Sumario

MIGUEL MENASSA
14 de marzo de 1984

Aportaciones a la psicología de la vida amorosa (I)
Aportaciones a la psicología de la vida amorosa (II)
Aportaciones a la psicología de la vida amorosa (III)
Medicina Psicosomática
Breve historia de la medicina
Medicina histórica
Medicina griega
Medicina hipocrática
Periodismo de investigación
De nuestros antecedentes: Los nervios y la profesión liberal
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
Sigmund Freud
Inhibición, Síntoma y Angustia (1925-6) (II)
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SOBRE LAS RELACIONES DE PAREJA

Viene de Extensión Universitaria nº 131

-Son las diez y media de la mañana y no sé qué debo hacer.
Gustavo, como todas las mañanas que ya no podía dormir y tampoco tenía fuerzas como para salir o ducharse, pensaba que su vida no tenía solución o a veces se decía:

-Toda mi vida se reduce a darme o darme.

En soportar ser este pequeño desecho melancólico que soy, la vida, los años, quién sabe lo qué o ayudarme con alguna droga para ser distinto, especial, dinámico.

-Sabiendo que toda la fuerza que te da, después te la quita.
Fumo yerba, tomo whisky, me doy un poco de merca, que no me hace nada pero me despierta.

Gustavo, por fin había conseguido lo que quería, estar despierto a las 11 de la mañana.

Llamó a Ofelia y la invitó a bailar con su amiga a Puerto Madero a la noche. Ahora tenía que conseguir el dinero. Sin dinero, pensó Gustavo, la operación saldría mal.

Eso de hacer el amor con dos mujeres, Gustavo no sabía si era una imposición de los hombres o, sencillamente, un avance de la homosexualidad femenina, pero el asunto era que a él le resultaba de lo más interesante.

Llegó a pensar en venderse como tercero en esas relaciones entre mujeres, claro que si se lo contara al Master me diría:

-Usted, que no puede garcharse a una mujer, ahora se quiere garchar a dos.

Y luego me preguntaría:

- ¿Cuándo va a tomar su segunda hora?

Cuando Gustavo llegaba a ese punto, donde se daba cuenta que vivía la mitad de lo que realmente podría vivir, empezaba a pensar que ya, la merca le estaba quitando alguna fuerza que le había dado.

De cualquier manera quiso mostrarse que no era que había perdido fuerzas, sino que estaba mal medicado y entonces molió, alisó y aspiró cuatro veces, dos por cada fosa nasal. Entró al baño, se mojó la cara con agua fría y, ahora, despierto, sin saber por cuanto tiempo, pero despierto, Gustavo decidió tomarse una copa de whisky y fumar, antes de salir a buscar dinero, un poco de yerba.

Mientras armaba la yerba habló por teléfono. Cuando terminó de hablar por teléfono ya se había fumado el cigarrillo y se había bebido todo el whisky.

Le costó levantarse de la cama, desde donde habló por teléfono con Ofelia para reasegurar la cita, entonces Ofelia le dijo:

-No te preocupes Gustavo, en buscar dinero. Mi amiga y yo, tenemos dinero, pagaremos tus gastos. Adiós, mi amor, adiós...

Gustavo, primero se sintió como humillado, pero ese sentimiento le duró muy poco.

Gustavo había nacido en un barrio periférico donde se pensaba que si había alguien que pagara los gastos que uno ocasionaba, uno tenía la obligación de ser feliz.

Con esa manera de pensar, los de ese barrio fueron todos muy infelices. Cuando quisieron reaccionar, ya era tarde.

Les pagaban la comida pero no les daban comida, les daban mierda.

Les pagaban la libertad pero los obligaban a vivir encadenados.

Les pagaban los estudios, para que aprendieran a someterse con mayor docilidad.

Pero Gustavo se fue quedando en la cama, después un poco de merca, otra vez todo el operativo, unos cien intentos de comenzar a escribir algo sin conseguirlo, otra vez merca, el baño, sonarse la nariz con fuerza, lavarse la cara con agua fría y como nuevo.

-A la calle, dijo Gustavo con solemnidad, y comenzó a caminar con elegancia, sin saber por cuanto tiempo podría mantenerla y saludó con cordialidad a los vecinos y pensó que era una persona normal.

La calle, sin embargo, lo ponía nervioso. Gustavo sentía que las personas lo vigilaban y que el sol lo volvía ciego, que ya hay varias películas, llegó a decir un día, donde el protagonista no puede llevar a cabo su misión, porque el sol lo enceguece.

Cómo me gustaría, dijo Gustavo, que hoy en el bar, el Master me explique algo de las mujeres. Tengo que dejar la merca o por lo menos intentar hacer algo, alguna cosita que no tenga que ver con la merca.

Cuando llegó al bar, para la reunión era temprano, así que se sentó en la mesa de la ventana y mientras miraba pasar la ciudad por la ventana escribía en todas las servilletas:

-Soy un hijo de puta. Soy un hijo de puta.

Y en algunas servilletas ponía:

-Soy un verdadero hijo de puta.

Imaginó que Ofelia le chupaba la concha a su amiga y le dio un dolor en los huevos, insoportable.

Fue al baño y se fajó otra vez con merca. Imaginó cómo se la metía a la amiga de Ofelia delante de Ofelia y no se le paraba la pija.

Y después, cuando se imaginaba lo más sencillo para él, garcharse a Ofelia, entraba en pánico, porque tenía que dejar su culo libre a los deseos de esa “perversa” de su amiga. Eso jamás, aunque se le pusiera la pija como un fierro, a Ofelia no se la iría a garchar.

Él miraría y se haría la paja en un rincón.

Y si alguna de las dos quería algo con él, él se podría contra la pared y tampoco se la daría a chupar, a ninguna de las dos, por temor a que se la muerdan.

Gustavo vio entrar a Evaristo y al Master y se levantó de la silla para mostrar el lugar donde estaba. El Master y Evaristo aceptaron sentarse donde estaba sentado Gustavo.

Así fueron llegando al bar, el Profesor, Clotilde, Zara, la mujer del Master, Josefina, y el joven Miguel.

El Master y Evaristo hablaban sin ser interrumpidos, porque hablaban de algo que les interesaba a todos.

Qué significaba para un hombre tener una relación con dos mujeres o, en definitiva, ¿era posible que un trío formado por dos mujeres y un hombre pudiera funcionar?

El más apasionado era Evaristo. Había tenido hace nada, horas o días, una experiencia de ese tipo y Evaristo oscilaba en su evaluación, desde el fracaso rotundo a la gloria fecunda.
El Master lo animaba a hablar de una manera muy extraña.

-Pero mire que se necesita locura en un escritor para querer amar a dos mujeres y encima juntas. Mire Evaristo, de última, si usted pone la energía que utiliza en amar a dos mujeres juntas, en escribir libros, escribiría unas dos mil páginas por año.

-Usted me quiere decir, dijo Evaristo, que hay una traba biológica en amar a dos mujeres.

-No, claro, precisó el Master, en amar a dos y a tres y cuatro o más mujeres por separado no hay ninguna contraindicación, pero querer amar a dos mujeres juntas...

-¿Qué me quiere decir, preguntó Evaristo, que hay una traba psíquica que le impide al hombre amar a dos mujeres... juntas...?

-Tanto como traba psíquica no lo sabemos, pero después de Mao se sabe que es absolutamente estúpido repetir la experiencia de nuestros maestros y entre nosotros, Menassa trabajó incansablemente durante cuarenta años tratando de amar a dos mujeres juntas, y creemos que no lo ha conseguido, aún.

Y no porque Menassa no tuviera amor o dinero suficiente para amarlas a las dos juntas, sino porque nunca pudo encontrar, ni producir dos mujeres juntas.

 


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2708)

Clotilde y Zara se miraron, el profesor les estaba haciendo creer que ellas dos eran juntas, pero no se animaron a intervenir.

Evaristo tomó nuevamente la palabra para contar su historia.

El encuentro comenzó exactamente a la una de la madrugada. Pusimos música que ella compró especialmente para la ocasión. La música sonaba estridente como en una discoteca. Bajamos la luz, aunque dejamos la suficiente como para ver nuestros movimientos y nos tomamos un té.

Ella y Josefina se sirvieron whisky. Yo bebí de sus vasos e imaginé besar sus labios al unísono.

De golpe, bebo un trago muy grande de whisky y la boca caliente me recuerda sus bocas. Bebo otro trago y me paso ostensiblemente los dedos por los labios.

Evaristo puso ojos de soñador y continuó su relato:

Me hace ilusión estar besando sus pezones, me la imagino estremeciéndose por dos o tres siglos con los recuerdos de nuestro amor.

Bebo otro trago de fuego y tomándolas de la cintura las hago danzar a mi alrededor.

Sus bocas se estremecen cuando se piensan acercándose. Se estimulan pensándose enamoradas de mí.

Y cuando se acercan lo hacen con tanta fuerza, con tanta virilidad, que yo quedo descartado hasta el próximo acto.

Saciadas, compiten ahora en ver para qué están mejor preparadas y alternativamente una me chupa la pija y la otra el culo.

Nos abrazamos, nos abrazamos los tres lentamente y recordamos los primeros momentos de la noche, y nuestros cuerpos vuelven a temblar de miedo y de deseo, como si todavía no nos hubiéramos dado el primer beso.

Y al mismo tiempo una en cada oído, me decían, con distinta voz:

-Mi amor. Mi amor.

Y yo me enloquecía. Pertenecer de esa manera y a dos voces diferentes, me enloquecía.

La pija se me ponía dura como un hierro, pero aún, nadie pensaba utilizarla.

Ahora me chupaban las dos juntas, pero no tanto para chuparme como para besarse y a mí, entonces, la pija se me endurecía un poco más y en ese frenesí pensaba que con esa pija tan grande y tan dura, me las iría a garchar por el culo.

Pero a los pocos segundos me olvidaba de todo, y me hundía en las cavernas iluiminadas del sueño.

Ellas estaban contentas, afiebradas de amor, de sorpresa, de que todo hubiera ocurrido sin tensión, sin celos.

Al otro día ambas estaban preocupadas por mí. Entonces me di cuenta que el que había estado tenso y celoso, era yo.

-Quién sabe, me dije, en su momento si volveremos a repetir la experiencia, ya que esa vez segunda que llevaría lo soñado a realidad, no dependía de mí, sino de que ellas pudieran responsabilizarse de sus deseos.

Pongo la música a todo lo que da y bailo solo, me toco varias veces los huevos y siento que tengo un paquete genital importante.

La próxima vez, y habrá próxima vez, les devolveré el favor. Ellas me hicieron conocer una hembra, la próxima vez, yo les haré conocer un macho.

Como Evaristo prolongó el silencio, como si hubiera terminado, el Master balbuceó:

-La saciedad no alumbra el pensamiento.

-Pero tampoco lo apaga, dijo Evaristo, a mí me parece que uno empieza a vivir y piensa y eso no se para nunca.

“Eso no se para nunca”, llevó rapidamente a Evaristo a su encuentro con Ella y Josefina.

Ocho horas con dos mujeres amadas, meta que dale toda la noche, casi cien polvos entre los tres, pero a Evaristo, no se le había parado del todo la pija.

Pero lo que le pasaba a Evaristo era, en definitiva, grandioso.
Inmediatamente después de estar los tres juntos, Evaristo quiso hacer primero el amor con su mujer y terminó chupándole la concha, y ella gozó un camión.

La buscó a Josefina y quiso hacer el amor con ella y terminó cupándole la concha y Josefina gozó un camión.

Las dos están muy contentas, muy contentas.

-Ahora somos tres amigas mujeres, concluyó Evaristo, y una de ellas tiene mucho dinero y esa soy yo.

Así que, ahora no necesitamos ningún hombre.

(Continuará)

Capítulo IX de la novela "El sexo del amor"
Autor: Miguel Oscar Menassa
www.miguelmenassa.com

 

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