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De nuestros antecedentes
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"Freud y Lacan -Hablados- 2"
Psicoanálisis y psicosis (p. 1)
Psicoanálisis y psicosis (p. 2)
Psicoanálisis y psicosis (p. 3)
Psicoanálisis y psicosis (p. 4)
Marx
Cap. 2 - "El proceso de cambio"
"El proceso de cambio" [p. 1]
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Armando Bauleo fue el maestro de lo posible. Cuando me hablaba de los locos, nunca los llamaba locos. Siempre me decía "esa gente nerviosa" y nerviosos, yo lo entendía perfectamente bien, éramos todos, no sólo los locos.

Tal vez por eso ya han pasado más de veinte años de mi vida ocupándome de la locura, como si la locura fuera una cosa mía.

No sólo llegué a estar rodeado de locos, sino que yo mismo vivía como los locos. Hasta que una mañana me levanté y me dije: vivir como un loco es una vida alucinante y yo no me veía así, por eso que a partir de ahí busqué alguna diferencia entre yo mismo y los locos. Yo mismo tenía un mundo fantasmático, el loco era el que tenía un mundo alucinado.

Y si bien esa no era en apariencia una gran diferencia, para mí fue fundamental. El psicótico entonces no tenía fantasías y las palabras que decía o escuchaba no tenían polisemia.

En su momento, hasta me daba risa darme cuenta que las diferencias estribaban en que la fantasía estaba en el psicótico reemplazada por la alucinación y la polisemia de las palabras quedaba anulada porque en el delirio cada palabra quiere decir una sola cosa.

No éramos iguales, pero tampoco se podía decir que éramos diferentes. Ya que no sólo lo dicen otros investigadores, sino que también los psicóticos atendidos por mí atravesaban en algunos momentos del tratamiento períodos de una lucidez, aun, envidiable por mí. Períodos donde toda la locura, también, era el sesgo de esa inteligencia.

Había frases que salían de su boca puntuadas como si fueran poesía (sin que por esto el discurso llegara a ser poético o sencillamente más coherente) y esto, para mí por lo menos estaba claro, no pasaba nunca en el paciente llamado neurótico, pero sí en mí.

Estos pensamientos, esta vecindad de mí con el psicótico me resultaba escalofriante.

¿Una vez más se agotaban las diferencias?

¿O esta vez se marcaban definitivamente las diferencias?

La puntuación me hacía pensar que tanto creación como locura provenían de la "libertad" de la propia pulsación del inconsciente. Es decir, algo más allá de la represión, más allá del placer, repite. Y esto es verdad, pero mientras que en el creador lo que pulsa es un universo Otro, en el psicótico lo que pulsa es el rechazo a ese Otro universo. Y no es que luego no lo comparta con nosotros como otro ser más del lenguaje sino que, sencillamente, no puede concebirse como posterior al lenguaje. Ni puede, como dice el poeta, yo es Otro. En mí, dirá el poeta, lo que me puntúa, es una falta. En el loco lo que puntúa y eso no lo puede decir el loco sino un psicoanalista, es el rechazo de esa falta. Soy, como sujeto del lenguaje, dice el poeta, ese ser desaparecido por ser representado por un significante para otro.

Soy invadido, diría el loco, por el lenguaje. Soy una aparición en forma de rechazo. Un agujero presente que no puede ser representado.

Como Director de la Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero no debería concluir mi exposición sobre el psicoanálisis y la psicosis sin antes hablar de la formación a la cual debe aspirar un candidato a psicoanalista que se fuera a dedicar al tratamiento psicoanalítico de la psicosis.

Primero he de decir que durante mucho tiempo, hasta hace unos pocos años, yo pensaba que era imposible formarse completamente como psicoanalista y de la locura, al fin y al cabo, no pensaba que debiera extirparse del mundo.

Así que, con esos pensamientos donde cohabitaban un psicoanalista formado por la mitad o incompletamente y un psicótico constituido como tal, se hacía evidente que la locura no podía tener el tratamiento adecuado.

El segundo paso fue pensar que, tal vez, varios analistas formados incompletamente pudieran encarrilar el discurso psicótico. De ahí a los grupos analizadores de contención estábamos a un paso. Pero hubimos de esperar un tiempo más frente a la pregunta ¿quién se resiste? y si bien Freud y Lacan llegaron a enunciar, y hoy seguramente algún trabajo versará sobre eso, que en el tratamiento de la psicosis el paciente será toda la resistencia y el psicoanalista, por tanto, será el que tenga que poner en juego su propia transferencia para que sea posible el tratamiento, sin embargo, lo que veíamos no era exactamente eso. En todos nuestros casos siempre fue la familia del psicótico el núcleo de todas las resistencias a la curación. Además pudimos comprobar, lamentablemente, que la sociedad en su totalidad se resiste a que el loco cure como para volver a inscribirse, en la matriz social de materializaciones.

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Valle de sombras de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo, 81x65 cm.

El tercer paso fue darnos cuenta que además de utilizar varios analistas en el tratamiento de la psicosis, varios habrían de ser, también, los pacientes y varios y diferentes los niveles de análisis que un psicoanalista tendrá que poder para aspirar a cierto éxito en el tratamiento de la locura.

Y si desde Freud sabemos que de la palabra se trata, el psicótico anuncia en su decir que pertenece a una raza de hombres que no se reproducen por sexuación y que, por tanto, son criaturas inmortales. Su decir, por otra parte, no puede en ningún caso separarse del decir de la familia. Institución ésta encargada de humanizar al cachorro de hombre y puesta estos últimos siglos por los cielos como matriz privilegiada de todo proceso de civilización, en realidad fuego surgido directamente de la selva, ya que los animales antes de la palabra, en los estadios presimbólicos, se organizaban en familias para reproducir y cuidar sus especies. Quiero decir que la familia, también la familia del psicótico, sólo por el hecho de ser familia, guarda en algún registro del discurso que transmite los mismos inconvenientes con el lenguaje que luego padecerá o se harán evidentes en el psicótico.

Vi nada ni vacío ni altura.
Oí lo que ya no hablaba.
Bebí con desesperación la sed.
Toqué lo muerto. Todo lo inacabado.

 

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