Sumario
Por Miguel Oscar Menassa
Medicina Psicosomática
Breve historia de la medicina
Medicina del Renacimiento
Medicina del Barroco
Medicina de la Ilustración
 
El chiste y la función de la risa
Periodismo de investigación
De nuestros antecedentes: La madre del libro
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
Agenda
"En defensa propia" Una película de Miguel Oscar Menassa
Descargar nº 135
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A la noche, cuando nos encontramos, le dije que éramos dos farsantes, que teníamos engañados a todos creyendo que nos amábamos profundamente y ella, anonadada, casi sin voz, me dijo, ¿y qué?, acaso no es cierto que me amas, y enseguida agregó, para que yo no tuviera tiempo de contestar, o acaso que yo muera de vez en cuando es suficiente para pensar que yo no te amo. Pensé ir hasta la cocina a buscar un cuchillo y clavárselo en la panza, después me detuve en los posibles gritos de dolor que ella pegaría y el escándalo que se produciría entre el vecindario y estos pensamientos me convencieron de que mejor era dejar la conversación para otro día. Encendí un cigarrillo y me serví una copa de vino de Málaga. Ella entró en el baño e hizo ruidos como de estar bañándose y lavándose la cabeza y poniéndose perfumes. Yo me fui desnudando lentamente, mientras fumaba y saboreaba pequeños tragos de vino. Cuando ella volvió a la habitación, lo hizo envuelta en una toalla de las grandes, pero a pesar de todo, la tapaba solamente desde la mitad de sus pechos hasta unos centímetros por debajo del coño, yo estaba esperándola totalmente desnudo, con el cigarrillo apagado entre los labios y leyendo "Los crímenes del amor" de Sade. De cualquier manera, ella estaba más excitante que yo. Cada movimiento en cualquier dirección hacía que la toalla, moviéndose para un lado o para otro, fuera dejando al descubierto para mi mirada, una vez el culo, otra vez el vello pubiano, sus piernas fuertes y torneadas, cortadas a pique por la toalla, se transformaban en dos puentes de luz. Te lavaste la cabeza, le pregunté haciéndome el distraído, y también, el culo, me contestó ella, esta vez con una sonrisa. ¿Qué lees? La manera de matarte sin que me declaren culpable. Si serás hijo de puta, me dijo ella y se recostó, con suavidad a mi lado.
¿Quieres que te lea algunas páginas del libro? No, contestó ella, quiero que me leas un poema tuyo. Eso no me lo esperaba y balbuceé un agradecimiento y me dispuse a leerle un poema. Cogí uno de mis libros publicados y comencé a buscar el poema. Ella, al ver lo que yo estaba haciendo, se levantó de un salto de la cama, dejó caer la toalla que le tapaba la mitad del cuerpo y parada en el centro de la habitación, con las tetas erguidas, el pecho palpitante, las piernas y los labios apenas entreabiertos (parecía un ídolo de oro macizo), me dijo, cortante y agresiva, no te pedí que me leyeras un poema publicado, te dije que me leyeras un poema para mí, un poema especial, un poema que hable de mis encantos, o bien, de tu gran amor por mí. ¡A ver! un poema para mí, algo que puedas, además de poseerme, frente a mi cuerpo desnudo, todo para vos. Yo con ella, a cada rato, me quería morir o la quería matar.

Tiré el libro en el cual estaba tratando de encontrar un poema y la miré a los ojos, después fui bajando mi vista por el centro de su cuerpo, me detuve largamente en su cuello, hasta que ella comenzó a temblar y se llevó apresuradamente sus dos manos a su garganta y al borde de la desesperación me gritó: te dije un poema, quiero un poema, un poema para mí.

Salté con mi vista a un punto medio equidistante entre sus dos tetas. Y al principio no veía nada; comencé a girar mi cabeza de derecha a izquierda hasta ver perfectamente entre dos montañas de arena, un valle de sal. Te partiré en mil pedazos, le dije alucinado. Quiero que me leas un poema, ella cada vez gritaba más fuerte, seguramente, hoy, terminarán viniendo los vecinos para ver qué pasa. Un poema, gritaba, quiero que me recites un poema. Yo, tratando de convencer al vecino de que no pasaba nada, de que simplemente ella, a veces, sueña en voz alta y claro, parece que la están matando, pero no ocurre nada, pensé furtivamente algunas frases (Te mataré, te haré añicos cuerpo de arena y de sal. Tu hermosura me tiene encandilado. Tus tetas como dos soles que me enceguecen para siempre. Tu voz, salvaje entre los soles. Canto de aguasmarinas y topacios, sangrante murmullo lleno de porvenir. Tus piernas como sables hundiéndose en el mundo, tus muslos como cántaros, tu sexo como agua, tu sexo como agua, tu sexo como agua...). Ella, avergonzada ahora por lo del vecino, me preguntó si me pasaba algo. Le dije que no, que ahora estaba más tranquilo, que estaba tratando de ver con todas mis fuerzas, de decirle el poema que ella me pedía. Está bien, dijo ella mientras se volvía a recostar en la cama a mi lado, eso del poema podemos dejarlo para mañana, pero me puedes decir, ¿en qué estabas pensando? y yo le dije: Hubo una vez sobre la tierra un hombre que no podía más y, sin embargo, ¡Eh, pero vos siempre hablando de vos mismo! Amor, le dije apretándole el cuello con las dos manos y le besé la boca entreabierta y dejé que mis manos perdieran la violencia contra su propio sexo. Ella no hacía otra cosa que llorar, reírse, gritar, revolcarse (como si revolcarse fuera un entretenimiento), pidiéndome entre contorsiones y suspiros que no la deje sola, que la perdone, que la esclavice para siempre, que la mate, que la quiera, aún un poco más, que la reviente.

En esos momentos, separo un poco su cuerpo de mi cuerpo y enciendo un cigarrillo, para que ella no piense que lo único que yo quiero de ella es garchármela. Le pregunto si quiere un vaso de agua y aparento estar muy inquieto por no poder crear un poema sólo para su cuerpo.

Ella, en estos casos, queda como mimosa, con una excitación que se muere, pero su "dignidad" le aconseja el camino del diálogo tranquilizador. Te dije que no importa, que puede ser mañana. Yo hago como que no la escucho y me voy acercando, lentamente, a la máquina de escribir.

De camino hacia la máquina, le acaricio los cabellos y apoyo delicadamente, pero con firmeza, su cara contra mis genitales. Ella tiembla. Yo enchufo la máquina y escribo lo siguiente:

Bienamada, esta noche, te escribiré un poema
y eso, será el amor.
Verás cómo tu carne antaño silenciosa
canta más alto, aún, que tus propios sentidos.
Verás cómo mis huesos se parten en tus brazos,
cómo mi sangre vuela para calmar tu sed.
Verás, te lo aseguro, fuego por todos lados,
brasas ardientes, estrellas, luciérnagas feroces,
pequeños soles embrutecidos por el calor.
Verás, amor, mi bien amada, incendios fulgurantes,
cruces y pequeños caprichos pasajeros, arderán.
En un poema de amor, quiero decirte, verás todo el
infierno.
Cataratas de fuego purificado.
Torrentes de fuego, amplios y abiertos como la
pureza.
Como si toda la carne fuera nuestra y, todavía, más.
Seguramente, le dije, no te conformará del todo, y ella acurrucada: vení, mi amor, dejá de tonterías, me estoy muriendo de frío. ¡Estoy helada!

 

www.grupocero.org

 


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2816)

MEDICINA PSICOSOMÁTICA

1
BREVE HISTORIA DE LA MEDICINA

Viene de Extensión Universitaria nº 134

MEDICINA HISTÓRICA

Medicina del Renacimiento

La Medidina de Renacimiento o Medicina Moderna (por comparación con la medieval), se inicia con la llegada a la península itálica de estudiosos bizantinos portadores de las fuentes de la tradición cultural griega, como consecuencia de la caída de Constantinopla en 1453.

El descubrimiento coetáneo de la imprenta y la difusión de los textos clásicos de filosofía y ciencia, con la dispersión de los impresores por Europa, tras el saqueo de Mainz, convirtieron al libro en el instrumento del movimiento cultural del Renacimiento.

El intercambio de ideas que produjo la difusión de la cultura mediante la edición y la distribución de los libros fue liberando el pensamiento del hombre del lastre de creencias sobrenaturales que habían frenado su desarrollo intelectual. La ciencia pasó a manos seglares e inquirió con espíritu crítico los fenómenos naturales. Se llegaron a cuestionar los dogmas religiosos durante la Reforma.

Con el Humanismo, el hombre volvió a la empresa de conocerse a sí mismo. Cambió la concepción de la tierra con los descubrimientos geográficos: el hallazgo del Nuevo Mundo por Colón, en 1492, la apertura de la ruta a las Indias Orientales por Vasco de Gama, en 1497, y al fin la circunnavegación de Magallanes y el Cano, en 1520.

Se produce la teoría copernicana (1543), con su astronomía heliocéntrica, viniendo a subvertir la teoría ptolomeica.

El médico Nicolás de Cusa plantea la idea de que el conocimiento humano será verdadero cuando pueda medirse, idea precursora del positivismo.

En lo que respecta a la anatomía durante la Medicina del Renacimiento, a las descripciones clásicas se agregaron las observaciones acumuladas durante la Edad Media. El impulso decisivo para el progreso de la anatomía procedió de los artistas italianos, que deseosos de superar la representación bizantina de la figura humana, plana y sin relieve, acudían con asiduidad a las disecciones de cadáveres para estudiar del natural los problemas de la perspectiva anatómica. Los trabajos de los pintores eran estudiados por cirujanos y flebotómanos (aquellos que se dedicaban a realizar sangrías), Leonardo da Vinci estaba entre los que realizaron estos estudios anatómicos.

La obra de Vesalio ha servido para dividir la historia de la anatomía en dos periodos, pues sólo con ella vino a conocerse la estructura del cuerpo humano en su concepción moderna, su gran obra De humanis corporis fabrica, indica ya desde su título una idea incipiente de trabajar el cuerpo como máquina. La influencia de la Fábrica de Vesalio ha sido indeleble y junto con las obras de Galeno y Harvey (que describió la circulación sanguínea) constituye uno de los textos fundamentales de la evolución de la medicina.

Serveto describe la circulación menor, de manera mucho más detallada que Ib al Nafis, que la había descrito 300 años antes, posteriormente es quemado en la hoguera, por orden de Calvino, después de escribir su libro Christianismi restitutio. Cesalpino describe antes que Harvey la circulación general, señalando el corazón como centro del sistema circulatorio, a diferencia de Galeno que la hacía partir del hígado.

En cuanto a la clínica médica, se traducen, comentan, ilustran, publican y difunden los textos de Galeno, Hipócrates y Dioscórides. Los médicos renacentistas continuaron formándose profesionalmente en las universidades, creándose varias facultades nuevas, sobre todo en España. Se amplía la lectura de los textos con la observación de enfermos en el hospital y en algunos casos con el examen postmorten. Los ingresos de los médicos eran elevados y su ejercicio se reservaba a las clases pudientes, siendo los cirujanos barberos, sin formación universitaria, los que atendían a los humildes. Durante esta época se siguen fundando hospitales, se construye el primer hospital para “enfermos alienados”, fundado por el padre Jofré, en Valencia.
Comienza a integrarse en los textos de medicina la ordenación de los conocimientos médicos con criterio moderno, dividiendo en forma y función lo fisiológico, separándolo de lo patológico y agrupando los síndromes, no topográficamente, sino por la similitud de los síntomas clínicos. Esta metodología se atribuye a Fernel.

(sigue...)

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