Sumario
XXXVI
XXXV

 

Medicina psicosomática (I)
Medicina psicosomática (II)
 
La ansiedad
De lo que no se puede hablar... lo mejor es hablar
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
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Hay dos métodos experimentales para descubrir la verdad. Partiendo el uno de las sensaciones y de los hechos particulares, se eleva de un salto a los principios universales y fundándose después sobre estos principios, como sobre otras verdades inquebrantables, deduce de ellos los axiomas medios. El otro método, parte también de las sensaciones y de los hechos particulares, pero elevándose lentamente, por una marcha progresiva, sólo llega muy tarde a las proposiciones más generales. Se diferencia del precedente en que acumula un gran número de relaciones particulares y se eleva progresivamente de los hechos individuales a los axiomas medios y a los principios absolutos que establece, no como hipótesis, sino como leyes ciertas e invariables. Es necesario no poner al entendimiento alas, sino plomo, es decir, un peso que comprima su vuelo y le haga pasar sin interrupción, de los hechos particulares a las verdades más recónditas. Las indicaciones que deben dirigirnos en la interpretación de la naturaleza comprenden dos partes, el objeto de la primera es sacar de la experiencia los axiomas, y el de la segunda deducir de los axiomas nuevos experimentos”.

Comte (1798-1857), el filósofo del positivismo, siguiendo especialmente a Bacon, aunque también a Descartes y a Galileo, nos dice que para explicar la naturaleza y el carácter de la filosofía positivista, es indispensable echar una mirada retrospectiva a la marcha progresista del espíritu humano considerado en su conjunto, ya que cualquiera de nuestras especulaciones no puede ser comprendida más que a través de su historia. En su obra Curso de filosofía positiva señaló que en su evolución histórica el hombre había pasado por tres etapas: una etapa teológica inicial, dominada por creencias sobrenaturales, otra que él da en llamar metafísica, regida por la reflexión y el raciocinio y una tercera, la etapa positiva donde el hombre renunciaba a las especulaciones sobre las causas finales y se aplicaba al estudio de los fenómenos y al descubrimiento de las leyes que los gobiernan. El espíritu humano, reconociendo la imposibilidad de obtener nociones absolutas, renuncia a buscar el origen y el destino del Universo y a conocer las causas íntimas de los fenómenos, para dedicarse únicamente a descubrir, con el uso bien combinado del razonamiento y la observación, sus leyes efectivas, es decir, sus relaciones invariables de sucesión y de similitud. La perfección del sistema positivo, hacia la cual tiende, aunque probablemente no será nunca alcanzada, consistirá en la representación de todos los fenómenos observables, como casos particulares de un sólo hecho general, como por ejemplo, la ley de gravitación universal.

Existe una necesidad, experimentada en todas las épocas, de una teoría cualquiera que coordine los hechos, dada la evidente imposibilidad del espíritu humano de sistematizar una teoría partiendo de la simple observación. Si al contemplar los fenómenos no los relacionáramos de inmediato con algunos principios, no solamente nos sería imposible combinar estas observaciones aisladas, y por tanto sacar provecho alguno de ellas, sino que a buen seguro que los hechos permanecerían desapercibidos ante nuestros ojos.

El progreso de la química, con el conocimiento y elaboración de nuevas sustancias químicas desde comienzos del siglo XIX y el uso cada vez más frecuente de procedimientos para la purificación y análisis de los compuestos inorgánicos, puso de manifiesto que la materia viva, incluido el hombre, podía ser estudiada con las técnicas de la física y de la química, hasta entonces utilizadas para la materia muerta. Por tal motivo, las contribuciones más relevantes de este periodo se hicieron en la determinación de los elementos necesarios en la dieta del hombre, carbohidratos, grasas y proteínas, lo que llevó al estudio del metabolismo de los mismos y al conocimiento de la naturaleza química de los tejidos y fluidos orgánicos.

En cuanto a la fisiología, se hizo general el estudio de las funciones de los órganos y los sistemas de vida según las leyes de los fenómenos fisicoquímicos. La fisiología se caracterizó por la introducción de técnicas instrumentales que sustituyeron en gran medida la apreciación subjetiva por aparatos de registro, haciendo mensurables los resultados de la observación y el experimento y permitiendo evaluar cuantitativamente la investigación mediante formulaciones matemáticas y el cálculo estadístico. En este área de conocimientos es donde la medicina hizo, en este periodo, sus mayores progresos, explicando casi todas las funciones del cuerpo humano y relegando a las doctrinas vitalistas.

Claude Bernard fue la figura más destacada en este momento. Fue dramaturgo antes de ingresar en la Facultad de Medicina. Contribuyó al conocimiento de las funciones de la digestión, el metabolismo intermedio de los carbohidratos, la inervación vasomotora y glandular y el modo de acción de los venenos. Fue uno de los introductores del positivismo en la medicina, la investigación médica se ajustó a los postulados que Claude Bernard plantea en su texto Introducción a los estudios de Medicina Experimental. Estos postulados son: 1) admitir solamente los hechos recogidos por los sentidos en la observación y el experimento, 2) establecer de forma inequívoca la relación entre causa y efecto, 3) expresar su relación con un dato numérico, 4) enunciar, tras la repetición controlada del fenómeno, la ley natural que lo rige.

También son de este periodo los trabajos de Pavlov sobre los procesos de la digestión y los reflejos condicionados por los que recibió el Nobel y que han sido tomados posteriormente por la psicología, en su corriente reflexológica.

En cuanto a los avances en microbiología, a comienzos del Positivismo todavía se aceptaba que las enfermedades infecciosas y en especial las febriles de carácter epidémico, eran debidas a una fermentación química de los humores originada por la acción de los miasmas. Por ello, la demostración de que estas reacciones químicas de putrefacción eran llevadas a cabo por microorganismos vivos, descartó la creencia en la generación espontánea y encauzó los métodos experimentales de la microbiología médica. Nombres relevantes en este periodo son Pasteur y Koch, el primero demostró, entre otras muchas cosas, que la fermentación de la cerveza era bacteriana, y Koch describió el bacilo tuberculoso que lleva su nombre.


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2889)


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2886)

En el seno de todos estos avances científicos que hacen alusión al cuerpo biológico nace la teoría psicoanalítica, con el fin de cientifizar lo psíquico.

Freud nos dirá después en Psicoterapia, tratamiento por el espíritu, texto de 1905, que después de una época bastante estéril durante la cual estuvo subordinada a la sedicente filosofía de la naturaleza, la medicina realizó, bajo la feliz influencia de las ciencias naturales, los más grandes progresos como ciencia y como arte.

La moderna medicina tuvo, por cierto, motivos suficientes para estudiar la innegable vinculación entre lo corporal y lo anímico; pero al abordarla, nunca dejó de representar lo anímico como algo determinado por lo somático y dependiente de éste. Así, se destacó siempre que las funciones espirituales dependen de la preexistencia de un cerebro normalmente desarrollado y suficientemente nutrido, siendo perturbadas aquellas por cualquier afección de este órgano; que la introducción de tóxicos en la circulación permite despertar determinados estados psicopatológicos; o bien, en escala menor, que los sueños del durmiente pueden ser modificados de acuerdo con los estímulos que experimentalmente se hacen actuar sobre aquél, La relación entre lo somático y lo anímico es en el hombre, una interacción recíproca, pero su otra faz -la acción de lo anímico sobre el cuerpo- resultó en los primeros tiempos poco grata a los médicos. Parecían resistirse a conceder cierta autonomía a la vida anímica, como si con ello se vieran expuestos a abandonar el firme terreno de lo científico.

Esta orientación unilateral de la medicina hacia lo somático experimentó en el último decenio y medio una paulatina modificación, surgida directamente de la medicina práctica. Existe, en efecto, un grupo muy numeroso de enfermos leves o graves cuyos continuos trastornos y padecimientos plantearon graves problemas a la habilidad del médico, a pesar de que ni en condiciones clínicas ni en el examen postmortal permitían descubrir signos tangibles o visibles de un proceso patológico, pese a todos los adelantos de los métodos de exploración que aplica la medicina científica. Determinado grupo de estos enfermos se destacaba por la variedad y la exhuberancia del cuadro clínico: dolores de cabeza, alteración del ritmo intestinal, alternando diarrea y estreñimiento, mala digestión... Estos trastornos también pueden desaparecer súbitamente ante una modificación profunda de las condiciones de vida del paciente. En todos los casos es posible confirmar que los síntomas se hallan bajo la influencia directa de las excitaciones, de las conmociones emocionales, las preocupaciones, etc, y que pueden desaparecer, cediendo la plaza a una perfecta salud, sin dejar rastro alguno, aunque sean de larga data.

Por fin, la investigación médica ha llegado a revelar que tales personas no deben ser consideradas ni tratadas como enfermos del estómago, de la vista, etc. sino que nos encontramos en ellos con una afección del sistema nervioso en su totalidad. Sin embargo, el estudio del cerebro y de los nervios no ha permitido hallar hasta ahora ninguna modificación apreciable, y ciertos rasgos del cuadro clínico aún excluyen totalmente la posibilidad de que en el futuro disponiendo de medios de exploración más sutiles, se llegue a demostrar tales alteraciones. Estos estados han sido calificados de “nerviosidad” (naurastenia, histeria) y considerados como padecimientos meramente “funcionales” del sistema nervioso. Al abordar su estudio se descubrió que, por lo menos en una parte de ellos, los signos clínicos tienen por único origen una influencia alterada de su vida psíquica sobre su organismo, o sea que la causa directa del trastorno ha de buscarse en el mecanismo psíquico.

El ejemplo más común de acción psíquica sobre el cuerpo, observable siempre y en cualquier individuo, nos lo ofrece la denominada expresión de las emociones. Casi todos los estados anímicos de una persona se exteriorizan por tensiones y relajamientos de su musculatura facial, por la orientación de sus ojos, la ingurgitación de su piel, la actividad de su aparato vocal y las actitudes de sus miembros; ante todo, de sus manos. Si se logra observar detenidamente a una persona en el curso de ciertas actividades psíquicas, se hallan otras consecuencias somáticas de las mismas en las alteraciones de su actividad cardíaca, en las fluctuaciones de la distribución sanguínea en el organismo y en otros fenómenos semejantes.

Ciertos estados afectivos permanentes de naturaleza penosa o, como suele decirse, “depresiva”, como la congoja, las preocupaciones y la aflicción, reducen en su totalidad la nutrición del organismo, llevan al envejecimiento precoz, a la desaparición del tejido adiposo y a alteraciones patológicas de los vasos sanguíneos.

Recíprocamente, bajo la influencia de excitaciones gozosas, de la “felicidad”, se observa cómo todo el organismo florece y la persona recupera algunas manifestaciones de la juventud. Los grandes afectos tienen, evidentemente, íntima relación con la capacidad de resistencia frente a las enfermedades infecciosas; buen ejemplo de ello es la observación, efectuada por médicos militares, de que la susceptibilidad a las enfermedades epidémicas y a la disentería es mucho mayor entre los contingentes de un ejército derrotado que entre los vencedores.

Por fin, no cabe duda de que la duración de la vida puede ser considerablemente abreviada por afectos depresivos y que un susto violento, una injuria u ofensa candentes son susceptibles de poner repentino fin a la existencia. Todo estímulo psíquico tiene su correlato somático y viceversa.

Al considerar los dolores, que por lo común se incluyen entre las manifestaciones somáticas, siempre debe tenerse en cuenta su estrechísima dependencia de las condiciones anímicas. Los profanos, que tienden a englobar tales influencias psíquicas bajo el rótulo de “imaginación”, suelen tener poco respeto a los dolores “imaginarios”, en contraste con los provocados por heridas, enfermedad o inflamación. Mas ello es flagrantemente injusto: cualquiera que sea la causa del dolor, aunque se trate de la imaginación, los dolores mismos no por ello son menos reales y menos violentos.

Pilar Rojas Martínez
Psicoanalista
Médico Especialista
en Reumatología y
en Medicina Familiar
y Comunitaria
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pilar.rojas@wanadoo.es
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Alejandra Menassa de Lucia
Psicoanalista
Médico Especialista en Medicina Interna
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