No digo que estoy desesperado,
pero a veces es como si no pudiera más. Y
sin embargo, la noche ha comenzado, todos duermen.
Estoy en condiciones de asegurar que todos los murmullos
que percibo son producidos por mi propia alma. Nadie
vive en mí, en plena noche, sino yo mismo.
Soy una especie de rey durante la noche. Gigante
de mí mismo sobrepaso todas las barreras.
Soy la belleza y, también, el detective privado
de sí mismo, cuya locura, esa pasión,
lo lleva a investigar sin planes precisos de un lado
para otro porque, en especial, no le interesa ningún
resultado.
Más que una máquina, de noche, cuando
la oscuridad ha ganado, también, mi corazón,
soy el eje, más importante de la máquina,
fatalmente fragmentado para siempre.
Soy el todopoderoso que mientras vomita, sonríe.
Cuando los tiempos donde nadie se acerca (periodos
en los que mi lepra se perfila como muy contagiosa)
la soledad siempre me tira una cuerda para que me ahorque
y, sin embargo, yo soy un hombre capaz de sacarse a
sí mismo de sus propias casillas. En esas ocasiones
llego a pensar que soy el vientre del nuevo hombre.
Y todavía cuando sea posible, me quedará aún
la dura pena, de no ser el hombre nuevo, sino sólo
su madre.
Espejismos sin límites esta materia gris que
me acoge.
¡Qué locura!
Tantas veces pensé controlar mi cuerpo, administrar
mis sentimientos.
Tantas veces pensé ser el mejor, rata negra
y profunda, atada a sí misma, roía
mi cuerpo. Para demostrarme a mí mismo, la
capacidad de reconstruirme, la elegancia cuando vuelvo
de la muerte como si volviera de una tasca.
De noche mis resistencias, son tenues niñas
temblorosas, que más que resistir, recuerdan
con su temblor que han sido vencidas. Soy un ogro
temible y aún el que lo dibuja. Soy una voz
en medio exacto de las tinieblas y vivo acosado por
mis deudas. Soy el pordiosero que clama venganza
y no lo conseguirá. Me entrego a la alquimia
de mi voz y me descompongo, aun, en partes más
pequeñas. Soy el pequeño agujero donde
tu rabia, conquista el universo. Soy el dedo de un
pie, que te recuerda viejos olores campesinos. Soy
el árbol prohibido y poseo los intocables
frutos del saber y soy, al mismo tiempo, los frutos
podridos que arrastra la corriente como pequeña
carroña para pequeños pájaros.
Soy la bestia rosada que tiñe con su maldad
los ritos del amor y soy el más encendido
rito del amor, la hoguera donde la reunión
de los amantes concede eternidad al mundo de las
formas. Gritos espléndidos, fuegos de artificio
desesperados, termitas enamoradas y salvajes, devoran
lentamente a la rosada bestia de la maldad.
Decir que es fuerte lo que me toca vivir, no es decir,
prácticamente, nada.
Lo que me toca vivir es nuevo, inesperado. Salí de
Buenos Aires el 21 de agosto de 1976. Como exiliado
pero voluntario, más que un exiliado, un hombre
que no sabe exactamente qué dirección
irá a tomar. Todos me trataron mal, los que
se quedaron por haberme ido sin necesidad de un lugar,
y los que me recibieron, por llegar a un lugar donde,
por lo menos aparentemente, nadie me necesitaba.
Después de mil intentos desesperados, mil
cartas a Buenos Aires sin obtener la respuesta deseada,
mil caminatas por las calles de Madrid buscando el
reconocimiento deseado sin hallarlo. Me recomendé reposo
y con mis últimos dineros me compré una
inmensa máquina de escribir y desde hace más
de tres años ya no escribo cartas y tampoco
salgo de mi casa. Médico antes de nacer, ya
que mi padre lo deseaba así, me fui dando
cuenta que la tristeza, la soledad, habían
transformado mi personalidad.
El amor me parecía imposible, la libertad
lejana. Los humanos me parecían muy preocupados
en crecer y matarse y comencé a relacionarme
con los extraterrestres, unos humanos estelares con
base en la quinta luna de Saturno.
Tienen sexo y deseos sexuales y un único
problema como nosotros: el tiempo y la muerte. Y
como, por otra parte, no necesitan verse para hablarse,
se divierten poco. Para no morir, tienen que viajar
todo el tiempo y mientras viajan, para no pensar
en detenerse, escriben. Viven 7.000 años más
allá que yo, pero viven casi como yo, que
estoy todo el tiempo viajando y escribo cuando me
quiero matar o alguien intenta asesinarme.
En el zoológico de los extraterrestres, humanos
mucho más parecidos a nosotros, en jaulas,
se lo pasan todo el día haciendo el amor y
clamando por la libertad y, todavía, para
hablarse, necesitan verse, mirarse a los ojos.
Haciendo gala de mi impertinencia les pregunté si
esos eran sus animales y ellos me contestaron con
sobriedad, haciendo mención de mi sarcasmo,
que eso que yo veía eran los nuevos y más
avanzados tratamientos psiquiátricos contra
la angustia.
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Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2385)
Le dije con sorna, al guía,
que nosotros éramos más modernos
que ellos y el guía sonrió.
Le dije que no se hiciera el
pelotudo, el guía me dijo que no comprendía
lo que yo exactamente quería decirle. Bajé la
voz y le dije casi susurrando, lo que ustedes hacen
con esos hombres es muy cruel. Y aquí, el
guía, estalló en una carcajada y
mientras con las dos manos se agarraba la barriga
para reírse mejor, trataba de explicarme
que llegar a una jaula era muy difícil.
Ellos son nuestros amos y nos han impartido órdenes
estrictas de matarlos si intentan salir de las
jaulas. Lo miré al guía como se miran
las cosas desconocidas y, ahora sí, digo
la verdad, desde este encuentro, hace dos años,
no he vuelto a intentar hablar con nadie.
(sigue...)

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