Sumario

POESÍA Y PSICOANÁLISIS
Buenos Aires, 1987
Miguel Oscar Menassa

Poesía y psicoanálisis (I)
Poesía y psicoanálisis (II)
Poesía y psicoanálisis (III)
 
El complejo de Edipo
y su relación con la personalidad (I)
Entender como obstáculo epistemológico
El fetichismo
Rainer María Rilke
El sexo es difícil
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
Sigmund Freud
Observaciones sobre "El amor de transferencia" 1914 (1915)
Descargar nº 129
en PDF

EL FETICHISMO

La predisposición a la perversión no es algo raro y especial, sino una parte de la constitución llamada normal.
Sigmund Freud

¿Perversión es las dos cachetadas que le pego a mi amada de las siete y treinta de la mañana para que desee mi muerte o perversión es las 7 y 30 de la mañana?
Miguel Oscar Menassa

Él y Ella se encuentran, pero él no puede si ella no lleva puestas sus bragas rojas, o sus zapatos de tacón de aguja. Sólo es potente en presencia del fetiche: ese objeto sin el cual no hay posibilidad de erección. Se trata de un Goce relativamente fácil de alcanzar, pero de un Goce mezquino, en tanto es un Goce detenido en una única dirección: de esa manera y sólo de esa.

Es el neurótico el que fantasea que el goce perverso es infinito. El perverso, en realidad, tiene un pequeño goce al lado del goce inmenso que el neurótico le supone.

El fetiche cumple en la teoría analítica una función de protección contra la angustia de castración. La angustia de castración está vinculada con la percepción de la ausencia de órgano fálico en la mujer y con la negación de esta ausencia. No puede pasarles desapercibido que, también en este caso, el objeto tiene cierta función de complemento con respecto a algo que se presenta como un agujero, incluso como un abismo en la realidad. Como nos dice Freud, el fetiche es un monumento al falo.

Nunca llegará a la consulta un fetichista con motivo de su perversión. Los adeptos al fetichismo, aunque lo reconocen como anormal, sólo raramente lo consideran como un síntoma patológico. Generalmente están muy conformes con el mismo y aun elogian las ventajas que ofrece a su satisfacción erótica.

Freud nos trae un caso de un joven que había exaltado cierto "brillo sobre la nariz" a la categoría de fetiche. Esta elección quedó explicada por el hecho de que había sido criado primero en Inglaterra, pasando luego a Alemania, donde había olvidado casi por completo su lengua materna. El fetiche, derivado de su más temprana infancia, debía descifrarse en inglés y no en alemán: el Glanz auf der Nase ("brillo sobre la nariz" en alemán) era, en realidad, una "mirada sobre la nariz" (glance = "mirada" en inglés), o sea, que el fetiche era la nariz, a la cual, por otra parte, podía atribuir a su antojo ese brillo particular que los demás no alcanzaban a percibir.

El fetiche aparece como un sustituto del pene, pero no de un pene cualquiera, sino de uno determinado y muy particular, que tuvo gran importancia en los primeros años de la niñez, pero que luego fue perdido. En otros términos: normalmente ese pene hubo de ser abandonado, pero precisamente el fetiche está destinado a preservarlo de la desaparición. Para decirlo con mayor claridad todavía: el fetiche es el sustituto del falo de la mujer (de la madre), en cuya existencia el niño pequeño creyó y al cual no quiere renunciar. Si antes decíamos que el fetiche era un monumento al pene, ahora hemos de decir que lo es al pene que la madre no tiene, es decir, al falo materno.

El sujeto rechaza la castración materna, porque si la acepta "su propio pene corre peligro". En épocas posteriores de su vida, el adulto quizá experimente una similar sensación de pánico cuando cunde el clamor de que "trono y altar están en peligro" (es decir, que todo temor a la pérdida, sea de bienes materiales, el trabajo, la mujer, es temor a la castración).

La manera particular en la que el perverso, en este caso el fetichista niega la castración materna, se denomina "denegación" o "repudiación".

Como estigma de esta operación, se conserva una aversión contra el órgano genital femenino, que no falta en ningún fetichista. La función que cumple el fetiche, es por tanto que subsiste como un emblema del triunfo sobre la amenaza de castración y como salvaguardia contra ésta; además, le evita al fetichista convertirse en homosexual, pues confiere a la mujer precisamente aquel atributo que la torna aceptable como objeto sexual. Además, los demás no reconocen el significado del fetiche y, por consiguiente, tampoco se lo prohíben; le queda fácilmente accesible, y la gratificación sexual que le proporciona es así cómodamente alcanzada.

Cabría esperar que los órganos y los objetos elegidos como sustitutos del falo femenino ausente fuesen aquellos que también en otras circunstancias simbolizan el pene. Es posible que así sea con frecuencia, pero éste no es su factor determinante. Parece más bien que el establecimiento de un fetiche se ajusta a cierto proceso que nos recuerda la abrupta detención de la memoria en las amnesias traumáticas. También en el caso del fetiche el interés se detiene, por así decirlo, en determinado punto del camino: se conserva como fetiche, por ejemplo, la última impresión percibida antes de la que tuvo carácter siniestro y traumático. Así, el pie o el zapato deben su preferencia -total o parcialmente- como fetiches a la circunstancia de que el niño curioso suele espiar los genitales femeninos desde abajo, desde las piernas hacia arriba, la ropa interior, frecuentemente adoptada como fetiche, reproduce el momento de desvestirse, el último en el cual la mujer podía ser considerada todavía como fálica. Es decir, el fetiche encubre la ausencia de falo en la mujer.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2508)

En el fetichismo, el propio sujeto dice encontrar más satisfactorio su objeto, su objeto exclusivo, por cuanto es un objeto inanimado. Así al menos puede estar tranquilo, seguro de que no va a decepcionarle. Que te guste una zapatilla es verdaderamente tener a mano el objeto de tus deseos. Un objeto desprovisto de toda propiedad subjetiva, resulta más seguro.

He aquí pues que el fetiche, nos dice Freud, representa al falo como ausente, el falo simbólico ¿como no ver que hace falta esta especie de inversión inicial para que podamos comprender cosas que de otro modo serían paradójicas? Por ejemplo, el fetichista es siempre el niño, raramente la niña. Si todo residiera en el plano de la deficiencia, o incluso de la inferioridad imaginaria, el fetichismo debería declararse más abiertamente en aquel de los dos sexos que está realmente privado de falo. Pero no es así. El fetichismo es excesivamente raro en la mujer, en su sentido propio e individualizado, encarnado en un objeto tal que podamos considerar que corresponde de forma simbólica al falo como ausente.

Una vez más, vemos como se distingue aquí entre la relación con el objeto de amor y la relación de frustración con el objeto. Se trata de dos relaciones distintas. El amor se transfiere mediante una metáfora al deseo que se prende al objeto como ilusorio, mientras que la constitución del objeto no es metafórica, sino metonímica. Es un punto en la cadena de la historia, allí donde la historia se detiene (recordemos la detención de la mirada antes de descubrir la ausencia de pene en la mujer, de la que antes hablamos). Es signo de que ahí empieza el más allá constituido por el sujeto ¿Por qué? ¿Por qué es ahí donde el sujeto ha de constituir este más allá? ¿Por qué el velo le es al hombre más precioso que la realidad? ¿Por qué el dominio de esta relación ilusoria se convierte en un constituyente esencial, necesario, de su relación con el objeto? Esta es la cuestión planteada por el fetichismo.

Alejandra Menassa de Lucia
Psicoanalista.
Médico Especialista en Medicina Interna
653 903 233
alejandramenassa@live.com
www.alejandramenassa.com


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2314)

EL SEXO ES DIFÍCIL

El sexo es difícil; sí. Pero esa dificultad nos ha sido encomendada, casi todo lo serio es difícil, y todo es serio. Si usted capta esto y, por su propia iniciativa, por su naturaleza y modo de ser, por su experiencia, su infancia y su fuerza, consigue entrar en una relación propia, solamente suya (no influida por los convencionalismos y la moral), con el sexo, entonces ya no tendrá miedo de extraviarse y de ser indigno de su mejor bien.

El placer corporal es una experiencia sensorial, semejante al puro mirar o a la mera sensación con la que un hermoso fruto llena la lengua; es una experiencia grande, infinita, que se nos da, un conocimiento del mundo, la plenitud y esplendor de toda sabiduría. Y lo malo no es que nosotros la recibamos; lo malo es que casi todos derrochan y dilapidan esa experiencia y la ponen como estímulo en los parajes fatigados de su vida, como distracción y no como reconocimiento para llegar a puntos culminantes. Los seres humanos también han convertido la comida en algo distinto: la escasez por un lado, la abundancia por otro, han empañado la transparencia de esa necesidad, e igual de opacas son todas las necesidades profundas y sencillas en las que se renueva la vida. Pero el individuo las puede clarificar para sí mismo y vivir con claridad (y si no puede el individuo demasiado dependiente, sí el solitario). Él puede recordar que siempre, en plantas y animales, la belleza es una silenciosa y duradera forma de amor y de anhelo, y puede ver al animal como ve la planta: uniéndose y multiplicándose y creciendo paciente y dócilmente, ni por placer físico, ni por sufrimiento psíquico, doblegándose ante necesidades más grandes que el placer y el dolor y más poderosas que la voluntad y la resistencia. Oh, que el hombre reciba con más humildad este secreto del que está llena la tierra hasta en sus cosas ínfimas y que lleve, soporte y sienta con más seriedad su horrible dificultad, en lugar de tomarlo a la ligera. Que sea más reverente ante su fertilidad, que sólo es una, ya sea su apariencia corporal o espiritual; pues la producción espiritual también proviene de la producción física, es de su misma naturaleza, se diría que una mera repetición, más suave, más embelesada y eterna, del placer carnal. […]

Tal vez haya sobre todo ello una gran maternidad, como anhelo común. La belleza de la virgen, un ser "que (como dice usted de manera tan hermosa) aún no ha rendido nada", es la maternidad que se adivina y se prepara, que teme y anhela. Y la belleza de la madre es maternidad como servicio, y en la anciana hay un gran recuerdo. Y también en el hombre, en mi opinión, la maternidad es física y psíquica; su engendrar es también una suerte de alumbramiento, y cuando él crea a partir de su íntima plenitud está dando a luz. Y tal vez sean los sexos más afines de lo que se cree, y la gran renovación del mundo consista quizá en que el hombre y la doncella, liberados de todos los sentimientos engañosos y desagradables, no se busquen como contrarios sino como hermanos y vecinos y se unan como seres humanos, para llevar en común con sencillez, seriedad y paciencia, la pesada carga del sexo que les ha sido impuesta.

Rainer María Rilke
[Carta a un joven poeta A Franz Xaver Kappus,
16 de julio de 1903]

 

LA REVISTA DE PSICOANÁLISIS DE MAYOR TIRADA DEL MUNDO