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La formación de síntomas en la neurosis
La ambivalencia en la neurosis obsesiva
De nuestros antecedentes
Marx
Capítulo II.- El proceso del cambio

Menassa
Ins. Sup. de Ciencias Agropecuarias de La Habana

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LA AMBIVALENCIA EN LA NEUROSIS OBSESIVA

Podemos designar el complejo de Edipo como el fenómeno central del temprano período sexual infantil. Este nos habla de los deseos del niño, el cual ama y admira a su padre; pero muy pronto entra en escena el otro lado de esta relación de sentimiento. El padre es discernido también como el perturbador de la propia vida pulsional, el niño no sólo querrá imitar la figura parental, sino también eliminarla para ocupar su lugar. Coexisten, una junto a la otra, la corriente tierna y la hostil hacia el padre, y ello a menudo durante toda la vida, sin que una pueda cancelar a la otra. En tal coexistencia de los opuestos reside el carácter de lo que llamamos "ambivalencia afectiva". Se ama y se odia a un mismo objeto. El sujeto reprime estas tendencias y renuncia a ellas, para poder socializarse; a pesar de ello no desaparecerán, están reprimidas y producen efectos inconscientes en la conciencia.
Los sujetos llevan en mayor o menor grado esa ambivalencia, tanto es así que podemos referirnos a la ambivalencia como constitucional del sujeto psíquico. Se considera que la predisposición a la neurosis obsesiva, se singulariza por una cuantiosa medida de esa originaria ambivalencia de sentimientos. Normalmente no es tan elevada como para originar reproches obsesivos; pero cuando aparecen, estos se manifestarán en las elecciones de objeto, es decir con los más amados, según el sentido común es donde menos se lo esperaría sino tuviéramos presente dicha ambivalencia afectiva.

Las neurosis de transferencia se producen frente a la negación del yo a dispensar una satisfacción ante una poderosa tendencia pulsional dominante en el Ello. El yo se defiende de ésta por el mecanismo de la represión; pero lo reprimido retorna mediante una satisfacción sustitutiva, extranjera al yo, significada en el síntoma, que se impondrá al yo como una transacción entre la prohibición y el deseo.

Del yo será de donde parta la señal para la represión, éste se debate entre las exigencias que vienen desde el super Yo y las exigencias pulsionales que proceden del Ello, en el caso de la neurosis obsesiva el yo sucumbe por decirlo de alguna manera al super Yo. La represión se impone frente a elementos del ello y se mantiene por medio de una contracarga, decimos que entonces el yo ha entrado en conflicto con el ello en servicio del super Yo y la realidad.

Así las neurosis de transferencia, entre las que se encuentra la neurosis obsesiva, corresponderían al conflicto entre dos instancias psíquicas, el yo y el Ello, siendo esta una relación de capital importancia pero no exclusiva, ya que también en toda neurosis se acaban mermando las relaciones que el sujeto mantiene con la realidad. La neurosis obsesiva constituirá un medio de retraerse de ella, en definitiva, de huir de las dificultades de la vida.

En un inicio podemos suponer que el yo lleva a cabo la represión de una tendencia instintiva, obedeciendo a los mandatos de la realidad; aún no podemos decir que haya acontecido la enfermedad. La represión es un mecanismo psíquico del aparato, no privativo de la neurosis. La reacción del yo contra las exigencias del ello es la represión, en el neurótico hay un fracaso de la misma, en tanto que las pulsiones del Ello son irreprimibles, por lo que acontecerá el retorno de lo reprimido, en forma de síntoma.

El distanciamiento que sufrirá el yo a causa de la enfermedad es la consecuencia de este "segundo paso" en la producción de la neurosis obsesiva, no es sorprendente que la parte perdida de la realidad sea aquella que el sujeto considera intolerable, de cuya exigencia requirió la represión.

El neurótico evita huyendo una parte de la realidad, representada por la fórmula que plantea Freud: la neurosis no niega la realidad; nos dice, se limita a no querer saber nada de ella. En la neurosis surge una reacción de angustia cada vez que lo reprimido trata de llegar a la conciencia, y observamos que el resultado del conflicto es una transacción, una satisfacción sustitutiva; por ello la neurosis fracasa en el intento de procurar al instinto la satisfacción, este rasgo del deseo neurótico, lo es también del deseo inconsciente en tanto que es irrealizable, se dice que el deseo del neurótico es un deseo imposible, es este segundo avance, el importante, en tanto que acontece el fracaso de la represión y por consiguiente el retorno de lo reprimido.

En la neurosis no falta la tendencia a sustituir una realidad no deseada por otra más acorde con el deseo inconsciente del sujeto, el modo de procurarse tal sustitución es mediante la fantasía, no es que pierda la relación libidinal con las personas y las cosas sino que las mantiene en su fantasía. El neurótico tiene libinizado el pensamiento, no puede llegar al acto, se queda en el paso previo que es el pensamiento, ya que tiene erotizado el pensar, y esto debido a la introversión de la libido, el neurótico se relaciona con su imaginario, con objetos imaginarios y renuncia a los actos necesarios para la consecución de sus fines en los objetos reales, perdiendo así su relación con la realidad.

Esto, se reproduce en la característica neurótica con respecto a la inseguridad y la duda que son rasgos inseparables del obsesivo. La creación de la inseguridad es uno de los métodos que la neurosis emplea para extraer al enfermo de la realidad y aislarle del mundo. Por otro lado los enfermos realizan un esfuerzo evidente para sustraerse de toda seguridad y poder permanecer en duda permanente, eternizando los estados que debían de ser pasajeros.

La tendencia general en la formación de síntomas en la neurosis obsesiva, es la de ampliar en un rango mayor la satisfacción sustitutiva, a costa de la represión. Esto es así por que nos encontramos ante una represión no lograda. Los síntomas que en un principio eran restricciones del yo, inhibiciones, tomarán más tarde otro camino, la satisfacción sustitutiva. Por lo que no nos resultará extraño que el efecto de este proceso sea un yo restringido, que encuentra la satisfacción por medio de los síntomas. Así y a través de la ambivalencia y por medio del desplazamiento el neurótico obsesivo en cada decisión a la que se enfrente, encontrará por los dos lados, impulsos de la misma energía pero contrarios. El conflicto que domina la neurosis obsesiva entre el ello y el Super yo, puede ser tan severo que el yo se verá desbordado en su tarea de mediador, no podrá emprender nada sin que esté tocado por este conflicto.

 

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El obsesivo está también dominado por un sentimiento inconsciente de culpabilidad, tiene culpa por algo que no ha cometido y que desconoce, y busca cometer transgresiones e infringir prohibiciones para poder así hacerse merecedor de castigos que den razón de ser a su culpa y al mismo tiempo la aplaquen. Cosa que no consigue, su pensamiento está determinado por la ambivalencia afectiva y la regresión a la organización sádico-anal.

Otra parte importante en la relación llevada a cabo por el ello y el super Yo además del sentimiento de culpa y su inherente necesidad de castigo, es el dolor, Freud se refiere a esto cuando habla de masoquismo moral. El sadismo del superyo se une al masoquismo del yo. Hay una relación entre la rigidez de la conciencia moral y el grado de renuncia del sujeto a la agresión contra los otros. La fuente de la moral individual es el complejo de Edipo. Entonces, si el superyo como heredero del complejo de Edipo desexualiza las relaciones parentales, el masoquismo moral sexualiza de nuevo la moral, el super yo; reanima lo edípico y provoca una regresión desde la moral al complejo de Edipo. La renuncia a lo instintivo trae como consecuencia la moral.

El neurótico está juzgando un deseo infantil reprimido con la moral adulta, actual, está juzgando con la moral actual un periodo infantil, digamos, amoral.

En el estudio del masoquismo moral es común observar el proceso en el cual, en la necesidad de dolor moral del yo hay una satisfacción. La ambivalencia entonces, en el par sadismo-masoquismo está determinada en un mismo proceso, por la orientación de lo pulsional contra el propio yo y el pasaje de la actividad a la pasividad.

En segundo lugar, aclarar que los mecanismos están siempre en juego, no desaparecen. Así como las fases de la organización de la libido se articulan en el sujeto cada vez, también la ambivalencia se juega en cada movimiento pulsional.

Cuando el sujeto piensa algo relacionado con su deseo, surge en él el temor de que va a suceder algo terrible, lo que se llama el temor obsesivo. Este rasgo ya es propio de la neurosis en el sentido de la incertidumbre, de la indeterminación, característica de la neurosis obsesiva. Pero en el niño no es difícil descubrir lo que tal indeterminación encubre, en la neurosis será de la misma índole edípica ¿a quién se quiere más a papá o a mamá?

En el temor obsesivo el afecto penoso toma claramente un matiz inquietante y supersticioso, y da ya origen a impulsos tendentes a hacer algo para alejar la desgracia, se impondrán las consecuentes medidas defensivas.

En la neurosis vemos una pulsión erótica y un alzamiento contra la misma, un deseo y un temor contrario, un afecto penoso y un impulso a la adopción de medidas defensivas.
La regresión de la libido a la fase sádico anal es la operación fundamental de las neurosis obsesivas junto con el mecanismo de la represión.

Para todo sujeto lo que importa es lo que se juega en el Otro y es frente a la castración del Otro donde se jugará la diferencia operacional. El neurótico reprime la castración del Otro, intenta en sus rituales hacer y deshacer lo que ocurre en otro nivel y a su vez lo mantiene, decimos que el padre del neurótico es un padre absoluto. En el caso del hombre de las ratas, el sujeto, pone la piedra a su amada y la quita, y esto lo repite una y otra vez. La ambivalencia es lo que caracteriza estas situaciones contradictorias. En el complejo de Edipo se plantean las cuestiones que estamos abordando. La ambivalencia es algo simultáneo, una amalgama de amor y odio hacia el mismo objeto. En la represión del odio infantil contra el padre hemos de ver el proceso que obliga a entrar en el cuadro de la neurosis, ya que, si contra un amor intenso se alza un odio casi tan intenso como él, la consecuencia inmediata tiene que ser una parálisis parcial de la voluntad, una incapacidad de adoptar solución alguna.

El carácter psicológico de la neurosis obsesiva tiende a hacer el mayor uso posible del desplazamiento y paulatinamente su indecisión se extiende a toda la vida del sujeto, quedará instaurado el régimen de la obsesión y la duda. El obsesivo quiere saber lo que no se puede saber.

La actividad mental del sujeto queda sexualizada, pues el placer sexual, referido al contenido del pensamiento, pasa a recaer sobre el proceso intelectual y la satisfacción alcanzada al llegar a un resultado mental es sentida como satisfacción sexual.


Manuel Menassa de Lucia. Psicoanalista
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