Sumario

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El complejo de Edipo y su relación con la personalidad.
III. Masculinidad y femineidad
La importancia del psicoanálisis en el diagnóstico y tratamiento de la depresión
Periodismo de investigación
De nuestros antecedentes: ¿Qué hacer con las enfermedades mentales?
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
Sigmund Freud
Inhibición, Síntoma y Angustia (1925-6)
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SOBRE LAS RELACIONES DE PAREJA

Viene de Extensión Universitaria nº 130

-Ayer hablé de más. Molesté a todo el mundo. No tuve consideración por nadie. Bebí hasta por los codos. Estuve borracho, casi al borde de caerme pero sin caerme, desde las doce de la noche hasta las seis de la mañana, donde por fin me desmayé.

El Profesor estaba muy contrariado con su comportamiento de la noche anterior.

-Hablé de más, mostré a quienes esperan de mí algo parecido a un sabio, que soy yo, también, un hombre desesperado. Un hombre viejo a quien le gusta ser joven o por lo menos hacer las cosas de la juventud: Garchar, bailar, divertirse, emborracharse, tener deseos y celos y angustia casi todo el día.

Para poder ser joven me reúno con gente de mi edad y con gente joven.

Cuando estoy con ellos, me vuelvo loco enseguida, antes de comenzar a cenar, ya estropeo todo. Es como si no me pudiera permitir, del todo, algo que ellos pudieran darme.

Termino borracho, hablando de más y ciertamente, hiriendo de alguna manera a personas amadas. Ayer cuando volvimos a casa, Clotilde en lugar de irse a la cama fue a sentarse en el escritorio y eso quiere decir conversación.

-¿Qué te pasó, viejo baboso? ¿siempre haciendo quilombo?

Y cuando el Profesor le pregunta a su vez:

-¿Baboso?

Ella moviendo la cabeza de un lado para otro, le dijo:

-Es un poco peor que baboso, enamorado quise decir. Pero vos me enseñaste que esas cosas no se tenían que notar y hoy, te pasaste macho, lo mostraste todo.

-Bueno, le dijo, yo lo único que trataba era averiguar cuál había sido el detalle, del que no me di cuenta, que desencadenó en ella, un ataque de celos cuando, en realidad, no se esperaba para hoy. Nadie había programado eso para hoy.

Alguien no hacía bien las cosas, alguien se salía de los papeles asignados, en ese momento sentí que la novela corría riesgos de no poder ser escrita.

Cuando Clotilde le veía buenas intenciones para con las personas que ella amaba, se ponía caliente como en verano la arena.

Relajó el rostro tenso del comienzo de la conversación, donde pensaba que el Profesor, era un borracho boludo. Se levantó, se puso a sus espaldas y comenzó a acariciarle el cuello y los hombros.

Clotilde era, claramente, un soldado del goce, ella era como el Profesor, en el sentido que, rápidamente llegaban a cualquier acuerdo con tal de empezar a garchar.

Zara llama a la casa del Profesor, atiende Clotilde, y Zara le pide que escuchen los dos, pero ella se dirige al Profesor.

- Estoy recuperada de la noche que me diste ayer, hoy estoy muy animada y te amo.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2677)

El Profesor aconseja a Zara que se ponga el teléfono entre las piernas, ella ríe, el Profesor aprovecha para dar una calada y tomar un trago de whisky.

Cuando cortaron, Clotilde se abrazó caliente al Profesor y le preguntó, tal vez, ingenuamente:

- ¿Qué querría Zara?

El Profesor la vuelve a llamar, le pregunta si está desnuda y Zara no contesta nada.

Le dice que va a comenzar a besarla por toda la espalda, que va a llegar besándola hasta las nalgas.

-Ahí me detendré, exclamaba el Profesor, para pensar en nuestro futuro.

Y entonces Zara con voz tenue y afiebrada, le dice:

-Por favor, un poco más, un beso más. Chúpeme aquí, aquí donde las piernas se abren para vivir.

Deme un beso aquí, Profesor, insistía Zara, y se agarraba la concha con la mano izquierda pero muy suavemente, porque ella no quería llegar a ningún lado.

Una y otra vez decía:

-Béseme aquí, y el Profesor la besaba y la pija le crecía inconmensurablemente y ella se daba cuenta, por la respiración fuerte de Clotilde, que estaban gozando los dos y comenzaba a gritar.

Dios, cómo gritaba. El Profesor siempre estaba alerta, a la espera de los gritos, pero siempre lo sorprendían.

Sus gritos, eran para el Profesor el comienzo del día, después de sus gritos él comenzaba a vivir; después de sus gritos, porque ella con el Profesor no gritaba nunca menos de tres veces, comenzó a escribir sus mejores versos.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2675)

Cuando Zara colgó, Clotilde y el Profesor quedaron apretados al teléfono, abrazados, contentos. Se sentaron en el suelo y el Profesor haciéndose el boludo le dice a Clotilde:

-Esta mujer, tan joven, debe tener alguna relación con alguno de los dos ¿no te parece?

-O con los dos, dijo Clotilde que no quería esta vez, como había sido siempre, que él se hiciera cargo de sus deseos.

A mí, por ejemplo, me resulta una mujer encantadora y no como las otras boluditas que te querían separar de mí, sin darse cuenta que yo era una creación tuya, sin darse cuenta que un artista como vos, nunca se separa de sus mejores creaciones.

En cambio esta piba me gusta, su ambición no tiene límites, ella no quiere separarnos para quedarse con uno o con otro, ella quiere juntarnos en su corazón, ella quiere quedarse con los dos, ella quiere verte gozar con mi amor por ella. Ella quiere verme gozar por tu amor por ella...

-Pará, le dijo el Profesor, le estás haciendo un monumento. Si querés que me la garche, me lo podés pedir directamente.

-Nadie está hablando, en este momento, de lo que te vamos a pedir cuando nos pongamos de acuerdo, contestó Clotilde, por ahora lo que digo es que entendí, sentí, viví, que ella esta vez, también me quiere garchar a mí y esta vez me voy a dejar. A mí me resulta una piba bárbara.

-Ya veo, es una bestia.

El Profesor no estaba contento con el resultado de la conversación, pero igual dejó caer parte de su versión de los hechos.

-A mí, me gustaría hacer el amor con las dos, pero basta de psicodrama, hacer el amor con las dos juntas en una cama de verdad, donde a mí se me pueda parar la pija sin temor de interrumpir, el argumento, la interpretación.

-Cuando un hombre tiene la pija dura, cualquier mujer entra en alguna razón, eso lo sabemos todas, lo que no sabemos es cuánto tiempo más vas a aguantar con la pija parada.

Dicho esto, Clotilde se tiró en la cama haciéndose la dormida. El Profesor se dijo en voz alta:

-Voy a dejar de escribir, por ahora, y me acostaré sin hacer ruido al lado de Clotilde. Le quitaré, suavemente, la bombacha, que por algo estamos en Buenos Aires y garcharemos con alegría.

Estoy llegando a casi tres polvos por día, de promedio.

Algo tendré que pensar.

El Master me diría:

-No sólo de garchar vive un hombre de su edad, a lo que yo constestaría:

-Es que yo no quiero vivir garchando, yo me quiero morir garchando. A lo que el Master me contestaría:

-Dicho así, suicidarse, parece una cosa bella.

Ella se dio cuenta la última vez que estuvimos juntos que en mi manera de hacer el amor, hay algo sombrío.

-Garcho, hago el amor, pensando que, tal vez, algún día no lo podré hacer y estaré muerto.

(Continuará)

Capítulo VIII de la novela "El sexo del amor"
Autor: Miguel Oscar Menassa
www.miguelmenassa.com


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2676)

www.editorialgrupocero.com

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