Sumario

POESÍA, PSICOANÁLISIS, LOCURA (IV)
Cali, Colombia, 1979
M. O. Menassa

Poesía, Psicoanálisis,
Locura (I)
Poesía, Psicoanálisis,
Locura (II)
Poesía, Psicoanálisis,
Locura (III)
 
La función del aburrimiento
El deseo de estudiar se consigue estudiando
Las diferencias enriquecen las relaciones
Qué es la sexualidad infantil o teorema para comprender a un niño
Periodismo de investigación
La mujer psicoanalista
Rainer María Rilke
Aprender el amor
 
Sobre las relaciones de pareja (I)
Sobre las relaciones de pareja (II)
Descargar nº 128
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APRENDER EL AMOR

El amor es una cosa difícil, y es más difícil que otras cosas, porque en otros conflictos la propia naturaleza exhorta al hombre a concentrarse, a reunir todas sus fuerzas con firmeza, con energía, mientras que en la intensificación del amor el estímulo consiste en darse del todo. ¿Pero […] puede ser el darse, no como algo completo y ordenado, sino al azar, pedazo a pedazo, como lo disponga la casualidad? Ese entregar, que se asemeja tanto a un arrojar y a un desgarrar, ¿puede ser algo bueno, puede ser dicha, alegría, progreso? No, no puede serlo… Cuando regalas flores a alguien, antes las arreglas ¿no es cierto? Pero los jóvenes que se quieren se arrojan el uno al otro con la impaciencia y la premura de la pasión, y no se dan cuanta de la falta de mutua estima que hay en esa entrega desordenada; sólo lo advierten después, con asombro y enojo, por la desavenencia que surge entre ellos a causa de todo ese desconcierto. Y cuando se ha instalado entre ellos la desunión, entonces crece la confusión con cada día que pasa; ninguno de los dos tiene ya en su entorno nada entero, puro e íntegro, y en medio del desconsuelo de una ruptura tratan de retener la ilusión de su dicha (porque todo eso ha sido, según ellos, para alcanzar la felicidad). Ay, apenas son capaces de recordar lo que querían decir con aquello de la felicidad. En su inseguridad, el uno es cada vez más injusto que el otro; quienes querían hacerse bien mutuamente, se tratan de manera dominante e intransigente y en su empeño de salir por algún modo de ese insostenible e insoportable estado de confusión, cometen el mayor error que se puede dar en las relaciones humanas: pierden la paciencia. Se apresuran a llegar a un final, a una decisión que ellos creen definitiva, tratan de aclarar de una vez para siempre su relación, cuyos sorprendentes cambios los han asustado, para que a partir de ese momento se siga siendo "eternamente" (como ellos dicen) la misma. Ése es sólo el último error de la larga cadena de evocaciones que se condicionan unas a otras. Ni siquiera lo muerto puede mantenerse definitivamente (porque se descompone y cambia en su propia substancia): cuánto menos puede ser tratado de forma concluyente, de una vez para siempre, lo vivo, lo animado. Vivir es, precisamente, transformarse, y las relaciones humanas, que son un compendio de la vida, son lo más cambiante de todo, suben y bajan de un minuto a otro, y los amantes son aquellos en cuya relación y en cuyo contacto ningún instante es igual que el otro. Personas entre las que nunca ocurre nada habitual, nada que ya se haya dado, sino siempre cosas nuevas, inesperadas, insólitas. Existen tales relaciones, que deben de ser una dicha inmensidad, casi insoportable, pero sólo pueden surgir entre personas muy ricas y entre aquellas que son, cada una por sí, ricas, ordenadas y recogidas; sólo dos mundos vastos, profundos, autónomos, pueden contraer tales vínculos. Los jóvenes -eso va de por sí- no pueden alcanzar tal relación, pero, si afrontan la vida de manera adecuada, pueden ir creciendo lentamente en dirección a esa dicha y prepararse para ella. Cuando aman no han de olvidar que son principiantes, ignorantes de la vida, aprendices del amor: han de aprender el amor, y para eso hace falta (como en todo aprendizaje) sosiego, paciencia y recogimiento.

Tomar en serio el amor y sufrir y aprenderlo como cualquier trabajo, eso es […] lo que necesitan los jóvenes. La gente ha entendido mal, como tantas otras cosas, la posición del amor en la vida, lo han convertido en juego y diversión, porque pensaban que el juego y la diversión comportan más felicidad que el trabajo, pero no hay nada más venturoso que el trabajo, y el amor, precisamente por ser la ventura suprema, no puede ser otra cosa que trabajo. Por tanto, quien ama ha de intentar comportarse como si tuviera un gran trabajo; ha de estar mucho a solas y centrarse en sí mismo y reunir con determinación todas sus fuerzas y mantenerse firme; ha de trabajar; ¡ha de llegar a ser algo!

Porque […] cuanto más se es, tanto más rico es lo que se vive. Y quien quiere tener en la vida un amor profundo, ha de ahorrar y recolectar y almacenar miel.

Rainer María Rilke
[De: A Friedrich Westhoff, 29 de abril de 1904]


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2609)

Libros de
Miguel Oscar Menassa
A la venta en

e-libro.net

 

SOBRE LAS RELACIONES
DE PAREJA

Viene de Extensión Universitaria nº 127

Ella es un viento que arrasa mi memoria.

Un pequeño mohín, a media tarde, me tuvo sin escribir hasta las doce de la noche, preocupado de que mi amor no sirva para nada.

Nunca me garché tanto y tan seguido a ninguna mujer y ella, todavía, me dice mentiroso cuando le digo que la amo.

Por ahí, mañana para saciarla me la garcho con un fierro caliente y la dejo clavada en la pared, pero mañana viene, contenta, como si alguien le hubiera dicho que la ama, y cuando llega me sonríe y cuando apenas la beso aprieta las piernas y pone cara de extraviada, y yo la empiezo a besar por todos lados, y ella se mueve inquieta y quiere decirme algo, y yo la beso con insistencia y ella me manotea entre las piernas y yo me dejo hacer cualquier cosa, porque ella es hermosa y sus manos vuelan por mi cuerpo y su boca vuela por mi cuerpo.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2607)

 

Yo me quedo quieto, como vencido y ella aúlla, literalmente, y se tira sobre mí y salta sobre mí, como yo saltaba sobre ella cuando nos conocimos y cuando le meto la pija, cuando con la pija le acaricio el vientre por adentro, ella, putita enamorada, grita y me llama con los nombres de todos sus hombres amados.

Después, un poco más tranquila se pasea por mi cuerpo de manera apacible.

Recorre uno a uno todos mis músculos. Busca las inserciones. Se pregunta para qué sirve cada uno de mis músculos.

-Éste debe servir para respirar y me toca el Serrato Mayor. Después cuando me pregunta por el Sartorius, se ríe a carcajadas porque tiene que pasar su dedo, al indicar la inserciones superiores, muy cerca de la pija.

Me mira con ternura y me hace señas con la cabeza, sin hablar para que me dé vuelta. Yo hago de cuenta que no entiendo, porque si bien es verdad que yo gozo con todo lo de ella, gozo verdaderamente cuando ella además de hacer, me dice “cosas”.

Me quedo quieto, sabiendo que ella, ahora, intentará sin pedírmalo, nuevamente, por todos los medios, darme vuelta.

Primero lo intenta por la fuerza y claro, ahí, yo me siento una joven karateca canadiense defendiendo su virginidad.

Ella, sin sertirse vencida, retrocede y comienza a jugar con mi pene (que quiere decir la pija, todavía muerta) y va lentamente abriendo mis piernas y pasa con voluptuosidad, controlada, su lengua por debajo de mis huevos, haciéndome sentir un enorma placer y la fantasía, casi corporal, que ella le está chupando la concha a una mujer.

Mi pija toma proporciones descomunales.

Ella, aprovechando mi posición se sienta encima de mí, mirando para mis pies, agarra la pija con una de sus manos y con la otra se entreabre los labios y mientras dice, con voz entrecortada y caliente:

-Ahora, ahora, y pasa una y otra vez alrededor de su vagina, la pija sin introducirla.

Yo, más grande y más dura no la puedo tener y ella me dice:
-Ahora, ahora, metésela, y yo le agarro las nalgas con fuerza y le meto los dos dedos gordos juntos en el culo y ella salta de alegría y dice:

-Mirá, cómo goza, y se revuelca y ríe y sueña que estamos en el carnaval de Río, todos en pelotas, y se deja caer sobre mí y la pija se le mete hasta el cuello y, ella, grita y se calienta más aún y grita más y se calienta más y se lleva las manos al cuello y en el orgasmo, que nunca había tenido uno igual, se arranca la cabeza y comienza, por así decirlo, una nueva vida.

Yo, agotado me pongo boca abajo y ella, siente haber conseguido que yo me diera vuelta, sin apenas descansar me abre las piernas todo lo que puede y se sienta entre mis piernas y comienza a jugar con sus dos manos con mis dos nalgas y se siente feliz y recita, en voz alta, mientras sigue jugando con mis nalgas, poemas en varios idiomas, como si fueran varias mujeres que están jugando con mis nalgas, a punto de transformarse en culo pero yo, en verdad, siento que no puedo más y ahí, precisamente, ella me pregunta:

-¿Te gustan los poemas?

Yo antes de contestar ya había sentido que la vida volvía a mi cuerpo y, entonces, le dije:

-Vos me gustás, piba. Esa lengua que tenés nena, esas tetitas primorosas y ese culo. Qué culo que tenés nena, me volvés loco.

Ella, haciendo presión con sus manos en mis nalgas, ya entreabiertas, me dijo:

-Vos, también tenés un culito precioso. Y yo sentí un estremecimiento inolvidable. Y ella empezó a hablar con mi culo y mientras hablaba me pasaba la lengua de una manera fabulosa y yo comencé a pensar que perdería la virginidad. Y ella le decía:

-Ay culito lo que te voy a hacer, y dale con la lengua una y otra vez y a mí el culo se me abría como una amapola y ella metía la lengua y sacaba la lengua y la volvía a meter y yo me sentía en la gloria y ella, mientras me chupaba, intentaba penetrarme con sus dedos y yo decía:

-No, no, no, en voz muy bajita y ella, por fin, me penetraba y yo sentía un gran alivio y ella lloraba, desesperadamente, de la emoción.

Antes de que ella dejara de llorar yo le decía:

-Hoy, mi amor, hoy dame lo imposible. Y ella se acurrucaba a mi lado y comenzaba a soñar y hablaba en voz alta para mí y ese era otro polvo que nos echábamos.

Y después aún a punto de despedirnos, yo le decía:

-Tocate la concha. Cómo te la vas a tocar mañana cuando hablemos por teléfono. Vamos nenita tocate la concha. Sí, así, así como te hago yo.

Y ella me miraba con la boca entreabierta, las piernas entreabiertas y sus ágiles manos, frenéticas, sobre su sexo otra vez vivo, empapado de goce.

Y ahí es cuando comienza a decir entre desesperada y feliz:
-No puedo más, y sigue jugando con su sexo e introduce, apenas, la yema de sus dedos. Eso que hace la desespera casi hasta el horror y grita:

(sigue...)

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