SOBRE LAS RELACIONES
                        DE PAREJA | 
                   
                                   
                  Viene de Extensión Universitaria nº 132 
                  -Debo decirlo aunque no me guste. 
                                      Evaristo iba una vez más por la verdad que, tal vez
                    de algún modo, produciría. 
                                      El encuentro de estas dos mujeres entre sí contando
                    con mi presencia, me había hecho experimentar en una
                    semana lo que nunca me había ocurrido en toda mi vida. 
                                      Primero fui medio impotente. 
                                      Después yo fui el celoso. Y más tarde, yo era
                    el que tenía ansiedad por volvernos a encontrar. 
                                      O algo había cambiado de manera fundamental en mi
                    vida o tendría que reconocer: esta vez, con dos mujeres,
                    había fracasado. 
                                      Por momentos me gustaba lo del cambio fundamental, por otros
                    momentos me sentía un boludo con tendencia al fracaso
                    amoroso. 
                                      -Yo te amo. Yo te amo, me gritaba ella desde el baño
                    mientras se lavaba la concha, una vez más. 
                                      Y yo, enternecido le leía en voz alta, a los gritos,
                    superando el ruido del agua contra su cuerpo, un poema de
                    Carriego, donde tarde o temprano morimos todos: 
                  “Una tarde ya nadie nos verá pasar por esa esquina”. 
                                      -Yo te amo, te amo, repetía ella mientras se terminaba
                    de vestir y luego se acercaba para besarme, enamorada y llena
                    de deseos y antes de irse, me pedía 100 dólares
                    para tomar un café. 
                                      A mí, el café, siempre me pareció un
                    artículo de primera necesidad barato, mucho más
                    económico que un abrigo de visón y mucho más
                    comestible que una zanahoria entera, para un viejo sin dientes. 
                                      A veces, Evaristo hacía como que recordaba. 
                                      -Me quitaba los dientes postizos y los ponía en un
                    vaso con agua que, siempre, dejaba en el botiquín
                    del baño. 
                                      Cuando lo hacía delante de alguien, esa era la mayor
                    prueba de confianza que yo podía brindar. 
                                      Esa noche me quité la dentadura postiza y mi lengua
                    comenzó a tomar proporciones importantes, y comencé a
                    pasearme por esas dos conchas hambrientas y sedientas, con
                    la intención de saciarlas. 
                                      No conseguí saciarlas, pero el estremecimiento de
                    los primeros momentos durará décadas. Así que
                    si hemos gozado del estremecimiento de todos los comienzos,
                    en ese primer beso que nos dimos, ahora, como diría
                    Menassa, tendremos que escribir aunque todo nuestro goce
                    futuro sea eso, escribir. 
                                      Las conclusiones a las cuales había arribado Evaristo,
                    no se las podía decir a nadie, ni siquiera se las
                    podía decir a sí mismo. 
                                      -Cómo decirle a Zara, a Josefina, a Clotilde que las
                    cosas que escribirmos no las podremos vivir. 
                                      Cómo decirme a mí mismo, que nunca estaré con
                    esas dos maravillosas mujeres... 
                                      Ella estiró sus piernas como jugando con el infinito
                    y comenzó a repetir su propio nombre. Después
                    me llamó y me dijo: 
                                      -Ven, mi corazón te llama. 
                                      Y yo creí que me decía: Mi concha querido,
                    es el corazón del mundo y si no me crees, se lo preguntaremos
                    a ella. 
                                      -Dime bonita, cuando le chupás la pija a este hombre
                    tan hermoso, ¿qué ves? 
                                      -Tu concha querida, tu piel de canela, mis olores de mujer
                    casi virginial en tu cuerpo de mujer. 
                                      -Tal vez ya haya pasado todo y yo, todavía, estoy
                    esperando el primer encuentro. 
                                      Tal vez mañana, me levante con un dolor de cabeza
                    considerable y la nariz tapada por un moco incipiente. 
                                      Ahora una ansiedad me quiere llevar por delante, pienso que
                    es el efecto de amores exagerados sobre el poeta. 
                                      Me siento amordazado. Voy hacia ellas sin voluntad propia,
                    algo juvenil, que no soy yo, me arrastra al encuentro con
                    esas dos mujeres que quieren verificar mis versos en carne
                    viva. 
                                      Pasa un amigo de Gustavo por mi casa y al verme tan preocupado
                    por las mujeres, me pregunta: 
                                      -¿Por qué no me doy con una línea de
                    merca? 
                                      Le contesto mal. En lugar de contestarle: 
                                      -Yo no me doy con esa porquería. 
                                      Le contesté: 
                                      -No me doy porque no tengo. Y fue así como aquí estoy
                    tratando de hacer el amor con dos mujeres, drogado con la
                    droga de fin de siglo. 
                  La blanca, la pura, la invisible, la intocable
                    cocaína de los grandes hombres, de los grandes hombres
                    de negocios, de los presidentes de empresas y gobiernos,
                    de los jugadores, de los trasnochadores, de los cantantes,
                    de la gente de la noche, pero también, de la gente
                    del día, de los leprosos del siglo XX. 
                   La superpotencia atacó mi alma a
                    causa de esa frase mal hilvanada frente al amigo de Gustavo. 
                   El amigo antes de irse pudo decirme su
                    verdad: 
                   -Mirá, la merca te da una fuerza
                    que, a la larga, te la quita. 
                   Y yo me dije: 
                   -Hoy a vivir, pero mañana debo pensar
                    todo de nuevo.  | 
                Mientras tanto,
                    también, me daba
                    cuenta que muchas cosas que el hombre hacía le daban
                    una fuerza que, después, se la quitaban. Para poner
                    algunos ejemplos: El amor, las vacaciones, las conversaciones
                    con los amigos, los celos, el buen vino en buena compañía. 
                   Tal vez... Evaristo insistía en
                    su juego, no debería cambiar una droga festiva como
                    la marihuana, por otras más inhumanas que te hacen
                    creer que el hombre puede lo que no puede. 
                   Basta de ejercer violencias sobre mí,
                    que ya estoy por cumplir 60 años. 
                   -No lo parece, mi amor, dijo Josefina,
                    y mientras yo te ame, no lo parecerá. 
                   Ella decía por decir, pero había
                    verdad en lo que decía. Tal vez, para nosotros, hombres
                    de nuestra edad que queremos seguir garchando, la droga es
                    la yerba buena. 
                   Y ella preguntó feliz: 
                   -¿Y qué hacemos con el mundo,
                    mi amor? ¿Con el mundo que está todo podrido,
                    mi amor, qué hacemos? 
                   -El que quiera tomar un poco de alcohol,
                    fajarse o montar a caballo hasta morir, nadie le dirá nada,
                    pero la droga, para nosotros, hombres de nuestra edad, es
                    la yerba. 
                   Aunque a decir verdad, cualquier droga,
                    cualquier amor que ponga eternidad en nuestro tiempo cotidiano,
                    alivia o rechaza toda reflexión moral. 
                   -¿Bailamos? me dijo ella que, algo,
                    comprendía lo que me pasaba. 
                   Y yo tomándola en mis brazos, la
                    arrastré por el piso, como cuando se baila muy bien
                    un tango y le dije sollozando: 
                   -Ya no puedo controlar el amor, porque
                    el amor para mí, ya es un montón incontrolable
                    de mujeres. 
                   Ella, cuando bailaba, viviendo la vida
                    para atrás, daba sus mejores pasos. 
                   -Mi amor, mi pequeño, no te pongas
                    así, me decía. El gran Menassa, dice que todas
                    las mujeres, sólo son dos mujeres. 
                   Llegué a casa roto, semimuerto,
                    contento, pero roto. 
                   Tal vez, me dije, los psicoanalistas deben
                    psicoanalizarse todo el tiempo que trabajen de psicoanalistas. 
                   Tal vez, la función de la Supervisión
                    en psicoanálisis, muestre con claridad, la distancia
                    existente entre el lugar del psicoanalista y el psicoanalista
                    concreto, sujeto de la supervisión. 
                   Y, tal vez, sin darme cuenta, vuelva a
                    recalcar la importancia de la mujer en las próximas
                    décadas. 
                   Mis pensamientos me llevaron hasta sentirme
                    un hombre fuerte, enamorado y bailé hasta las seis
                    de la mañana sin parar. Después, la agarré de
                    los pelos y le di media vuelta. La apoyé delicadamente
                    contra el escritorio, con sus tetas sobre el cuaderno de
                    bitácora y me la garché por el culo al estilo
                    clásico. 
                   Todo goce. 
                   Primero le chupé el culo casi quince
                    minutos, después, en una posición rara, mientras
                    ella también, me chupaba, le metí dos dedos
                    (el índice y el medio) que mezclados con la saliva
                    se introdujeron con una facilidad asombrosa. 
                   Ella exclamó: 
                   -Rompeme toda, métemela por el culo,
                    por favor. 
                   La besé, la besé, la besé y
                    ella comenzó a mover su culo de un lado para otro.
                    Mimosa, murmuraba frases sueltas: 
                   -Huy, hay, hay, jajajhsj jshsuyuyjalslsslsiiounicohayhayah. 
                   Después tomé un taxi rápido
                    para ir a dar una charla sobre el dinero. 
                   En este momento, antes de acostarme, me
                    siento absolutamente traspuesto. 
                   Ella, sin embargo, me espera y haberlo
                    escrito me dio una sensación en la punta de la pija. 
                   A veces, más que viejo, me siento
                    un poco antiguo, siempre pensando en garchar. Alguna vez
                    debería hacer algo. 
                   Mañana le pediré que baile
                    para mí, pero no lo hará. Me querrá conformar
                    chupándome la pija, pero no bailará. 
                   Después, cuando me adormezca, ella
                    comenzará a bailar. 
                   Mañana, me digo, tendría
                    que poder volver a una vida normal. 
                   -¿Qué estás escribiendo?
                    preguntaba ella paseándose por mi mirada. 
                   Y yo, que estaba un poco mareado con lo
                    que estaba escribiendo le dije: 
                   -No sé, si estoy escribiendo el
                    capítulo X de la novela o las confesiones de un condenado
                    a la realidad. 
                   -Y ¿cuál es la diferencia?
                    preguntó ella ingenuamente. 
                   -Pues es muy sencillo, de ser un capítulo
                    de la novela, para ser escrito fue necesario el mecanismo
                    de sublimación, la presencia del amor en mi vida.
                    De ser las confesiones de un condenado a la realidad, el
                    mecanismo en juego es la represión, la presencia de
                    la enfermedad en mi vida y, además, cualquier lector
                    se da cuenta que eso está mal escrito. 
                   -Ah, dijo ella, quiere decir que cuento
                    con las frases necesarias para sentirme amada durante los
                    próximos cincuenta años. Que con cada nueva
                    mujer que hacés el amor, yo también hago ese
                    amor, por eso debo amarte cada día más, aunque
                    no me hablés por teléfono para avisarme que
                    estás haciendo el amor con otra mujer, yo cada día
                    te amo más. 
                   Cuando sonó el timbre pensó que
                    eran Clotilde y Zara, que ve-nían a proseguir la lectura
                    y guardó lo que había escrito en el cajón
                    central del escritorio. 
                   Cuando abrió la puerta, Zara y Clotilde
                    venían acompañadas por Josefina. 
                   (Continuará) 
                   Capítulo X de la novela "El
                      sexo del amor" 
                    Autor: Miguel Oscar Menassa  |