Sumario

MIGUEL MENASSA
14 de marzo de 1984

Aportaciones a la psicología de la vida amorosa (I)
Aportaciones a la psicología de la vida amorosa (II)
Aportaciones a la psicología de la vida amorosa (III)
Medicina Psicosomática
Breve historia de la medicina
Medicina histórica
Medicina griega
Medicina hipocrática
Periodismo de investigación
De nuestros antecedentes: Los nervios y la profesión liberal
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
Sigmund Freud
Inhibición, Síntoma y Angustia (1925-6) (II)
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INHIBICIÓN, SÍNTOMA Y ANGUSTIA

1925 [1926]

II

Los rasgos fundamentales de la formación de síntomas han sido ya estudiados por nosotros hace mucho tiempo y esperamos haberlos fijado indiscutible y definitivamente. El síntoma sería, pues, un signo y un sustitutivo de una expectativa de satisfacción de un instinto, un resultado del proceso de la represión. La represión parte del yo, que a veces por mandato del super-yo, rehúsa agregarse a una carga instintiva iniciada en el ello. Por medio de la represión logra el yo impedirle que la idea, vehículo del impulso prohibido, alcance a ser consciente. El análisis revela muchas veces que dicha representación ha continuado existiendo como formación inconsciente. Hasta aquí vamos viendo claro, pero no tardan en presentarse dificultades aún no resueltas.

En las descripciones que hasta ahora hemos hecho del proceso de la represión aparece, desde luego, acentuando el apartamiento de la conciencia de la representación reprimida como resultado del proceso represor. Pero se deja aún margen a ciertas dudas. Así, la cuestión de cuál es el destino del impulso instintivo activado en el ello y que tiende a su satisfacción. A esta interrogación respondimos indirectamente diciendo que por el proceso de la represión se transformaban en displacer el placer de satisfacción esperado. Hallándonos entonces ante el problema de cómo podía ser displacer el resultado de una satisfacción de un instinto. Cuestión que esperamos dejar explicada declarando que la descarga de excitación propuesta en el ello no tiene efecto a consecuencia de la represión, consiguiendo el yo inhibirla o desviarla. De este modo queda resuelto el enigma de la “transformación de los afectos” en la represión. Pero con ello concedemos que el yo puede ejercer sobre los procesos desarrollados en el ello muy amplia influencia y habremos de investigar por qué medios se le hace posible desarrollar tan sorprendente poderío.

A mi juicio, tal influencia la adquiere el yo a consecuencia de sus íntimas relaciones con el sistema de la percepción, relaciones que constituyen su esencia y la causa de su diferenciación del ello. La función de este sistema que hemos llamado P-Cc, se halla enlazada al fenómeno de la conscienciación. Este sistema no recibe solamente estímulos del exterior, sino también del interior, y por medio de las sensaciones de placer y displacer intenta orientar todas las corrientes del suceder anímico en el sentido del principio del placer. Gustamos de suponer al yo impotente contra el ello; pero lo cierto es que cuando pugna contra un proceso instintivo desarrollado en el ello, no necesita sino dar una señal de displacer para alcanzar su propósito con la ayuda del principio del placer, instancia casi omnipotente.

Considerando aisladamente esta situación, podemos ilustrarla con un ejemplo procedente de una distinta esfera: en un Estado existe una pequeña minoría contraria a la adopción de una determinada medida legislativa. Esta medida satisfaría las aspiraciones de la gran masa ciudadana, pero la minoría adversa se apodera de la Prensa, manipula por su mediación la soberana “opinión pública” y consigue impedir la promulgación de la ley proyectada.

A esta solución vienen a enlazarse nuevas interrogaciones, entre ellas la referente a la procedencia de la energía empleada para generar la señal de displacer. Sírvenos de orientación en este punto la idea de que la defensa contra un proceso interior indeseado puede desarrollarse análogamente a la defensa contra un estímulo externo; esto es, la idea de que el yo sigue en su defensa, tanto contra peligros exteriores como interiores, un mismo camino. Ante un peligro exterior emprende el ser orgánico un intento de fuga, comenzando por retirar la carga de la percepción de lo peligroso; pero después reconoce como el medio más eficaz la ejecución de actos musculares, tales que la percepción del peligro, aunque no es ya negada, queda hecha imposible, sustrayéndose así a la esfera de acción del peligro. La represión equivale a tal intento de fuga. El yo retrae la carga (preconsciente) de la representación instintiva que de reprimir se trata y la utiliza para la génesis de displacer (de angustia). El problema de cómo surge angustia en la represión puede muy bien ser de carácter complejo, pero ello no obsta para mantener la idea de que el yo es la verdadera sede de la angustia y rechaza nuestra opinión primitiva de que la energía de carga del impulso reprimido era transformada automáticamente en angustia. Al expresarnos así en ocasiones anteriores realizamos una descripción fenomenológica y no una exposición metapsicológica.

De lo dicho se deriva otra nueva interrogación: la de cómo es posible económicamente que un mero proceso de sustracción o desviación, como el que tiene efecto al retraer la carga preconsciente del yo, pueda generar displacer o angustia, afectos que, según nuestras hipótesis, sólo pueden ser consecuencia de un aumento de carga. A esto respondemos que tal secuencia causal no necesita aclaración económica alguna, pues la angustia que surge en la represión no es creada de nuevo, sino reproducida como estado afectivo, según una imagen mnémica previa. Pero planteando la interrogación sobre la procedencia de esta angustia -o, en general, de los afectos-, abandonamos el terreno psicológico puro y penetramos en el campo limítrofe de la Fisiología. Los estados afectivos se hallan incorporados a la vida anímica como precipitados de sucesos traumáticos primitivos y son revividos como símbolos mnemicos, en situaciones análogas a dichos antiquísimos sucesos.

 


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2714)


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2713)

No creo haber incurrido en error al equipararlos a los ataques histéricos, de ulterior adquisición individual, y considerarlos como sus modelos normales. El acto del nacimiento en el hombre y en los animales superiores, como primera experiencia angustiosa individual, parece haber prestado a la expresión del afecto de angustia rasgos característicos. Pero no debemos exagerar la importancia de esta conexión ni desconocer que el símbolo afectivo es una necesidad biológica de la situación de peligro, en la cual habría siempre de ser creado tal símbolo. Creo, además, injustificado admitir que en toda explosión de angustia suceda en el alma algo equivalente a una reproducción de la situación del nacimiento. Ni siquiera es seguro que los ataques histéricos, los cuales son primitivamente reproducciones traumáticas de este género, conserven a la larga tal carácter.

En otro lugar hube ya de indicar que la mayor parte de las represiones que se nos presentan en nuestra labor terapéutica son casos de represión secundaria. Suponen, en efecto, represiones primitivas, que ejercen una influencia de atracción sobre las nuevas situaciones. Nuestro conocimiento de estas circunstancias y estadios primitivos de la represión es aún harto insuficiente. Con suma facilidad se cae en el error de exagerar el papel que el super-yo desempeña en la represión. De momento no es posible aún determinar si la aparición del super-yo crea la línea divisoria entre la represión primitiva y la secundaria. De todos modos, las primeras explosiones de angustia, que son muy intensas, tienen efecto antes de la diferenciación del super-yo. Es muy posible que los más próximos motivos precipitantes de la represión primitiva sean factores cuantitativos, tales como una extraordinaria intensidad de excitación o la ruptura de la protección contra los estímulos.

La mención de este dispositivo protector nos recuerda que las represiones surgen en dos situaciones diferentes: cuando una percepción externa despierta un impulso instintivo indeseado y cuando un tal impulso emerge en el interior, sin estímulo alguno externo provocador.

Más adelante volveremos sobre esta dualidad. Por ahora nos limitaremos a advertir que sólo contra los estímulos externos y no contra los impulsos instintivos internos existe un dispositivo protector.

En tanto estudiamos el intento de fuga del yo, permanecemos lejos del tema de la formación de síntomas. El síntoma surge del impulso instintivo obstruido por la represión. Cuando con la intervención auxiliadora de la señal de displacer logra el yo su propósito de subyugar totalmente el impulso instintivo, no logramos la menor noticia del proceso represivo. Sólo en los casos de represiones más o menos fracasadas conseguimos seguir el curso de dicho proceso. En estos casos comprobamos generalmente que el impulso instintivo ha encontrado a pesar de la represión, un sustitutivo, si bien muy disminuido, desplazado e inhibido, siendo imposible reconocer tal sustitutivo como una satisfacción del instinto objeto de la represión. Su realización no produce tampoco placer ninguno y, en cambio, toma un carácter compulsivo.

Pero en esta degradación de la satisfacción a la categoría de síntoma, muestra aún su poderío la represión en un distinto aspecto. El proceso sustitutivo ve, en efecto, dificultada su descarga por medio de la motilidad. Cuando tal detención no queda conseguida se ve obligada a agotarse, provocando alteraciones en el propio cuerpo del sujeto; privado de extenderse al mundo exterior, es impedido transformarse en acción. Deducimos, pues, que en la represión labora el yo bajo la influencia de la realidad exterior y excluye, por tanto, el éxito del proceso sustitutivo sobre esta realidad.

El yo domina tanto el acceso a la conciencia como el paso a la acción hacia el mundo exterior, y en la represión ejerce su poderío en ambas direcciones: por un lado, sobre la representación instintiva, y por otro, sobre el impulso instintivo mismo. Surge aquí la cuestión de cómo este reconocimiento del poderío del yo puede conciliarse con la descripción que de la situación del mismo hicimos en nuestro estudio “El yo y el ello”, en el cual afirmamos que el yo se hallaba, tanto con respecto al ello como con respecto al super-yo, en una relación de dependencia y describimos su impotencia y su ansiedad hacia ambos, revelando la trabajosa dificultad con la que mantenía su apariencia de superioridad. Este aserto ha encontrado desde entonces resonante eco en la literatura psicoanalítica, siendo ya muchos los autores que acentúan insistentemente la debilidad del yo con respecto al ello, de lo racional con respecto a lo demoniaco dentro de nosotros, disponiéndose a convertir este principio en base fundamental de una “concepción psicoanalítica del universo” (Weltanschauung). Ahora bien, el conocimiento de cómo actúa la represión es quizá muy apropiado para retener al analítico ante tan extrema y unilateral apreciación.

Personalmente no soy partidario de la elaboración de concepciones universales. Es ésta una tarea que debemos dejar a los filósofos, los cuales, según repetida confesión, no consideran realizable el viaje a través de la vida sin un total Baedeker con noticias de todo y sobre todo. Por nuestra parte aceptamos humildemente el desprecio con que los señores filósofos nos miran desde su más elevada postura. Mas como tampoco nos es posible dominar por completo nuestro orgullo narcisista, buscaremos un consuelo reflexionando que todos estos “textos-guías de la existencia” envejecen pronto y que precisamente nuestra labor limitada y de corto alcance es la que los obliga a hacer nuevas ediciones, y que incluso los más modernos Baedeker de este género no son sino tentativas de sustituir el viejo catecismo, tan cómodo y completo.

Sabemos muy bien cuán poca luz ha podido arrojar hasta ahora la ciencia sobre los enigmas de este mundo. Todos los esfuerzos de los filósofos continuarán siendo vanos. Sólo una paciente perseveración en una labor que todo lo subordine a una aspiración a la certeza puede lentamente lograr algo. El viajero que camina en la oscuridad rompe a cantar para engañar sus temores, mas no por ello ve más claro.

Sigmund Freud
De “Obras completas”

 

LA REVISTA DE PSICOANÁLISIS DE MAYOR TIRADA DEL MUNDO
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