Soy, entonces, según
algunas lenguas, el cuerpo semidestruido y deformado
(los años, el exilio, quién sabe qué)
que posibilitó aquel acto y es por eso que os
pido vuestra palabra de honor, que no me obligarán
a reproducir la escena con alguno de ustedes.
En general, en un sentido amplio y generoso, pienso
en ustedes amablemente y los veo estudiando un poco,
pensando un poco, tratando de dilucidar por qué las dictaduras
dejan en manos de los hombres, aparentemente, más
cultos de la ciudad, el trabajo de seguir ejerciendo
el poder, hacer imperar esa moral. Ese ha de ser el motivo,
la causa, como se estila decir en estas aulas, para que
las cabezas visibles de algunas iglesias psicoanalíticas
de Buenos Aires, París y algunos pueblecitos de
España, quieran quemarme en la hoguera de sus
antiguos sentimientos, porque no entienden por qué desde
mi primera sesión psicoanalítica en 1958
hasta 1970, tuvieron que pasar doce años para
que yo hiciera mi primera interpretación.
Desde la primera interpretación recibida: "Lo
que usted habla es sólo para hombres..." hasta
poder incluir una mujer en mi pensamiento pasaron doce
años.
Lo recuerdo perfectamente, como si fuera a ocurrir
mañana.
Ella llegó hermosa, más que nunca, espléndida
en su hermosura y me dijo, mientras nos dábamos
la mano:
-Hoy podría si usted me lo permitiese, acostar
mi mirada sobre su mirada.
Yo bajé la mirada y pensé en los pibes
de la Facultad de Psicología, Guillermo, Daniel.
Era una verdadera lástima que no pudieran presenciar,
personalmente, ésta, aquella experiencia límite.
-No me contesta nada (ella se había dado cuenta
que yo estaba en silencio), una vez más prefiere
mi dinero a mi propia inteligencia que es, también,
la suya.
Yo me senté en el sillón y creo que llegué a
hacer un gesto con la mano indicándole el diván.
De pronto, desde la punta de mis dedos se generó una
atmósfera lumínica y, a la vez, borrosa.
-Sueño o temblor, se preguntó ella entre
la bruma.
Yo sin contestar moví la cabeza de un lado para
otro, como para despejarme, mas sin saber de qué quería
despejarme.
Mientras ella de alguna manera se contorsiona, yo recuerdo
al gran Pichon Rivière después que yo le
había contado, con frenesí, que una paciente,
al encontrarse conmigo en una fiesta, me besó; él
me dijo:
-Ella lo quiere asesinar- y luego en tonos diferentes
siguió hablando con mucha tranquilidad de la posibilidad
que tenía la poesía de ser el más
preciado instrumento de conocimiento de la realidad histórica...
-Perdón que lo interrumpa -me dijo ella a pesar
de que yo no había comenzado a hablar- usted,
prosiguió ella, ¿no llega a sentir mi cuerpo
estremecido entre sus brazos?
Ella no estaba del todo equivocada, sentir, yo no sentía
nada pero su cuerpo, si era verdad que se estremecía,
lo hacía en algo o sobre algo que podría
ser mío, el diván.
-Bendigo su silencio (ella decía para que todo
fuera sublime, aunque yo escuchara lo que podía),
su silencio, insistió, bendito sea, que me permite
gozar de su cuerpo, mi cuerpo, de una manera tan extensa,
como decía Freud, creo...
Ahí, para decir verdad, que
no se puede decir aunque se intente, me dio un poco
de rabia (supuestamente anal) que se metiera con Freud
de esa manera tan superficial y entonces no pude contenerme
y le pregunté:
-¿En qué fiesta se
lo dijo Freud?
-Qué agresivo, exclamó ella;
sentí que me la metía por el culo. Al
principio me dolió algo, pero después,
gocé, bueno, es un decir, me gusta digo, especialmente,
que sea tan bruto como un camionero y, a la vez, tan
dulce y frío como una muñeca de porcelana...

Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2466)
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Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2461)
Nada, yo no decía nada. Pensé con
temor en dar por terminada la sesión y me pareció absurdo
tener miedo de las palabras, como tantas veces le pasa
al neurótico y reemplacé, rápidamente,
el continuamos la próxima, por un sencillo:
-La escucho...
-Hoy no quiero y ni siquiera deseo
que usted me escuche (yo la sentí contundente
en su decir), hoy, doctor, quiero sentirlo vibrar conmigo.
Y no me diga que no puede, que a mí me lo contaron
en la Facultad de Psicología los jefes de las
iglesias lacanianas y otras menos prestigiosas. Usted,
doctor, puede llegar a ser, si yo, su pequeña
reina lo desea, el más grande vibrador de Buenos
Aires. Yo he visto con mis propios ojos a esos grandes
jefes temblar y consolarse hasta el exceso con una
simple vibración de su voz.
-Es por eso que en esta mañana
desolada y limpia, tomo venganza en nombre de todas
las esposas, novias, concubinas de todos los maldicientes
psicoanalistas de Buenos Aires y, por las dudas, de
París, y me lo garcho aquí en su diván,
yo y todas mis amigas y usted jamás podrá olvidarse
de este polvo porque yo misma y mi marido y los amigos
de mi marido nos encargaremos, personalmente, de difundirlo.
Algo que nunca fue es lo que se recuerda
siempre.
Algo que nunca hubo tiene que ser
perdido.
La transferencia se dispara desde
el futuro.
La relación sexual no existe
o, por lo menos, no deja huella.
El Falo no puede ser representado
y en una gran pantalla como si viera el futuro, veo
muy próximo, al alcance de una frase, el comienzo
de vuestro propio psicoanálisis.
Han creído en el amor en lugar
de producirlo.
Han explicado la transferencia.
Han aconsejado en falso.
Han confundido la sexualidad, la
propia materialidad inconsciente, con lo que hacen
algunos hombres y, en general, las vacas y los perros.
Han hecho religión, es decir
dogma, moral, de la única teoría vigente
para producir libertad.
-Comprendo, dijo ella, aunque yo
seguía sin hablar. Comprendo, insistió,
el cuerpo del poeta yace a mil kilómetros de
profundidad, es inalcanzable.
Fue entonces con amabilidad que le
dije:
-Continuamos la próxima...
El concepto de transferencia es el
que sostiene, históricamente, la teoría
psicoanalítica y es por eso que cuando se altera,
disminuye o se deja de imponer el psicoanálisis
de los psicoanalistas o candidatos a serlo, las instituciones
se pudren o se degradan hasta tal punto de transformarse
en pequeñas o grandes dictaduras o casi peor,
en concepciones, todas ellas anteriores a la producción
de El Inconsciente en la obra de Freud, como ya está pasando
en la Internacional y como ya pasó, muy poco
tiempo después de la muerte de Lacan, en todos
los grupos lacanianos de Argentina, pero también
de Francia, Brasil y España, que son las comunidades
de las cuales tengo algunas noticias.
Por eso que no será en vano
reiterar (y esta vez frente a ustedes que disponen
de la mayor astucia para darse cuenta de lo que vengo
a proponer) que en psicoanálisis no hay teoría
fuera de la clínica y explicar entonces, de
manera sencilla, que sin psicoanálisis del psicoanalista
no hay producción del inconsciente.
Decimos entonces que no es que los
sujetos al encontrarse produzcan la transferencia o
que el paciente la traiga con él (como una reproducción
de su pasado) o que la reciba como un don de su psicoanalista
sino que, precisamente, el concepto de transferencia
es el que produce tanto al sujeto que se psicoanaliza
como al psicoanalista que no es ningún sujeto,
sino un lugar.
Miguel Oscar Menassa.
Del libro “Freud y Lacan -hablados- 2” |