Sumario

MIGUEL MENASSA
14 de marzo de 1984

Aportaciones a la psicología de la vida amorosa (I)
Aportaciones a la psicología de la vida amorosa (II)
Aportaciones a la psicología de la vida amorosa (III)
Medicina Psicosomática
Breve historia de la medicina
Medicina histórica
Medicina griega
Medicina hipocrática
Periodismo de investigación
De nuestros antecedentes: Los nervios y la profesión liberal
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
Sigmund Freud
Inhibición, Síntoma y Angustia (1925-6) (II)
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Entonces, el perjuicio del tercero, tiene que haber otro para que yo la pueda amar; y la tendencia al amor a la prostituta, es decir, que asegura permanentemente la presencia de otro hombre en la relación, o porque se pintó los labios, o porque bailó o directamente estuvo con otro hombre, siempre asegura la presencia de otro hombre.

La condición primera facilita la satisfacción de impulsos hostiles contra el hombre a quien se roba la mujer amada. La segunda condición que exige la liviandad de la mujer, provoca los celos que parecen constituir una necesidad para los amantes de este tipo. Es decir, si no hay celos ellos no están enamorados, sólo están enamorados de las mujeres que les producen celos.

Imagino que para las chicas debe haber algo parecido, porque yo conozco muchas mujeres muy celosas, muy enamoradas y muy celosas. ¿Usted conoce alguna?

P: A lo largo de los años he ido tratando a varias.

MOM: Se lo ve un poco avejentado. Es muy difícil el tratamiento de los celos, es muy difícil porque tiene que ver con los celos en parte y con la envidia en parte. Entonces como la envidia es inconfesable en la mujer, ella prefiere que se la crea celosa a envidiosa, por lo tanto hay un porcentaje grande de celos casi imposible de psicoanalizar porque no son celos, es envidia transmutada, proyectada a esa situación de celos.

Ustedes se dan cuenta cuál es la conveniencia. La posición de envidia surge cuando no tengo lo que el otro tiene; en cambio en la posición de celos soy poseedora o poseedor de un montón de situaciones. Tengo mujer u hombre, y tengo además quién me roba a la mujer y al hombre, y tengo además los celos, es decir, transformo una situación de carencia en una situación de opulencia aunque me duela, porque doler duele en la conciencia, pero el trabajo inconsciente ¿cuál fue? El trabajo inconsciente fue transformar una situación de carencia en una situación de opulencia.

No hay celos preedípicos, no hay celos cuando el hombre es todavía un pequeño animalillo. Celos hay en la constitución edípica, con el acontecimiento del tercero. En cambio me animo a pensar que la envidia puede constituirse en la relación con la madre, pienso, en los alrededores de la fase del espejo, en los procesos de formación de la matriz de identificación.

Cuando el niño consigue la posibilidad de identificarse, de ser el otro, en esa posición esa agresividad primaria, de darse cuenta que sin otro es imposible, ahí creo que nace el sentimiento de envidia. Pienso que el sentimiento de los celos es un sentimiento más evolucionado, en el sentido de que le acontece al cachorro humano, pero ya en posición de humanización, es decir, él, la madre y el otro.

De cualquier manera, estas palabras por ser palabras que no están escritas en ningún libro, deben ser trabajadas por ustedes en monografías, trabajos e investigaciones, para que algún día podamos decir, como se ha dicho en la Escuela varias veces, que el verdadero sentimiento insoportable que funda aparato psíquico es el sentimiento de otredad.

Es decir, que lo que no se puede tener no es ni el falo, ni el pene, lo que no se puede tener es al otro. Por lo tanto, la organización genital surge sobre esa nada, sobre esa verdadera carencia, no de un significante sino de una ley, de un límite: es porque vamos a morir que no podemos poseer al otro. Es donde se incorpora -pienso yo- lo que después el psicoanálisis psicoanaliza: la envidia y la amenaza de castración, que son como primeras sustituciones, primeras aproximaciones a la civilización, esos sentimientos de envidia y de miedo.

Ahí donde ella envidia, él teme. Ahí donde él teme porque tiene algo que perder, ella envidia. Entonces, no es que la envidia sea peor que el miedo, o que el miedo sea un sentimiento más honorable que la envidia, sino que son dos sentimientos que surgen, uno en el hombre y otro en la mujer, en el mismo momento de la constitución del sujeto.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2704)

Mas, para mayor singularidad -dice Freud- no es el poseedor legal de la mujer el que le produce celos. Si usted estuviera casada, yo no tendría celos de su marido, si soy este hombre que describe Freud, tendría celos de que usted coquetee con la señorita, con el señor. En algunos casos, estos sujetos hacen casar con un hombre a esta mujer para que tengan poseedor legal. El extremo es tan grande, que convencen a algún amigo y a esa chica que desean para que se casen, y los casan. Conozco varios casos clínicos.

Otra distinta persona cuyo trato con el objeto de su amor pueda inspirarle alguna sospecha. En los casos extremos, el sujeto no muestra ningún deseo de ser el único dueño de la mujer, y parece encontrarse muy a gusto en el “ménage à trois”. Uno de mis pacientes, a quien las infidelidades de su dama habían hecho sufrir lo indecible, no puso objeción alguna a su matrimonio, incluso ayudó a él con la mayor y mejor voluntad.

P: ...Vuelve a aparecer el término psicópata, alguien trabaja para realizar sus fantasías en la realidad...

MOM: La definición de psicópata es una definición muy bisagra, muy opaca.

P: Hay un intento de capturar en definiciones un proceso, y entonces cuando se dice: donde él teme, ella envidia, y si es envidia es inconfesable y es inanalizable porque se presenta como celos, esa envidia también se puede manifestar como un temor a perder el objeto envidiado, a dañar el objeto envidiado. Entonces es como un proceso dialéctico.

Igual que no se puede tener al otro, el problema de la otredad está en el psicoanálisis desde el proyecto, enunciado, no está desarrollado. Pero, digo, porque en clases anteriores también se habló de la envidia al pene como encubridor; como si encubridor fuese inexistente, no determinable.

MOM: Ahí ya está la ideología del que dice. No es importante: es lo único que podría encubrir el vacío de fundación. Es lo único que hay, lo otro no hay, el sentimiento de otredad es una especulación. Hubo de haber sentimiento de otredad que produjo esta disociación y esta partición. Lo que hay, lo que encuentro en el aparato psíquico adulto es la envidia y el miedo. Eso es lo que estabas diciendo ¿no?

P: Sí.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2706)

MOM: Es como cuando Freud reconstruye el inicio del deseo. Él dice: sobre las zonas erógenas de la necesidad, la boca, se monta el deseo, pero eso no lo vio, lo especuló, lo desarrolló teóricamente, es -si ustedes quieren- metafísico, en tanto es una especulación sobre un origen.

Eso no está. Lo que sí está en el aparato psíquico es que el deseo inconsciente queda asociado a la necesidad. El deseo inconsciente en el aparato psíquico atraviesa las zonas erógenas que cumplieron las necesidades del desarrollo libidinal, la boca, el ano, el aparato genital, o aquella parte del cuerpo que fue sobrecargada en la relación con la madre.

P: Porque en ambos el miedo a perder ya sea el pene, o el objeto o el amor del objeto, el miedo a perder es una misma manifestación, es un contenido manifiesto también, en ese sentido es encubridor, es encubridor de todas las tendencias inconscientes de devorar al objeto, o de atacarlo...

MOM: Es muy interesante en los tratamientos psicoanalíticos prolongados, el psicoanalista habla de la envidia casi desde el principio del tratamiento, por una observación del paciente, porque el paciente cuenta una situación donde su conducta fue producida por la envidia; pero lo interesante es que el paciente no llega a hablar de la envidia hasta muy avanzado el tratamiento. Yo diría que es absolutamente imposible para una persona de nuestro siglo, tirada en el diván, hablar de la envidia antes de los seis o siete años de tratamiento, a pesar de que cualquier psicoanalista en la sala podría reconocer que a sus pacientes les interpreta la envidia desde el primer momento, de alguna manera se lo dice.

O porque el paciente quiere ocupar el sillón, o porque el paciente llega tarde, porque no paga, porque se va antes, porque no tolera las interpretaciones, porque le parezco siempre demasiado bien vestido cuando en realidad no estoy demasiado bien vestido, porque me atribuye funciones divinas, funciones de mujer cuando soy un hombre, funciones de madre cuando soy el psicoanalista. Hay una variada gama donde es posible interpretar la envidia, señalarla. Pero el paciente no la contiene como discurso hasta muy avanzado el tratamiento.

Es decir, como una muestra realmente de que es uno de los sentimientos tal vez más prohibidos, más que ciertas perversiones sexuales. Si por la calle hacemos una encuesta y les decimos a las personas qué prefieren, las perversiones sexuales o la envidia, la gente terminaría diciendo la envidia, todo el mundo es envidioso dirían. Pero esto es falso, es una cosa de fachada. Cuando aparece la verdad, la envidia es el sentimiento más prohibido.

Después de la envidia -y es donde comienzan mis pensamientos acerca de que es el otro lo que no puedo tener- aparece un sentimiento aún más prohibido que la envidia, el poder sobre las otras personas.

Después de psicoanalizada la envidia, aparecen fantasías de dominio de personas, de esclavizamiento de personas, de compra de personas... Es decir, que una vez interpretada la envidia, el sujeto intenta repetir la experiencia donde no va a poder, a menos que abandone definitivamente la moral imperante, cuestión que en todos los casos en nuestra sociedad capitalista, plantea la adquisición de dinero, ya que la adquisición de dinero en nuestra cultura, no coincide con la tenencia de una moral, no es que una moral tiene dinero y que la otra moral no tiene dinero, sino que la moral y el dinero no coexisten juntas. El que quiere tener moral no puede tener dinero, y el que quiere tener dinero tiene que abandonar ciertas reglas, ciertas ecuaciones morales.

Es tan rígida la moral sexual cultural impuesta a nosotros que si queremos alcanzar una sexualidad fuera de esto, hay que dejar de ser moral, porque ésta es la ciencia del sujeto psíquico que se constituye en una moral sexual cultural.

Recuerden que cuando vimos el proceso de la mujer que era infiel o insatisfecha, o neurótica, si cumplía la ley. Para no ser insatisfecha ni infiel ni neurótica, tendría que ser inmoral, es decir atentar contra la moral sexual cultural, ser una cosa diferente a lo que está pautado en la moral sexual cultural como posibilidad. Para tener sexualidad hay que dejar de ser moral. En el campo del dinero pasa lo mismo, porque la moral sexual económica no le permite al ciudadano normal tener dinero, entonces para tener dinero hay que ser un ciudadano anormal. Para tener sexualidad hay que ser un ciudadano anormal. Porque el cumplimiento de las leyes lleva a la mujer a ser infiel, al hombre a amar la infidelidad para poder desear. A ella a sentirse perdida por los sentimientos sexuales que tiene, porque están en contra de la moral sexual cultural, y a él en lugar de amarla y desearla como dice Freud, uno de los caracteres más singulares de este tipo de amante, es su tendencia a salvar a la mujer elegida.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2703)

(sigue...)

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