Sumario

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Poética del exilio
Tu cuerpo es el amor
Medicina Psicosomática
Breve historia de la medicina
Introducción
Medicina Prehistórica
Medicina Primitiva
Medicina Precolombina
 
El complejo de Edipo y su relación con la personalidad.
III. Masculinidad y femineidad
La importancia del psicoanálisis en el diagnóstico y tratamiento de la depresión
Periodismo de investigación
De nuestros antecedentes: ¿Qué hacer con las enfermedades mentales?
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
Sigmund Freud
Inhibición, Síntoma y Angustia (1925-6)
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LA IMPORTANCIA DEL PSICOANÁLISIS EN EL DIAGNÓSTICO Y TRATAMIENTO DE LA DEPRESIÓN

No hay realidad del sujeto más allá del lenguaje
ni verdad que no se construya.

Así como se concibe el proceso de enfermar así se concibe el diagnóstico y así se realiza el tratamiento, por eso que diferenciar entre la enfermedad de fachada, la enfermedad de estructura y la normalidad, sabiendo que estas tres cuestiones están presentes en cada padecimiento de cada sujeto, es necesario y hace a la precisión del tratamiento, tanto al tratamiento médico como al tratamiento psicoanalítico, puesto que en casi todas las enfermedades denominadas psicosomáticas se precisan ambos tratamientos.

Muchas veces la enfermedad de fachada se presenta como una enfermedad psicosomática, donde hay lesión de una función o de un órgano, siendo la enfermedad de estructura una depresión que sostiene la enfermedad psicosomática, haciendo que a pesar de su curación vuelva a repetir incansablemente su ciclo de enfermar y curar.

La importancia del psicoanálisis reside en marcar la diferencia entre la estructura y los efectos de estructura.

Hablar acerca de cómo el psicoanálisis concibe la depresión es mostrar que la depresión puede ser tratada con psicoanálisis, lo mismo que si hablamos de cómo concibe la neurosis, cualquiera de ellas; y si puede hablar acerca de la psicosis eso quiere decir que la concepción del sujeto en psicoanálisis es una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. Si pensamos desde el psicoanálisis, transformarse es posible, y si algo se transforma es porque ha sido el sujeto el que se ha transformado, el que ha cambiado su posición en el lenguaje, es el sujeto el que está estructurado como lenguaje.

En la depresión ha enfermado el superyó, la conciencia moral, el sentimiento de culpa, por lo tanto ha variado en el sujeto la relación que las demás instancias psíquicas mantienen con el superyó.

Nos dice Freud: "En el cuadro de la depresión resalta el descontento con el propio yo, desde el punto de vista moral, sobre todas las demás críticas posibles." Esto nos muestra que es en la relación del yo con el superyó donde el yo sufre, no puede conformar al superyó, no se siente querido por su superyó, su conciencia moral, por eso que destaca que es "desde el punto de vista moral"

Y continúa: "La deformidad, la fealdad, la debilidad y la inferioridad social no son tan frecuentemente objeto de la autovaloración del paciente. Sólo la pobreza o la ruina ocupan, entre las afirmaciones o temores del enfermo, un lugar preferente." La deformidad, la fealdad, la debilidad y la inferioridad social, cuestiones que tienen más relación con el yo imaginario, con la imagen que el yo tiene sobre sí, algo más en relación con los ideales del Yo Ideal y del Ideal del Yo, en tanto los ideales del Ideal del Yo, que son simbólicos determinan los ideales del Yo Ideal, que son imaginarios.

No es por lo tanto en la relación del yo con su Yo Ideal, o del yo con su Ideal del Yo, sino del Yo con su Superyó, en tanto afecta al sentimiento de empobrecimiento del yo y la ruina del yo, aunque se enuncie como temor a la pobreza o temor a la ruina.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2684)

Y algo de verdad hay en ello, porque sabemos que el superyó se ha formado a expensas del yo, que es el resultado de una renuncia, la renuncia a los padres como objetos de su libido, como objetos eróticos, de tal manera que el yo ha transformado una parte de sí mismo en superyó, siendo el superyó el heredero del complejo de Edipo. Esto quiere decir que a partir de ese momento el sujeto buscará el amor de su superyó, lo mismo que antes buscaba el amor de los padres. Por amor se civiliza, y por amor se puede enfermar de depresión, puesto que por este mismo mecanismo, la transformación de una elección de objeto en identificación, un sujeto puede entrar en una depresión, por no aceptar la pérdida de un ideal, o bien la pérdida de un objeto, o de una forma de relacionarse, es capaz de transformar una parte de su yo en el objeto perdido, "la sombra del objeto ha caído sobre el yo". Un dolor irreductible acompaña este estado depresivo, porque su yo ha quedado herido; no sólo su mirada ha quedado oscurecida y todo lo verá tenebroso, sino que siente que "no soy nada", "no valgo nada", podemos decir que ha perdido su "amor propio". No es que ha perdido su imagen de sí mismo sino que ha perdido su objeto a, el objeto que causa su deseo. Y lo buscará en cada marco de la vida, en cada ventana abierta, en cada vacío donde pueda arrojarse en su búsqueda, por eso son tan propensos a encontrar la muerte. Suicidios que van acompañados de una carta, como si se fueran de viaje, porque no es un acting-out, una representación, una puesta en escena, sino un pasaje al acto, una puesta en acto donde ponen en juego su cuerpo.

Con la fobia el sujeto se protege del acercamiento a su deseo, en tanto que el sujeto está sin armas ante la madre, su dependencia es absoluta, por eso que con la fobia el sujeto se protege de una angustia más temible que el miedo fijado de la fobia. El objeto fóbico es el objeto de interdicción, de interdicción de un goce que es peligroso, porque abre ante el sujeto el abismo del deseo como tal.

Hay otras formas, la forma histérica y la forma obsesiva. El deseo del sujeto puede ser sostenido como deseo insatisfecho, la histérica es la que no quiere; en la relación del sujeto al objeto ella es el obstáculo, su goce es impedir llevar a término su deseo en las situaciones que ella misma trama. Es ella lo que se juega, no el objeto. Ella es un maniquí, una falsa apariencia, ella es la apuesta.

El obsesivo, por el contrario, trata de quedar fuera del juego, ese es su verdadero deseo, allí donde corre el riesgo no es allí donde él está, es de esa desaparición en el punto de compromiso con su deseo, que hace su arma y su escondite, siempre deja para mañana su compromiso con su deseo. Esto no quiere decir que no haga nada, al contrario hace pruebas, hace méritos, donde su deseo mismo es su defensa.

En la depresión el sujeto se identifica con el objeto a, y es a él al que el sujeto se reduce y se "deja caer".

Las dos condiciones del acting out son el impedimento, el no poder, como dificultad del sujeto y la turbación de la función del yo, mientras que las dos condiciones del pasaje al acto son la emoción, el no saber, por parte de la función del yo y el embarazo como dificultad del sujeto.

Ese "dejar caer" del lado del sujeto, en tanto está barrado, embarazado, y el desorden del movimiento que supone la emoción, el sujeto se precipita desde allí donde está y cae fuera de escena: tal es la estructura del pasaje al acto.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2683)

Del acting out se sale de la escena al mundo en busca de lo rehusado, se enfada, después vuelve, retorna, mientras que el pasaje al acto se precipita fuera de escena.

En la relación entre a y A, entre el pecho y la madre, está el acting out. El acting out es algo, en la conducta del sujeto que se muestra, es demostrativo. Y lo que se muestra, se muestra como otra cosa, otra cosa de lo que es; qué es, nadie lo sabe, pero de que es otra cosa nadie duda. El acting out es mostración y llama a la interpretación. El acting out no es síntoma, no es goce engañoso, no se basta a sí mismo. El goce ha atravesado la barrera del bien, del principio del placer, mientras que el acting out es el amago de la transferencia, es la transferencia salvaje, es la transferencia sin análisis.

El síntoma es no poder y no saber qué hacer con el grifo, es el derrame del grifo, el pasaje al acto es abrir el grifo, pero abrirlo sin saber lo que se hace, y el acting out es la presencia o no de chorro, algo que se produce y viene de otra parte.

La diferencia entre un acting-out y un pasaje al acto, es como la diferencia entre un intento de suicidio y un suicidio conseguido.

Si no distinguimos el objeto a de i(a), no podemos concebir la diferencia radical entre duelo y melancolía.

En el duelo la libido del objeto perdido retorna al yo, mientras que en la melancolía el proceso no culmina, el objeto supera su dirección y es el objeto el que triunfa, por eso todo se edifica de otra manera que en el duelo, es decir respecto al objeto a. Ese objeto a, que siempre está oculto tras el i(a), tras el narcisismo, y eso es lo que melancólico necesita que pase, por eso que es a través de su propia imagen que lo hace, primero atacándola, para poder alcanzar en ese objeto a que lo transciende aquello cuyo mando se le escapa y cuya caída le arrastrará en su precipitación, en el suicidio; con esa compulsión que surge en los melancólicos a través de la ventana, cuyo marco es semejante al del fantasma.

En la manía, lo que está en juego es la no-función del objeto a, no sólo su desconocimiento. Sin ninguna posibilidad de libertad y lo entrega a la metonimia infinita y lúdica, pura, de la cadena significante.

El objeto a, que es nuestra existencia más radical, la única vía en la cual el deseo puede entregarnos aquello en lo cual nosotros mismos tendremos que reconocernos, ese objeto a debe ser colocado en el campo del Otro, y allí es situado por cada uno y por todos. Y esto es la posibilidad de la transferencia.

Aquello que va de la existencia del a, a su paso a la historia, aquello que hace de cada psicoanálisis una aventura única, es esa búsqueda del a en el campo del Otro. Por eso que el deseo del analista, el analista conviene que sea aquel que ha podido, en la medida que sea y por algún sesgo, reintegrar su deseo en ese a irreductible, en grado suficiente para ofrecer a la cuestión del concepto de la angustia una garantía real.

En la medida en que el duelo del Edipo está en el origen del Superyó, para los seres mortales que somos, nos toca asumir el ejercicio de la culpa, y tener fecha de caducidad por haber nacido humano. Pero esto es nada frente al héroe que le toca ser a cada ser común, pues el deseo es irreductible, exigiendo todo, no renunciando a nada y siendo absolutamente irreconciliable.

Más que emplear el lenguaje somos empleados, más que elegir objeto estamos condenados a la elección forzosa, y si todos los seres hablantes deseamos lo mismo, siendo la manera de renunciar lo que nos diferencia, podríamos decir que lo más asombroso no es la enfermedad sino la salud.

Y si la salud se produce, y el psicoanálisis es un camino hacia la salud, podríamos decir que es necesario incluir el psicoanálisis tanto en la prevención de las enfermedades psicosomáticas como en el tratamiento de dichas enfermedades, porque el psicoanálisis nos enseña que los seres hablantes que somos estamos más preparados para vivir en la enfermedad que para vivir en la salud, y hemos construido una sociedad donde se recibe más ayuda para permanecer enfermo que para el tratamiento.

El psicoanálisis es más que una terapia, es una manera de pensar, y nadie ni nada puede detener el nacimiento y la acción de un pensamiento, pero si se le diera una oportunidad como terapia como se le ha dado a otros tratamientos podríamos ver los efectos del psicoanálisis a nivel cotidiano, algo que hoy en día sólo es privilegio de algunas comunidades. El psicoanálisis está en circulación, lo mismo que la odontología, por ejemplo, podemos decir que es un derecho que cada sujeto tendrá que conquistar.

Amelia Díez Cuesta
Psicoanalista
607 762 104
ameliadiezcuesta@gmail.com

 


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2682)

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