Sumario
Por Miguel Oscar Menassa
Medicina Psicosomática
Breve historia de la medicina
Medicina del Renacimiento
Medicina del Barroco
Medicina de la Ilustración
 
El chiste y la función de la risa
Periodismo de investigación
De nuestros antecedentes: La madre del libro
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
Agenda
"En defensa propia" Una película de Miguel Oscar Menassa
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LIBROS DE
MIGUEL OSCAR MENASSA

POEMAS Y CARTAS A MI AMANTE LOCA JOVEN
POETA PSICOANALISTA

Querida:

Despedirme de la familia. Volver a escribir, para volver a sentir que soy un hombre, por eso quiero escribir. No un hombre atado a ninguna conciencia repleta de poder, sino, esta vez, un hombre en libertad JA-JA-JA.

Con el tiempo tendré que confesarlo todo. Soy un nuevo estilo y, eso, debe ser explicado por alguien; quién mejor que yo, me pregunto, cuando todavía no sabría ni cómo comenzar.

A mi izquierda Shakespeare, a mi derecha Camarón de la Isla, la confusión, a veces, quiere ser extrema. Un tango en la radio me lo dice claramente: estoy en Madrid, la capital del reino y, al mismo tiempo, la catedral del tango. El tango y yo somos una cosa seria; yo sé que algunos se dan con cada cosa para poder escribir algunos versos, que me avergüenza mi falta de modernidad cuando quiero decir que el tango, no sólo me apasiona, sino que me sirve de droga; yo escucho un tango y, enseguidita, me pongo a escribir. Cuanto más sentido el tango mejor escribo. El tango actúa sobre mí, como una droga alucinógena. Por empezar se me calienta la sangre, veo todo rojo, no caben en mí, en esos momentos, más que los colores de la pasión, entre que todo se nubla, porque cuando escucho un tango siempre bordeo la muerte, y las ganas que yo tengo de dejarme caer desde hace diez años, claro, la realidad se transforma. Por ejemplo, para no insistir en esta historia. La realidad, de golpe, cuando escucho tangos, tiene colores, los hombres y las mujeres son hermosos y la elegancia me persigue hasta en los sueños. En definitiva, lo digo, mi droga: EL TANGO, mi único amor la poesía. Después también me gusta vivir la vida como los hombres normales, fumar, una que otra vez emborracharme, hacer el amor con las mujeres. Soy un genio en todo.

Alrededor de quince mujeres, sin contar a las que yo, propiamente, amo, cuidan que no se desgaste mi existencia. A veces, claro, se producen tales encuentros, que se libera una cantidad tan grande de energía, que se produce desgaste en lugar de cuidado. No quiero dar ningún ejemplo aunque la realidad me tienta; siempre, un ejemplo a tiempo, me digo, puede ahorrarle varios años a un montón de personas y enseguida, me digo, también puede equivocar la vida de varias personas, haciéndoles perder mucho tiempo; mejor no ejemplificar nada, sino simplemente diciendo que satisfacer a casi 20 mujeres no es algo que dependa solamente del sexo, sino fundamentalmente de la imaginación. No se deberá ser ni brutal, ni dogmático. Si una hace bien el amor, eso no quiere decir que todas tienen, ahora que hacer el amor. Si una de ellas goza escribiendo de manera repetida y continúa su propio nombre o bien la primera letra de su nombre, esto no significa, ahora, que tengamos que exigirle a todas las otras que se transformen en escritoras. Nada de eso. No se trata de que un hombre esté de alguna u otra manera con 20 mujeres, sino que se trata de que un hombre al borde de varias modalidades diferentes para hacer el amor, haga el amor con lo que de 20 mujeres goza, o es capaz de gozar, y haciendo la cuenta total, no se llega a dos o tres mujeres. Es decir, 20 mujeres se terminarán reuniendo en dos o tres conjuntos para el goce, aunque sean mil, siempre serán las formas que las sociedades actuales permiten, es decir, a lo sumo dos o tres. Si se trata de la pasión, ella es ardiente o frígida (más veces frígida que ardiente) y, después, claro, hay formas intermedias, mujeres normales o, bien, lesbianas decepcionadas. A las ardientes se las obliga a ser inteligentes, sociales. A las frígidas se las obliga a pasarse todo el día haciendo el amor. Al principio fracasarán y se quejarán de no ser amadas lo suficiente. Se les mostrará en ese momento que el grupo de las normales, se conforma con poder un poco de cada cosa. Se dan cuenta entonces de que son dos exageradas.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2813)

A las normales, explicarles que ser normales en realidad es ser mediocres. Ellas, ahora, no se pondrán de acuerdo casi nunca, todo lo que le debería tocar a una de ellas es ambicionado por cada una de las otras, y así sucesivamente. Todas envidian a todas. Ocupadas todo el día y gran parte de la noche en eso, yo a veces, me encuentro por casualidad con algunas de ellas (en tardes memorables hasta con dos) y, entonces, hacemos el amor.

Debido a las circunstancias expuestas, queda claro que no tengo que hacer el amor tan seguido como podíamos habernos imaginado al principio y es por eso, que cada vez que hago el amor con algunas de ellas siempre soy genial. Erección prolongada en todos los casos, juegos amorosos múltiples (por cantidad de fantasías acumuladas de tanto pasearme entre ellas para llamarles la atención), semen en abundancia como si hiciera veinte años que no hago el amor. Después, aún, aunque el encuentro sea breve, me gusta besarles en la boca y hablarles de amor, esto último las enloquece. Envidiosas y locas, nunca consiguen comportarse como a mí me gustaría, y, claro, los encuentros son raros. Y, a decir verdad, fáciles de sobrellevar.

 

 


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2814)

Alguien en mí, me dicta siempre, de una manera ilógica al contexto y al tiempo, lo que debo hacer. Nunca consigo llevarme bien con nadie. Cuando todo el mundo va para arriba, yo voy para el costado. Cuando todos caen, yo asciendo, como si elevarse fuera lo único posible. Cuando todo el mundo se detiene, doy un paso más. Cuando todos corren, me fumo, tranquilamente, un cigarrillo. A veces parece que lo hiciera todo a propósito, pero quiero explicar que esas conductas se me imponen, con tal grado de grandeza, que casi nunca puedo liberarme de ser esa diferencia. Esa soledad.

Cuando a nadie se le ocurre hacer el amor, a mí se me ocurre. Cuando ella está a punto de morir porque hoy ya nadie se dará cuenta de su deseo, yo le salvo la vida y casi sin darme cuenta y ella tiene conmigo ahora el compromiso de recordarme con ternura y eso le hace feliz. Cuando taponada por su propia moral y el mundo la condena a esa parálisis. Yo soy el asesino que mata delante de sus ojos al demonio y con mi pene en erección permanente, la llevo de la mano hacia la bondad. En el propio centro de la bondad introduzco mi pene en su corazón, mezclo con desesperación y alegría mi semen con su sangre y la increí-ble combinación, estalla, diamantes y pólvoras enamoradas y la energía del amor librada a su propia arbitrariedad la devuelve de nuevo al movimiento. Al lento caminar entre amapolas, o bien, rodeada de rufianes que, enterados del milagro, quieren gozar su goce. Este tipo de situación, más complejo que todos los anteriores, hace que la mujer no sólo quede agradecida y me recuerde con ternura, sino que cree deberme la nueva vida que tiene, con lo cual las cosas se complican hasta no saber dónde. A partir del milagro, ya será difícil no encontrarme a cada instante con ella, tratando de devolverme el favor y nunca lo conseguirá. Terminará reprochándome que no le dejo devolverme el favor para tenerla sometida. Yo le explico que su sometimiento me sale muy caro y ella, entonces, dice que no la amo, le recuerdo entre besos y sonrisas que ayer estaba muerta. Me contesta que no sea fanfarrón, que al fin y al cabo la que estaba preparada para no morir era ella, que cualquier hombre hubiera podido lo que yo... El silencio es para preguntarme en voz baja si su maldad es congénita o estoy otra vez metido, sin saber, en uno de sus feroces juegos de amor. Intentaré saber de qué se trata, la próxima grosería que me diga le pegaré. Ella se habría dado cuenta de algo, ya que en lugar de hablar, se tiró al suelo y llorando se cogía de mis pantalones y parecía que los rompería; frente al peligro que eso significaba me los quité. Ella se abrazó a mis piernas con fuerza y me hizo caer de espaldas al suelo, con algo de mala suerte, ya que di mi cabeza con el borde de la cama haciéndome una pequeña herida. Mientras ella ahora, sin decir palabra, trataba de comerme el pene, yo trataba de verificar con mi mano derecha el tamaño de la herida y mientras comprobaba, se manchaban mis dedos de sangre fresca y yo me limpiaba la sangre en sus espaldas y el culo hasta donde llegara mi mano; era incómodo meterle el dedo en el culo, por lo tanto, me contentaba en ese momento con pintarla de sangre y apretarle con furor, siempre contenido, porque soy un caballero, sus nalgas.

A mí, hacer el amor me gustaba más que discutir con ella, pero, sin embargo, insistí, y le dije: te gusta hacer el amor conmigo y ella, que ese día estaba horrible, me contestó ¿con vos? vete a la mierda y se dio media vuelta y se quedó dormida. Yo esperé media hora y me la follé, como dios manda, por la vagina y ella, creyendo que era sólo un sueño, gozó como una loca y mientras se corría, me dijo que me amaba. A la mañana siguiente le dije que la noche anterior habíamos hecho el amor casi dormidos y que ella había gozado mucho y que yo también, y ella me dijo que lo único que me faltaba, que ya era lo último, que ahora, también la violaba, aprovechándome de su sueño profundo. Después, nos fuimos los dos a trabajar, en el trabajo a ella le dijeron que estaba luminosa y a mí, que estaba tranquilo.

(sigue...)


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2815)

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