Sumario

POESÍA, PSICOANÁLISIS, LOCURA (III)
Cali, Colombia, 1979
M. O. Menassa

Poesía, Psicoanálisis,
Locura (I)
Poesía, Psicoanálisis,
Locura (II)
Poesía, Psicoanálisis,
Locura (III)
Poesía, Psicoanálisis,
Locura (IV)
 
El deseo como corazón del sujeto
Sobre las relaciones de pareja
Histeria Caso Dora
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No sé por qué, directamente después de la "interpretación" donde amos y esclavos, en el auditorio, adoraban en silencio la misma muerte, se me ocurrió hablar del niño recién nacido, que su situación biológica natural -animal- lo lleva a esclavizarse en ese otro, y entregarle su vida. En estas condiciones no sólo el niño no va a morir, sino que en el aprendizaje con la función se va dando cuenta que la función puede, de alguna manera, más que él.

Y el pasaje dramático de ese pequeño cachorro animal a cachorro humano se va a verificar, en el tiempo en que él -el niño- pueda simultáneamente (por una capacidad de su sistema nervioso central) sentirse (en eso que a la medicina se le ha dado en llamar propioceptivo) no unido, separado, macerado. Donde no tiene unidas, en ese sentimiento de él propio, las partes de su cuerpo, como en realidad las tiene unidas.

Dije que tenía que sentir simultáneamente esta sensación interior, y una visión, una percepción exterior, acerca de él mismo, unido, entero, como él mismo está unido, entero. El niño de pocos días (meses) no puede diferenciar entre sus piernas y el barrote de la cuna. Esto que le ocurre al niño, le ocurre al paciente psicótico, porque el psicótico no puede diferenciar su cuerpo de aquello que lo continúa, la cama, el piso, los barrotes de la cama, el otro.

Decimos que el paciente (tenga la edad que tenga) está en ese momento transcurriendo entre la naturaleza y la cultura.

Está transcurriendo entre la posibilidad que tienen todos los seres humanos, de ser animales, hacia la posibilidad que no todos los seres humanos tienen, de ser humano.

El niño, por semejante y diferente a sus padres (humanos) pasará si esclaviza su ser a ser humano, de pequeño animal a hombre. Y en este pasaje saltará definitivamente del campo de la necesidad al campo deseo. Lugar al cual ya no podrá volver, sino en forma de locura.

Freud plantea en el recién nacido una energía constante que reclama satisfacción. Una energía que no cesa. Una energía que siendo energía de la necesidad al ser saciada, parentiza su curso, pero no lo detiene. Esa energía que parte del propio cuerpo del niño, como necesidad, queda inscripta en su sistema nervioso (huella mnémica de la necesidad). Cuando se junten en el niño la huella mnémica de la necesidad con la huella mnémica del objeto que sacia dicha necesidad, el niño experimenta su primera experiencia de placer, es decir, su primera experiencia de satisfacción.

A partir de este momento cada vez que surja la necesidad, surgirá, cabalgando en ella, el intento de recuperar aquella experiencia de placer. Es decir, no es que el deseo inconsciente en los últimos años carezca de objeto, sino que el deseo inconsciente carece de objeto desde el mismo momento de producción del inconsciente como concepto. En tanto no es el deseo, en Freud, buscador de ningún objeto, sino buscador de aquel tiempo en el que se produjo por primera vez en el sujeto (constituyéndose como tal) una experiencia que jamás se repetirá de la misma manera, por lo tanto que jamás podrá conquistar, como experiencia.

También para Freud el deseo es un deseo de muerte, porque su satisfacción sólo se alcanza con la muerte del deseo como tal, es decir la muerte del sujeto, que por fin consigue su libertad, para morir.

Ayer habíamos visto cómo la palabra, tenía la característica, por ser palabra humana, de no poder capturar lo que mencionaba con su mención. Ahora vemos que al deseo inconsciente le ocurre, por deseo inconsciente, no poder capturar lo que menciona en su realización como deseo.

Sin embargo nosotros cuando hablamos acerca del título de la charla de hoy nombramos la palabra demanda. La demanda sería un corte en la teoría del deseo inconsciente, un aporte teórico moderno. Es ella, la demanda, la que cabalga sobre la necesidad, para estallar en deseo en el encuentro con la madre función pero, ahora, real y por lo tanto desprestigiada, es decir de la madre que fue en la aparición del símbolo o de la ley. No de mi madre llamada fálica, ésa que ocupa exactamente el lugar de mi propia imagen. Esa madre que no existe, por ser puro deseo -inconsciente-. A lo que demando es a mi madre desprestigiada, que por real, castrada y por castrada, si no fuera mi madre, casi una mujer.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2590)


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2317)

Lo que le pido a ella como demanda amorosa es que sea, peor que mi madre. Lo que le pido a ella como deseo es que no exista, que sea mi madre fálica, producto de mi propio deseo.

Si en el campo de lo necesario donde yo me enfrentaba con ella, niño, iba haciendo mi relación con ella, iba concibiendo (según su deseo) que Ella tenía algo que yo no tenía. Eso, que seguramente estaría regulando la relación, yo lo ponía en Ella. En ese campo de lo necesario, no sólo lo creía que yo era su único objeto, sino que también en aquel desvarío sentía que los dos -yo y Ella- éramos un solo objeto, como les pasa a los enamorados.

Con el desprestigio sufrido por la función madre en la relación (situación que el psicoanálisis llama decepción fálica) por un desvío en su mirada -y no hace falta más que un desvío en su mirada- yo ahora percibo que además de mí hay un otro de ella que yo no poseo. Y esto que parece una tontería es lo que manda al manicomio a los enamorados cuando aparece, por esas cosas de la vida, el tercero.

Cuando el lactante descubre la presencia del otro en la relación idílica con la función, lo que interrumpe viene a interrumpir la relación idílica que tengo con ese otro, que además me tiene. Ella no sólo se desprestigia por dejar de ser única (por la existencia de ser otro), se desprestigia también porque deja de tenerme en ella.

Porque no solamente descubro que ella es un otro de mí, sino que, también, descubro que yo soy un otro de ella. Por lo tanto si quiero mantener la relación con uno y con otro tengo que ser dos. Si el otro viene a interrumpir la relación que tengo con ella, debo desdoblarme. Ser, a partir de ahora, dos, yo y el otro, me permite tener en el lugar del Otro la relación con Ella, y en el lugar donde soy yo, la relación con él, es decir con la ley.

No es de ninguna otra cosa de la que me escapo, sino de saber que el otro no me pertenece. No es ninguna cosa la que pido cuando pido, sino que pido amor. Y amor se lo pido a mi madre real. Aquella madre que por no tener ya, es otro. Aquella madre que no es el único objeto de la creación sino que es una madre, pero que, todavía, es mi madre.

La retórica del deseo consistiría ahí, en el tiempo donde la demanda, se fragmenta o se fractura de la necesidad, en intentar transformar el objeto real (no tal "real" por ser mi madre aún) en el objeto fantasmático anterior, es decir, el lugar de mi propia imagen, es decir donde mi madre lo era todo y que por ser todo no existía.

Es decir que frente a una mujer y después de ya no querer, de ya no necesitar, porque mediante el psicoanálisis y esto y lo otro, yo he comprendido y no quiero más que ella sea el "objeto" inasible y siempre mutable de mi deseo, esa locura, todavía tengo que dejar de querer que ella sea mi madre real (en lo que de necesario le reclamo), todavía no es mujer, porque todavía está en el campo de mi demanda amorosa, y mi demanda amorosa es siempre con mi madre.

Si pudimos hasta aquí tenemos que empezar a darnos cuenta que con estos elementos podemos pensar las enfermedades mentales, o las llamadas enfermedades mentales, de otra manera. Si en el campo de lo necesario queda fijado lo real, separando de alguna manera lo imaginario de lo simbólico; la barra de la resistencia que veíamos en palabras anteriores entre el significante y el significado, se llama ahora real. Y es lo real (aquello que en el hombre aún necesita) lo que se incrusta entre el significante y su significado, es decir, entre lo simbólico (la escena segunda) y lo imaginario (la escena primera). Por eso que la asociación libre no versará sobre ninguna otra cosa que lo real. Versa sobre el tiempo que al sujeto le llevó reprimir sus primeras escenas vivenciales.

La asociación libre es el levantamiento de lo real para que sea posible una significación. Significación que, hoy por hoy, sigue interesando más a la lingüística que al psicoanálisis.

(sigue...)

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