Sumario
XXXVI
XXXV

 

Medicina psicosomática (I)
Medicina psicosomática (II)
 
La ansiedad
De lo que no se puede hablar... lo mejor es hablar
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
Agenda
Seminario Sigmund Freud Gratuito
Descargar nº 137
en PDF

De eso vivíamos, por eso nunca o casi nunca follábamos, nunca o casi nunca nos emborrachábamos, nunca o casi nunca moríamos. Nuestra vida en general, como le pasaba a todo el mundo, carecía de sentidos, pero en lugar de angustiarnos, nosotros vivíamos de eso.

Mientras ataba y desataba lo que ahora ya eran los nudos de mi vida, todas aquellas conjunciones triangulares, donde el cuarto era el vacío perfecto de la muerte, y que habían servido como latencia de una vida sin sentido, volví a sentir que era feliz, y ningún recuerdo era lo suficientemente doloroso como para no recordarlo.

Recuerdo aquellos años juveniles donde, atado a las palabras más mezquinas, era capaz de sentirme engañado cuando alguna de mis mujeres hacía el amor con alguno de mis hombres.

Una vez, lo recuerdo como si fuera hoy, discutí con ella para que no llevara a la fiesta ese collar de campanillas que sonaban con cada uno de sus más leves movimientos, ella empecinada como es su costumbre, aun en tiempos de guerra, insistió en llevar esa alarma ambulante puesta sobre su cuello. Yo había querido que ella no llevara eso, pensando que en cualquier situación que estuviéramos separados en la fiesta yo sabría, por el ruido de las campanillas, si ella se estaba moviendo o estaba muerta, y si se estaba moviendo ¿cómo haría para pensar que ella no estaba haciendo el amor en sus movimientos?

Con tanto apuro llegamos los primeros a la fiesta, y mientras ella, salía a comprar con el dueño de casa, unas botellas de vino, así dijeron al salir, yo me quedé en la cocina con la dueña de casa y mientras ella terminaba de decorar una tarta de chocolate, recuerdo lo del chocolate, porque luego descubrieron en nuestras ropas manchas de chocolate, yo intentaba follármela por atrás pero a la piculina, es decir, entre las nalgas pero llegando con mi grande y esbelta pija marinera hasta lo más profundo de su coño.

Cuando ella y el dueño de la casa volvieron con las botellas de vino ya habían llegado otros invitados y yo estaba como siempre rodeado de gente, recitando alguno de mis últimos poemas que para esa época, escribía a poema por polvo, quiero decir, nunca me echaba un polvo sin escribir un poema y nunca escribía un poema sin echarme luego un buen polvo.
Y en esas oportunidades no esperaba ninguna oportunidad, yo mismo me creaba las oportunidades y así, llegué a escribir poemas increíbles y llegué a la cúspide del amor con mujeres con las cuales ni siquiera hoy puedo imaginarme cómo es que lo hice.

Cuando la fiesta estaba en su apogeo, ya habíamos bebido, ya habíamos recitado hasta hartarnos, nuestra poesía y la poesía de los más grandes poetas de la humanidad, de pronto me di cuenta que ella no estaba y que ningún hombre estaba en la misma habitación donde yo estaba acompañado por las seis mujeres de la fiesta. No podía apreciar con gusto el hallarme encerrado en una misma habitación con seis mujeres que además comenzaban a desnudarse y a mirarse lascivamente, mi preocupación estaba con ella en otra parte. El sonido claro, tintineante de las campanillas me daba todos los argumentos que yo necesitaba para saber que ella, estuviera donde estuviera, se estaba moviendo. La envidia fue rotunda, cuando una de las mujeres me dijo con ternura:

- Ella lo está haciendo, ¿por qué tú no quieres hacerlo con nosotras...?

- Vamos, dijo otra, ¿acaso temes engañarla?

Si la primera frase me hizo pensar que yo también podría gozar allí, mientras ella estaba gozando allá, la segunda frase fue como una patada en los cojones, mas a pesar de perder la incipiente erección que me había producido la primera frase, pude contestar:

- ¿Engañarme a mí?

Hubo un silencio profundo, que nos permitió escuchar otra vez más las campanillas y la fuerte risa de los hombres entre las que se destacaba la de Alberto. Su mujer no pudo soportarlo y así como se había desnudado y sin que nadie la hubiera llegado a tocar, se volvió a vestir. Mumú, la mujer de Chanchi, sentada a mi lado, estaba triste, pensando que su marido sería el primero en acabar con la cuestión ya que padecía eyaculación precoz, y jugueteaba con su dedo medio y el pulgar, indiferentemente, con mi glande.

Yo cerré los ojos y quise imaginarme cada vez que sonaban las campanillas que ella estaba a mi lado, pero no conseguía gran cosa, hasta que Martelli, la esposa de mi gran amigo Salistre, arrodillada entre mis piernas abiertas y flojas, me dijo con voz entrecortada:

- Siempre quise ser tuya, siempre ambicioné que hicieras conmigo como con las otras mujeres, según le contabas a mi marido. Él y yo, después de tus visitas nos calentábamos con tus relatos y gozaba con él pero en tus brazos y cuando me la metía yo sentía que eras tú mismo quien lo hacía.

Frente a la terrible confesión de Martelli, terminé de desnudarme y me di vuelta para que ella y alguna de las otras me chuparan el culo.

Terminé de anudar mis zapatos y ya estaba convencido que para conseguir mi libertad, debería comprarme un apartamento, lejos de mi familia y fuera de los lugares de mi trabajo actual, lejos de mis amantes y alejado de mis discípulos, pero cerca muy cerca, así se me ocurrió pensarlo, de mi más perfecta juventud.

Me ajusté una vez más los pantalones, me terminé de ajustar la corbata, me acomodé los huevos, me puse la chaqueta azul marino, y antes de salir a la calle a conquistar parte de mi libertad, llamé por teléfono a mi secretaria y le pedí que anulara todas mis entrevistas hasta la mañana siguiente. Le tiré un beso por teléfono porque pensé que esta mañana ella me haría un bien y colgué el auricular.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2896)

Bajando las escaleras para el garaje, llegué a pensar que un día me escaparía a Grecia o a Latinoamérica, con mi secretaria, y así comenzaría una nueva vida, después vi imágenes donde ella, que era más joven que yo, quería tener hijos y, entonces, descarté rápidamente esas ideas por absurdas.

Ya en el coche que había comprado a pagar en tres años, sentía que las historias de mi vida, todavía, no habían comenzado, y eso, me hacía sentir inmensamente libre.

No tenía necesidad de apretar a fondo el acelerador de mi coche, no me importaba llegar tarde o temprano a ningún lado...

El andar de mi coche, un Nissan 1.600 a 100 por hora, era sublime. Nada me podía pasar. A 100 por hora era muy fácil frenar, era muy fácil aumentar la velocidad y resultaba siempre placentero tomar las pequeñas curvas que separaban mi pueblo de Madrid.

En verdad, pude sentir que la placidez era casi completa, sólo me faltaba una buena compañía.

Como cuando antaño recorría las infinitas rutas de mi patria montado en un Seat 600 con doble carburador y ella (la mujer con la cual, después tendría un montón de hijos) mientras yo apretaba el acelerador y le decía, chupá, negrita, chupá, ella chupaba y chupaba y se agarraba con una mano de lo que con el tiempo sería mi famosa pija y con la otra mano, cogía con fuerza y pasión la palanca de cambios y yo llegaba con mi pequeño cochecito, doble carburación, a 150 kilómetros por hora y así nos corríamos juntos hasta la primera estación de servicio y nos bebíamos una naranjada.

Distraído como estaba en mis recuerdos, tuve que frenar bruscamente, para no llevarme por delante con mi gran coche, un pequeño cochecito, casi de juguete, muy parecido al Seat 600, con una pareja de jóvenes en su interior.

Mientras yo me quedé pensando, ¿envidia o celos? el joven me increpó:

-¿A dónde vas, viejo de mierda?

-Al coño de tu madre, tronco, le contesté yo, que ya había aprendido a conocer cómo se respondía en esos casos, mas seguí pensando ¿envidia o celos? El tipo se encogió de hombros como volviendo a repetir, viejo de mierda y ella, la mujer, me sonrió agradada por mi respuesta. yo apreté el acelerador y los perdí de vista.

Al llegar al banco para retirar las 25.000 pesetas que me asegurarían un buen pasar en mi primer día de libertad, me di cuenta, que mucho dinero como para comprarme un apartamento, no tenía, así que decidí hablar con el gerente del banco.

LA REVISTA DE PSICOANÁLISIS DE MAYOR TIRADA DEL MUNDO