Sólo estos versos
que voy a leerles son testimonio de mis transformaciones.
Hubo días y noches que no encontraba consuelo
y los versos se agolpaban como caballos furiosos en
mis manos y mi boca sangraba de tanto querer detener
las palabras como cataratas de fuego. Y todo lo que
me dominaba estaba en mí, esos días,
esas noches, digo, cuando la página escrita
era el único sobreviviente.
Después, también, hubo días y
noches apacibles donde yo era la bestia y ella era
el cantor. Como un toro, como un conejo libre y despreocupado,
yo siempre quería un hijo de ella.
Ella bailaba una danza más allá de su
cuerpo girando a mi alrededor, hasta enloquecerme.
Totalmente loco, me dejaba amar.
Depositaba mi cuerpo muerto a sus pies, dispuesto
a todo. Ella seguía danzando por su cuenta y me
dejaba estar.
En cada pedazo de su carne, en cada poro de sus pies,
yo veía una luz. Ardiente luz, sus ojos, enceguecido
trópico sangrante, mirada perfectamente astral.
Esos días, esas noches, donde ella cantaba y
yo era la bestia del amor ninguno de los dos sucumbía
y ella veía por instantes, todo mi futuro.
Me vanaglorio de haberme permitido escribir estos
espacios en blanco, que suelo producir entre verso
y verso, entre realidad y realidad. No estoy para
decir vengo del sur, hoy más bien, quiero recomendarme un
paseo por la ciudad. Ampliar mi corazón para
que entren los nuevos monumentos. Ampliar mi corazón,
engañar a la muerte, enamorarme por fin, de
una mujer.
Atrapo en mi boca la luz de un pequeño misterio.
Soy un caballo muerto,
una yegua partida en dos por la mañana.
Llanura de verdad,
ojos de piel y amianto,
llama embravecida en tus ojos,
anfibio mar entre la tierra y el universo.
Vuelvo mi sonrisa,
para que me recojas hecho trizas entre tus brazos.
Vertiente y simiente desesperada,
pequeña muralla contra el hambriento cáncer
silencioso.
Te nombro y te nombro, dura piedra innombrable.
Te vigilo. Te espero agazapado.
Con la boca y el culo abiertos,
porque todo lo que entrará en mí, saldrá de
mí.
palabras para las primitivas cloacas y sus misterios.
Suelto una bocanada de humo caliente,
contra tu deformidad,
pequeño cáncer estrangulado entre mis
palabras antes de nacer.
Detengo tu locura. Tu fama de matar.
Tendría que poder escribir también
de aquello que no me gusta escribir.
Cuando me pongo en mí, me veo mutado, ajeno
a todo mi pasado.
Alcahuete del tiempo de la masacre y, también,
del tiempo de volar,
padezco de contradicciones por momentos insalvables.
Encontrar la luz apropiada al ritmo interior,
descansar,
dejar caer mi cuerpo en la niebla.
Soñar,
respirar profundamente la niebla,
hundirme lentamente en la oscuridad,
en silencio.
Soy un hombre maduro y, me doy cuenta que en estos
tiempos que corren, la madurez significa venderse
a los valores dominantes de la burguesía.
Venta que se cumple mediante una plétora de
conciencia individual pero con total desconocimiento
de la significación histórica de nuestra
propia, renegada transformación.
Si el todo poético es el todo humano, el todo
poético está también en mí.
Basta de miradas seductoras a los muertos, o a quien
lo parezca.
Hoy nadie podría crecer en mi jardín.
Me siento excedido. Hoy ocupo más de lo que
tengo.
Hacia atrás dolor, hacia adelante oscuridad,
barreras.
Tengo miedo que ocurran catástrofes. La cultura
actual, me digo entre suspiros, no podrá soportar
semejante escritura.
Una poesía que lucha por no tener fronteras,
terminará siendo encarcelada.
Reprimida.
Pienso mal, no sé qué pasa en mí.
Siento que los que hoy son los amantes de la poesía,
mañana serán sus carceleros.
Yo mismo seré, el jefe de la cárcel.
¿Y ahora qué quieres que te diga? ¿que
todo tiempo pasado fue mejor?
Yo soy uno que se propuso morir de pie. Y habérmelo
propuesto me cuesta su esfuerzo. A veces voy por
la calle que no doy más y me reanimo pensando
que a la noche, escribiré un poema. Un poema
donde me pregunto ¿quién no se quiere
doblegar en mí, cuando todo el mundo vive
doblegado? o bien un poema que me haga sangrar las
manos cuando lo escriba.
Quiero morir de pie como mueren los valientes.
De pie, aunque me corten las piernas. De pie, aunque
me maten.
Siempre confío que habrá palabras
que me mantengan en pie, y para no caer en medio
de la calle, esta noche, me digo, escribiré un
poema de piedra.
Soy el fino perfume de una tierra
perfectamente helada.
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Esta noche me ofrezco para ti,
calcinado en dolor, entrecortado de silencios.
Busco entre las palabras tu cuerpo
amado
y mis versos se inundan de tristeza.
Una silenciosa tristeza moribunda.
Ocre piedra maciza donde grabo,
con insospechada precisión,
la historia de tus cuerpos:
Endeble mariposa multicolor y
quieta,
sin alas, sin ambiciones de volar.
Canto rodado de una playa muerta.
Playa olvidada del frenesí del
mar.
Inquietante deseo el de tu cuerpo.
Amordazado.
Inquietante amor el de tu sexo,
enterrado,
bajo la quieta arena de la muerte,
por donde el viento no volverá a pasar.
También he conocido tu
cuerpo sin par.
Abierto.
Grandes ocasiones,
donde todo se destruye o todo se olvida.
Tu cuerpo, pétalo frágil
en mis labios.
Tu cuerpo,
lleno de multitudes y borrascas.
Humana carne de enloquecerse
y de vivir.
Tu cuerpo,
carne bestial de luz,
pájaro alborozado de su vuelo,
tu cuerpo en los abrazos.
Besos donde tu boca,
perfecta arquitectura de la magia, arranca del
silencio,
trozos, breves jirones, aullidos de libertad.
Como si todo fuera el rubio manjar
de aquellos brazos,
donde opulentas matronas tejían entre sus
uñas,
el sortilegio de lo humano.
Verifico una vez más mis
pertenencias y en realidad poco es lo que de todo,
me pertenece. Controlo las existencias de pan y,
pienso: en poco tiempo más estallará la
guerra. Tengo una sequedad mortal en la boca.
Como si toda mi boca fuese un
desierto de sal.
Fuego arbitrario y loco, mi pecho
salta desaforado. Ajados huracanes me recuerdan
antiguas grandezas.
Esas noches donde soy capaz de
poseerte, maldita enamorada.
Busco, más que en la piel,
entre las letras de tu piel, el sonido amplio del
universo. Estalactitas y modernos roedores afilan
sus espadas. Esta vez el juego es: gato contra
gato, ratón contra ratón. Nadie podrá correr
detrás de nadie, y nadie podrá escapar
de nadie. Todo tendrá que ser, en el recorrido
de una página.
Volveremos a estar juntos, mi
amor, cada vez que un latigazo feroz, deforme la
belleza. Seremos mi amor, los famosos atletas del
desvío. Nada que pase por nosotros, será nosotros.
Somos lo que una canción produce en dos
enamorados, no somos la canción.
Somos el fruto maduro de una
estación lejana.
En plena noche, Ella sigue siendo
mi luz
y descansar,
me parece absurdo en su presencia.
Ella produce luz cuando vibra
su cuerpo,
cuando su cuerpo tiembla de volcanes perdidos,
de volcanes abiertos cual pestilente herida,
escupiendo y llorando,
calientes tempestades de silencio.
Abro los ojos para verla temblar
y Ella me enceguece con su luz.
Cuando su cuerpo recorre los escándalos
de la noche,
cuando su cuerpo se detiene, violín interminable,
en infinitas notas imposibles,
como una música loca de silencio
la luz, infinita luz, se enceguece a sí misma.
Al compás de los últimos
movimientos de su cuerpo
todo es gris.
Cuando la lluvia te parte el corazón,
como cuando en invierno,
las heladas razones del odio, en tu cuerpo,
hacen fracasar todo temblor, todo sueño.
Y el gris,
es más que la soledad,
más que el silencio,
como cuando las piedras se defienden de las piedras,
como cuando la noche estalla de oscuridad y sombras.
Reina la noche y, sin embargo,
Ella, todavía, es poesía.
Animal de luz,
bestia del tiempo baila para mí,
última danza.
Se contornea y salta entre la
muerte y la locura,
sin brusquedad, como danzando entre corales,
como danzando entre nubes ardientes de plenitud,
su cuerpo es el amor,
es el amor que nos lleva más lejos que la
muerte.
Amor de amores, más imposible, aún,
que la locura.
Amor no sabe nada de la vida
es una carne abierta a las palabras más
pequeñas.
Amor no reina sobre nada,
danza sin esperar respuesta,
como si la vida fuera su compás.
Furtiva,
entre la espesa niebla donde se pudre el tiempo,
envuelta en mis palabras más hondas,
clavada o crucificada por el amor,
sonríe,
abierta como una nube partida por el sol.
Yo era el inefable hombre de las
cavernas,
buitre feroz, en busca de carroña,
caía, con toda mi destreza,
sobre tu pequeño tiempo muerto entre la
niebla,
y me lo comía.
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