Sumario
“Voces en el tiempo”
III.- Lacan y el discurso de la libertad (I)
III.- Lacan y el discurso de la libertad (II)
III.- Lacan y el discurso de la libertad (III)
IV.- Menassa y la libertad de escribir (I)
IV.- Menassa y la libertad de escribir (II)
IV.- Menassa y la libertad de escribir (III)
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“Voces en el tiempo” Publicado en El indio del Jarama nº 33, 34, 35 y 36
I.- Epicuro saluda a Marx. Marx responde - II.- Freud y El estar en la cultura - III.- El discurso de la libertad - IV.- La libertad de escribir

IV

MENASSA
Y
LA LIBERTAD DE ESCRIBIR

Hoy he tenido una idea genial, volver a publicar, volver a las tablas, al ruedo, como se dice.

Más de tres años de silencio, inexplicables, tanto el silencio como los años, habiendo tanto que decir.

Decir por ejemplo, que sigo siendo una fiera acorralada por sus propios fantasmas. Una fiera no ya tan feroz, y diciendo exactamente la verdad, han hecho de mí, una fiera un poco vieja. Mis conciudadanos más que ferocidad lo que ambicionan para mí, es que no me falte la comida.

Tendré que comenzar a escribir cómo veo yo las apariencias o terminarán diciendo de mí, cualquier cosa.

A veces me propongo narrar todo tal cual es y, claro, no soy exactamente un narrador, más bien poeta. Así, que más que narrar, condenso. Ilumino zonas oscuras. Pero nada sé de los espacios de claridad, pero nada sé de los procesos que me permiten transformar mi propia carne en versos.

Poco a poco voy estabilizando las cien mil relaciones que me fueron ofrecidas al llegar a Madrid, en dos o tres personas; quiero decir que, más que un camino lleno de aventuras, elijo el camino radiante, y por eso, intransitable de la poesía. Donde todo deja de ser lo que es. Los nombres propios son sólo palabras de unión y los sentimientos se transforman, aunque parezca mentira, también en palabras. El cielo para la poesía no tiene contenido, sino simplemente cinco letras y queda bien cada vez que la frase necesite para continuar, una palabra de dos sílabas.

No estoy maravillado con mi vida.
Estoy arteramente sorprendido por mi vida.
Como si hubiese vivido para otros y, ahora, no sé qué hacer con todo ese vivir que nadie quiere.

Bienaventurados los pobres de espíritu, me decía, porque de ellos será el reino de los cielos y resultaba que los pobres de espíritu eran generalmente los peores. Perros hambrientos de pobreza fatal, sin espíritu.

Soy un tipo que nunca alcanzará la fama. Un insulso mediocre, lleno de ilusiones. Algún día la vida va a cambiar y me lo digo cada vez y cada vez que me derrumbo, no me derrumbo porque sé, que la vida va a cambiar.

Antropófago de las horas libres, en mí vive el horror.
Muerte.

No quiero maldecirte porque otros te han maldecido y en mi locura por no hacer lo hecho, amada muerte, te bendigo. Reino a tu lado exactamente en mi provecho nuevas sombras de amor.

Soy un gusano vil, tratando de arrancarse el pellejo, que por otra parte, todo el pellejo es él.

Bienamada, te brindo este poema maltratado por el oro y la lujuria de comer y beber.

Te brindo este poema como se brindan sémenes oscuros.
Cristales y opalinas relucientes en la propia casa de la muerte.

Aquí estoy amada, con la muerte, construyendo un amor que nadie pudo.

Atado por mis vicios a sórdidas cadenas,
soy el topo maligno que escarba por las noches los secretos del mar.

Tratando de llegar y detenerme, tratando de ocultarme para no ser el vuelo de los pájaros.

Estoy cansado de bucear para adentro.
Inmóvil.

Apresado por la falta de cielo,
de tanto bucear para abajo.

Del brazo de la muerte llego por fin a la ciudad. La ropa raída por las excavaciones, la vista cegada por el polvo marino y las circunstancias. Y sé, también, que otras injusticias han caído sobre mis ojos para cegarlos en mi ausencia.


Con los ojos raídos, entonces,
con las manos atadas a la espalda por las dictaduras.

Habitante del sur, tengo las piernas cortadas por las democracias y te lo digo, hoy llegué a la ciudad y vine acompañado por la muerte. Me sentaré a la mesa de un bar céntrico y esperaré que todo se destruya, después elegiré entre los escombros las piedras fundamentales de mis versos.

Comenzaré diciendo:

Europa habrá de morir entre mis brazos, entre los sonidos, de mis pequeñas, garras latinas.

A solas con la muerte en la plena llanura nacarada,
soy el jinete muerto que galopa y, también, el impacto fatal sobre el jinete.

Soy el caballo negro que galopa y el mar abierto a las latitudes de la locura, a lo simplemente desconocido.

Viene del sur dirán, es el poeta.

Su amor ama la guerra y llegó a la ciudad acompañado por la muerte.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2374)

Yo soy el vértigo de las palabras que nunca me pertenecerán y ella, la que me acompaña, la muerte. ¿Qué quieren de nosotros? Yo soy un gusano vil y ella, mi baba. Arpegio de una nota dejada de lado y ella, un territorio donde sólo la muerte me acompaña.

Soy un artista, un hombre con sentimientos flojos, intercambiables; inteligencia mutable, afán de lo distinto y ella, es el arte, que al saberse superior es indiferente a todo.

A veces vamos por la ciudad como si ella y yo fuéramos el mundo. Se dan cuenta qué ferocidad raída, qué mirada ciega.

Y ella me compra manzanas y flores y yo me las como como si ella fuera mi madre.

Se dan cuenta qué sagacidad, qué bruma.

Vuelvo sobre mis pasos en el intento de contabilizar lo perdido, lo hallado.

Trozos, espejismos alucinantes donde la razón y el tiempo, son pequeñas verdades.

Comienzo por descubrir mis deseos:

Amplias lunas mojadas por las certeras lluvias del verano,
verano aquel donde sangrante y taciturno,
besé tu nombre oculto entre las piedras.

Zafiros,
esmeraldas enronquecidas por la falta de amor,
rodeaban tu cuerpo.

Era hermoso ver cómo morías entre la blanca espuma de tu rabia.

Atleta de mí mismo, corporal hasta con mis propias palabras,
me dije amar la belleza en otras circunstancias y te salvé.

Después fue duro explicarte que a mí, no me importaba tu pasado y que tus pequeños intentos de ser nada, eran mal vistos por la muerte, mi dama, mi única compañera en la ciudad.

Este año se cumplen veinte años de mi primera publicación y nadie que yo sepa, ha reparado en ello. Ni yo mismo tenía la energía para festejar semejante insistencia.

Veinte años tratando de ser una voz más allá de mi cuerpo y nadie ha de creer que estuve con los brazos cruzados; más de mil páginas de poesía y algunas frases sueltas que de reunirlas serían otras mil páginas, atestiguan que no soy sólo un sobreviviente, sino más bien un conquistador, un hombre, si ustedes quieren, desesperado, tratando de escribir, lo que, todavía, nunca pasó.

Alguien, me digo, tendría que tener el coraje de publicar mis versos. Y todo lo que me rodea es una bruma de silencio. Me doy dos palmaditas en la espalda y me animo a tener el coraje que, por ahora, nadie tendrá por mí.

Decidido a publicar mi decimotercer libro estoy en condiciones de inspeccionar, una vez más, mis pertenencias:

Al filo de los cuarenta y dos años, llevo conmigo por lo menos para comenzar el inventario, cuatro certificaciones. Poeta. Médico. Padre de seis hijos. Pintor. Certificaciones que pareciendo tanto (imagino por ser extranjero) son insuficientes para brindarme una identidad intercambiable, con las identidades que, con menos certificaciones, consiguen los nativos.

Excluido del Colegio de Médicos de Madrid, por extranjero, a pesar del convenio de reciprocidad, por el cual mi título está legalizado por la Universidad Española y mi propia persona está autorizada a ejercer la licenciatura en medicina y cirugía en todo el territorio español, convenio, quiero decir, que el Ilustre Colegio Médico de Madrid no respeta.

Excluido de la generación de poetas del 60, porque mis mejores obras las escribí en la década del 70. Excluido de la generación del 70 por pertenecer a la generación del 60. Excluido de la poesía española actual, a pesar de haber publicado en España cuatro libros, por ser argentino. Excluido de la poesía argentina actual, por vivir en España.

(sigue...)

LA REVISTA DE PSICOANÁLISIS DE MAYOR TIRADA DEL MUNDO