Sumario
Cartas a mi mujer
Poética del exilio
Los secretos de un psicanalista

 

Medicina psicosomática (I)
Medicina psicosomática (II)
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
Agenda
Departamento de Clínica Grupo Cero
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SOBRE LAS RELACIONES DE PAREJA

Viene de Extensión Universitaria nº 137

-Él pretende que yo viva 200 años acompañándolo, sana y alegre, sin siquiera tomar vitaminas.

Él sólo piensa en su goce y me ama.

Yo tendré que ocuparme de mis cosas, si quiero tener mis cosas.

Catalina se preparó toda la noche para el encuentro, del día siguiente, con la mujer del Master.

Leyó todos los autores que suponía le podrían gustar a ella y le escribió una carta al Master, donde de alguna manera le reprochaba, haberla dejado sola en Buenos Aires, con ella que es una mujer hermosa y le pasa lo mismo que a mí: que no me quiero ir de Buenos Aires, para que la convenciera a ella, que Madrid era mejor o, por lo menos, más bonito.

Y ésta no era la primera vez que el Master me encargaba lo que para mí, era imposible. Una tarea que yo sentía que no sabía hacer, o no podría realizar bien.

Y este por fin, era un tema de conversación.

Ella aceptaría con gusto, era una mujer muy inteligente, ver cómo el Master nos daba a las dos casi lo mismo, y qué distintas cosas hacíamos y vivíamos con eso que desde él, era casi lo mismo.

Se la imaginó a ella dándose cuenta de todo, conversaran de lo que conversaran.

Y Catalina se enteraría a su vez, en la conversación, de todo y, en verdad, todo lo que él hacía, había hecho o haría con ella, a Catalina le encantaba. Pero cuando pensaba que esa mujer la enteraría de otras relaciones con otras mujeres, sintiendo y viviendo hace años lo que ella sentía y vivía recién ahora.

-Espectacular, se dijo Catalina, antes de quedarse dormida: todavía no la vi y esta mujer ya me está volviendo loca.

El Master esta vez me había encomendado algo que de hacerlo bien, se lo cobraría aparte, ya que de antemano era absolutamente imposible que, con esos pensamientos, las cosas salieran bien.

Las dos al encontrarse sabían que ya el Master estaba instalado en Madrid y, a su lado, sólo Emilse podría, al menos, conversar con él.

Pero, ¿con quién garcharía el Master? sin ellas en Madrid. Este pensamiento fue creciendo en sus mentes a medida que se acercaba la hora del encuentro.

Cuando se encontraron, se dieron un pequeño beso en las mejillas y ella le dijo:

-Leonor.

Y Catalina que había estado pensando en lo mismo, dijo:

-Silvia.

Ella, rápidamente:

-Con Silvia no, con Silvia sólo se le para si estoy yo presente.

Y Catalina casi en el mismo momento, dijo a su vez:

-Con Leonor, imposible, me desea a mí.

Catalina se colgó del brazo de ella como hacía con el Master, y así caminaron tranquilamente por Corrientes, y se reían y entraban a las librerías y salían con libros abiertos y se paraban en la mitad de la vereda para leerse versos de Tuñón, en voz alta y de vez en cuando se daban un beso y se reían.

Ella, de golpe, incrédula, hizo como que preguntaba:

-¿Te parece que mi marido, podrá quedarse sin hacer el amor, bueno, sin garchar quince días?

-Estoy segura, dijo con firmeza Catalina. ¿Te extraña?

-Lo que me extraña, de verdad, dijo ella, es que el Master prometa esas cosas.

-Bueno, dijo Catalina, yo no me entero de nada, él me dice y yo se lo creo y además, ¿nosotras dos, no estaremos el mismo tiempo sin hacer el amor?

Ella con una sonrisa amable y con el mismo gesto de extrañeza, dijo en voz baja moviendo la cabeza:

-¿Qué, ahora también, el Master te exige fidelidad? No lo puedo creer. Me estas haciendo conocer un hombre desconocido.

-¿Por qué? preguntó, Catalina, ¿a vos te lo permite todo?
Y ella tranquilamente le dijo:

-Si yo tuviera deseos de eso, él lo permite todo.

Pero ¿viste cómo es? Se pasa todo el día y gran parte de la noche construyendo a tu alrededor castillos imposibles, amores nunca soñados y cuando estás a punto de aburrirte, ahí, surge el poema y una se da cuenta que son sus versos, los que mantienen tu deseo.

Él lo permite todo, concluyó ella, lo que pasa que a veces una, estando a su lado, no tiene ganas sino de eso, estar a su lado, ¿viste? compartir su grandeza, sus caídas, sus vuelos rasantes hacia el futuro.

-Bueno, a mí, dijo Catalina, a veces, me pasa lo mismo. Pero a mí me da mucha rabia. Sentir que lo necesito, que sin sus palabras, directamente, no puedo vivir.

Me da mucha rabia, no poder abandonarlo. Rabia, amarlo tanto.

A veces hago cosas para que él me diga: “no te quiero ver más”, sos la más boluda de todas. Pero él no me dice nada, después me habla de vos, de grandes mujeres que fueron capaces de escribir algunas historias y veo en sus ojos un brillo cuando habla de esas mujeres y, entonces, lo único que amo, lo único que ambiciono, es formar parte del brillo de sus ojos.

Y jugaron hasta dolerse de risa y de descubrimiento, y se sentaron en un bar y ella indicaba:

-A ver, escribamos en un papel, qué hace el Master en los primeros quince minutos, cuando llega a una casa donde lo espera una mujer.

Primero leyó ella:

-En los primeros quince minutos, me mete una mano entre las piernas y me besa repetidas veces, me besa muchas veces.

Después leyó Catalina:

-En los primeros quince minutos, me mete una mano entre las piernas y me besa repetidas veces en la boca.

-¿Todos los besos en la boca? preguntó ella, tal vez, algo asombrada.

Y Catalina, rápidamente:

-No, no, alguno de los besos me los da en los labios, después, el cuello, la espalda, las caderas, el culo, el coño, los piés...

-Ahora sí, dijo ella. Ahora sí, esos son los besos de nuestro amor.

Y una vez que se hubieran de poner de acuerdo con los besos, Catalina preguntó:

-¿Cuándo te obligó por primera vez a hacer el amor con él y otra mujer?

Ella la miró sorprendida y antes de contestar pensó en voz baja (el Master a esta mujer no le ha contado nada, de qué hablarán todo el tiempo).

-No, querida, con él y otra mujer, eso viene después. Primero fue a los 25 años, yo era su mujer. Un 25 de mayo, después de liberar a 225 presos políticos, unos 25 amigos y amigas nos encontramos, en la casa de una de las parejas del grupo, y bebimos en esa época se fumaba un poco de yerba y nos pusimos todos en pelotas y bailamos, y garchábamos todos con todos y de golpe te encontrabas en brazos de tres mujeres a la vez o, como me pasó a mí, cinco hombres, todos a la vez tratando de encontrar un tesoro en mis entrañas.

Y tomando una de las manos de Catalina, ella prosiguió:

-Yo gocé, gocé como una loca, pero tuve celos, quería saber ¿dónde estaba? ¿con quién?


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2943)

www.grupocero.org

-¿Y después? preguntó con mucho entusiasmo Catalina.

-Después de esa vez hubo cuatro o cinco hombres que quedaron totalmente enamorados de mí. Él, en esa época, en lugar de salir con otras mujeres las traía a casa y así pasábamos mañanas y tardes y noches inolvidables y yo comencé a amarlo de verdad, porque me hacía sentir que me lo daba todo. También sus amores.

Después de un largo silencio donde se miraron a los ojos, y jugaron con sus manos y ella se atrevió a rozar los pechos de Catalina con el dorso de su mano, y hubo como que las dos se admiraban, pero más la admiraba Catalina.

Ella fue la que dijo:

-¿Continuamos?

Catalina no quería jugar más, ya tenía bastante por ser la primera vez, pero frente a la insistencia de ella, preguntó:

-¿Y, qué te dice antes de meterse en el baño para armar su fasito de yerba?

Ella se quedó con la boca abierta, y frente a la insistencia de Catalina:

-¿Eh, qué te dice?

Ella le preguntó a su vez:

-¿A vos, también, te dice lo mismo?

Catalina llegó a sentir que había hecho algo muy malo. Sintió que se la tragaba la tierra. Pero asomando un poco la cabeza, dijo débilmente:

-Sí, a mí, también, me dice, antes de entrar al baño a fumarse el pitillo de yerba, pero después, a mí me explica que a vos te ama más. O mejor. O bueno, no sé, se pone muy nervioso cuando lo hago hablar de vos.

-¿Por qué la amas? llegué a preguntarle un día y ¿querés saber lo que me contestó.

-Claro, dijo encantada ella.

-Mira, dijo Catalina, te digo la verdad. Me miró a los ojos hasta que yo los entrecerré y, entonces, me dijo:

-"Mirá, piba, a ella la amo, porque ella es el amor".

-Sí, dijo ella emocionada, me ama más a mí. O mejor. O no sé qué, pero te lo dice a vos.

¿Viste piba? concluyó ella, nos necesita a las dos. Hagamos que vuelva a Buenos Aires.

Y Catalina en voz muy baja, pero en el mismo momento:

-Por qué no volvemos nosotras a Madrid.

La música sonaba, fuerte, sana, perversa, maligna. Los cuerpos ya eran los cuerpos del amor.

Se levantaron las dos y fueron a hablar por teléfono con el Master.

(Continuará)

Capítulo XV de la novela "El sexo del amor"
Autor: Miguel Oscar Menassa

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