Sumario
Por Amelia Díez Cuesta
Por Norma Menassa
Por Alejandra Menassa
Medicina Psicosomática
Breve historia de la medicina
 
El cuidado de los enfermos
Periodismo de investigación
De nuestros antecedentes: La re-evolución freudiana
Miguel O. Menassa
Sobre las relaciones de pareja
Sigmund Freud
Inhibición, Síntoma y Angustia (1925-6) (IV)
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SOBRE LAS RELACIONES DE PAREJA

Viene de Extensión Universitaria nº 133

-¡Cuánto he gozado!

Clotilde había gozado en este viaje por Buenos Aires, ella lo dijo, como nunca en su vida.

Hacía más de cinco años que no le iba tan bien con el Profesor, su marido desde hacía 30 años.

El taller erótico con Zara la enloquecía al punto de querer realizar todo lo que conseguían escribir. Clotilde había rejuvenecido unos 20 años y se preguntaba:

-¿Será que quiero parecer la más joven? La que tiene menos responsabilidades.

¿Será que soy cómoda?
¿Será que soy cobarde?
¿Será que soy boluda?

Todas esas y más de mil mujeres fui y, también, fui una mujer triste, sórdida, enamorada de la muerte.

¿Por qué habrían de amarme?

Y, sin embargo, no me escupieron.

No quería morir y retomé el psicoanálisis.

De su mano, puse en cuestión toda mi vida, nuevamente y entendí que lo que no tenía, en realidad, era futuro.

Vuelvo a recordar el encuentro literario de esta noche. Yo, en realidad, era una chica tímida que apuntaba para monja, provinciana, destinada para ser maestra en su pueblo.

Pero ella ambicionaba más, ella-yo, quería volar, salir del pueblo, en el pueblo todo se sabía y eso era aburrido, chato, sórdido.

Algo conseguí, salí del pueblo, salí de mi país, salí varias veces de mis pensamientos anteriores.

Salí incluso de la persistente posición de quererme excluida, despegada.

Esta vez me salvaron los celos, al mostrarme los caminos del deseo.

Cuando la carne va aflojando, es necesario volverse más inteligente.

Me siento recompensada en el amor, me sorprende haber vivido 30 años al lado de mi marido y seguir amándolo y compartir con él, experiencias de goce como cuando éramos jóvenes.

Cuando consigo acercarme a la mujer que canta en sus poemas, mi carga erótica se expresa como un halo alrededor de todas mis historias.

Mientras como una pasta italiana, me pregunto ¿qué he hecho por mi deseo de conocer Italia?

Él tuvo la paciencia de decirme varias veces que su desorden era, porque yo no le pedía nada.

Ahora me alegro de ver, nuevamente, ese brillo en sus ojos.

Él la besa una y otra vez y le susurra al oído ¿te vas? Chau y la besa. ¿Te vas? Chau y la besa para mostrarme que ella quisiera quedarse.

Me mira, supongo que para ver si yo aguanto. Le digo que somos tres exhibicionistas y le digo, también, que él es peor que Sade.

Él me contesta:

-Sí, mi amor, somos tres personas muy peligrosas, capaces de vivir.

Buenos Aires tiembla siempre, pero ahora tiembla más, porque mi gran amor se ha transformado en un genio para mí.
Te vas a trabajar, chau, te vas a trabajar, chau. Yo aún estoy de vacaciones. Nadie como aquél que trabaja, sabe apreciar lo que es gozar de un mes de vacaciones.

Me quedo en la casa, henchido mi corazón, agradecida porque me haya invitado a vivir esos días maravillosos, en esta bella ciudad llena de sorpresas.

Antes de escribir la novela, limpiaba la casa contenta, cantando, para preparar el escenario del amor. Desde que escribo, la limpieza ha pasado a segundo plano, aunque hago lo posible para que no se note.

Hoy, por ejemplo, levanté todas las cosas que habían quedado por las mesas o las sillas la noche anterior, ordené rápidamente y me puse a escribir.

Él, finalmente se va a trabajar y al despedirse me dice:

-Me he dado cuenta que no es sólo como la gente dice que ¿cómo hiciste vos para quedarte a mi lado siendo somo soy? Recién hoy me doy cuenta que yo también me quedé a tu lado siendo como sos, y eso no lo dicen nunca.

Vos crees que sos la tonta, continuó, y yo el monstruo. NO NENA, LA PALOMITA Y EL MONSTRUO NO QUIERE DECIR ESO:

Primero te llamaban la palomita no por tonta sino porque la paloma es el único animal que mata a un congénere herido y segundo, a mí no me llamaban el buitre, me llamaban el aguilucho, que es el pájaro que sobrevuela la presa y cae en picada pero lejos de la presa.

Es increíble, me dije cuando él se fue, eso modifica todo, reinscribe de manera diferente mis últimos 30 años de vida.

Lo llevaré a análisis.

El encuentro de ayer fue espectacular. El encuentro literario, un éxito.

Convenimos en que yo era la que tenía más ganas de leer (tal vez, él se portó como un caballero) y comencé la lectura.

Mientras me abrazaban me animaron a seguir escribiendo.

Luego leyó ella una apretada condensación de varias páginas en una página y media, muy bella.

Finalmente la voz de él comenzó a desgranar páginas y páginas, un capítulo, dos, tres, cinco, notas, notas...

Las dos escuchábamos encantadas, las miradas de las dos juntas en él, iban ruborizando toda su cara y cada vez leía más rápido, y ellas (porque ya no soy yo, la que lo ama) reían, y aprobaban lo que escuchaban y elogiaban con ardor su escritura y así, un poquito de vino, o whisky y palabras, vorágine de palabras, música, imágenes, nos fuimos introduciendo en el remolino de los sentidos hasta perder el sentido.

Esta vez hubo más palabras, acompañando ese sentimiento oceánico donde todo el cuerpo se transforma en energía y se une a la energía de los otros cuerpos.

Los nombres susurrados o gritados:

-Mirá cómo se me pone la pija.

Mientras, yo acostada boca arriba con las piernas flexionadas, bien abiertas, sirviendo de marco al orificio del goce mayor, enloquecía a medida que la lengua de mi amiga corría desde el clítoris al culo y penetraba suavemente mi vagina.

Él, a horcajadas sobre mí, dándome el culo que yo apenas alcanzaba a lametear tocando con la punta de la lengua y su enorme pija bien cogida por sus dos manos y su culo que subía y bajaba y se movía tocando alternativamente mis tetas y sus manos acompañando el movimiento, hacían que brotaran a bocanadas, las nacaradas gotas que caían sobre la cara de mi amiga, y resbalaban como perlas detenidas sobre mi pubis, mientras ella reía y reía y se pasaba la mano por la cara como si el semen de mi marido fuera una crema de belleza.

Desde la cumbre bajamos en picada para mirarnos a los ojos y decirnos ¡Qué belleza!

Me sobrecoge la idea, me invade una ternura erótica. Pensar que esa posibilidad de danzar sea también, el movimiento que lleve a conformar una nueva mujer, más valorizada ante sí misma.

La próxima vez le susurraré al oído:

-Querida, querida.

Se lo diré diez veces y ella se entregará bella, tierna, estremecida.

Le lameré la oreja mientras mis palabras penetran su oído.

-Querida, le repetiré mientras acaricio su jugosa conchita y así nos dejaremos estar y esta vez, nos dejaremos comer por las sombras.

Ellos descorrieron las sábanas del lecho, pusieron la música del día anterior y nos llevaron en la nave espacial hasta el límite exacto, desde donde el hombre vuelve, rejuvenecido, potente, soñador, poeta.

Todo el tiempo nos acompañaron las imágenes del último encuentro con ella.

Pensando que él, al otro día, tenía que trabajar nos quedamos dormidos.

-Muy bien, muy bien, muy bien, dijeron todos.

Y ya Zara comenzaba a leer su relato.

-Estudio sobre los celos, dijo antes de empezar muerta de risa.

Me tendía abierta sobre los anocheceres, porque pensaba que esas noches serían las más importantes de mi vida. Es decir, las más esperadas.

Evaristo y ella me estaban volviendo loca. Baile, cenas, conversaciones hasta las seis de la madrugada y baile y dale que dale y alcoholes.

Ayer fue el encuentro más hermoso. Esa tarde me sentía una piba de quince años, que esa noche se encontraría con su primer novio a darse el primer beso, a recibir la primera caricia. Me decía:


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2764)

www.editorialgrupocero.com

 

-Qué barbaridad, mucho no has vivido, pero algo has vivido y, sin embargo, algo en el cuerpo, algo en la piel de sed, de temblor persiguiendo el vago recuerdo de noches anteriores, me hacía sentir que de todo era la primera vez.

Me entretuve con estos pensamientos en el bar, y llegué casi una hora después de lo pactado.

Ella, cuando yo hablé por teléfono para avisar que llegaba un poco tarde, me dijo:

-Hasta ahora, haciéndome sentir que ella, también, me esperaba.

Ella me abrió la puerta de su casa, ya descalza y me invitó a pasar. Nos rozamos levemente los labios sin que él nos viera.

Era nuestro primer encuentro para el Taller de Literatura Erótica y todos leeríamos nuestras versiones de los últimos días vividos en un Buenos Aires, que yo tampoco conocía.

Escuchaban tango, entonces me dije:

-Hoy no hay baile.
-¿O bailarán solos?
-O leeremos rápido e iremos directo al asunto.

Pero la lectura nos fue llevando a largas conversaciones, empanadas de carne y, también, de queso y cebolla, alcoholes y luz tenue y silencios y palabras.

Por un momento pensé que nos quedaríamos conversando hasta la madrugada, pero los tres deseábamos un último encuentro antes que las fiestas terminaran.

El relato de Clotilde por momentos me conducía a la historia de esa mujer y por momentos, directamente, a mi cuerpo.

Mi nombre en la boca de una mujer, también amada por él, me estremecía al punto de enrojecerme.

Cuando ella me decía:

-Joven.

Me hacía sentir casi una niña.

-Amor, decía, a partir de hoy los ángeles de la belleza vivirán en nuestros cuerpos y en cada rozar de latidos, los ángeles recordarán nuestros vientres enamorados, abiertos, tendidos en el anochecer.

Pensé que ella podría escribir lo que tanto ambicionaba, así lo sentí. Esta vez lo conseguirá todo, es una mujer hermosa, todo, lo conseguirá todo, también mi amor.

Me tocaba leer a mí. Fui cobarde, de tantas y tantas páginas escritas llevé al taller una y media bien escrita, como bien dijo con algo de sorna Clotilde en su escrito.

Es por eso que este relato de hoy quiero que tenga la medida del encuentro y de lo que aprendí:

“No tengo que escribir, tengo que dejar que las páginas se escriban.”.

Les gustó, les gustó. Cómo les gustó... Camino por la calle como sonámbula, como enamorada, y mientras camino voy escribiendo estas frases en un cuaderno y alguien desde la ventanilla de un colectivo me grita:

-Hay que garchar que el mundo se acaba.

Y yo rápidamente pensé: Ahora garcho con las letras mientras camino por la calle y para que el tiempo me entendiera, dejé de escribir, me llevé el cuaderno a la altura de la concha y moví, con erotismo contenido, mi cuerpo de atrás para adelante.

El negro me saludó con una sonrisa de haber entendido algo, alguna cosa.

Evaristo me agradecería haber “confesado” en el escrito, que era la primera vez que le chupaba la concha a una mujer. Él había escrito el capítulo V. Espectacular, las dos queríamos ser esa mina y nos reíamos a carcajadas. Nadie, decíamos casi a coro, puede nombrar las cosas como él, es un genio y nos calentábamos mientras él leía y pensábamos que le haríamos todo eso a él y yo, tengo que decirlo, me sentía libre, inteligente.

La luz descendía hasta nuestras sombras, al punto de vernos apenas.

Él nos arriconó contra la pared de vidrio que separaba el amor del viento y en un baile, esta vez de manos y bocas y tetas y piernas y manos y sexos iluminados.

Ella, con sus manos altas y delicadas apretó mi clítoris hasta arrancarme el gemido más íntimo.

Él, con la mano en las nalgas de ella, nos hacía besar en la boca y nos decía:

-Nena, nenita, qué conchita que tenés.

Por un disparo vertiginoso del deseo, fuimos a parar al centro del salón. La orquesta tocaba desesperada músicas desesperadas. Nos desplomamos en el campo de batalla, como los soldados se desploman siempre, antes o después de la batalla y haciendo que conversábamos de tonterías, pensábamos en el porvenir de nuestra relación.

Ella, parsimoniosamente, dejaba que sus piernas se abrieran cada vez más. Imaginaos: Sus piernas más abiertas que nunca y su mirada toda de amor sobre mi boca.

Lo miré a Evaristo, como pidiéndole permiso y me arrodillé entre sus piernas nunca tan abiertas y le dije:

-Vas a ver lo que te voy a hacer.

Empecé a mover mi lengua sobre su clítoris, aún tibio.

Ella, cada vez que mi lengua iba y venía, murmuraba alguna frase, alguna palabra entre sueños.

Yo sólo escuchaba, también, entre sueños:

-Nenita, nenita, nenita, nenita...

Y cuando ella enloquecía, también, con mi locura abría aún más las piernas y levantaba el culo del piso a punto de ponerse a gritar, yo lo miré suplicante a Evaristo y sin dejar de chupar, le dije:

-Por favor, Evaristo, vení, ayudame. No puedo yo sola con esta mujer. Metele algo en la concha. Ahora, matala...

Él, sin piedad alguna, le mete cuatro dedos en la concha empapada y abierta, y yo seguía con mi lengua que iba y que venía.

El cielo estuvo cerca. Él esta vez tenía la pija como un garrote. Se la agarraba con las dos manos y me decía:

-Chupá, dale nena, mostrale cómo me chupás, así se la metemos por el culo.

Yo se la chupaba como si estuviera hambrienta, y ella enamorada de todo, ni lerda ni perezosa, mientras yo lo chupaba ella me metió dos dedos en el culo, y ya no se supo nunca quién de los tres gozaba más.

Nos besábamos, también, en la boca.

Nos habíamos mezclado de tal manera que no nos veíamos ninguna parte del cuerpo, ni a él. Sólo escuchábamos que decía:

-Mi amor, la estás matando.

Y cuando lo miramos estaba arrodillado, con la pija en las dos manos, entregado, totalmente, a nuestros culos abiertos.

Ella, después de volverme loca con su goce y el mío, se incorpora y me dice:

-Relajate nena, estás un poco tensa.

Yo más no me podía relajar, pero lo intentaría. Ella me resultaba una mujer maravillosa y yo quería demostrárselo.

Ella se preparaba para que yo le chupe la concha una vez más y yo, me volví a arrodillar entre sus piernas, y Evaristo se arrodilló detrás de mí y mientras yo la chupaba dulcemente, él me la mandaba a guardar por el culo.

Éramos un paisaje irrepetible. Ni pampa. Ni reseca meseta, éramos ese verde alboroto que se espera a la llegada del sexo del amor.

-Tomá nenita, tomá nenita. ¿Sabés cómo me vas a hacer acabar? Yo no podía dejar de chupar, ahora estaba ensañada con el culo de Ella que se volvía, una vez más, loca. Él no podía más, yo no podía más, ella fresca como si recién empezáramos me ruega mirándome los labios que la chupe una vez más.

Él se sube arriba de su vientre y sacudiendo su pija con una fuerza descomunal, acaba sobre mi cara entre las piernas de ella.

Nos besamos los tres, agradecidos.

Al dejarlos no pensé, como madrugadas anteriores, que harían el amor.

Habíamos quedado saciados. Ella dormía, ahí, en el mismo lugar de los hechos, sobre la alfombra.

Yo, esta vez, salí de la casa temblando.

(Continuará)

Capítulo XI de la novela "El sexo del amor"
Autor: Miguel Oscar Menassa

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