Sumario
Por Miguel Oscar Menassa

 

El papel de lo psíquico en la sensibilidad química múltiple
 
Nadie lo es ni lo tiene. Y, sin embargo, nos legisla
 
El chiste y la función de la risa (II)
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
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"Obra reciente" Exposición de pintura de Miguel Oscar Menassa
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LIBROS DE
MIGUEL OSCAR MENASSA

EL OFICIO DE MORIR
Diario de un psicoanalista

25 de abril de 1982, Madrid

Hoy he tenido una idea genial, volver a publicar, volver a las tablas, al ruedo, como se dice.

Más de tres años de silencio, inexplicables, tanto el silencio como los años, habiendo tanto que decir.

Decir, por ejemplo, que sigo siendo una fiera acorralada por sus propios fantasmas. Una fiera no ya tan feroz y diciendo exactamente la verdad, han hecho de mí, una fiera un poco vieja. Mis conciudadanos más que ferocidad lo que ambicionan para mí, es que no me falte la comida.

Tendré que comenzar a escribir cómo veo yo las apariencias o terminarán diciendo de mí, cualquier cosa.

A veces me propongo narrar todo tal cual es y, claro, no soy exactamente un narrador, más bien poeta. Así, que más que narrar, condenso. Ilumino zonas oscuras. Pero nada sé de los espacios de claridad, pero nada sé de los procesos que me permiten transformar mi propia carne en versos.

Poco a poco voy estabilizando las cien mil relaciones que me fueron ofrecidas al llegar a Madrid, en dos o tres personas; quiero decir que, más que un camino lleno de aventuras, elijo el camino radiante, y por eso, intransitable, de la poesía. Donde todo deja de ser lo que es. Los nombres propios son sólo palabras de unión y los sentimientos se transforman, aunque parezca mentira, también en palabras. El cielo para la poesía no tiene contenido, sino simplemente cinco letras y queda bien cada vez que la frase necesite para continuar, una palabra de dos sílabas.

No estoy maravillado con mi vida.
Estoy arteramente sorprendido por mi vida.
Como si hubiese vivido para otros y, ahora, no sé qué hacer con todo ese vivir que nadie quiere.

Bienaventurados los pobres de espíritu, me decía, porque de ellos será el reino de los cielos y resultaba que los pobres de espíritu eran generalmente los peores. Perros hambrientos de pobreza fatal, sin espíritu.

Soy un tipo que nunca alcanzará la fama. Un insulso mediocre, lleno de ilusiones. Algún día la vida va a cambiar y me lo digo cada vez y cada vez que me derrumbo, no me derrumbo porque sé, que la vida va a cambiar.

Antropófago de las horas libres, en mí vive el horror.

Muerte.
No quiero maldecirte porque otros te han maldecido y en mi locura por no hacer lo hecho, amada muerte, te bendigo. Reino a tu lado exactamente en mi provecho nuevas sombras de amor.
Soy un gusano vil, tratando de arrancarse el pellejo, que por otra parte, todo el pellejo es él.
Bienamada, te brindo este poema maltratado por el oro y la lujuria de comer y beber.
Te brindo este poema como se brindan sémenes oscuros.
Cristales y opalinas relucientes en la propia casa de la muerte.
Aquí estoy amada, con la muerte, construyendo un amor que nadie pudo.
Atado por mis vicios a sórdidas cadenas,
soy el topo maligno que escarba por las noches los secretos del mar.
Tratando de llegar y detenerme, tratando de ocultarme para no ser el vuelo de los pájaros.
Estoy cansado de bucear para adentro.

Inmóvil.
Apresado por la falta de cielo,
de tanto bucear para abajo.
Del brazo de la muerte llego por fin a la ciudad. La ropa raída por las excavaciones, la vista cegada por el polvo marino y las circunstancias. Y sé, también, que otras injusticias han caído sobre mis ojos para cegarlos en mi ausencia.
Con los ojos raídos, entonces,
con las manos atadas a la espalda por las dictaduras.
Habitante del sur, tengo las piernas cortadas por las democracias y te lo digo, hoy llegué a la ciudad y vine acompañado por la muerte. Me sentaré a la mesa de un bar céntrico y esperaré que todo se destruya, después elegiré entre los escombros las piedras fundamentales de mis versos.

Comenzaré diciendo:
Europa habrá de morir entre mis brazos, entre los sonidos, de mis pequeñas, garras latinas.

A solas con la muerte en plena llanura nacarada,
soy el jinete muerto que galopa y, también, el impacto fatal sobre el jinete.
Soy el caballo negro que galopa y el mar abierto a las latitudes de la locura, a lo simplemente desconocido.
Viene del sur dirán, es el poeta.
Su amor ama la guerra y llegó a la ciudad acompañado por la muerte.

Yo soy el vértigo de las palabras que nunca me pertenecerán y ella, la que me acompaña, la muerte. ¿Qué quieren de nosotros? Yo soy un gusano vil y ella, mi baba. Arpegio de una nota dejada de lado y ella, un territorio donde sólo la muerte me acompaña.

Soy un artista, un hombre con sentimientos flojos, intercambiables; inteligencia mutable, afán de lo distinto y ella, es el arte, que al saberse superior es indiferente a todo.
A veces vamos por la ciudad como si ella y yo fuéramos el mundo. Se dan cuenta qué sagacidad, qué bruma.

Vuelvo sobre mis pasos en el intento de contabilizar lo perdido, lo hallado.
Trozos, espejismos alucinantes donde la razón y el tiempo, son pequeñas verdades.
Comienzo por descubrir mis deseos:
Amplias lunas mojadas por las certeras lluvias del verano,
verano aquél donde sangrante y taciturno,
besé tu nombre oculto entre las piedras.
Zafiros,
esmeraldas enronquecidas por la falta de amor,
rodeaban tu cuerpo.
Era hermoso ver cómo morías entre la blanca espuma de tu rabia.
Atleta de mí mismo, corporal hasta con mis propias palabras,
me dije amar la belleza en otras circunstancias y te salvé.

Después fue duro explicarte que a mí, no me importaba tu pasado y que tus pequeños intentos de ser nada, eran mal vistos por la muerte, mi dama, mi única compañera en la ciudad.

Este año se cumplen veinte años de mi primera publicación y nadie que yo sepa, ha reparado en ello. Ni yo mismo tenía la energía para festejar semejante insistencia.

Tienen sexo y deseos sexuales y un único problema como nosotros: el tiempo y la muerte. Y como, por otra parte, no necesitan verse para hablarse, se divierten poco. Para no morir, tienen que viajar todo el tiempo y mientras viajan, para no pensar en detenerse, escriben. Viven 7.000 años más allá que yo, pero viven casi como yo, que estoy todo el tiempo viajando y escribo cuando me quiero matar o alguien intenta asesinarme.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2841)

Veinte años tratando de ser una voz más allá de mi cuerpo y nadie ha de creer que estuve con los brazos cruzados; más de mil páginas de poesía y algunas frases sueltas que de reunirlas serían otras mil páginas, atestiguan que no soy sólo un sobreviviente, sino más bien un conquistador, un hombre, si ustedes quieren, desesperado, tratando de escribir, lo que, todavía, nunca pasó.

Alguien, me digo, tendría que tener el coraje de publicar mis versos. Y todo lo que me rodea es una bruma de silencio. Me doy dos palmaditas en la espalda y me animo a tener el coraje que, por ahora, nadie tendrá por mí.

Decidido a publicar mi decimotercer libro estoy en condiciones de inspeccionar, una vez más, mis pertenencias:

Al filo de los cuarenta y dos años, llevo conmigo por lo menos para comenzar el inventario, cuatro certificaciones. Poeta. Médico. Padre de seis hijos. Pintor. Certificaciones que pareciendo tanto (imagino por ser extranjero) son insuficientes para brindarme una identidad intercambiable, con las identidades que, con menos certificaciones, consiguen los nativos.

Excluido del Colegio de Médicos de Madrid, por extranjero, a pesar del convennio de reciprocidad, por el cual mi título está legalizado por la Universidad Española y mi propia persona está autorizada a ejercer la licenciatura en medicina y cirugía en todo el territorio español, convenio, quiero decir, que el ilustre Colegio Médico de Madrid no respeta.

Excluido de la generación de poetas del 60, porque mis mejores obras las escribí en la década del 70. Excluido de la generación del 70 por pertenecer a la generación del 60. Excluido de la poesía española actual, a pesar de haber publicado en España cuatro libros, por ser argentino. Excluido de la poesía argentina actual, por vivir en España. No digo que estoy desesperado, pero a veces es como si no pudiera más. Y, sin embargo, la noche ha comenzado, todos duermen. Estoy en condiciones de asegurar que todos los murmullos que percibo son producidos por mi propia alma. Nadie vive en mí, en plena noche, sino yo mismo. Soy una especie de rey durante la noche. Gigante de mí mismo sobrepaso todas las barreras. Soy la belleza y, también, el detective privado de sí mismo, cuya locura, esa pasión, lo lleva a investigar sin planes precisos de un lado para otro porque, en especial, no le interesa ningún resultado.

Más que una máquina, de noche, cuando la oscuridad ha ganado también, mi corazón, soy el eje, más importante de la máquina, fatalmente fragmentado para siempre.

Soy el todopoderoso que mientras vomita, sonríe. Cuando los tiempos donde nadie se acerca (períodos en los que mi lepra se perfila como muy contagiosa) la soledad siempre me tira una cuerda para que me ahorque y, sin embargo, yo soy un hombre capaz de sacarse a sí mismo de sus propias casillas. En estas ocasiones llego a pensar que soy el vientre del nuevo hombre. Y todavía cuando sea posible, me quedará aún la dura pena, de no ser el hombre nuevo, sino sólo su madre.

Espejismos sin límites, esta materia gris que me acoge.

¡Qué locura!

Tantas veces pensé controlar mi cuerpo, administrar mis sentimientos. Tantas veces pensé ser el mejor, rata negra y profunda, atada a sí misma, roía mi cuerpo. Para demostrarme a mí mismo, la capacidad de reconstruirme, la elegancia cuando vuelvo de la muerte como si volviera de una tasca.

De noche mis resistencias, son tenues niñas temblorosas, que más que resistir, recuerdan con su temblor que han sido vencidas. Soy un otro temible y aún el que lo dibuja. Soy una voz en medio exacto de las tinieblas y vivo acosado por mis deudas. Soy el pordiosero que clama venganza y no lo conseguirá. Me entrego a la alquimia de mi voz y me descompongo, aun, en partes más pequeñas. Soy el pequeño agujero donde tu rabia, conquista el universo. Soy el dedo de un pie, que te recuerda viejos olores campesinos. Soy el árbol prohibido y poseo los intocables frutos del saber y soy, al mismo tiempo, los frutos podridos que arrastra la corriente como pequeña carroña para pequeños pájaros. Soy la bestia rosada que tiñe con su maldad los ritos del amor y soy el más encendido rito del amor, la hoguera donde la reunión de los amantes concede eternidad al mundo de las formas. Gritos espléndidos, fuegos de artificio desesperados, termitas enamoradas y salvajes, devoran lentamente a la rosada bestia de la maldad.

Decir que es fuerte lo que me toca vivir, no es decir, prácticamente, nada.

Lo que me toca vivir es nuevo, inesperado. Salí de Buenos Aires el 21 de agosto de 1976. Como exiliado pero voluntario, más que un exiliado, un hombre que no sabe exactamente qué dirección irá a tomar. Todos me trataron mal, los que se quedaron por haberme ido sin necesidad de un lugar, y los que me recibieron, por llegar a un lugar donde, por lo menos aparentemente, nadie me necesitaba.

Después de mil intentos desesperados, mil cartas a Buenos Aires sin obtener la respuesta deseada, mil caminatas por las calles de Madrid buscando el reconocimiento deseado sin hallarlo. Me recomendé reposo y con mis últimos dineros me compré una inmensa máquina de escribir y desde hace más de tres años ya no escribo cartas y tampoco salgo de mi casa. Médico antes de nacer, ya que mi padre lo deseaba así, me fui dando cuenta que la tristeza, la soledad, habían transformado mi personalidad.

El amor me parecía imposible, la libertad lejana. Los humanos me parecían muy preocupados en crecer y matarse y comencé a relacionarme con los extraterrestres, unos humanos estelares con base en la quinta luna de Saturno.

(sigue...)

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