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INSTITUTO SUPERIOR DE CIENCIAS
AGROPECUARIAS DE LA HABANA
Cuarta Conferencia (5 de abril de 1995)

(Viene del nº 102)
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A lo mejor estudié más que esa mujer, y a lo mejor gané más dinero que esa mujer, o porque a lo mejor soy más alto que esa mujer, no puedo, porque si no, no conseguiré el objetivo que se me ha fijado, que ella pueda hablar de sus intimidades para que podamos solucionar el problema que plantea.

Toda esta introducción es para decir que la transferencia no se interpreta, la transferencia se vive. La transferencia es, en una definición preclara, la puesta en acto de la realidad del inconsciente, es decir, es donde aparece verdaderamente el inconsciente. Es donde ese chico, ese adolescente, ahí con esa pelea, con ese mechero, con el encendedor, con el analista, está poniendo en juego toda la rivalidad con el padre, por la madre. Ven que no le puedo decir, en cuanto comienza el asunto, “usted está poniendo en juego la rivalidad...”, estropeo todo. Tengo que dejar que se juegue, tengo que arriesgar a que se vaya el paciente, si se quiere ir, ya volverá. Si yo no cometí error, ya volverá. Pero si no se va, él solito va a hablar de las asociaciones que me lleven, a mí, a pensar qué es lo que le está pasando en esa situación.
Es decir, con la histérica, por ejemplo, es muy interesante, no hay histérica que hable si no se siente amada. Porque la histérica viene a consultar porque su seducción fracasa. Si siente que con el analista su seducción también fracasa, tiene el mismo problema que tiene con todos los otros hombres, se va. Cómo es esa franja tan peligrosa, donde yo tengo que hacerle creer que en realidad, he caído en la seducción, para que hable.

Bueno, esa era la transferencia, no le puedo interpretar “usted, quiere hacer conmigo lo que no consiguió con nadie”, no, eso no lo puedo interpretar. Tengo que poder jugar a que le presto mucha atención, tengo que no poder intervenir, cuando ella llega y me dice, “¿me estaba esperando?”, yo le tengo que decir, “sí, la estaba esperando”, pero en realidad yo no la estaba esperando. Yo estaba en mi horario de trabajo, y tenía en el horario de trabajo que a las 4,45 venía fulano de tal. Yo no estaba esperando a nadie.

Otro tipo de paciente no pregunta eso, sabe que uno está trabajando, que no lo está esperando especialmente a él.
Y a veces, ustedes cuando lean los textos de la histeria, de Freud, van a ver cómo las histéricas le mostraban a Freud el camino que él además seguía, porque si no, hubiesen abandonado el tratamiento.

Freud le ponía la mano en la frente a las histéricas, entonces, una histérica le empezó a decir, “no me toque, déjeme hablar”, “no me moleste, no me haga preguntas”, “no me interrumpa”, “déjeme contarle el sueño”, entonces, la histérica le iba diciendo a Freud lo que él tenía que hacer, y él iba haciendo. Por eso mantuvo la relación, si no, no hubiese habido histérica que se hubiese tratado.

Eso es la transferencia, y ¿ven que no la puedo interpretar?, la tengo que vivir. El neurótico obsesivo me va a contar, en un tratamiento más o menos prolongado, un millón quinientas treinta mil veces, sus rituales.

Primero de todo, jamás me los contará igual, por lo tanto, no puedo aburrirme, porque tengo que estar tan interesado como él en contar todos los días lo mismo, todos los días diferente, hasta que yo comprenda cómo es que de esa diferencia diaria del cuento que me hace él, comprenda lo que desea. Y entonces, recién puedo hablar, cuando estoy en presencia del deseo inconsciente.

Un gran maestro que tuve también, tuve varios maestros, decía que el psicoanalista sólo interpreta cuando el paciente tiene la interpretación en la punta de la lengua, pero no la puede decir porque el paciente, como todos los seres humanos, se niega a que lo inconsciente se ponga en contacto con lo consciente.

Es decir, que casi cuando la interpretación le está por salir pero no puede, porque hay una imposibilidad, porque existe la censura, como veíamos ayer, entonces recién ahí, el psicoanalista tiene que interpretar.

Es decir, cuando al paciente le resulte más o menos normal lo que le han interpretado, cuando pueda concatenar la interpretación a su vida diaria, normal. Cuando no le parezca una cosa descabellada, aunque esto tampoco, en general, porque a veces es conveniente que le parezca descabellado para que preste atención.


La procesión interminable de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo, 60x60 cm.


Remolinos de Miguel Oscar Menassa. Óleo sobre lienzo, 60x60 cm.

Con los pacientes psicosomáticos, que hablábamos hace un rato, todo lo que el psicoanalista le dice le parece descabellado, “no me haga reír”, “cómo voy a pensar eso”, “qué me está diciendo”..., todo lo que uno le dice le parece descabellado, pero uno igual tiene que decírselo. Bueno, ese es un tipo de paciente.

Por eso que yo ayer dije: ustedes tienen el profesor que que-rían, que yo no soy exactamente este profesor, que yo, a veces, soy diferente. Un psicoanalista cuando da sus clases, debe dar las clases que están deseando que dé. No cualquier clase, algo que se aprendió algún día u otro.

Si ustedes se animan a preguntar aquella pregunta que creen que puede ser alguna conjunción de lo que estuvimos viendo, tal vez, hallaríamos algún destino a nuestra transferencia. Bien, los escucho.

-En una de las primeras conferencias, se planteó que el trauma de toda persona era hablar, y partiendo de aquí se analiza, que hablar digamos, de la vida, de la muerte se constituyen enfermedades, ¿eso es así?

-Esta es una pregunta interesante, cuando no se acepta ser enfermo por hablar, se enferma uno de enfermedades. Cuando no se acepta que mi enfermedad es ser un ser hablante, entonces me tengo que enfermar de enfermedades, de neurosis, de perversión, porque en la medida que niego y según en qué medida niegue ser un ser parlante, niego la identificación primordial, niego la fase del espejo, o niego mi entrada en el lenguaje. Es decir, soy un psicótico, soy un enfermo psicosomático, o soy un neurótico, según el grado de negación de que soy un ser hablante.

La enfermedad del ser humano es hablar, pero es una enfermedad que tengo que sobrellevar, porque hablar, para poder hablar tengo que haber aceptado que soy un ser mortal. Ésa es mi enfermedad, que no soy inmortal.

-Yo lo que quiero saber, partiendo de ese presupuesto, es ¿cómo pueden los psicoanalistas saber lo que es la salud?

- Bueno, la salud es precisamente cuando puedo gozar de ser un ser mortal, que habla, y que su sexualidad es su palabra. Eso es un ser normal, sano, totalmente sano. Por eso que a las compañeras les respondí, que creo que trabajan en el campo, es muy difícil no tener un grado de neurosis, porque es muy difícil aceptar totalmente que soy un ser mortal. Yo ahora lo estoy aceptando, lo estoy diciendo a gritos, pero en el pasillo, inmediatamente después de que me vaya, no me van a hacer reconocer que soy mortal.

Es una cosa que uno lleva todo el día consigo. Nosotros decimos que el inconsciente pulsa, esto quiere decir que se abre y que se cierra. Yo cometo un lapsus, entonces, ahí aparece el inconsciente, pero también puedo decir, “no, estoy un poco cansado”, yo mismo puedo dar la excusa, de la cual acuso a los pacientes, y decir “no, cómo usted está cansado”. Pero yo puedo cometer un lapsus, y decirme, “cometiste un acto fallido”, “sí, estoy un poco cansado”.

El inconsciente pulsa, no está siempre abierto. Acuérdense: consciente-inconsciente, principio de placer-principio de realidad, proceso primario-proceso secundario, y eso es una combinación entre esas cosas, por lo tanto, nunca está el inconsciente abierto a los cuatro vientos.

-Profesor, y partiendo de este mismo análisis, el caso de la eutanasia, ¿cómo lo acepta el psicoanálisis? ¿acepta alguna de las formas de eutanasia activa o pasiva, o está en desacuerdo con ella?

-Sí, bueno, hablar en nombre del psicoanálisis me parece una exageración. Hablando de mí como psicoanalista, se me generaron tres o cuatro problemas éticos, cuando era más joven, y yo intervine para que no aconteciera la muerte. Es decir, que yo en principio, lo psicoanalizaría, al eutanásico, antes de permitírselo. Además, no se lo permitiría porque, si tiene tantas ganas, que lo haga sin mi permiso, pero ese soy yo, que soy un vitalista, que voy siempre para delante, que me parece que morirse es una tontería. Si tengo dos gramos de cerebro puedo engañar a alguien, puedo hacer que una mujer me enamore. ¿Vieron que hay casos que el hombre está así, y tiene dos o tres enfermeras que lo cuidan todo el día? No estoy muy convencido de que haya algo tan terrible como para querer morir. No estoy convencido.

Miguel Oscar Menassa
Del libro “Siete Conferencias de Psicoanálisis
en La Habana, Cuba”

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