Sumario
En una sociedad justa el trabajo es un don
Editorial
Entrevista a Miguel Oscar Menassa
Giros de viento (I)
Giros de viento (II)
Giros de viento (III)
Giros de viento (IV)
 
Sobre las relaciones de pareja
Agenda
Poesía y Flamenco: Todos los domingos
Descargar nº 145
en PDF

GIROS DE VIENTO (1978)

(viene de la página 6)

Rosas ambarinas,
y también,
rosas de colores comunes
y espinas
de rosas sanguíneas y carnosas.
Y también espinas salvajes de una perfumada rosa blanca,
–como alguna vez ocurrió–
antiguas y delicadas,
espinas del amor.
Corona de espinas enamoradas sobre la cabeza del pequeño
niño dicelotodo.
El poeta,
fiel y empecinado corruptor del sentido.
Soldado de lo inevitable.
Sombra expectante sobre todo.
El poeta,
pequeño niño,
no se sostiene sobre sus piernas.
No sabe lo que quiere.
Es arrastrado por el afán social que pesa sobre él,
de denunciarlo todo.
Y en cada denuncia,
en cada encuentro con la verdad,
es todos,
vale decir,
ninguno.
Su ser,
escandaloso y solitario a la vez,
vaga sin saber.
Hilo de agua,
tenue y vivaz entre las montañas,
horadando las piedras.
El poeta,
una vejez y su vértigo.
Una juventud y su decadencia.
Siempre un punto fijo,
una detención sublime,
para que el mundo
gire por un instante,
enloquecido,
a su alrededor.
El poeta
añora la libertad.
Hay días en que quiere morir.
El brutal encadenamiento
sólo le permite
pequeños
y por qué no decirlo,
reglamentados movimientos.
Entre la poesía,
diosa indiscutible,
o bien,
serpiente única capaz de ahogar mil páginas en un verso.
Metáfora ardiente de todo lo vivido.
Y el límite que impone lo social;
sumergirse,
entre las máquinas y sus desperdicios.
Hombres de plástico.
Gobernantes perversos.
Niños asesinados a patadas antes de nacer.
Pequeños navíos de la alegría,
hundidos,
antes de zarpar.

Y sumergirse
en toda la inmundicia que transcurre en las cloacas
y también,
en los blancos hospitales,
en los dormitorios mejor arreglados
y en el lento transcurrir de las horas.
En la serena tarde donde un crimen
se hace pedazos contra el sol.
En los baños,
en los baños públicos donde el olor es
lo que finalmente mata,
o bien,
en los baños de las iglesias donde la purificación
cobra sus víctimas.
Y las inmundicias transcurren sobre todas las cosas humanas.
Y el poeta transcurre sobre todas las inmundicias.
Pequeño niño dicelotodo,
transcurre
entre la mierda sublime de los grandes dioses,
o bien,
tenues cagaditas
de algún ave de paso.
Y lo social,
decíamos,
y el contenido arrasando con las formas.
Y las formas,
eteniendo en su precisión,
en su perfecto mecanismo de relojería,
los gritos deformes del hombre.

 

www.editorialgrupocero.com



Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D3158)

 

Meter en una jaula
su propio corazón desesperado.
Fijar,
como se fijan después de muertos,
los órganos podridos.
Silenciar,
para siempre,
las inquietantes imprecisiones del amor.
El amor,
alegría y blasfemias,
pequeños dioses impotentes,
luchando vanamente contra demonios
siempre invencibles,
cuando se trata del amor.
Fuego y luz.
Apocalípticos demonios de la sangre,
donde la palabra
pierde su poderío.
Demonios enloquecidos por el hambre,
devoran
pequeños dioses preocupados en cuidar las formas.
Y todo es estallido,
cuando la magia nos acompaña hasta los confines del miedo.
Bajo el sol,
contra el sol,
o bien,
un sol saliendo de mi pecho,
o multicolores soles acuáticos
y jóvenes
y arrogantes soles,
precisamente a causa de esa juventud.
Y un sol,
pequeño y fulgurante entre mis labios.
Incendio.
Luz.
Fuego entre los fuegos.
Vertiente incontenible de calor.
Cien mil grados,
derritiendo a los pequeños dioses de la moral.
En mi cuerpo,
fríos metales caen.
Heladas nocturnas detienen, por un instante,
su filo mortal.
El silencio se parte
y los espejos
no pueden reflejar tanta luz.
Desierto y sed,
y los últimos barrotes de la cárcel,
tu propia mirada–,
ceden,
frente a lo que ya no se puede nombrar:
ha pasado el amor.
Yo también soy un hombre.
Dejo que el resto lo vaya produciendo
una infinita conversación entre todos.
Blancos y corpulentos caballos,
sobre verdes praderas,
corriendo alegremente,
casi sin darse cuenta,
contra el viento.
Nunca un ser humano me hizo verdaderamente mal.
Estoy agradecido.
Estoy contento.
Soy
un perfecto idiota entre la espesa niebla.
Mis ideas
ya no necesitan,
ni siquiera, de mí.

Miguel Oscar Menassa
De “Poética del exilio”

LA REVISTA DE PSICOANÁLISIS DE MAYOR TIRADA DEL MUNDO