Sumario

POESÍA Y PSICOANÁLISIS
Buenos Aires, 1987
Miguel Oscar Menassa

Poesía y psicoanálisis (I)
Poesía y psicoanálisis (II)
Poesía y psicoanálisis (III)
 
El complejo de Edipo
y su relación con la personalidad (I)
Entender como obstáculo epistemológico
El fetichismo
Rainer María Rilke
El sexo es difícil
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
Sigmund Freud
Observaciones sobre "El amor de transferencia" 1914 (1915)
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Terminaré diciendo que todos los caminos que llevan a ROMA, llevan a Roma. Sobre todo cuando el que me mira caminar de mí está en Roma. Sin deseo del psicoanalista no hay psicoanálisis, es tan verdadero como decir: sin psicoanalista, no hay inconsciente. Si alguien no nos convence que estará en Roma esperándonos, aunque no lo esté, no llegaremos nunca a Roma.

Develar a nadie lo que será de nadie.

Un existente de lo que no hay, un imposible pone las piezas en movimiento. Un saber que no será sino bajo la regla de no saberlo. Un poder que sólo sostendré si rechazo utilizarlo.

Un deseo de ser de la carencia la cintura del alba. Rozar, rozar, sin tocar nunca y sin detenerse frente a cada fracaso, porque es de eso de lo que se hablará en el diálogo de transmisión, EL FRACASO DEL SER EN SERLO. Ya que todo intento será determinado desde la errancia del deseo. Desear deseos, objetos nunca sidos.

Un ojo que no ve sino los restos que le permite su mirada. Una palabra que mira del Otro pasa en mi interior. Lo esencial de mí, y eso es lo que no sé, pasa fuera de mí.

Las piezas que se ponen en juego disparadas por la carencia, son reales, imaginarias y simbólicas, y los discursos posibles hasta este momento de nuestra formación son cuatro: LA MUERTE (el punto, la interpretación). LO SEXUAL (el nada, el desencuentro), la insatisfacción (LA NO). EL ESTADO (la universidad, el capitalismo). Dios (la palabra divina, el amo Absoluto).

Un sujeto supuesto del saber esgrime como bandera su deseo. Un sujeto que supone ese deseo que lo sostiene en su suposición, como saber.

Un saber paradójico que sólo se produce en acto y que al querer determinarlo como ocurrido se desvanece como tal. ¿La repetición, la transferencia, la pulsión, no son acaso muescas de este fracaso? El ojo no desea sino su propia mirada que lo constituye mirándolo desde el Otro.

Estoy aquí, dice el candidato, porque quiero ser psicoanalista. Y esto inmediatamente, a menos que uno sea indiferente a las cuestiones sociales en desarrollo, plantea una pregunta que, de no contestarla, el candidato (por el simple hecho de haberlo pronunciado) se quedaría sin camino.

¿Quién está cuando estoy?, y ¿dónde estoy cuando estoy aquí? Y si esto fuera poco para mantenerme callado, la frase: quiero ser psicoanalista, puede ser simplemente, no una inversión, pero sí un deslizamiento; quiero psicoanalizarme, ya que usted lo desea.

En esa especularidad: Quiero ser como usted, entero, es su propia imagen lo que se le anticipa como disfraz de la única verdad posible en el diálogo de transmisión. A usted le pasa lo mismo que a mí. Otro nos reúne bajo la faz de no saber. Carencia anterior y futura a todo ser, aun al de la imagen. Así que difícilmente el falo pueda ser imagen de nada y menos del pene. El Falo concepto positivo de lo imposible de la Apertura al campo del Otro, Uno de la carencia, que permite pensar que, justamente, ese otro que no está en el sistema, sino como nunca sido, sea causa.

Quiero decir simplemente que si en la primera entrevista quiere serlo, más adelante querrá tenerlo y luego querrá matarme. Al llegar a Roma no sólo no me encontrará, sino que percibirá sólo de sesgo, porque más allá, aun, sólo se puede gozar o morir, que nadie nunca ha estado en ROMA. Concluido el psicoanálisis, si es que alguna vez concluye, nadie estará en condición de asegurar que se trate de Roma. Y la conclusión no deja de ser bonita: ROMA NO EXISTE, aunque más allá, aun, tal vez, la encontraría.

En cuerpo, en el goce del Otro, en lo Uno del Amor, en la Muerte. Y nadie conseguirá nada. Ya que el Inconsciente Freudiano y, por qué no decirlo, el Inconsciente Lacaniano, aunque sea otro, es Saber no Sabido o Poesía, y aquí, la cuestión. Todo lo otro, aun los matemas o los mate-a-mamá, son los intentos desesperados del símbolo de obturar la carencia, única puerta posible para el deseo. Su causa.

He sabido por tu madre que te gustaría que antes de fin de año rocemos las aristas del espanto.

Quiero decirte que la familia es un hecho concreto tal que sin familia es como una ciudad sin agua. Por eso que seré, te lo prometo, antes del acontecimiento entre nosotros del verbo enamorado, el arrebato perfecto de una mirada: tu madre enamorada, encandilada por tu belleza, enajenada de poder transformarte según su algarabía, en su falta, su hombre, su deseo o, peor todavía, su envidia, su desprecio, su lejanía.

Antes de fin de año, mi pequeña, quiero hacerle saber que ya no volveremos a estar los dos a solas. El tiempo para entonces habrá partido nuestra razón de ser. Un pozo de silencio, el tiempo, entre nosotros.

Mi deseo, arrancándola brutalmente de mis brazos, empobrecidos, ahora, por su ausencia. Aleja su mirada de mi mirada, empobrecida ahora por su lejanía y estrella tu mirada querida, contra lo que no habrá en tu aurora, ni aun, después de los grandes acontecimientos. Contra lo que no podrá ser tu forma, ni aun, después de las más bellas poesías.

Mutilado porque mi cuerpo es otro que tu cuerpo, desprestigiado incluso para tu mirada detenida por el horror de mi ser, impotente de ser mi cuerpo y mi palabra, mi forma y mi sentido. Tu mirada helada en un rincón del alma para siempre

 


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2317)

Por el horror de mi ser impotente de ser, exactamente, tu imagen deshilachada en el espejo negro de la muerte. En el espejo muerto del negro silencio. En el silencio muerto y negro en el espejo. En el silencioso espejismo negro de la muerte, donde tus caderas comienzan a bailar al ritmo de macumba. Negra de magia, abierta, silenciosa, al sonido espectral de los tambores, delicada y altiva, como una rosa entreabierta puesta en su lugar. Insolente, enamorada de ti misma, y todavía, antes de desear, te abrazas a la muerte para no morir nunca. CONDENADA, tu silencio es negro. Tu silencio es la señal que te quedó en el cuerpo de aquel abrazo con la muerte para no morir nunca, para nunca desear, para nunca ser otra que tu voz.

Y no queriendo llegar muy lejos o por el contrario, quiero decirte, que ponerte a llorar, enfermarte gravemente, o enamorarte de algún desconocido, no te servirá de mucho, a menos que puedas entender que tus resistencias, cuando lo nuestro se trata, simplemente, de una conversación, siempre son exageradas.

Recuerdo que la primera vez que me animé a decirte, rodeado de precauciones, que era bonito conversar contigo, te pusiste a llorar al estilo de las lloronas sicilianas, interrumpiste el encuentro antes de tiempo e intentando pegarme con la cartera en la cabeza (golpe que esquivé con un paso atrás y un directo a la mandíbula) me dijiste con rabia: usted es un desgraciado.

Al otro día volviste encandilada por la posibilidad de poder sentir y expresar esos sentimientos.

Mientras te desnudabas pedías perdón por lo del día anterior y tus manos al borde del silencio me dijiste: Usted es un hijo de puta. No sé por qué se lo digo, pero me hace bien que sufra, sépalo. Soy la peor de todas, tengo sarna. Voy por la vida enarbolando mi fracaso, su fracaso, doctor, ¿se da cuenta? Conmigo no puede nadie, yo soy la flema ardiente del deseo y no sigo adelante porque tengo miedo que usted me aumente los honorarios.

El fin del psicoanálisis es su no fin, y vamos a ver cómo aceptan esto los fanáticos de la carencia. Ser carente, pero tener algún final, aunque más no sea simbólico; una fórmula que reemplace con su imaginaria el conocimiento inconsciente que se sostiene sólo si alguien queda en condiciones de poder interpretar el deseo. No hay nada que nadie le diga a nadie, sino hay lo que las palabras se dicen entre sí.

Poesía y psicoanálisis tienen que ver con esa irregularidad que se produce en el ser de la palabra. Creyendo que dice las palabras, nada sabe que es dicho para el otro, por lo que sus palabras pronunciadas se dicen entre ellas.

No es la simple alienación en el Otro en tanto que habla, no son precisamente las palabras del otro, sino lo que las palabras del otro se dicen entre ellas de mí.

Tanto poeta como psicoanalista tienen como función dejar de ser para que en esa fisura de ser nazca lo Otro. No es una hiancia que recuerde algún misterioso vacío, sino que es apertura al campo del Otro. Y esto no se cierra ni se desvanece. Sólo la muerte o el rechazo de la pulsión como tal, anulando las funciones que lo nombran, es decir, cerrando la boca.

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