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De nuestros antecedentes

Menassa
La familia como estructura sexual (Euskadi, 1979) [p. 1]

La familia como estructura sexual
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La familia como estructura sexual
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Recital de Norma Menassa
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Y como sabemos todo instrumento (y seguimos hablando de lo humano) se modifica a su vez con lo que transforma.

La familia actual es, pues, sólo un paso para el hombre y no como se cree su destino.

Y si proponemos la teoría del inconsciente y la teoría del valor y el nexo de la poesía para que ambos métodos (que son de interpretación y construcción) no pierdan su fortaleza en la repetición, la poesía, decimos, para que cada vez, en contacto con lo que se transforma en su aplicación genere cada vez, un nuevo sentido en sus propias entrañas para que no haya pereza, enmohecimiento.

Y ya sé que decir que dos ciencias y la loca poesía pueden con la vida del hombre, que ya casi ni el hombre mismo puede, también parece un sueño.

Y, sin embargo, más allá de los aportes acerca del tiempo del hombre que nos pueda brindar con el correr del "tiempo" la tan mal comprendida por ahora teoría de la relatividad, son la teoría del Valor, por un lado, mostrando la ceguera del ser social y la teoría del inconsciente, mostrando la ceguera del ser del lenguaje, dos determinaciones que si bien incompletas, no por eso menos científicas o mejor dicho, científicas precisamente en su incompletud, en su movimiento, en su transformación y por eso, pensamos, capaces de dar cuenta de las poderosas ideologías que frente a la determinación inconsciente proponen la coartada de un yo consciente y voluntarioso capaz de decidir por sí mismo, desde donde el sujeto del inconsciente creerá imaginariamente (ideológicamente) que su yo es el centro de su persona y que frente a la determinación de las relaciones sociales, ocupe la posición que ocupe en el sistema, el sujeto social padecerá de no ver, precisamente, lo que lo determina y ofrecerá como coartada a esta ceguera, la ilusión como persona “humana” no sólo de participar en la elección de su posición social sino también le hará creer como persona (sea la persona que sea) que él y su oponente (sea el oponente que sea) alternativamente, una vez su oponente, otra vez él (que ya le tocará) ocuparán alternativamente el centro del sistema.

Ideología va, ideología viene. Y estos vaivenes de pasiones siempre iguales a sí mismas nos terminarán matando y por eso la insistencia en que sólo un saber científico (y será científico sólo por eso) podrá dar cuenta de un saber ideológico y por lo tanto transformarlo y precisamente allí en su contenido, ya que todo contenido de los modelos ideológicos son contenidos humanos, por lo tanto transformables.

Y antes de cerrar este sentido, diré todavía que las disciplinas nombradas, en su desarrollo teórico-práctico (entiendo por práctica los modos de apropiación de lo real) no sólo proponen sus propias modificaciones metodológicas cada vez que lo requiera cualquier obstáculo que surja en cualquiera de los polos que determinan sus movimientos, sea del objeto del conocimiento, sea del objeto real a conocer sino que, también, proponen una modificación, una verdadera subversión, por su modo de ser ciencias, del modelo filosófico de la producción de conocimientos científicos.

No ya más causas produciendo a su antojo y semejanza los efectos que en todos los casos preexistían en ellas sino más bien casi un encuentro apasionado con la cosa misma, es decir, los productos finales para la circulación de las estructuras en cuestión (en el caso del valor, la mercancía, en el caso del inconsciente, el habla). Es decir, se parte de los efectos concretos y se reconstruye, para decirlo de alguna manera, a la inversa, el camino del trabajo productivo y se construyen las causas y las leyes de producción de dichos efectos.

La razón, más que patas para arriba, queda en el encuentro con estas dos ciencias, yo diría despanzurrada, hecha fragmentos.

Y he aquí que el reino de la locura (producto de la estructura familiar cristiana) como el reino de la pobreza (producto de la estructura social capitalista) son, se quiera o no, la última defensa de un sistema de ideas que ya se desmoronó en los libros. La realidad, si nuestra acción es transformadora, tarde o temprano ocurre.

Y todavía, antes de terminar, quiero decir que si bien me hago responsable de todos los desvíos (tanto de las conversaciones mantenidas como de los textos leídos) porque "yo" tuve como función hacer escritura, es decir, dar su materialidad a todo ese trabajo humano realizado, no puedo, aunque quisiera, hacerme responsable de las dimensiones en el contenido de los desvíos, ya que esas dimensiones y ahora lo digo claramente, no hubiesen podido producirse sin el trabajo grupal previo al momento de la escritura.

 

Y, sin embargo, hay todavía algo en mí que me lleva por instantes (y un instante también es toda la vida) a sentirme el único responsable de todo lo escrito y hasta darme lamentables excusas que hagan por un instante (y un instante puede ser toda la vida) razonable ese estúpido sentimiento que me acerca a dios y no sólo por sentirme el único responsable sino, y más todavía, por fantasías no resueltas acerca de la perdurabilidad de lo escrito.

Sentimientos (no por vergonzosos menos importantes en la articulación de lo que será, por lo que soy de ser, mi vida) que no mencionan claramente la lucidez que a veces me acompaña. Una especie de lucidez afectiva porque no se trata de ninguna lucidez capaz de entrar en lo más profundo de los misterios humanos sino más bien en la misma superficie que vi ayer, hoy siento otra cosa. Y si siento una cosa que nunca sentí y si anonadado por ese sentimiento inesperado pronuncio una palabra que nunca pronuncié, quiere decir entonces que lo dado es inmutable (y ya hablaremos en otra oportunidad de ello) no eran los sentimientos.

El odio puede mitigarse, las guerras pueden no ser a muerte.
En cuanto a la voluptuosidad de poder, en lugar de esperar que se desvanezca con los años debemos estropearle su danza antes del final (que en todos los casos es la muerte) concibiendo relaciones heterosexuales posibles entre hombres y mujeres, entre pueblos, entre naciones, entre lenguas. Y si se entiende, y no sé ahora si para que se entienda o para que podamos comenzar juntos la desorganización de un sentido dado, unas relaciones tales que conciban dentro de sus límites y como sexualidad humana las relaciones heterosexuales de los pequeños hombres-mujeres terrestres con el resto de los habitantes del universo.

Y no dejo de saber que un extranjero es también, en todos los casos, un ser del espacio celeste. En una ciudad desconocida un extranjero es, también, un extraterrestre. Un extraño a todo, un hombre, pero fuera de lugar ya que no sólo ignora nuestros gustos actuales sino que, peor aún, desconoce la historia del largo peregrinaje emprendido hace miles de años hasta llegar aquí.

Y estoy casi seguro que seríamos capaces (y también yo) de designar a un ladronzuelo o tal vez a una puta para que puedan decirle (a ese otro humano, pero diferente) sin saber lo que dicen:

-Si no has puesto nada en esta tierra, no te pertenece.

Como si la tierra humana fuera la tierra donde vivo o bien como si la tierra que no ven mis ojos no fuera tierra humana, donde otros humanos como nosotros mismos, que seguimos sin poder reconocer como distintos pero semejantes, hubieron, también ellos, de realizar el largo peregrinaje durante miles de años para ser hombre como nosotros.

Y, sin embargo, todavía no puedo reconocerlos semejantes.

Mi tierra sigue siendo la tierra donde vivo, toda mujer sigue siendo mi madre, todo hombre mi padre y lo que no ven mis ojos no existe. Estoy condenado a morir, exactamente, el día de mi muerte sin conocer lo humano, en familia.

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