IV
MENASSA
Y
LA LIBERTAD DE ESCRIBIR
Hoy he tenido una idea genial, volver a publicar,
volver a las tablas, al ruedo, como se dice.
Más de tres años de silencio, inexplicables,
tanto el silencio como los años, habiendo
tanto que decir.
Decir por ejemplo, que sigo siendo una fiera acorralada
por sus propios fantasmas. Una fiera no ya tan feroz,
y diciendo exactamente la verdad, han hecho de mí,
una fiera un poco vieja. Mis conciudadanos más
que ferocidad lo que ambicionan para mí, es
que no me falte la comida.
Tendré que comenzar a escribir cómo
veo yo las apariencias o terminarán diciendo
de mí, cualquier cosa.
A veces me propongo narrar todo tal cual es y, claro,
no soy exactamente un narrador, más bien poeta.
Así, que más que narrar, condenso.
Ilumino zonas oscuras. Pero nada sé de los
espacios de claridad, pero nada sé de los
procesos que me permiten transformar mi propia carne
en versos.
Poco a poco voy estabilizando las cien mil relaciones
que me fueron ofrecidas al llegar a Madrid, en dos
o tres personas; quiero decir que, más que
un camino lleno de aventuras, elijo el camino radiante,
y por eso, intransitable de la poesía. Donde
todo deja de ser lo que es. Los nombres propios son
sólo palabras de unión y los sentimientos
se transforman, aunque parezca mentira, también
en palabras. El cielo para la poesía no tiene
contenido, sino simplemente cinco letras y queda
bien cada vez que la frase necesite para continuar,
una palabra de dos sílabas.
No estoy maravillado con mi vida.
Estoy arteramente sorprendido por mi vida.
Como si hubiese vivido para otros y, ahora, no sé qué hacer
con todo ese vivir que nadie quiere.
Bienaventurados los pobres de espíritu, me
decía, porque de ellos será el reino
de los cielos y resultaba que los pobres de espíritu
eran generalmente los peores. Perros hambrientos
de pobreza fatal, sin espíritu.
Soy un tipo que nunca alcanzará la fama.
Un insulso mediocre, lleno de ilusiones. Algún
día la vida va a cambiar y me lo digo cada
vez y cada vez que me derrumbo, no me derrumbo porque
sé, que la vida va a cambiar.
Antropófago de las horas libres, en mí vive
el horror.
Muerte.
No quiero maldecirte porque otros te han maldecido
y en mi locura por no hacer lo hecho, amada muerte,
te bendigo. Reino a tu lado exactamente en mi provecho
nuevas sombras de amor.
Soy un gusano vil, tratando de arrancarse el pellejo,
que por otra parte, todo el pellejo es él.
Bienamada, te brindo este poema maltratado por el
oro y la lujuria de comer y beber.
Te brindo este poema como se brindan sémenes
oscuros.
Cristales y opalinas relucientes en la propia casa
de la muerte.
Aquí estoy amada, con la muerte, construyendo
un amor que nadie pudo.
Atado por mis vicios a sórdidas cadenas,
soy el topo maligno que escarba por las noches los
secretos del mar.
Tratando de llegar y detenerme, tratando de ocultarme
para no ser el vuelo de los pájaros.
Estoy cansado de bucear para adentro.
Inmóvil.
Apresado por la falta de cielo,
de tanto bucear para abajo.
Del brazo de la muerte llego por
fin a la ciudad. La ropa raída por las excavaciones,
la vista cegada por el polvo marino y las circunstancias.
Y sé, también, que otras injusticias
han caído sobre mis ojos para cegarlos en
mi ausencia.
Con los ojos raídos, entonces,
con las manos atadas a la espalda por las dictaduras.
Habitante del sur, tengo las piernas
cortadas por las democracias y te lo digo, hoy llegué a
la ciudad y vine acompañado por la muerte.
Me sentaré a la mesa de un bar céntrico
y esperaré que todo se destruya, después
elegiré entre los escombros las piedras fundamentales
de mis versos.
Comenzaré diciendo:
Europa habrá de morir entre
mis brazos, entre los sonidos, de mis pequeñas,
garras latinas.
A solas con la muerte en la plena
llanura nacarada,
soy el jinete muerto que galopa y, también, el impacto fatal sobre el
jinete.
Soy el caballo negro que galopa
y el mar abierto a las latitudes de la locura, a
lo simplemente desconocido.
Viene del sur dirán, es el
poeta.
Su amor ama la guerra y llegó a
la ciudad acompañado por la muerte.
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Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2374)
Yo soy el vértigo de las
palabras que nunca me pertenecerán y ella,
la que me acompaña, la muerte. ¿Qué quieren
de nosotros? Yo soy un gusano vil y ella, mi baba.
Arpegio de una nota dejada de lado y ella, un territorio
donde sólo la muerte me acompaña.
Soy un artista, un hombre con
sentimientos flojos, intercambiables; inteligencia
mutable, afán de lo distinto y ella, es
el arte, que al saberse superior es indiferente
a todo.
A veces vamos por la ciudad como si ella y yo fuéramos
el mundo. Se dan cuenta qué ferocidad raída,
qué mirada ciega.
Y ella me compra manzanas y flores y yo me las
como como si ella fuera mi madre.
Se dan cuenta qué sagacidad, qué bruma.
Vuelvo sobre mis pasos en el intento
de contabilizar lo perdido, lo hallado.
Trozos, espejismos alucinantes donde la razón
y el tiempo, son pequeñas verdades.
Comienzo por descubrir mis deseos:
Amplias lunas mojadas por las certeras lluvias
del verano,
verano aquel donde sangrante y taciturno,
besé tu nombre oculto entre las piedras.
Zafiros,
esmeraldas enronquecidas por la falta de amor,
rodeaban tu cuerpo.
Era hermoso ver cómo morías entre
la blanca espuma de tu rabia.
Atleta de mí mismo, corporal hasta con mis
propias palabras,
me dije amar la belleza en otras circunstancias
y te salvé.
Después fue duro explicarte que a mí,
no me importaba tu pasado y que tus pequeños
intentos de ser nada, eran mal vistos por la muerte,
mi dama, mi única compañera en la
ciudad.
Este año se cumplen veinte
años de mi primera publicación y
nadie que yo sepa, ha reparado en ello. Ni yo mismo
tenía la energía para festejar semejante
insistencia.
Veinte años tratando de ser una voz más
allá de mi cuerpo y nadie ha de creer que
estuve con los brazos cruzados; más de mil
páginas de poesía y algunas frases
sueltas que de reunirlas serían otras mil
páginas, atestiguan que no soy sólo
un sobreviviente, sino más bien un conquistador,
un hombre, si ustedes quieren, desesperado, tratando
de escribir, lo que, todavía, nunca pasó.
Alguien, me digo, tendría que tener el coraje
de publicar mis versos. Y todo lo que me rodea
es una bruma de silencio. Me doy dos palmaditas
en la espalda y me animo a tener el coraje que,
por ahora, nadie tendrá por mí.
Decidido a publicar mi decimotercer
libro estoy en condiciones de inspeccionar, una
vez más, mis pertenencias:
Al filo de los cuarenta y dos años, llevo
conmigo por lo menos para comenzar el inventario,
cuatro certificaciones. Poeta. Médico. Padre
de seis hijos. Pintor. Certificaciones que pareciendo
tanto (imagino por ser extranjero) son insuficientes
para brindarme una identidad intercambiable, con
las identidades que, con menos certificaciones,
consiguen los nativos.
Excluido del Colegio de Médicos
de Madrid, por extranjero, a pesar del convenio
de reciprocidad, por el cual mi título está legalizado
por la Universidad Española y mi propia
persona está autorizada a ejercer la licenciatura
en medicina y cirugía en todo el territorio
español, convenio, quiero decir, que el
Ilustre Colegio Médico de Madrid no respeta.
Excluido de la generación de poetas del
60, porque mis mejores obras las escribí en
la década del 70. Excluido de la generación
del 70 por pertenecer a la generación del
60. Excluido de la poesía española
actual, a pesar de haber publicado en España
cuatro libros, por ser argentino. Excluido de la
poesía argentina actual, por vivir en España.
(sigue...) |