Sumario
Poesía y Psicoanálisis (1971-1991)
Psicoanálisis del amor
Siete conferencias de psicoanálisis en La Habana, Cuba
 
Bulimia y obesidad
Anorexia
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
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Cursos de Verano
Julio 2013
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RELACIONES DE PAREJA

Viene de Extensión Universitaria nº 138

-Yo soy el prototipo de hombre que pudo algo y no pudo algo.
Se podría decir que voy empatado con la vida.

La vida me metió algunos goles, yo le metí algunos goles a la vida.

Pero esta vez estaba en el centro de un vivir diferente, si era capaz de escribirlo o de hacerlo escribir y no dejar de sentir lo que sentía, era como un bien que le haríamos a toda la humanidad.

Algo había pasado en el siglo XX.

Algo con el sexo, algo con el amor, algo con la escritura y nosotros éramos ese testimonio vivo pero, a la vez, inútil.

Era necesario escribirlo, hacerlo escribir.

Los veía vivir y no lo podía creer.

No se parecían a nada, yo empecé a sentir que había llegado mi oportunidad.

Ellos, ellas, son todos escritores, pero ninguno de ellos se animará a contar cómo viven.

Así fue, brevemente, como comencé a mirar con intención de narrar como vivían, y tomaba notas y notas y, a veces, me enceguecía hasta tal punto que, por tomar notas, terminaba no dándome cuenta de lo que pasaba.

Algún día, me decía, todo esto tendrá algún argumento, aunque roto y, eso, será una novela.

Y, ahora, creo que ha llegado ese día.

A mí, me llaman el Turco porque todo lo vendo y todo lo compro. Soy un representante del dinero sobre la tierra, también compro y vendo el amor.

Cuando conocí al Profesor, sin poder acercarme a él, no pude sentir otra cosa que ese hombre había salido de mi imaginación, después esa sensación rozando casi lo siniestro, se volvió a repetir con todos los hombres y todas las mujeres que, de una u otra manera, estaban conectados con el Profesor.

Ahora ya estaba más habituado a ese tipo de encuentros.

En realidad, le pasaban las mismas cosas que le pasaban a todo el mundo, pero ellos reaccionaban diferente y algo, habían aprendido a gozar.

Así que cuando el Profesor, en el café donde se reunían, sin dirigirse a mí, preguntó, quién era yo, qué hacía ahí, sentado escribiendo, yo le contesté rápidamente:

-Yo soy el novelista, para los amigos el Turco.

El Profesor saludó con la cabeza y dijo:

-Encantado.

Yo sólo moví la cabeza y cuando la levantaba por segunda vez vi, claramente que Zara, una mujer joven, hermosa y desconocida me miraba con deseos.

Pero yo, en principio, me hice el boludo.

Yo tenía que escribir cómo vivían, pero no tenía que vivir con ellos.

La segunda vez que me sentí mirado por Zara con deseos, comencé a sentir que, a lo mejor, existía, verdaderamente, la posibilidad que yo viviera con ellos y que ellos escribieran la novela.

Después la vida me enseñaría cosas que, todavía, no había aprendido.

Esa misma noche al despedirse, con la excusa que la esperaban Miguel y Carlina en un bar de la calle Córdoba, Zara se acercó a besarme con los labios entreabiertos y me preguntó, pegando su boca a mi oído, susurrando:

-¿Y yo voy a estar en la novela?

Y yo, pensando, en sus labios entreabiertos sentí, escuché verdaderamente, que Zara me decía:

-Cómo te la voy a chupar.

Creo que sentí una especie de rubor, me levanté y tomándola de un brazo, le dije a mi vez:

-Necesito hablar contigo, ya.

Zara dijo que no, que no podía faltar a la cita que tan pacientemente había pareparado con Miguel y Carlina.

Suavemente la fui empujando hacia el baño de mujeres. Ella tenía una pollera (por decir falda) muy corta así que, inmediatamente, le llegué a la concha (por decir coño). Ahí, ella se abrazó y suspiró y dijo en voz muy baja:

-Apenas te conozco, no sé ni tu nombre.

-El Turco, me llaman el Turco, le dije, mientras la acariciaba suavemente entre las piernas.

Ella comenzó a suspirar, a mi entender, un poco fuerte en relación al lugar donde nos encontrábamos, encerrados en uno de los cuartitos del baño de mujeres.

La situación me enloquecía, y pensando que a ella le gustaría ver cómo se me había puesto la pija con sus suspiros, me desabroché la bragueta y ella me metió mano y comenzó a gritar:

-Pero qué pija que tenés. La tenés muy grande.

Y mientras se sentaba en el inodoro y empezaba a chupármela, seguía diciendo entre dientes, mientras me la chupaba:

-Qué pija, pero qué pija que tenés.

Yo me dejaba chupar, pero no podía dejar de pensar que esa piba, así como me la estaba chupando, podía cambiar mi vida.

Ella por su parte, chupaba y se decía en voz muy baja:

-Esto no me pasó nunca -y chupaba y gritaba:

-¿Quién eres? ¿quién eres?

Y yo tratando de que ella gritara menos y chupara más, le dije:

-Chupá tranquila, querida, yo soy el Turco y te amo.

Y de golpe, no sé si por la orden de chupar, o de que lo hiciera tranquila, o haberla llamado querida, o que yo fuera un extranjero, o que le hubiese dicho que la amaba, el asunto fue que comenzó a ser todo distinto.

Ella se sintió amada, después de tantos hombres, por primera vez y gozó como nunca y me amó y me lo quiso dar todo y yo le dije que sí, para que ella tuviera su primer orgasmo, pero no tomé nada.

Ella se abrazó, fuertemente a mí, y se sentía abrazada a un torrente de luz y acabó y se corrió en dos o tres idiomas, ahí, abrazadita, quieta, iluminada. Yo le manché todo el vestidito con semen aromático, por la yerba, y ella me pidió por favor que le dejara beberse alguna gota de semen, y me sorbió, como si mi cuerpo fuera un sorbete de limón y yo, vacío de mis cosas, transparente de tanta soledad, le pregunté:

-¿Qué te pasa piba, estás llorando?

-No sé si estoy llorando, pero soy muy feliz.

Dijo Zara, un poco asombrada por los sentimientos, casi todos nuevos o más fuertes, que este hombre le había hecho sentir en cuatro minutos y continuó ahora para que él escuchara:

-Te amo, no sé quién eres pero te amo.

Déjame estar a tu lado, sólo te amaré.

Yo era el Turco, yo compraba y vendía todo, pero semejante regalo me dejaba inquieto.

Una mujer joven, hermosa, con dinero, por qué habría de amarme precisamente a mí, para qué, me pregunté intensamente, una mujer así quiere estar al lado mío.

Ella salió del cuarto de baño y me dejó con mis reflexiones, yo me abroché la bragueta, me miré en el espejo al salir y me sentí el coloso de Madrid, pero en Buenos Aires, esta vez la reventaría.

Al volver a la mesa y darme cuenta que Zara se había quedado en el bar, dije al sentarme y mirando al Profesor:

-A mí también, me gustan las mujeres.

-¿Y quién le dijo, que a todos nosotros nos gustan las mujeres?

El Profesor, cada vez, que se dirigía a mí, ponía mi vida en cuestión.

Si yo imaginaba que todos los hombres sólo gustan de las mujeres, eso suponía que todas las mujeres sólo gustan de hombres; y las dos tesis eran ciertamente falsas.

En mi decir, yo negaba el 50 por ciento de la sexualidad.

En mi intento de broma:

-A mí también, como a todos ustedes, quería decir que yo no había, a pesar de ser relativamente un buen escritor, dejado desarrollar el 50 por ciento de mi sexualidad.

Una de dos, pensé. El Profesor es muy inteligente, muy bueno, o yo, sin darme cuenta, estoy en psicoanálisis con él.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2974)

 


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2973)

Ya que el Profesor, tomándose él también de mi frase, transformó la frase para mí, de la siguiente manera:

-A mí no sólo me gustan los hombres, también, me gustan las mujeres.

Era un hombre, pero también era una mujer.

Era una mujer, pero también era un hombre.

Era eso lo que no se podía evitar, ser las dos cosas a la vez.
Mujer-Hombre. Hombre-Mujer.

Por eso, me he propuesto escribir una historia.

No ya más versos esplendorosos o malignos, ni pequeños libritos para entretener al alumnado, esta vez contaré una historia que nada tenga que ver con mis historias.

Una historia de otros, pero sobre mí.

Como le pasa a todo el mundo. Pero a mí me pasa diferente. Soy, al mismo tiempo, el eslabón perdido y el eslabón hallado.

En la misma fuente de inspiración dos lenguas diferentes: Hombre y Mujer, al mismo tiempo, vengo a presentarme.

Soy el ala que vuela más allá de sí misma.
Una cárcel sin rejas encerrada en el mundo.
Dejo volar todo lo que vuela
y dejo caer todo lo que cae.

Y si alguien se animara a preguntarme:

-¿Qué quiero para mí de todo esto?

Yo contestaría como una princesa:

-Para mí, quiero la vida, el amor, la vida.

Esos días donde la vida le quita el pan al poderoso y se lo da al hambriento.

Esas noches donde el amor arranca, de dos amantes muertos, durmiendo en la misma cama, los sonidos del tiempo.

Esos atardeceres donde el cielo se viste de locura,
esos atardeceres donde todo se desmorona,
es bálsamo de luz lo que sostengo,
en mis alforjas no cabe la piedad.

Y fue ahí donde le contesté al Profesor:

-No dije, también como ustedes, a mí me gustan las mujeres, pero comprendo que usted haya entendido eso. Yo dije que a mí además de gustarme los hombres, también, me gustaban las mujeres.

El Profesor llegó a dudar si habría sido él o habría sido yo, quien había llegado a la conclusión, pero yo esta vez lo había hecho todo muy rápido.

De alguna manera lo había vencido. Pero el Profesor era un hombre acostumbrado a las grandes conversaciones, entonces, tranquilamente, me preguntó:

-¿Cuándo se dió cuenta que yo le iba a decir, que en usted hay una gran mujer, que usted mismo no deja nacer?

Y yo rápidamente le contesté, tratando de jugar limpio:

-Cuando usted me hizo la pregunta, me remitió al “también” de mi frase y desde allí a velocidades supersónicas, recorrí gran parte de toda mi vida y llegué a la conclusión que, evidentemente, usted, llegaría, por sus propios medios, un instante más tarde.

El Profesor se quedó contento con mi explicación y dos mujeres desconocidas, se ofrecieron con sus miradas, a participar de alguna manera en la novela.

Yo estaba satisfecho de mi propia inteligencia. Cuando pagué y me levanté para irme, Zara se levantó y esperó que yo saludara a todo el mundo y salió caminando despacio a mi lado.

-Así que vos sos el Turco, decía mientras caminábamos por la calle Lavalle, seguramente, en dirección contraria.

-Así, que vos sos el Turco.

¿Y ahora qué vas a hacer conmigo?

Y yo para contestar algo:

-¿Te pareció poco lo que hicimos?

-No, dijo ella, te hablo de ahora ¿puedo ir contigo?

Y yo otra vez más para no quedarme callado, le dije:

-Ya estás viniendo conmigo. Y esa frase la tranquilizó.

Seguimos caminando por Lavalle, sin rumbo, pero para adelante y a las pocas cuadras, ella insistió:

-Pero vos sos el Turco de la guerrilla.

Y yo le contesté, por fin emocionado:

-No te dejés engañar, piba, eso no existió nunca.

Ella ahora, no dijo nada, pero por el modo de caminar a mi lado, me hizo sentir que si yo le contaba lo que ella quería saber, ella también, tendría su novela.

Entonces, antes de subir a un taxi y dar por terminada esa conversación, yo le dije:

-Yo no soy aquel Turco, yo soy éste que ves, pero algún día algo te contaré.

Zara subió, tranquilamente, al taxi, sintiendo que por fin para ella, también, había un lugar en el mundo. Mañana, nadie podría reconocerla.

(Continuará)

Capítulo XVI de la novela "El sexo del amor"
Autor: Miguel Oscar Menassa

 

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