Sumario

LA TRANSFERENCIA
Vigencia de
Sigmund Freud

Vigencia de Sigmund Freud (I)
Vigencia de Sigmund Freud (II)
Vigencia de Sigmund Freud (III)
 
El asma y la alergia, y su relación con los otros y el mundo
El rechazo inmunológico al órgano trasplantado
Aproximación a las alteraciones del sistema inmune
Acerca del fetichismo
¿Dónde está la memoria?
La vida vive en la pulsión
La importancia de los talleres de escritura en la formación de psicoanalistas
 
Sobre las relaciones de pareja
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Soy, entonces, según algunas lenguas, el cuerpo semidestruido y deformado (los años, el exilio, quién sabe qué) que posibilitó aquel acto y es por eso que os pido vuestra palabra de honor, que no me obligarán a reproducir la escena con alguno de ustedes.

En general, en un sentido amplio y generoso, pienso en ustedes amablemente y los veo estudiando un poco, pensando un poco, tratando de dilucidar por qué las dictaduras dejan en manos de los hombres, aparentemente, más cultos de la ciudad, el trabajo de seguir ejerciendo el poder, hacer imperar esa moral. Ese ha de ser el motivo, la causa, como se estila decir en estas aulas, para que las cabezas visibles de algunas iglesias psicoanalíticas de Buenos Aires, París y algunos pueblecitos de España, quieran quemarme en la hoguera de sus antiguos sentimientos, porque no entienden por qué desde mi primera sesión psicoanalítica en 1958 hasta 1970, tuvieron que pasar doce años para que yo hiciera mi primera interpretación.

Desde la primera interpretación recibida: "Lo que usted habla es sólo para hombres..." hasta poder incluir una mujer en mi pensamiento pasaron doce años.

Lo recuerdo perfectamente, como si fuera a ocurrir mañana.

Ella llegó hermosa, más que nunca, espléndida en su hermosura y me dijo, mientras nos dábamos la mano:

-Hoy podría si usted me lo permitiese, acostar mi mirada sobre su mirada.

Yo bajé la mirada y pensé en los pibes de la Facultad de Psicología, Guillermo, Daniel. Era una verdadera lástima que no pudieran presenciar, personalmente, ésta, aquella experiencia límite.

-No me contesta nada (ella se había dado cuenta que yo estaba en silencio), una vez más prefiere mi dinero a mi propia inteligencia que es, también, la suya.

Yo me senté en el sillón y creo que llegué a hacer un gesto con la mano indicándole el diván.

De pronto, desde la punta de mis dedos se generó una atmósfera lumínica y, a la vez, borrosa.

-Sueño o temblor, se preguntó ella entre la bruma.

Yo sin contestar moví la cabeza de un lado para otro, como para despejarme, mas sin saber de qué quería despejarme.
Mientras ella de alguna manera se contorsiona, yo recuerdo al gran Pichon Rivière después que yo le había contado, con frenesí, que una paciente, al encontrarse conmigo en una fiesta, me besó; él me dijo:

-Ella lo quiere asesinar- y luego en tonos diferentes siguió hablando con mucha tranquilidad de la posibilidad que tenía la poesía de ser el más preciado instrumento de conocimiento de la realidad histórica...

-Perdón que lo interrumpa -me dijo ella a pesar de que yo no había comenzado a hablar- usted, prosiguió ella, ¿no llega a sentir mi cuerpo estremecido entre sus brazos?

Ella no estaba del todo equivocada, sentir, yo no sentía nada pero su cuerpo, si era verdad que se estremecía, lo hacía en algo o sobre algo que podría ser mío, el diván.

-Bendigo su silencio (ella decía para que todo fuera sublime, aunque yo escuchara lo que podía), su silencio, insistió, bendito sea, que me permite gozar de su cuerpo, mi cuerpo, de una manera tan extensa, como decía Freud, creo...

Ahí, para decir verdad, que no se puede decir aunque se intente, me dio un poco de rabia (supuestamente anal) que se metiera con Freud de esa manera tan superficial y entonces no pude contenerme y le pregunté:

-¿En qué fiesta se lo dijo Freud?

-Qué agresivo, exclamó ella; sentí que me la metía por el culo. Al principio me dolió algo, pero después, gocé, bueno, es un decir, me gusta digo, especialmente, que sea tan bruto como un camionero y, a la vez, tan dulce y frío como una muñeca de porcelana...


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2466)


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2461)

Nada, yo no decía nada. Pensé con temor en dar por terminada la sesión y me pareció absurdo tener miedo de las palabras, como tantas veces le pasa al neurótico y reemplacé, rápidamente, el continuamos la próxima, por un sencillo:

-La escucho...

-Hoy no quiero y ni siquiera deseo que usted me escuche (yo la sentí contundente en su decir), hoy, doctor, quiero sentirlo vibrar conmigo. Y no me diga que no puede, que a mí me lo contaron en la Facultad de Psicología los jefes de las iglesias lacanianas y otras menos prestigiosas. Usted, doctor, puede llegar a ser, si yo, su pequeña reina lo desea, el más grande vibrador de Buenos Aires. Yo he visto con mis propios ojos a esos grandes jefes temblar y consolarse hasta el exceso con una simple vibración de su voz.

-Es por eso que en esta mañana desolada y limpia, tomo venganza en nombre de todas las esposas, novias, concubinas de todos los maldicientes psicoanalistas de Buenos Aires y, por las dudas, de París, y me lo garcho aquí en su diván, yo y todas mis amigas y usted jamás podrá olvidarse de este polvo porque yo misma y mi marido y los amigos de mi marido nos encargaremos, personalmente, de difundirlo.

Algo que nunca fue es lo que se recuerda siempre.

Algo que nunca hubo tiene que ser perdido.

La transferencia se dispara desde el futuro.

La relación sexual no existe o, por lo menos, no deja huella.

El Falo no puede ser representado y en una gran pantalla como si viera el futuro, veo muy próximo, al alcance de una frase, el comienzo de vuestro propio psicoanálisis.

Han creído en el amor en lugar de producirlo.

Han explicado la transferencia.

Han aconsejado en falso.

Han confundido la sexualidad, la propia materialidad inconsciente, con lo que hacen algunos hombres y, en general, las vacas y los perros.

Han hecho religión, es decir dogma, moral, de la única teoría vigente para producir libertad.

-Comprendo, dijo ella, aunque yo seguía sin hablar. Comprendo, insistió, el cuerpo del poeta yace a mil kilómetros de profundidad, es inalcanzable.

Fue entonces con amabilidad que le dije:

-Continuamos la próxima...

El concepto de transferencia es el que sostiene, históricamente, la teoría psicoanalítica y es por eso que cuando se altera, disminuye o se deja de imponer el psicoanálisis de los psicoanalistas o candidatos a serlo, las instituciones se pudren o se degradan hasta tal punto de transformarse en pequeñas o grandes dictaduras o casi peor, en concepciones, todas ellas anteriores a la producción de El Inconsciente en la obra de Freud, como ya está pasando en la Internacional y como ya pasó, muy poco tiempo después de la muerte de Lacan, en todos los grupos lacanianos de Argentina, pero también de Francia, Brasil y España, que son las comunidades de las cuales tengo algunas noticias.

Por eso que no será en vano reiterar (y esta vez frente a ustedes que disponen de la mayor astucia para darse cuenta de lo que vengo a proponer) que en psicoanálisis no hay teoría fuera de la clínica y explicar entonces, de manera sencilla, que sin psicoanálisis del psicoanalista no hay producción del inconsciente.

Decimos entonces que no es que los sujetos al encontrarse produzcan la transferencia o que el paciente la traiga con él (como una reproducción de su pasado) o que la reciba como un don de su psicoanalista sino que, precisamente, el concepto de transferencia es el que produce tanto al sujeto que se psicoanaliza como al psicoanalista que no es ningún sujeto, sino un lugar.

Miguel Oscar Menassa.
Del libro “Freud y Lacan -hablados- 2”

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