Sumario

FUNDAMENTOS ANTOLÓGICOS DE POESÍA Y PSICOANÁLISIS
Buenos Aires 1987
Miguel O. Menassa

Poesía y psicoanálisis (I)
Poesía y psicoanálisis (II)
Poesía y psicoanálisis (III)
 
Sobre el dolor
Relaciones de pareja. La triplicidad del partenaire
El Complejo de Edipo y su relación con la personalidad (II)
Si no quisiéramos educar tanto, seríamos mejores maestros
Periodismo de investigación
De nuestros antecedentes: 4 movimientos colectivos
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
Sigmund Freud
Observaciones sobre "El amor de transferencia" 1914 (1915) (II)
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OBSERVACIONES SOBRE
EL “AMOR DE TRANSFERENCIA”
1914 (1915)

[Parte II]

El hecho de que la paciente viera correspondidas sus pretensiones amorosas constituiría una victoria para ella y una total derrota para la cura. La enferma habría conseguido, en efecto, aquello a lo que aspiran todos los pacientes en el curso del análisis: habría conseguido repetir, realmente, en la vida, algo que sólo debía recordar, reproduciéndolo como material psíquico y manteniéndolo en los dominios anímicos. En el curso ulterior de sus relaciones amorosas manifestaría luego todas las inhibiciones y todas las reacciones patológicas de su vida erótica, sin que fuera posible corregirlas, y la dolorosa aventura terminaría dejándola llena de remordimiento y habiendo intensificado considerablemente su tendencia a la represión. Las relaciones amorosas ponen, en efecto, un término a toda posibilidad de influjo por medio del tratamiento analítico. La reunión de ambas cosas es algo imposible. Así, pues, la satisfacción de las pretensiones amorosas de la paciente es tan fatal para el análisis como su represión. El camino que ha de seguir el analista es muy otro, y carece de antecedentes en la vida real. Nos guardamos de desviar a la paciente de su transferencia amorosa o disuadirla de ella pero también y con igual firmeza, de toda correspondencia. Conservamos la transferencia amorosa, pero la tratamos como algo irreal, como una situación por la que se ha de atravesar fatalmente en la cura, que ha de ser referida a sus orígenes inconscientes y que ha de ayudarnos a llevar a la conciencia de la paciente los elementos más ocultos de su vida erótica, sometiéndolos así a su dominio consciente. Cuando más resueltamente demos la impresión de hallarnos asegurados contra toda tentación, antes podremos extraer de la situación todo su contenido analítico. La paciente cuya represión sexual no ha sido aún levantada, sino tan sólo relegada a un último término, se sentirá entonces suficientemente segura para comunicar francamente todas las fantasías de su deseo sexual y todos los caracteres de su enamoramiento, y partiendo de estos elementos nos mostrará el camino que ha de conducirnos a los fundamentos infantiles de su amor.

Con cierta categoría de mujeres fracasará, sin embargo, esta tentativa de conservar, sin satisfacerla, la transferencia amorosa, para utilizarla en la labor analítica. Son éstas las mujeres de pasiones elementales que no toleran subrogado alguno, naturalezas primitivas que no quieren aceptar lo psíquico por lo material. Estas personas nos colocan ante el dilema de corresponder a su amor o atraernos la hostilidad de la mujer despreciada. Ninguna de estas dos actitudes es favorable a la cura, y, por tanto, habremos de retirarnos sin obtener resultado alguno y reflexionando sobre el problema de cómo puede ser compatible la aptitud para la neurosis con una tan indomable necesidad de amor. La manera de hacer aceptar poco a poco la concepción analítica a otras enamoradas menos violentas se habrá revelado, seguramente, en idéntica forma, a muchos analistas. Consiste, sobre todo, en hacer resaltar la innegable participación de la resistencia en aquel "amor". Un enamoramiento verdadero haría más dócil a la paciente, e intensificaría su buena voluntad en resolver los problemas de su caso, sólo porque el hombre amado lo pedía. Una mujer realmente enamorada anhelaría obtener la curación completa para alcanzar un mayor valor a los ojos del médico y preparar la realidad en la que poder desarrollar ya libremente su inclinación amorosa. Pero, en lugar de todo esto, la paciente se muestra caprichosa y desobediente; ha dejado de interesarse por el análisis y seguramente de creer en las afirmaciones del médico. Así, pues, lo que hace no es sino manifestar una resistencia bajo la forma de enamoramiento, y sin tener siquiera en cuenta que de aquel modo coloca al médico en una situación muy embarazosa, pues si rechaza su pretendido amor, como se lo aconsejan su deber y su conocimiento de la situación real, dará pretexto a la paciente para hacerse la despreciada y eludir, en venganza, la curación que él podría ofrecerle, como ahora la elude con su enamoramiento.

Como segundo argumento contra la autenticidad de este amor aducimos la afirmación de que el mismo no presenta ni un solo rasgo nuevo nacido de la situación actual, sino que se compone, en su totalidad, de repeticiones y ecos de reacciones anteriores e incluso infantiles, y nos comprometemos a demostrárselo así a la paciente con el análisis detallado de su conducta amorosa. Si a estos argumentos agregamos cierta paciencia, conseguiremos, casi siempre, dominar la difícil situación y continuar la labor analítica, cuyo fin más inmediato será el descubrimiento de la elección infantil de objeto y de las fantasías a ella enlazadas. Pero antes de seguir adelante quiero examinar críticamente los argumentos expuestos y plantear la interrogación de si decimos con ellos a la paciente toda la verdad o no son más que un recurso engañoso del que hemos echado mano para salir del mal paso. O dicho de otro modo: el enamoramiento que se hace manifiesto en la cura analítica, ¿no puede realmente ser tenido por verdadero? A mi juicio, hemos dicho a la paciente la verdad, pero no toda la verdad, sin preocuparnos de lo que pudiera resultar. De nuestros dos argumentos, el más poderoso es el primero. La participación de la resistencia en el amor de transferencia es indiscutible y muy amplia. Pero la resistencia misma no crea este amor: lo encuentra ya ante sí, y se sirve de él, exagerando sus manifestaciones. No aporta, pues, nada contrario a la autenticidad del fenómeno. Nuestro segundo argumento es más débil; es cierto que este enamoramiento se compone de nuevas ediciones de rasgos antiguos y repite reacciones infantiles. Pero tal es el carácter esencial de todo enamoramiento. No hay ninguno que no repita modelos infantiles.

 


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D1812)

 

 


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D1814)

Precisamente aquello que constituye su carácter obsesivo, rayando en lo patológico, procede de su condicionalidad infantil. El amor de transferencia presenta quizá un grado menos de libertad que el amor corriente, llamado normal; delata más claramente su dependencia del modelo infantil y se muestra menos dúctil y menos suceptible de modificación; pero esto no es todo, ni tampoco lo esencial. ¿En qué otros caracteres podemos, pues, reconocer la autenticidad de un amor? ¿Acaso en su capacidad de rendimiento, en su utilidad para la consecución del fin amoroso? En este punto el amor de transferencia parece no tener nada que envidiar a los demás. Nos da la impresión de poder conseguirlo todo de él. Resumiendo: no tenemos derecho alguno a negar al enamoramiento que surge en el tratamiento analítico el carácter del auténtico. Si nos parece tan poco normal, ello se debe principalmente a que también el enamoramiento corriente, ajeno a la cura analítica, recuerda más bien los fenómenos anímicos anormales que los normales. De todos modos, aparece caracterizado por algunos rasgos que le aseguran una posición especial: 1º. Es provocado por la situación analítica. 2º. Queda intensificado por la resistencia dominante en tal situación; y 3º. Es menos prudente, más indiferente a sus consecuencias y más ciego en la estimación de la persona amada que otro cualquier enamoramiento normal. Pero no debemos tampoco olvidar que precisamente estos caracteres divergentes de lo normal constituyen el nódulo esencial de todo enamoramiento.

Para la conducta del médico resulta decisivo el primero de los tres caracteres indicados. Sabiendo que el enamoramiento de la paciente ha sido provocado por la iniciación del tratamiento analítico de la neurosis, tiene que considerarlo como el resultado inevitable de una situación médica, análogo a la desnudez del enfermo durante un reconocimiento o a su confesión de un secreto importante. En consecuencia, le estará totalmente vedado extraer de él provecho personal alguno. La buena disposición de la paciente no invalida en absoluto este impedimento y echa sobre el médico toda la responsabilidad, pues éste sabe perfectamente que para la enferma no existía otro camino de llegar a la curación. Una vez vencidas todas las dificultades, suelen confesar las pacientes que al emprender la cura abrigaban ya la siguiente fantasía: "Si me porto bien, acabaré por obtener, como recompensa, el cariño del médico." Así, pues, los motivos éticos y los técnicos coinciden aquí para apartar al médico de corresponder al amor de la paciente.

No cabe perder de vista que su fin es devolver a la enferma la libre disposición de su facultad de amar, coartada ahora por fijaciones infantiles, pero devolvérsela no para que la emplee en la cura, sino para que haga uso de ella más tarde, en la vida real, una vez terminado el tratamiento. No debe representar con ella la escena de las carreras de perros, en las cuales el premio es una ristra de salchicas, y que un chusco estropea tirando a la pista una única salchica, sobre la cual se arrojan los corredores, olvidando la carrera y el copioso premio que espera al vencedor. No he de afirmar que siempre resulta fácil para el médico mantenerse dentro de los límites que le prescriben la ética y la técnica. Sobre todo para el médico joven y carente aún de lazos fijos. Indudablemente, el amor sexual es uno de los contenidos principales de la vida, y la reunión de la satisfacción anímica y física en el placer amoroso constituye, desde luego, uno de los puntos culminantes de la misma. Todos los hombres, salvo algunos obstinados fanáticos, lo saben así, y obran en consecuencia, aunque no se atreven a confesarlo. Por otra parte, es harto penoso para el hombre rechazar un amor que se le ofrece, y de una mujer interesante, que nos confiesa noblemente su amor, emana siempre, a pesar de la neurosis y la resistencia, un atractivo incomparable. La tentación no reside en el requerimiento puramente sensual de la paciente, que por sí solo quizá produjera un efecto negativo, haciendo preciso un esfuerzo de tolerante comprensión para ser disculpado como un fenómeno natural. Las otras tendencias femeninas, más delicadas, son quizá las que entrañan el peligro de hacer olvidar al médico la técnica y su labor profesional en favor de una bella aventura.

Y, sin embargo, para el analítico ha de quedar excluida toda posibilidad de abandono. Por mucho que estime el amor, ha de estimar más su labor de hacer franquear a la paciente un escalón decisivo de su vida. La enferma debe aprender de él a dominar el principio del placer y a renunciar a una satisfacción próxima, pero socialmente ilícita, en favor de otra más lejana e incluso incierta, pero irreprochable tanto desde el punto de vista psicológico como desde el social. Para alcanzar un tal dominio, ha de ser conducida a través de las épocas primitivas de su desarrollo psíquico y conquistar en este camino aquel incremento de la libertad anímica que distingue a la actividad psíquica consciente -en un sentido sistemático- de la inconsciente. De este modo, el psicoterapeuta ha de librar un triple combate: en su interior, contra los poderes que intentan hacerle descender del nivel analítico; fuera del análisis, contra los adversarios que le discuten la importancia de las fuerzas instintivas sexuales y le prohiben servirse de ellas en su técnica científica, y en el análisis, contra sus pacientes, que al principio se comportan como los adversarios, pero manifiestan luego la hiper-estimación de la vida sexual que los domina, y quieren aprisionar al médico en las redes de su pasión, no refrenada socialmente.

Los profanos, de cuya actitud ante el psicoanálisis hablé en un principio, tomarán seguramente pretexto de esta exposición sobre el amor de transferencia para llamar la atención de las gentes sobre los peligros de nuestro método terapéutico. El psicoanalista sabe que opera con fuerzas explosivas y que ha de observar la misma prudencia y la misma escrupulosidad que un químico en su laboratorio. Pero, ¿cuándo se ha prohibido a un químico continuar trabajando en la obtención de materias explosivas indispensables, alegando el peligro de su labor? Es harto singular que el psicoanálisis haya de ir conquistando una tras otra todas las licencias concedidas hace ya mucho tiempo a las demás actividades médicas. Desde luego, no pretendo la supresión de los otros tratamientos más inocentes. Bastan en algunos casos, y en definitiva, para la sociedad humana es tan inútil el furor sanandi como cualquier otro fanatismo. Pero supone estimar muy por bajo el origen y la importancia práctica de las psiconeurosis creer posible vencerlas operando con medios sencillos e innocuos. No; en la acción médica siempre quedará junto a la "medicina" un lugar para el ferrum y para el ignis, y de este modo siempre será indispensable el psicoanálisis entero y verdadero, el que no se asusta de manejar las tendencias anímicas más peligrosas y dominarlas para el mayor bien del enfermo.

Sigmund Freud

 

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