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EL DESEO
COMO CORAZÓN DEL SUJETO |
Cuando
nos posicionamos como sujetos de la interrogación
distinguimos enunciado y enunciación, el texto
y el contexto, lo dicho y el acto de decir, y esto sin
olvidar que la distinción entre enunciado y enunciación,
no tiene ningún sentido jerárquico, no
son niveles superiores e inferiores, ni mantienen una
cronología de un antes y un después, sino
que lo que ocurre en cada uno de ellos es simultáneo.
También la demanda y el deseo se dan en simultaneidad
sin que por ello dejen de mantener las diferencias.
Cuando un enfermo va a ver al psicoanalista no quiere
decir que espera la curación sino que le pone
a prueba de sacarle de su condición de enfermo.
Esto no implica que el enfermo no quiera mantener su
condición de enfermo, incluso a veces va para
que le autentifiquen su condición de enfermo,
y otras para que le ayuden a preservar su enfermedad,
a que le traten del modo que le conviene a él,
a ese que le permite seguir siendo un enfermo bien instalado
en su enfermedad.
Esto muestra la falla entre demanda y deseo. Y no es
necesario ser psicoanalista, ni siquiera médico,
para saber que cuando cualquiera nos pide algo, ya sea
nuestro mejor amigo, ya sea hombre o mujer, esto no es
para nada idéntico, y a veces es todo lo contrario,
a aquello que desea. Es por esto que en psicoanálisis
no debemos caer en la dialéctica de la frustración-regresión,
sino en la dialéctica de la demanda y el deseo.
La demanda no se cumple nunca en los límites de
una relación dual, pues ella apunta, más
allá del otro como persona real o imaginaria,
a la demanda de amor. Esto no habla de ningún
sentido erótico del término, sino que introduce
la demanda del Otro, donde no se sabe cuál es
su deseo, en tanto sólo nos transformamos en sujetos
en relación al Otro como lugar de la palabra y
donde el Otro está marcado por las condiciones
del significante. El Otro es invocado cada vez que hay
palabra, es decir cada vez que hay demanda.
Sabemos que no hablamos para ser sino que somos porque
hablamos, como sabemos que no pedimos porque hablamos
sino que porque hablamos demandamos.
Toda demanda está separada por el campo del deseo.
El sujeto no puede situarse con relación a su
propia demanda sino en tanto S barrado, marcado por esa
Spaltung que produce al sujeto y que sitúa su
deseo en el deseo del Otro, siendo el falo el significante
que representa la relación del sujeto con el significante,
designando aquello que el Otro desea cuando está marcado
por el significante.
El sujeto del psicoanálisis es aquel que articula
la frase:
“Él no sabía que estaba muerto”,
es decir el sujeto de la enunciación en tercera
persona. Y esto traducido a la primera persona sólo
podría ser: “Yo no sabía que vivía
de ser mortal”. Como vemos algo ni trágico,
ni cómico, sino algo que nos indica que a nuestra
propia vida somos en alguna medida extraños.
Subvertir a Aristóteles es saber que fue Aristóteles
quien nos dice que el Otro es un lugar donde uno se esfuerza
en transferir el saber del sujeto. De esto queda lo que
Hegel despliega como historia del sujeto, en tanto partió de
que el Otro sabía que había un saber absoluto,
y esto es una suposición indebida, pues para el
psicoanálisis el inconsciente es un saber sin
sujeto, que no piensa, no juzga, ni calcula, donde el
sujeto se pierde él mismo en esta suposición
de saber, en tanto el psicoanálisis le indica
un camino que le sitúa en relación al saber,
que es hablar sin saber, en tanto se tratará siempre
de un saber insabido, que no por insabido deja de tener
consecuencias.
Para subvertir el Otro de la filosofía tendremos
que situarlo en nuestra teoría.
Respecto a la cuestión del Otro como Otro simbólico
sabemos que puede ser suplantado por el otro, perdiendo
así el sujeto su doble alteridad, y esto lo vemos
en sus transtornos porque cuando funciona bien no produce
efectos que nos indiquen su funcionamiento, por eso que
es la estructura clínica de la psicosis la que
nos permite observar que el Otro puede ser suplantado
por el otro imaginario, que como sabemos es sede de nuestra
otredad y también es la sede de la otredad de
nuestro semejante.
En cuanto al objeto del deseo sabemos que no está ligado
al deseo por una armonía preestablecida, en tanto
el objeto del deseo humano es el objeto del deseo de
otro.
Cuando hablamos de metáfora se trata siempre de
la sustitución de un significante que hace surgir
la falta en el ser necesaria para que haya sujeto: el
falo. Por eso que la metáfora es siempre metáfora
del sujeto y la metonimia es metonimia del deseo.
Lo concerniente a la identificación está del
lado de la metáfora mientras que lo concerniente
a la articulación está del lado de la metonimia.
Cuando estamos a nivel de la sustitución del sujeto
se trata de la metáfora mientras que cuando estamos
a nivel de la sustitución del nombre se trata
de la metonimia. Es la colocación del nuevo significante
en posición del sujeto lo que permite el valor
metafórico, podemos decir que es una articulación
posicional.
El verso de Víctor Hugo “Su gravilla no
era avara ni rencorosa” es un claro ejemplo de
metáfora donde la gavilla toma su lugar metafórico
por su colocación en posición del sujeto
en la proposición, el lugar de Booz.
El sueño de Anna Freud es un claro ejemplo de
metonimia: Anna Freud, fresas, frambuesas, flanes, papillas,
debido a su función posicional que les posiciona
en función de equivalencia. No es porque sean
un sustituto imaginario del objeto de-seado: fresas,
sino que la frase comienza con el nombre de la persona:
Anna Freud, y sólo desde el plano de la nominación
es posible la transferencia de significado.
Los niños llegan antes a la metonimia que a la
metáfora, porque la articulación significante
es dominante respecto a la transferencia de significado.
Hay que entender que el síntoma es una metáfora
del mismo modo que el deseo del hombre es una metonimia.
Esto liga a la metáfora con la cuestión
del ser y a la metonimia con su falta.
Antes que en la retórica se hablara de metáfora
y metonimia Freud ya había hablado de condensación
y desplazamiento. Freud llega a decir que el corazón
de la condensación es el desplazamiento, así como
la metonimia es el corazón de la metáfora,
esto quiere decir que la metonimia es inicial y hace
posible la metáfora.
Así decimos que el deseo de la madre es inicial
para el niño y hace posible la instalación
de metáfora paterna que lo hace sujeto del inconsciente.
Las funciones de la metáfora y la metonimia nos
permiten dar cuenta de la metáfora paterna en
tanto que posición del significante del padre
como fundadora de la posición del falo, en tanto
es el Nombre-del-Padre como nombre del padre muerto y
la metamorfosis de la posición de la madre fálica
a función fálica, lo que se produce en
los tres tiempos lógicos del Complejo de Edipo:
Un primer tiempo: identificación al objeto del
deseo del Otro: ser el falo.
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Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2575)
Un segundo tiempo: momento del padre
privador, padre imaginario, que priva a la madre y
al niño del falo, en esa relación de
intercambio imaginario del falo imaginario, donde la
fórmula es: no reintegrarás tu producto
para la madre y no te acostarás con tu madre
para el niño.
Y un tercer tiempo donde el padre
castrador aparece como padre donador, en tanto es el
portador del falo, ni lo es ni lo tiene, siendo lo
que conduce al niño a identificarse al padre
como poseedor y a la niña a identificarse al
padre en tanto que lo posee, en tanto sabemos que el
complejo de castración diluye el complejo de
Edipo en el varón, lo que le permite una identidad
sexual, y a la mujer le permite entrar al complejo
de Edipo e identificarse al padre, lo que le conducirá a
una posición de identidad sexual siempre indeterminada,
y cuando queda determinada estará condenada
a tomar posición masculina, es decir tomará una
posición en la estructura histérica.
Es por eso que una mujer para serlo tiene que tener
algo de extravío y un hombre tiene que parecer
un hombre es decir siempre un poco ridículo.
El Nombre-del-Padre en tanto funda
el hecho de que hay ley, produce un sujeto deseante,
en tanto la ley de castración va a permitir
que la madre fálica, deseante y pulsional, que
desea al niño, produzca un niño deseante,
es decir pase de ser una posición fálica
para el niño a ser una función fálica,
permitiendo su entrada a la economía del deseo,
es decir se hará inconsciente la organización
(fálica) infantil.
En cuanto a la organización
significante, en el seminario de Las formaciones del
inconsciente nos presenta Lacan la cadena significante
diacrónica en una cortadura sincrónica
discursiva, que más tarde formalizará como
diacronía parlante y sincronía significante,
es decir la sincronía de la escucha por parte
del analista y la puesta en acto del analizante, en
tanto ambos están estructurados por un mismo
discurso, el discurso del análisis en posición
asimétrica. En tanto, todos somos hijos del
discurso.
En psicoanálisis es el deseo
del Otro lo que es marcado por la barra, es decir se
va a tratar de la castración materna. Y va a
ser la dialéctica del deseo y la demanda lo
que está en juego, pues olvidar esto es deslizarse
en la cuestión de la frustración-regresión.
Es por esto que siempre está en
juego el deseo, la demanda y la indeterminación
del sujeto.
Sujeto del deseo y sujeto de la demanda,
sujeto deseante y sujeto pulsional.
El sujeto del deseo sostenido en
la estructura del fantasma, en tanto no hay sujeto
sino el del fantasma, es decir el sujeto del inconsciente:
S barrado <> a, en perpetua relación con
el objeto del deseo.
El sujeto de la demanda sostenido
en la estructura de la pulsión: S barrado <> D.
El sujeto humano, en su esencia de
sujeto problemático, se sitúa en una
cierta relación con el significante y S (A barrado)
designa lo que el falo realiza en el Otro de significante.
El deseo no es articulable porque
está articulado en la demanda, por eso en principio
el niño atribuye a sus padres el poder de conocer
todos sus pensamientos, en tanto sus pensamientos se
forman en la palabra del Otro, en la demanda al Otro,
y de aquí se deriva también que la relación
narcisista esté abierta a un transitivismo permanente,
es decir, cuando el niño pega a otro niño
puede decir que ha sido pegado, o bien cuando un niño
se cae puede decir que él se ha caído,
y si decimos permanente es porque en los adultos también
funciona así, atribuimos a otros lo que pensamos
o nos ocurre, o bien decimos que nos sucede lo que
les sucede a los otros.
Que seamos sujetos hablantes depende
de otros hablantes y también que seamos deseantes
depende de otros deseantes, por eso que no sólo
está la dimensión de la palabra del Otro,
es decir la Demanda del Otro sino la dimensión
que supone el deseo del Otro, pues nada más
allá de lo que el sujeto demanda, más
allá de lo que el otro demanda al sujeto, está lo
que el otro (la madre) desea. Lo que define la dimensión
del deseo es su relación con el deseo del Otro.
Freud descubre esta dimensión del deseo en el
sujeto, en tanto el deseo se define como deseo del
Otro. Y es la histérica la que permite que Freud
produzca esta fórmula, así tenemos el
ejemplo del sueño de la bella carnicera, donde
se crea un deseo insatisfecho independientemente del
objeto de toda necesidad y que la histérica
sólo asume su deseo (insatisfecho) bajo la forma
del de su amiga.
La demanda pervierte la necesidad,
en tanto más allá del objeto de la necesidad,
está la demanda de amor, más allá de
que la madre cubra las necesidades del niño,
más allá de lo que la madre da o deja
de dar, está la manera de dar o dejar de dar,
está lo que la madre hace creer al niño
acerca de si lo puede todo o no lo puede todo, es decir
si es deseante o no, si está sometida a la ley
o dicta la ley, y aún si ella es la ley. Se
trataría de atender la demanda de amor más
allá de la necesidad, sabiendo que la demanda
de amor no se puede colmar. A veces en el afán
de colmar la demanda de amor, hay madres que elevan
la atención de las necesidades a la categoría
de amor, con lo cual consiguen taponar el deseo y los
niños entran en la dialéctica de la anorexia
y la bulimia, o algo más grave como tomar posición
en la estructura psicótica, en tanto entre la
exigencia de la necesidad y la demanda articulada,
que en el fondo es demanda de amor, hay un resto irreductible,
que como no es relación con un objeto, es irreductible
a la necesidad, por lo que será el lugar de
la causa del deseo.
El deseo sexual viene a ocupar ese
lugar del deseo, porque es esencialmente problemático,
lo es en el plano de la necesidad porque introduce
la dialéctica de la especie en el individuo
y lo es en cuanto a la demanda de amor, pues el deseo
no puede articularse en una demanda cualquiera. Todo
pedido es una forma barata de expresión del
deseo. Por eso que decimos que la demanda es demanda
significante, y el falo es ese significante, como tal
velado, disfrazado.
Decimos que no hablamos para ser
sino que somos seres hablantes porque hablamos, y no
hablamos para pedir sino que porque hablamos demandamos.
No podemos reducir el deseo a la
demanda de la satisfacción, por eso que en psicoanálisis
no se trata de reducir la demanda sino de elucidarla.
Por eso que toda demanda de satisfacción de
una necesidad debe pasar por los desfiladeros del significante.
Amelia Díez Cuesta
Psicoanalista
607 762 104
ameliadiezcuesta@gmail.com |