Sumario

POESÍA, PSICOANÁLISIS, LOCURA
Cali, Colombia, 1979
M. O. Menassa

Poesía, Psicoanálisis,
Locura (I)
Poesía, Psicoanálisis,
Locura (II)
Poesía, Psicoanálisis,
Locura (III)
 
La escritura como posibilidad de revolución femenina (I)
La escritura como posibilidad de revolución femenina (II)
La función de la mujer
La psoriasis. Fenómeno psicosomático
Periodismo de investigación
De nuestros antecedentes. El mundo en el diván
Sobre las relaciones de pareja
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Si se tratara de una conversación y sin entrar en tema todavía, trataré de delimitar el campo en cuestión, teniendo en cuenta toda la escritura de un grupo, en tanto que si algo de específico tiene ese grupo, es haber creado dicho campo. Y si el campo ha de ser, el del psicoanálisis y la poesía, así de juntos y vanagloriándose de estar juntos, si este campo existe, cosa que intentaremos tratar de construir, el grupo del cual estamos hablando, se denominará: Grupo Cero. Y si es la escritura la que condena al hombre a ser histórico, digamos que me quiero referir a un escrito del año 1971, donde por primera vez se firma como grupo. Palabras que, más allá de la cultura familiar de Buenos Aires, se proponían un acercamiento al hecho social desde la poesía, desde el psicoanálisis, desde el marxismo, y yo pienso desde cualquier otra magia o misterio que anduvieran por ahí tratando de ensanchar los límites de lo humano.

Y allí, tratando de ensanchar los límites de lo humano, estaba también la locura. No estaba en nosotros pero estaba en nosotros. No éramos los locos pero vivíamos con los locos. No dormían con nosotros pero cuando nosotros dormíamos con una mujer le hablábamos de los locos. Con el tiempo se fueron borrando aún más las diferencias. Fueron nuestros amigos y también nuestros enemigos. Llegamos a preguntamos qué diferencia hay entre los locos y nosotros. A veces la escritura toma rumbos que la palabra hablada no hubiese tomado jamás. Habíamos dicho que la primera conversación debería poder mostrarnos al psicoanálisis como una ciencia.

Es en el intento de mostrar el psicoanálisis como ciencia donde, en este primer encuentro, debe detenerse el tiempo. En esta primera conversación el intento será epistemológico, que no podrá ser otra cosa que materialista, porque materiales son las estructuras lingüísticas de donde las ciencias sacan su provecho.

Y si la escritura habrá de ser la base material de las ciencias, éstas padecerán, más allá de sus padecimientos, el padecimiento que, por ser escritura, padece. Su verdad nunca coincidirá con el tiempo de su aparición. Y así es que el hombre sigue padeciendo una moral que ya se desmoronó en los libros. Palabra la del psicoanálisis que más que saber de sus alcances, sabemos de las resistencias que se oponen a sus posibles alcances. Una palabra que por atentar contra lo único que el hombre tenía de sí, su propia conciencia de sí y como sabemos la conciencia siempre es forjadora de poder, el psicoanálisis, en su desarrollo, tuvo que enfrentarse no sólo con la resistencia de sus practicantes a encontrarse con sus propios deseos inconscientes, sino también en su desarrollo, con los modos represivos de los estados. Hay algo en el psicoanálisis que, más allá del sujeto, nos habla del estado, que más allá de su poder en transferencia se atribuye como instrumento de conocimiento la capacidad de lectura de los modelos ideológicos.

Y si leyendo desde el sujeto en la transferencia se puede llegar -según se atribuye el propio psicoanálisis- a transformar los deseos inconscientes, en el sentido de una transformación de lo que sobredetermina o por lo menos un cambio de rumbo de lo que sobredetermina. Podríamos pensar entonces que a la posibilidad del psicoanálisis atañe también la transformación de los modelos ideológicos, que por inconscientes tendrán que ser construidos como tales desde los efectos, los cuales, por ideológicos, asentarán en el propio cuerpo del sujeto. Y antes que la poesía y la locura nos invadan definitivamente trataremos de poner en claro ciertas cuestiones.

Si la realidad es la metáfora de todo lo posible, las ciencias serán lo posible de ser determinado. Para que una ciencia se precie de tal, debe tener su objeto propio. Y su objeto propio no puede ser un objeto real, sino sólo provenir de un objeto real, mediante una transformación que de la cosa hace símbolo, cuyo procedimiento llamamos: trabajo teórico.
Objeto teórico, entonces, a partir del cual y según sus vicisitudes habrá método. Que tendrá que tener como condición la capacidad de modificar su propio ser, mediante lo que se le atribuye, es decir, la interpretación, cada vez que haya un obstáculo en el devenir del objeto teórico y cada vez que haya un obstáculo frente al objeto real a conocer, mediante la técnica que él mismo, el método, mediando entre la teoría y ella, determina.

Técnica que, más que cumplir los requisitos del objeto real, tendrá que cumplir, para que sea técnica científica, los mandatos de la teoría. Si el psicoanálisis se tratara de una ciencia, su objeto teórico, el inconsciente, es más inasible como concepto que como inconsciente, porque si bien como inconsciente no sabríamos de él más que la condena de ser sus propios efectos, por concepto sabríamos menos aún. Ya que el concepto designa material a lo no corpóreo y por lo tanto suprasensible. Y no es por lo tanto en mi propio cuerpo donde deberíamos buscar el inconsciente, sino en la malla que si bien material, incorpórea, invisible, tejen las palabras frente a un otro de mí, humano, que relativiza mi soledad y me da, como naturaleza de lo humano, otro humano.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2547)

Campo de la palabra que no es otro que el campo de la función humana.

Un síntoma anonadado por su propia presencia se hará palabra. Un resto animal en el hombre, antes del psicoanálisis, inconmovible, podrá ahora, después del nacimiento del psicoanálisis, acceder a humana presencia. Toda ciencia es ciencia de una ideología. Toda palabra es muerte de una cosa. Todo saber finalización de una ilusión. Y es en el campo de la ilusión donde la ideología asienta su trono, y es en el límite de la certeza sensible hasta donde llega su poder. Y serán sus instrumentos, entonces, todo lo que en el hombre pueda captar sensiblemente lo real es decir, todo lo que el hombre pueda registrar como real cuando mira, cuando toca, cuando piensa en soledad. La ideología es el tiempo donde el hombre reconoce y desconoce a la vez las determinaciones de lo que le toca padecer como reconocimiento. Conocer parece ser otra cosa que sentir, parece ser otra cosa que ver, parece ser otra cosa que reconocer.

Conocer será interpretar lo reconocido, más que para alcanzar otro nivel de comprensión, para transformar lo visto y tocado (lo reconocido) en otra cosa. Porque la interpretación no está en los hechos, sino que los hechos sólo existen después de ser interpretados. Y sólo existen para transformarse en otros hechos, ya que la cadena significante no dejará de fluir. Porque si esto aconteciera, no habría de ser la interpretación una interpretación psicoanalítica. Si esto ocurre, podemos decir finalmente que alguien teme por las palabras que tendremos que llegar a pronunciar. Y que en todos los casos serán palabras que tendrán que ver con nosotros, porque del hombre sólo temo las palabras que de él me otorgan una medida de lo humano.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2545)

Y si ha quedado claro lo que debería ser una interpretación, no ha quedado clara la posibilidad de su fundamento o, para decirlo de otra manera, el fundamento de su verdad.

Y esto no es otra cosa que lo que brinda el trabajo teórico, el descentramiento acerca de la cuestión, para poder decir de ese vacío que reina en mí, cuando estoy unido a la cosa por los lazos de la ideología, que no son otra cosa que los lazos con los cuales, como científico, ato mi vida al mundo de los hombres. Pasaje espectacular, que sólo podrá ser nombrado por fuera de la cosa donde se produce la ruptura. Es decir, si lo que se rompe, se rompe también en mí, no deberé estar en la cosa para nombrarla. Parecería ser como si el hombre en estos últimos siglos tuviera que determinar un centro del sistema que nunca es él. Como si haberse podido descentrar para separarse de la cosa, para transformar el ábaco en la ley de los números naturales lo llevaran en todos estos descubrimientos a hablar de un sistema en el cual el hombre, por hombre, está excéntrico de él.

No es él, el hombre, el que determina las mallas de sus relaciones sociales, no es el hombre el que elige los modos de vida dentro de su inscripción social, él es elegido por el sistema social. No es el hombre, no soy yo el que decido las palabras que he escrito, ni las palabras que pronuncio frente a ustedes, sino que es él, el Otro, el que a mí me falta, el inconsciente, donde se generan estos pensamientos.

Antes de 1900 el pasado existía como determinante y lo que antes era un simple desplazamiento en el cuerpo de la paciente que Freud describía fenomenológicamente con la palabra desplazamiento, después de 1900 tiene detrás de sí el concepto de transferencia, es decir, la movilización de una carga de una representación a otra representación, por lo tanto un desplazamiento que veía, y hasta podía tocar, desconocía cuáles eran sus fundamentos estructurales de producción.

Es con La Interpretación de los Sueños que Freud pone no un límite vivencial, no un límite ideológico, no un límite de los sentidos a la interpretación onírica, sino un límite teórico y se llama ombligo del sueño. Cuando se llega allí se detiene la interpretación psicoanalítica, no es que el psicoanalista tenga ganas de seguir o que el paciente quiera recuperar lo que no pudo. Lo real inconsciente es imposible.

Que la técnica sea la transferencia y la asociación libre querrá decir que lo que se promoverá será la asociación libre y que la transferencia acontecerá siempre como resistencia a la asociación libre. El psicoanálisis comienza más allá de la transferencia, antes es el psicoanálisis de la transferencia, y el psicoanálisis de la transferencia es el psicoanálisis de las resistencias al psicoanálisis.

Si para conseguir formular el objeto teórico tuve que descentrarme, es decir, tuve que ser un otro de mi conciencia, cuando tengo que interpretar tengo que ser un otro de mí en tanto lo que tengo que interpretar tiene que ser para el paciente, el deseo del Otro, el deseo de su propio inconsciente y no del mío, querrá decir que cuando interpreto yo no tengo deseos, a menos que mi deseo sea ser la función, es decir, interpretar. No es la afectividad del psicoanalista la que determina, ni el grado de enfermedad, ni el tratamiento, ni la cura, ni el alta, es la teoría. Momento teórico, entonces, donde habrá que dejar de interpretar y esto no por la finitud del inconsciente, sino por los límites impuestos por la teoría psicoanalítica al sujeto.

Habíamos dicho que la ciencia es lo posible de ser determinado, un punto minúsculo, una visión estrecha del mundo. Que el psicoanálisis sea la ciencia del sujeto tampoco le da derecho de transformarse en una visión del mundo, en tanto ciencia.

Sin embargo esta operación de descentramiento que permite transformar la ceguera de la ideología en claridad simbólica no puede, aunque lo intente, terminar con la ideología. Puede, eso sí, interpretarla, rectificarla y hasta transformarla, pero no puede terminar con ella, porque ella es la propia vida del sujeto. Y la propia vida de los sujetos se desarrolla en el campo de la carne, campo infinito y cambiante, ya que cuando determinamos algo en el campo del cuerpo no es para precisar su muerte sino, tan sólo, su transformación. Y es así como un espacio de tiempo después del descubrimiento, y como del hombre se trata, hablamos de lo que hablamos, volveremos a sentir celos, envidia, egoísmo o cualquier otra tontería, que son esos sentimientos llamados humanos, reconociéndolos y en su real dimensión apasionada, en nuestro cuerpo y en nuestra propia vida, y sin embargo desconociendo no sólo la estructura que hace posible en cada sentimiento una verdad, sino también desconociendo los mecanismos de que dicha estructura se vale para realizar el trabajo de transformación.

A esto lo denominamos trabajo inconsciente, cuyo único destino es transformar el deseo inconsciente en verdad para posibilitar su expresión.

Y ahí donde el síntoma impera como verdad y como verdad impera la palabra, los actos fallidos, el chiste, los sueños, la ciencia, la locura, la poesía, allí es donde se inicia ahora un nuevo trabajo, que será el trabajo del psicoanálisis (no ya del inconsciente) el que, desde los efectos últimos de aquel otro trabajo, construirá ahora teóricamente la estructura determinante de dichos efectos. El hombre no tiene del inconsciente sino sus efectos, ya que su inconsciente no está en él, sino en la palabra de otro. Palabra que no lleva debajo su imagen iconográficamente representada, sino que lleva debajo otra palabra, que tampoco sabe nada de ella, sino en la reunión con otras palabras.

Cadena significante, donde el sujeto es, no lo que recorre la cadena, sino el que con su propia vida como sujeto, la funda. Y sé que nunca sabré el significado de las palabras que pronuncié, si no soy capaz, si no me atrevo a pronunciar otra palabra y otra y aún otra más, porque como humano debo saber que, para lo humano, no hay último sentido.

(Continuará)

Del libro “Freud y Lacan -hablados-1

 

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