Sumario
“Voces en el tiempo”
III.- Lacan y el discurso de la libertad (I)
III.- Lacan y el discurso de la libertad (II)
III.- Lacan y el discurso de la libertad (III)
IV.- Menassa y la libertad de escribir (I)
IV.- Menassa y la libertad de escribir (II)
IV.- Menassa y la libertad de escribir (III)
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“Voces en el tiempo” Publicado en El indio del Jarama nº 33, 34, 35 y 36
I.- Epicuro saluda a Marx. Marx responde - II.- Freud y El estar en la cultura - III.- El discurso de la libertad - IV.- La libertad de escribir

No digo que estoy desesperado, pero a veces es como si no pudiera más. Y sin embargo, la noche ha comenzado, todos duermen. Estoy en condiciones de asegurar que todos los murmullos que percibo son producidos por mi propia alma. Nadie vive en mí, en plena noche, sino yo mismo. Soy una especie de rey durante la noche. Gigante de mí mismo sobrepaso todas las barreras. Soy la belleza y, también, el detective privado de sí mismo, cuya locura, esa pasión, lo lleva a investigar sin planes precisos de un lado para otro porque, en especial, no le interesa ningún resultado.

Más que una máquina, de noche, cuando la oscuridad ha ganado, también, mi corazón, soy el eje, más importante de la máquina, fatalmente fragmentado para siempre.

Soy el todopoderoso que mientras vomita, sonríe. Cuando los tiempos donde nadie se acerca (periodos en los que mi lepra se perfila como muy contagiosa) la soledad siempre me tira una cuerda para que me ahorque y, sin embargo, yo soy un hombre capaz de sacarse a sí mismo de sus propias casillas. En esas ocasiones llego a pensar que soy el vientre del nuevo hombre. Y todavía cuando sea posible, me quedará aún la dura pena, de no ser el hombre nuevo, sino sólo su madre.

Espejismos sin límites esta materia gris que me acoge.

¡Qué locura!
Tantas veces pensé controlar mi cuerpo, administrar mis sentimientos.

Tantas veces pensé ser el mejor, rata negra y profunda, atada a sí misma, roía mi cuerpo. Para demostrarme a mí mismo, la capacidad de reconstruirme, la elegancia cuando vuelvo de la muerte como si volviera de una tasca.

De noche mis resistencias, son tenues niñas temblorosas, que más que resistir, recuerdan con su temblor que han sido vencidas. Soy un ogro temible y aún el que lo dibuja. Soy una voz en medio exacto de las tinieblas y vivo acosado por mis deudas. Soy el pordiosero que clama venganza y no lo conseguirá. Me entrego a la alquimia de mi voz y me descompongo, aun, en partes más pequeñas. Soy el pequeño agujero donde tu rabia, conquista el universo. Soy el dedo de un pie, que te recuerda viejos olores campesinos. Soy el árbol prohibido y poseo los intocables frutos del saber y soy, al mismo tiempo, los frutos podridos que arrastra la corriente como pequeña carroña para pequeños pájaros.

Soy la bestia rosada que tiñe con su maldad los ritos del amor y soy el más encendido rito del amor, la hoguera donde la reunión de los amantes concede eternidad al mundo de las formas. Gritos espléndidos, fuegos de artificio desesperados, termitas enamoradas y salvajes, devoran lentamente a la rosada bestia de la maldad.

Decir que es fuerte lo que me toca vivir, no es decir, prácticamente, nada.

Lo que me toca vivir es nuevo, inesperado. Salí de Buenos Aires el 21 de agosto de 1976. Como exiliado pero voluntario, más que un exiliado, un hombre que no sabe exactamente qué dirección irá a tomar. Todos me trataron mal, los que se quedaron por haberme ido sin necesidad de un lugar, y los que me recibieron, por llegar a un lugar donde, por lo menos aparentemente, nadie me necesitaba.

Después de mil intentos desesperados, mil cartas a Buenos Aires sin obtener la respuesta deseada, mil caminatas por las calles de Madrid buscando el reconocimiento deseado sin hallarlo. Me recomendé reposo y con mis últimos dineros me compré una inmensa máquina de escribir y desde hace más de tres años ya no escribo cartas y tampoco salgo de mi casa. Médico antes de nacer, ya que mi padre lo deseaba así, me fui dando cuenta que la tristeza, la soledad, habían transformado mi personalidad.

El amor me parecía imposible, la libertad lejana. Los humanos me parecían muy preocupados en crecer y matarse y comencé a relacionarme con los extraterrestres, unos humanos estelares con base en la quinta luna de Saturno.

Tienen sexo y deseos sexuales y un único problema como nosotros: el tiempo y la muerte. Y como, por otra parte, no necesitan verse para hablarse, se divierten poco. Para no morir, tienen que viajar todo el tiempo y mientras viajan, para no pensar en detenerse, escriben. Viven 7.000 años más allá que yo, pero viven casi como yo, que estoy todo el tiempo viajando y escribo cuando me quiero matar o alguien intenta asesinarme.

En el zoológico de los extraterrestres, humanos mucho más parecidos a nosotros, en jaulas, se lo pasan todo el día haciendo el amor y clamando por la libertad y, todavía, para hablarse, necesitan verse, mirarse a los ojos.

Haciendo gala de mi impertinencia les pregunté si esos eran sus animales y ellos me contestaron con sobriedad, haciendo mención de mi sarcasmo, que eso que yo veía eran los nuevos y más avanzados tratamientos psiquiátricos contra la angustia.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2385)

Le dije con sorna, al guía, que nosotros éramos más modernos que ellos y el guía sonrió.

Le dije que no se hiciera el pelotudo, el guía me dijo que no comprendía lo que yo exactamente quería decirle. Bajé la voz y le dije casi susurrando, lo que ustedes hacen con esos hombres es muy cruel. Y aquí, el guía, estalló en una carcajada y mientras con las dos manos se agarraba la barriga para reírse mejor, trataba de explicarme que llegar a una jaula era muy difícil. Ellos son nuestros amos y nos han impartido órdenes estrictas de matarlos si intentan salir de las jaulas. Lo miré al guía como se miran las cosas desconocidas y, ahora sí, digo la verdad, desde este encuentro, hace dos años, no he vuelto a intentar hablar con nadie.

(sigue...)

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