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De nuestros antecedentes
Menassa
"Freud y Lacan -Hablados- 2"
Psicoanálisis y psicosis (p. 1)
Psicoanálisis y psicosis (p. 2)
Psicoanálisis y psicosis (p. 3)
Psicoanálisis y psicosis (p. 4)
Marx
Cap. 2 - "El proceso de cambio"
"El proceso de cambio" [p. 1]
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Que los poetas legislen con sus versos la vida de los hombres y que los psicoanalistas interpreten los mecanismos intrínsecos de dicha legislación no son, todavía, pruebas suficientes para que sigamos recluyendo a nuestros locos en los manicomios o sus sustitutos, no siempre diferenciados de la fuente de la cual provienen.

Una manera de pensar inhumana genera una manera de pensar humana y esto, sin embargo, no le da al asunto criterio de verdad. Porque debemos decirlo: no es en la verdad de la locura; donde anida la humanidad y, por tanto, no es, precisamente, humanidad lo que ambiciona el discurso psicótico sino, más bien, una palabra que por su brusquedad interrumpa el flujo de lo que teniendo que ser deseo, todavía, es necesidad en él.

Palabra que por su imposibilidad de ser reducida a cosa alguna (si ustedes quieren: falo, significante de falta) sirva como ejemplo (porque ¿de qué otra cosa se trata que de un proceso de identificación?) para que el habla del psicótico pueda, para dejar de ser psicótico: separar la cosa de la palabra que nombra la cosa o bien, en otro nivel, separar lo bueno de lo bello o bien, si se trata de hablar de los diferentes niveles de la locura, una palabra que le permita al hombre separar lo bello de lo divino.

Y si para semejante transformación habrá de ser necesario el cuerpo del psicoanalista, no nos pondremos a tratar de saber si es demoníaco o divino que el psicoanalista oficie de madre, pero diremos que la verificación del cuerpo no da más garantía al símbolo sino, por el contrario, pone en cuestión, precisamente, al símbolo porque el poder de curar está en el cuerpo. Porque si se tratase de curar, es de la eficacia simbólica de lo que se trataría y de ella, de la eficacia simbólica, es más capaz el cuerpo que la propia palabra.

Y si totalmente faltase el cuerpo no tendríamos, tampoco, el símbolo en su belleza pura o, mejor dicho, no habría símbolo posible en esa debilidad.

Esta manera de no poder no estar y, tampoco, poder estar, hace del cuerpo del psicoanalista una nube de polvo ardiente y helada a la vez que, en todos los casos, envuelve a quien por su boca habla, en esa pasión.

A nada temo, dice el sujeto, sólo a mis propias palabras.

Y sujeto, quiero estar diciéndolo, también está el loco. Ya que se trata de falta de significante, es decir, que forclusión significa que se trata de un sujeto como efecto del significante pero, singularmente, del significante que falta.

Lo que aparece desde el principio comprometido en la psicosis es la representación del sujeto por el significante. Ocurre una dispersión de los significantes que representan al sujeto. Porque no se trata de represión que permite que el otro significante funcione como referente de la representación del sujeto, sino del mecanismo de forclusión (rechazo) que se caracteriza por impedir la representación significante del sujeto.

Esta pequeña disgresión teórica es para permitirme decir que si el neurótico habita el lenguaje, el psicótico es habitado, po-seído por el lenguaje.

Esa luz que debería iluminarlo, lo ciega.

Le di una patada al teclado de la máquina y conseguí, acto al fin, olvidar todo mi pasado y, sin embargo, no tuve ningún trastorno de la memoria (según Freud), es decir, ningún trastorno del lenguaje.

Esto quiere decir, según Lacan, que yo no he rechazado (a pesar de ser tan rechazante y de haber utilizado una negación para decirlo) ningún significante primordial o, según Freud que, todavía, no me ha llegado la hora. El trauma, el gran amor que lo destruya todo.

La psicosis podría ser ese "ha llegado tu hora".

Más allá de la represión, previo a la negación, algo existía.

Algo hubo de ser rechazado. No como en la neurosis, no realizado, sino no habido, no rememorable. Imposible de ser estructurado como lenguaje a menos que, subvirtiendo las propias leyes del lenguaje, aparezca no como significante atando al sujeto a otro significante, sino propiamente como un agujero en la cadena.

Una ausencia que ni siquiera se dialectiza en el fort-da, ya que su partida doble o su otra posibilidad no es ninguna presencia sino otra ausencia.

Lo que de lo primordial fue condenado como ajeno (nada se abre y se cierra en ese lugar, lo que fue agujero en la cadena de los cuerpos es ahora agujero en la concatenación significante) no retorna como lo reprimido envuelto en hojarasca y ni siquiera podemos decir que retorna como en la represión lo que, precisamente por haber sido rechazado de manera primordial, se vanagloria de estar allí sin posibilidades de representación.

www.miguelmenassa.com

 


Tu mirada en mi pensamiento de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo, 81x65 cm.

Lo rechazado, debemos por ahora pensarlo así, al tiempo, se cobra su tributo y por ser desde un más allá de la represión no será neurosis lo que pida sino psicosis, así de fácil.

Los delirios son fantasías habladas y este hablar de las fantasías, Lacan, entre otros, lo hace partir del yo ideal aunque preguntándose aún ¿quién habla cuando habla el yo ideal?

¿Quién habla en ese yo ideal? Yo, de cualquier manera, ya que el yo ideal no deja de acompañar esa soledad donde el yo cuando no da más (y esto ocurre más a menudo de lo que se piensa) se enamora de ese ideal como la imagen, pero que más que anticiparlo lo acompaña. Que más que someterlo a la agresividad primitiva de la dialéctica de la identificación, lo consuela.

Colgajo de ser que sólo habla por boca de lo que no fue necesario reprimir porque primordialmente fue ser forcluido, rechazado, puesto fuera, fuera de toda marca posible de simbolización.

Trozo de ser que ya no pertenece ni ha lugar, por eso al querer representar al sujeto en la cadena significante rompe, desarticula, agujerea.

La ansiedad por deciros algunos pensamientos producidos en mi actividad clínica, me hace temer no poder hilar mis pensamientos en el sentido de una exposición general que a todos refresque el modo en que la psicosis y el psicoanálisis encontraron sus destinos.

Hubo, debemos decir, antes de un pensamiento terapéutico sobre la psicosis, una tendencia a la segregación social, a la incapacitación jurídica, a la injuria, a la burla, al castigo y/o a la reclusión en verdaderas fortalezas como infinitas cárceles.
Pero también es cierto que casi desde principio de siglo, surgen tendencias psiquiátricas moderadas que comienzan a dar al paciente psicótico, si no una solución, por lo menos otro trato. Sin haber comprendido todavía el proceso psicótico, se intentaba comprender al loco. En esta dirección hubo hallazgos y excesos, entre los hallazgos podemos mencionar no sólo algunas frases de Lacan, sino toda la corriente psiquiátrica que permite pensar al loco como un ser del lenguaje como nosotros, los psicoanalistas, los psiquiatras, los neuróticos, los perversos. Entre los excesos, para no perdernos, podemos mencionar la confusión de la locura con la creación o peor aún hablarle al psicótico en su mismo lenguaje, con lo cual muchos llegaron a volverse locos y, ni aun así, consiguieron hablar el mismo lenguaje que los locos.

 

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