Sumario
“Voces en el tiempo”
III.- Lacan y el discurso de la libertad (I)
III.- Lacan y el discurso de la libertad (II)
III.- Lacan y el discurso de la libertad (III)
IV.- Menassa y la libertad de escribir (I)
IV.- Menassa y la libertad de escribir (II)
IV.- Menassa y la libertad de escribir (III)
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“Voces en el tiempo” Publicado en El indio del Jarama nº 33, 34, 35 y 36
I.- Epicuro saluda a Marx. Marx responde - II.- Freud y El estar en la cultura - III.- El discurso de la libertad - IV.- La libertad de escribir

Sólo estos versos que voy a leerles son testimonio de mis transformaciones.

Hubo días y noches que no encontraba consuelo y los versos se agolpaban como caballos furiosos en mis manos y mi boca sangraba de tanto querer detener las palabras como cataratas de fuego. Y todo lo que me dominaba estaba en mí, esos días, esas noches, digo, cuando la página escrita era el único sobreviviente.

Después, también, hubo días y noches apacibles donde yo era la bestia y ella era el cantor. Como un toro, como un conejo libre y despreocupado, yo siempre quería un hijo de ella.

Ella bailaba una danza más allá de su cuerpo girando a mi alrededor, hasta enloquecerme.

Totalmente loco, me dejaba amar.

Depositaba mi cuerpo muerto a sus pies, dispuesto a todo. Ella seguía danzando por su cuenta y me dejaba estar.

En cada pedazo de su carne, en cada poro de sus pies, yo veía una luz. Ardiente luz, sus ojos, enceguecido trópico sangrante, mirada perfectamente astral. Esos días, esas noches, donde ella cantaba y yo era la bestia del amor ninguno de los dos sucumbía y ella veía por instantes, todo mi futuro.

Me vanaglorio de haberme permitido escribir estos espacios en blanco, que suelo producir entre verso y verso, entre realidad y realidad. No estoy para decir vengo del sur, hoy más bien, quiero recomendarme un paseo por la ciudad. Ampliar mi corazón para que entren los nuevos monumentos. Ampliar mi corazón, engañar a la muerte, enamorarme por fin, de una mujer.

Atrapo en mi boca la luz de un pequeño misterio.

Soy un caballo muerto,
una yegua partida en dos por la mañana.

Llanura de verdad,
ojos de piel y amianto,
llama embravecida en tus ojos,
anfibio mar entre la tierra y el universo.

Vuelvo mi sonrisa,
para que me recojas hecho trizas entre tus brazos.

Vertiente y simiente desesperada,
pequeña muralla contra el hambriento cáncer silencioso.

Te nombro y te nombro, dura piedra innombrable.

Te vigilo. Te espero agazapado.

Con la boca y el culo abiertos,
porque todo lo que entrará en mí, saldrá de mí.

palabras para las primitivas cloacas y sus misterios.

Suelto una bocanada de humo caliente,
contra tu deformidad,
pequeño cáncer estrangulado entre mis palabras antes de nacer.

Detengo tu locura. Tu fama de matar.

Tendría que poder escribir también de aquello que no me gusta escribir.

Cuando me pongo en mí, me veo mutado, ajeno a todo mi pasado.

Alcahuete del tiempo de la masacre y, también, del tiempo de volar,
padezco de contradicciones por momentos insalvables.

Encontrar la luz apropiada al ritmo interior,
descansar,
dejar caer mi cuerpo en la niebla.

Soñar,
respirar profundamente la niebla,
hundirme lentamente en la oscuridad,
en silencio.

Soy un hombre maduro y, me doy cuenta que en estos tiempos que corren, la madurez significa venderse a los valores dominantes de la burguesía. Venta que se cumple mediante una plétora de conciencia individual pero con total desconocimiento de la significación histórica de nuestra propia, renegada transformación.

Si el todo poético es el todo humano, el todo poético está también en mí.

Basta de miradas seductoras a los muertos, o a quien lo parezca.

Hoy nadie podría crecer en mi jardín. Me siento excedido. Hoy ocupo más de lo que tengo.

Hacia atrás dolor, hacia adelante oscuridad, barreras.

Tengo miedo que ocurran catástrofes. La cultura actual, me digo entre suspiros, no podrá soportar semejante escritura.

Una poesía que lucha por no tener fronteras, terminará siendo encarcelada.

Reprimida.

Pienso mal, no sé qué pasa en mí. Siento que los que hoy son los amantes de la poesía, mañana serán sus carceleros.

Yo mismo seré, el jefe de la cárcel.

¿Y ahora qué quieres que te diga? ¿que todo tiempo pasado fue mejor?

Yo soy uno que se propuso morir de pie. Y habérmelo propuesto me cuesta su esfuerzo. A veces voy por la calle que no doy más y me reanimo pensando que a la noche, escribiré un poema. Un poema donde me pregunto ¿quién no se quiere doblegar en mí, cuando todo el mundo vive doblegado? o bien un poema que me haga sangrar las manos cuando lo escriba.

Quiero morir de pie como mueren los valientes.

De pie, aunque me corten las piernas. De pie, aunque me maten.

Siempre confío que habrá palabras que me mantengan en pie, y para no caer en medio de la calle, esta noche, me digo, escribiré un poema de piedra.

Soy el fino perfume de una tierra perfectamente helada.

Esta noche me ofrezco para ti, calcinado en dolor, entrecortado de silencios.

Busco entre las palabras tu cuerpo amado
y mis versos se inundan de tristeza.

Una silenciosa tristeza moribunda.

Ocre piedra maciza donde grabo,
con insospechada precisión,
la historia de tus cuerpos:

Endeble mariposa multicolor y quieta,
sin alas, sin ambiciones de volar.

Canto rodado de una playa muerta.

Playa olvidada del frenesí del mar.

Inquietante deseo el de tu cuerpo.
Amordazado.

Inquietante amor el de tu sexo,
enterrado,
bajo la quieta arena de la muerte,
por donde el viento no volverá a pasar.

También he conocido tu cuerpo sin par.
Abierto.

Grandes ocasiones,
donde todo se destruye o todo se olvida.

Tu cuerpo, pétalo frágil en mis labios.

Tu cuerpo,
lleno de multitudes y borrascas.

Humana carne de enloquecerse y de vivir.
Tu cuerpo,
carne bestial de luz,
pájaro alborozado de su vuelo,
tu cuerpo en los abrazos.

Besos donde tu boca,
perfecta arquitectura de la magia, arranca del silencio,
trozos, breves jirones, aullidos de libertad.

Como si todo fuera el rubio manjar de aquellos brazos,
donde opulentas matronas tejían entre sus uñas,
el sortilegio de lo humano.

Verifico una vez más mis pertenencias y en realidad poco es lo que de todo, me pertenece. Controlo las existencias de pan y, pienso: en poco tiempo más estallará la guerra. Tengo una sequedad mortal en la boca.

Como si toda mi boca fuese un desierto de sal.

Fuego arbitrario y loco, mi pecho salta desaforado. Ajados huracanes me recuerdan antiguas grandezas.

Esas noches donde soy capaz de poseerte, maldita enamorada.

Busco, más que en la piel, entre las letras de tu piel, el sonido amplio del universo. Estalactitas y modernos roedores afilan sus espadas. Esta vez el juego es: gato contra gato, ratón contra ratón. Nadie podrá correr detrás de nadie, y nadie podrá escapar de nadie. Todo tendrá que ser, en el recorrido de una página.

Volveremos a estar juntos, mi amor, cada vez que un latigazo feroz, deforme la belleza. Seremos mi amor, los famosos atletas del desvío. Nada que pase por nosotros, será nosotros. Somos lo que una canción produce en dos enamorados, no somos la canción.

Somos el fruto maduro de una estación lejana.

En plena noche, Ella sigue siendo mi luz
y descansar,
me parece absurdo en su presencia.

Ella produce luz cuando vibra su cuerpo,
cuando su cuerpo tiembla de volcanes perdidos,
de volcanes abiertos cual pestilente herida,
escupiendo y llorando,
calientes tempestades de silencio.

Abro los ojos para verla temblar
y Ella me enceguece con su luz.

Cuando su cuerpo recorre los escándalos de la noche,
cuando su cuerpo se detiene, violín interminable,
en infinitas notas imposibles,
como una música loca de silencio
la luz, infinita luz, se enceguece a sí misma.

Al compás de los últimos movimientos de su cuerpo
todo es gris.

Cuando la lluvia te parte el corazón,
como cuando en invierno,
las heladas razones del odio, en tu cuerpo,
hacen fracasar todo temblor, todo sueño.
Y el gris,
es más que la soledad,
más que el silencio,
como cuando las piedras se defienden de las piedras,
como cuando la noche estalla de oscuridad y sombras.

Reina la noche y, sin embargo,
Ella, todavía, es poesía.

Animal de luz,
bestia del tiempo baila para mí,
última danza.

Se contornea y salta entre la muerte y la locura,
sin brusquedad, como danzando entre corales,
como danzando entre nubes ardientes de plenitud,
su cuerpo es el amor,
es el amor que nos lleva más lejos que la muerte.
Amor de amores, más imposible, aún, que la locura.

Amor no sabe nada de la vida
es una carne abierta a las palabras más pequeñas.

Amor no reina sobre nada,
danza sin esperar respuesta,
como si la vida fuera su compás.
Furtiva,
entre la espesa niebla donde se pudre el tiempo,
envuelta en mis palabras más hondas,
clavada o crucificada por el amor,
sonríe,
abierta como una nube partida por el sol.

Yo era el inefable hombre de las cavernas,
buitre feroz, en busca de carroña,
caía, con toda mi destreza,
sobre tu pequeño tiempo muerto entre la niebla,
y me lo comía.

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