de reunión de los instintos de muerte?. Es una cuestión de economía psíquica. El superyo se hipermoraliza y se catectiza de pulsión de muerte, en proporción directa al grado de forclusión del depresivo. Dice Freud: "es singular que cuando mas se limita el hombre su agresión hacia el exterior, más severo y agresivo se hace en su ideal del yo como por un desplazamiento y un retorno de la agresión hacia el yo." La ambivalencia afectiva pone al sujeto frente a la moral general, que siempre tiene un carácter severamente restrictivo y cruelmente prohibitivo. El depresivo es un lobo con piel de cordero que puede engañar a quienes le rodean pero no a su super-yo. La introyección del objeto en el yo, conlleva una disociación de los instintos, ya que la pulsión de vida se sostiene por una cuestión económica con su par antitético o pulsión de muerte. La pulsión de vida hacia el objeto ha tenido que ser despojada de la energía necesaria para encadenar toda la pulsión de muerte agregada y esta se libera en calidad de tendencia a la agresión y a la destrucción. Hay un incremento de la pulsión de muerte en el sujeto y de esta disociación es de donde el super-yo gana fuerza moral, rigurosidad y crueldad. Por eso que cuanto mayor es la carga erótica hacia el objeto mayor será la pulsión de muerte que se instala en el super-yo y se manifiesta con todo su componente destructor vuelto contra el objeto reincorporado en el yo. La pulsión de muerte halla un destino sobre ese yo masoquista que acoge al objeto y que no es sino el propio sadismo contra el objeto ubicado en el yo. Su fin, a parte de dominar y humillar, es causar dolor, lo que resulta muy apropiado para suministrar un fin pasivo masoquista al sadismo, ya que en la autoflagelación, algo del yo descansa, por eso el depresivo acepta de buen grado el displacer del dolor ya que aminora su tensión psíquica- proceso regulado por su principio de placer-. Hay un masoquismo moral en el deprimido, que encuentra la satisfacción de un sentimiento de culpabilidad o necesidad de castigo. La conciencia moral y la moral han nacido por la superación y desexualización del complejo de Edipo. Este masoquismo moral, sexualiza de nuevo la moral, reanima el complejo de Edipo y provoca una regresión desde la moral al complejo de Edipo. Esto pone en guardia la moral sádica del superyo que trata de someter al yo, cubierto plenamente de libido narcisista. La parte rechazada del instinto de destrucción surge en el yo como una intensificación del masoquismo. Pero esta pulsión de muerte que retorna al yo desde el exterior es también acogida por el superyo, quedando así intensificado su sadismo contra el yo. El sadismo del superyo y el masoquismo del yo se complementan mutuamente y se unen para provocar las mismas consecuencias. Así se comprende que del sojuzgamiento de los instintos resulta un sentimiento de culpabilidad y que la conciencia moral se haga tanto más rígida y susceptible cuanto más ampliamente renuncia el sujeto a toda agresión contra otros. El masoquismo del deprimido se intensifica por la fusión de los instintos. Su peligro está en proceder del instinto de muerte que eludió ser proyectado al exterior en calidad de instinto de destrucción. Pero como además integra la significación de un componente erótico, la destrucción del individuo por sí propio no puede tener efecto sin una satisfacción libidinosa.

Miguel Martínez Fondón. Médico-Psicoanalista
Getafe: 91.682.18.95

En la Ponencia Inaugural del Congreso de la Depresión de 1998 del Dr Menassa, leemos- La existencia del pensamiento inconsciente, hace lábil cualquier cuestión que tenga que ver con el ser humano-.

En la depresión, el sujeto no sabe qué perdió y si sabe lo que perdió, no lo que lo que perdió con lo que perdió. Es decir, actuación inconsciente.

Desde que el sujeto experimenta la pérdida- desde la ofensa narcisista hasta que la sombra del objeto cae sobre el yo - hay un trabajo inconsciente de construcción que deriva en una progresiva apropiación de la pulsión de muerte, sobre la esfera psíquica del individuo.

La incapacidad por sustituir, hace de la depresión una afección patológica. Cuando la depresión es normal, cuando es un duelo, el sujeto sale sustituyendo. Antes de que el sujeto experimente la pérdida, se identifica a la persona amada o al ideal, de manera que no aparece una pérdida como tal, por lo tanto, no hay necesidad en él de sustituir lo que no ha perdido. Transformándose en lo que se ha ido, evita su ida.

Los destinos del depresivo, pueden ser dos: vivir mutilado- donde el espectro de la culpa por haber participado en la desaparición del objeto, acompaña al enfermo- o mutilarse- donde el sujeto al vivir confundido con el objeto, acaba librando una batalla donde la victoria sobre el objeto puede llevarle a su propio sacrificio: solo identificado, puede llegar a suicidarse, matando a aquello que lo ha abandonado.

Un punto muy importante en el depresivo, es la cesación del interés por el mundo exterior, el desprecio por las personas iguales, es decir, la forclusión del nombre del padre y pérdida de la capacidad de amar, síntoma por excelencia de la depresión, junto a una inhibición de todas sus funciones normales, llegando incluso a la torpeza de los movimientos más cotidianos.

Después de perder el interés por el mundo exterior, la disminución del amor propio se traduce en reproches, acusaciones junto a la espera delirante de castigo incluso la muerte.

En la depresión, la libido no abandona su relación con el objeto, circunstancia por la cual, el sujeto no puede imponerse victorioso a la realidad y en la no aceptación de que el objeto ya no sigue en la realidad, se prosigue de manera prolongada la relación con el mismo. Circunstancia por la cual una depresión puede mantenerse como enfermedad durante mucho tiempo, generando la resistencia que todo depresivo tiene frente a la curación. Una gran mayoría no sienten su padecimiento como enfermedad ya que encuentran un sentido a su padecimiento, porque toda su agresividad externa, queda reprimida como pulsión silenciosa de muerte. Su silencio es la señal de alarma de que el sujeto se halla ocupado en mantener su relación hostil con el objeto.

Es cierto que al depresivo no le interesa nada del mundo exterior ya que sólo le interesa su mundo interior, rico y complejo en su relación. Por eso que la escucha del depresivo tiene que hacerse desde lo que el desprecia, condena, insulta y repulsa. El depresivo es una persona con una fuerte ética. Nunca va a poder decir que todo lo que le ocurre y siente es lo que el piensa del objeto que ha perdido en la realidad. Su máscara es una máscara moral, careciendo de importancia que tenga o no razón en su autocrítica, ya que lo esencial es que describe exactamente su situación psíquica. Es un encubridor perfecto que desorienta para ocultar el conocimiento de su verdadera situación. Sus lamentos, son quejas, no se avergüenza ni se oculta porque todo lo malo que dice de sí mismo, se refiere en realidad a otras personas. Si pudieran testimoniar, lejos de mostrarse humildes y sometidos con respecto a los que le rodean, se mostrarían irritables, furiosos como si estuvieran siendo objeto de una gran injusticia. Pero no pueden hablar de su verdad porque las reacciones de su conducta, aún partiendo de la constelación anímica de la rebelión, queda convertida en el opresivo estado de la depresión.

Por la influencia de una ofensa real o de un desengaño, inferido por el objeto, surge una conmoción en su relación objetal. La carga del objeto demuestra tener poca energía de resistencia y queda abandonada pero la libido libre puede experimentar un doble destino. Por un lado al no ser desplazada sobre otro objeto se retrae al yo y encuentra en éste una aplicación determinada, sirviendo para establecer una identificación del yo con el objeto perdido. La sombra del objeto cayó sobre el yo; así, a partir de este momento, el yo puede ser juzgado por el superyo como objeto y en realidad como objeto abandonado. De este modo queda transformada la pérdida del objeto en una pérdida del yo y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una disociación entre la actividad crítica del yo y el yo modificado por la identificación. Disociación que empobrece al yo porque en vez de aceptar que lo perdió, lo conserva pero a consta de ensombrecer su yo, a costa de perder parte de sus atributos.

Esta fuerte fijación al objeto junto a la escasez de energía de resistencia a la carga de objeto, es debido a que la elección del mismo ha tenido efecto sobre una base narcisista, de manera que en el momento que surge alguna contradicción, puede la carga de objeto retroceder al narcisismo. Identificación narcisista con el objeto, sustitutivo de la carga erótica y de la cual no puede separarse el sujeto ni abandonar a pesar del conflicto con la persona o ideal amado. Causa por la cual, se vuelve tan compleja y duradera la curación del depresivo. Ya que no abandonará fácilmente aquello que alguna vez le dio goce. Ni asume la ofensa que le han producido sobre su narcisismo. Su silencio es la mordaza a su agresividad.

Dice Freud, que "la ambivalencia afectiva, constituye incuestionablemente el motor del conflicto del depresivo". La pérdida del objeto constituye una excelente ocasión para hacer surgir la ambivalencia de las relaciones amorosas. El amor al objeto, lejos de abandonarse, se refugia en la identificación narcisista, recayendo así el odio sobre este objeto sustituido, calumniándolo, humillándolo, haciéndole sufrir y encontrando en este sufrimiento una alianza entre la pulsión de muerte y la satisfacción sádica.

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