INHIBICIÓN,
SÍNTOMA Y ANGUSTIA
1925 [1926] |
III
Retornemos al problema del yo: la aparente contradicción
antes señalada [El contraste entre su fuerza y su debilidad
frente al “ello”] procede de que consideramos demasiado
inflexibles las abstracciones y sólo observamos cada
vez un único aspecto de los varios que presenta una
complicada totalidad. La diferenciación entre el yo
y el ello, que hubo de sernos impuesta por determinadas particularidades,
parece plenamente justificada. Mas, por otra parte, el yo y
el ello coinciden, no siendo el primero sino una parte especialmente
diferenciada del segundo. Cuando confrontamos en nuestro pensamiento
esta parte con la totalidad o cuando entre ambas surge realmente
la discordia se nos evidencia la debilidad del yo. En cambio,
cuando el yo permanece enlazado al ello, sin distinguirse de él,
nos muestra una intensa energía. Análogamente
sucede en la relación entre el yo y el super-yo. En
muchas situaciones se confunden a nuestra vista. Únicamente
nos es dado distinguirlos cuando entre ambos surge un conflicto.
Con respecto a la represión, resulta decisivo el hecho
de ser el yo una organización, y el ello, no. El yo
es, en efecto, la parte organizada del ello. Sería injustificado
representarse el yo y el ello como dos territorios ocupados
por ejércitos enemigos y suponer que en la represión
trata el yo de someter una parte del ello, acudiendo entonces
lo restante del ello a prestar auxilio a la parte atacada midiendo
sus fuerzas con el yo. Esto puede realmente suceder con cierta
frecuencia, pero no constituye, desde luego, la situación
inicial de la represión. Por lo regular, el impulso
instintivo que de reprimir se trata permanece aislado. El acto
de la represión nos evidencia, por un lado, la energía
del yo; más, por otro, testimonia también de
su impotencia, así como la impenetrabilidad de los diversos
impulsos instintivos del ello a su influencia. Pues el proceso
convertido en síntoma por la represión afirma
su existencia fuera de la organización del yo e independientemente
de ella. No sólo dicho proceso, sino todas sus ramificaciones,
gozan de igual privilegio -podríamos decir que del privilegio
de extraterritorialidad-, y no es quizá muy aventurado
sospechar que allí donde se encuentran asociativamente
con partes de la organización del yo, las atraen a sí,
extendiéndose con su adquisición a costa del
yo. Un paralelo que nos es familiar hace ya mucho tiempo equipara
el síntoma a un cuerpo extraño que mantiene incesantes
fenómenos de estímulo y reacción en el
tejido en el que se ha alojado. Sucede ciertamente a veces
que la lucha defensiva contra el impulso instintivo indeseado
queda terminada con la formación de síntomas.
Que sepamos, es la conversión histérica donde
esto puede darse con mayor facilidad; mas, por lo general,
hallamos un curso muy distinto. Al primer acto de represión
sigue una larga secuela, a veces interminable. La lucha contra
el impulso instintivo encuentra su prosecución en la
lucha contra el síntoma.

Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2728)
Esta lucha secundaria de defensa nos muestra dos aspectos
diferentes. De una parte, el yo se ve forzado por su propia
naturaleza a emprender algo que hemos de considerar como
una tentativa de restauración o de conciliación. El yo es una
organización; se basa en el libre comercio de todos
sus componentes entre sí y en la posibilidad de su recíproco
influjo; su energía desexualizada proclama aún
su procedencia en la aspiración a la unión y
a la unificación, y esta necesidad de síntesis
se hace más fuerte en razón directa del aumento
de la fuerza del yo. Se hace así comprensible que el
yo intente suprimir el extrañamiento y el aislamiento
del síntoma, utilizando todas las posibilidades de enlace
con él e incorporándolo a su organización
por medio de tales lazos. Sabemos que tal aspiración
influye sobre el acto de la formación de síntomas.
Aquellos síntomas histéricos que se nos han evidenciado
como transacciones entre la necesidad de satisfacción
y la de castigo constituyen un clásico ejemplo del proceso
descrito. Como cumplimiento de una exigencia del super-yo tienen
tales síntomas desde su principio participación
en el yo, significando, por otro lado, posiciones de los impulsos
reprimidos y puntos de penetración de los mismos en
la organización del yo. Son, por decirlo así,
estaciones fronterizas con guarnición mixta. Sería
interesante investigar con minuciosidad si todos los síntomas
histéricos primarios presentan esta misma estructura.
En el curso ulterior del proceso se comporta el yo como si
se guiase por la reflexión de que, una vez surgido el
síntoma y siendo imposible suprimirlo, ha de ser lo
mejor familiarizarse con la situación dada y sacar de
ella el mejor partido posible. Tiene entonces efecto una adaptación
al elemento del mundo interior extraño al yo, representado
por el síntoma adaptación análoga a
la que el yo lleva a cabo normalmente con respecto al mundo
exterior real. Para la cual no faltan nunca motivos ni ocasiones.
|

Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2729)
La existencia del síntoma puede traer
consigo cierto impedimento de la función, el cual
puede ser usado para apaciguar una exigencia del super-yo
o rechazar una aspiración del mundo exterior. De este
modo es atribuida paulatinamente al síntoma la representación
de interés cada vez más importantes, con lo
cual adquiere un valor para la autoafirmación, se
enlaza cada vez más íntimamente al yo y le
es cada vez más indispensable. Sólo en casos
muy raros puede seguir el proceso de la enquistación
de un cuerpo extraño una marcha semejante. La importancia
de esta adaptación secundaria al síntoma se
ha llegado también a exagerar, afirmando que el yo
no ha creado el síntoma sino precisamente para gozar
de sus ventajas. Pero esto equivale a suponer que un soldado
se había dejado herir de gravedad perdiendo una pierna
para vivir en adelante sin trabajar, a costa del Estado.
Otras formas que adquieren los síntomas
en las de la neurosis obsesiva y la paranoia, adquieren un
alto valor para el yo, no por suponer ventaja alguna, sino
por aportarle una satisfacción narcisista inaccesible
de otro modo. Las formaciones de síntomas de los enfermos
de neurosis obsesiva halagan su amor propio con la ilusión
de que son hombres mejores que los demás, por ser
más puros o de más estricta moral; y los delirios
de la paranoia abren a la agudeza y fantasía del paciente
un amplio campo de acción, difícilmente sustituible.
De todas estas circunstancias resulta aquello que nos es
conocido con el nombre de ventaja de la enfermedad (secundaria)
de la neurosis. Esta ventaja apoya la tendencia del yo a
incorporarse el síntoma y fortalecer la fijación
de este último. Cuando luego intentamos prestar nuestra
ayuda analítica al yo en su lucha contra el síntoma,
descubrimos en el lado de la resistencia la actuación
de los enlaces conciliadores entre el yo y el síntoma,
no siendo nada fácil desatarlos.
Los dos procedimientos que el yo utiliza
contra el síntoma se hallan en mutua contradicción.
El otro procedimiento es de carácter menos pacífico,
ya que continúa la obra de la represión. Sin
embargo, no debemos tachar al yo de inconsecuente. El yo
es pacifista y quisiera incorporarse el síntoma, acogiéndolo
en su totalidad. La perturbación parte del síntoma,
que en calidad de verdadera sustitución y ramificación
del impulso reprimido, cuyo papel continúa desempeñando
y cuyas exigencias de satisfacción renueva de continuo,
fuerza al yo a dar de nuevo la señal de displacer
y prestarse a la defensa.
La lucha defensiva secundaria contra el
síntoma es multiforme, se desarrolla en diversos terrenos
y emplea muy distintos medios. Para poder decir algo de esta
lucha habremos de investigar los distintos casos de formación
de síntomas. En esta labor hallaremos ocasión
de entrar en el problema de la angustia, problema que sospechamos
nos aguarda oculto en el último término. No
hallándonos aún preparados a las hipótesis
de la formación de síntomas en la neurosis
obsesiva, en la paranoia y en otras neurosis, partiremos
de los síntomas que crea la neurosis histérica.
Sigmund Freud
De “Obras completas”

Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2733)
|