Una
presencia que por su persistencia termina siendo invisible
para nosotros mismos, es decir, actúa en nosotros
como una ausencia. Y por otro lado una ausencia que
de tan ausente se hace presencia nítida y así,
en la mayoría de los casos, como realidad objetiva
actúa sobre nosotros.
Hasta aquí, temo al psicoanálisis, entonces,
porque el primer requisito (que me requiere sin imponérmelo)
para ser ciudadano de semejante mundo es aceptar la incertidumbre
como un estado natural dentro del territorio y en lugar
de huir o matar, como nos venía enseñando
la familia y, por qué no decirlo, también
el Estado, habrá que ponerse a conversar.
Y conversar no es cualquier cosa, sino que es en la
precisión
de un diálogo donde se conversa. Y la precisión
de un diálogo no es otra cosa que la determinación
del concepto de transferencia sobre la praxis psicoanalítica.
Que sea de una manera y de ninguna otra:
Él hablará a nadie y menos que menos al
analista.
El Otro hablará para nadie, menos que menos para
el analizado.
Diálogo que ofrece como única garantía
que alguien hablará, él, el Otro, pero
nunca nadie sabrá quién habla ni a quién
habla.
Si ahora soy capaz de aceptar esta incertidumbre en
lugar de los riesgos que me ofrece la carretera, el
paracaidismo, o las cantinas donde uno puede beber
hasta morirse, entonces estamos en condiciones de comenzar.
B) Si soñar soñamos todos y, trabajando
los sueños, Freud produjo la teoría del
inconsciente, todos, aun no queriéndolo, tenemos
nuestra propia vida implicada en el descubrimiento por
lo tanto, temo por segunda vez al psicoanálisis
cuando después de haberle pedido que, para pensarlo,
debía abandonar mi razón que, por otra
parte, era mi razón de ser, me pide ahora, como
requisito indispensable para poder rozar ese saber no
sabido en mí que modifique mi propia vida. Es
decir, que cambie de las relaciones con los otros las
pequeñas mezquindades, los eternos rituales, sin
prometerme nada a cambio sino, sencillamente, me prometerá aquello
que temo: una transformación.
Por lo tanto temo lo que el psicoanálisis en su
transmisión me requiere, psicoanalizarme.
C) Y si fuera poco motivo de temor haber modificado
los fundamentos que permitían no sólo la supremacía
de la razón, sino el equilibrio de la misma. Haber
modificado mi propia vida, mis propios sentimientos,
el psicoanálisis me da miedo y ésta es
la tercera vez: porque por ley de su praxis impone a
la mujer algo que nadie antes le había impuesto,
a pesar del extenso dominio que se ejercía y se
ejerce sobre ella.
Y es aquí donde deberíamos detenernos para
contemplar atónitos la verdadera subversión
que produce el psicoanálisis generando un hecho,
por primera vez en la historia de la humanidad contemporánea,
que modificará con el tiempo el destino de las
civilizaciones, por lo menos, occidentales.
Lo que tengo que decir y si es con tantos rodeos, ha
de ser porque en este punto se concentran mis resistencias.
Temo por tercera vez porque la mujer tendrá como
obligación hablar y escribir y temo más
aún cuando reconozco que quien obliga a la mujer
por primera vez en su historia como mujer, a hablar y
a escribir, no es otro que el psicoanálisis.
Y para que no se me confunda con ningún fanatismo
de moda, diré que el psicoanálisis no ha
triunfado sobre nada. Ni siquiera sobre lo que debería
ser materia prima y deseo de su desarrollo revolucionario,
la mujer.
Y es aquí donde, por lo menos, renunció Lacan.
Ya que todo aquél que haya transitado la praxis
psicoanalítica sabe, perfectamente, que hacer
hablar a una mujer es tan difícil y, a veces,
tan imposible como hacer hablar a la poesía.
Dejar de ser el hecho mismo para contarlo es para la
poesía, en todos los casos, transformarse en un
género menor.
Dejar de ser sus propias vibraciones es para la mujer,
en todos los casos, un hecho triste.
Y no hay descubrimiento, por más importante que
resulte de la conversación, que pueda opacar la
magnitud de su tristeza. Tristeza sólo comparable
a la tristeza del poeta frente a esa página que
le dice: la poesía no volverá jamás.

Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2465)
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Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2464)
La grandeza que nos
plantea la semejanza de una tristeza incalculable,
hará por un trecho al poeta y a la mujer nuestros
compañeros de viaje.
Cuando ella duerme
apacible creyendo que el mundo son sus sueños, él
trama sobre un papel satisfacerla.
Ninguno de los dos
consigue gran cosa.
Ella, frente a la
incertidumbre que le producen sus propios sueños,
para seguir temblando, sueña.
Él espera,
porque no sabe hacer otra cosa que escribir versos,
que los sueños de ella cristalizados por él
sobre un papel se transformen, ahora, en lingotes de
oro.
Ella duerme para
soñar porque el mundo que le interesa son los
versos de él.
Él no puede
dormir ni de día ni de noche y no deja de soñar.
Después con
el tiempo terminan siendo dos desgraciados.
Cuando él,
por fin, consigue algunos lingotes de oro, ella ya
no sueña, ha comenzado a trabajar.
Cuando vuelve de
trabajar él le grita para animarla: Vamos querida,
la poesía es un arma cargada de futuro y usted
es ella.
Ella, mientras tanto,
en los momentos libres, aprovecha y duerme y mientras
duerme sueña que sueña todo el día.
Él sabe que
ella nunca se lo perdonará y, sin embargo, sigue
dibujando sobre un papel los más íntimos
detalles de todo el recorrido.
Ninguno de los dos
puede con lo que es. Como si estuvieran viviendo en
un país pero sometidos a las leyes de otro país.
Y antes de cerrar
el paréntesis decir que sólo hemos podido
ver (cayendo en el error en que todo el mundo cae)
las diferencias que existen entre un poeta y una mujer.
Pero hemos dejado para fundamentar con el tiempo que
más allá de la gran diferencia donde
la poesía determina y ella padece, la mujer
y la poesía son semejantes en todo.
Habiendo contestado,
en parte, algunos de los porqué se le teme al
psicoanálisis, podremos ahora entrar con parsimonia
en nuestras cuestiones que hoy han quedado reducidas
por el título de la conferencia a que soportemos
sobre nosotros mismos la vigencia del psicoanálisis.
Soy inmensamente
feliz de estar hoy aquí frente a ustedes intentando
con toda mi inteligencia poder comunicarles, al menos,
las líneas generales de mi pensamiento en lo
que corresponde llamar campo del Psicoanálisis,
ya que de mi poesía ninguna línea general
será más general y más línea
que la que ustedes puedan desprender de la lectura
de mis escritos.
Hace en estos días,
exactamente, 38 años desde mi primera sesión
de psicoanálisis y esto no es para justificar
mi discurso en general sino, sencillamente, para justificar
poder hablar de lo que no se puede hablar:
El Inconsciente.
La Interpretación. La Transferencia.
Sé que los
lacanianos, por no haberse psicoanalizado lo necesario
y, por consiguiente, haber confundido el inconsciente
con lo bajo, la interpretación con lo alto y
la transferencia con el amor, han generado una multitud
de inmortales, mudos y bastante sordos, pero a todos
ustedes eso les parece producto de la libre competencia,
es decir ustedes piensan el fenómeno lacaniano
de la misma manera como piensan el fenómeno
de la coca-cola.
Y para no alejarme
mucho de aquello por lo cual fui convocado, os diré que
sé perfectamente que estamos en una casa de
altos estudios, donde algunos (los suficientes para
haber producido una corriente de opinión al
estilo de las dictaduras) profesores de esta casa,
me hacen responsable de la sexualidad que aconteció en
el año 1970 en Buenos Aires.
Y nadie ha sido
capaz de desenmascarar a los hipócritas, ya
que hoy día todos sabemos lo que en aquel momento
sólo algunos poetas y el Grupo Cero sabían,
que la sexualidad a partir del 70 no era comienzo de
nada sino precisamente un fin de fiestas, como después
más de 40.000 muertos nos hicieron saber.
(sigue...)
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