SOBRE LAS RELACIONES DE PAREJA |
Cincuenta años más, eso quiero, el resto lo puedo tolerar bien, venga como venga.
Y Gustavo, seguramente, vendrá a decirme que no quiere cambiar, que todo le resulta muy difícil, vendrá a que yo le apriete alguna tuerca que le permita seguir siendo, exactamente, como es con un poco menos de dolor.
Recorrer, lo he recorrido todo, ahora sólo me falta contarlo.
Pero para contar el recorrido es, absolutamente, necesario aceptar que ya he recorrido.
Y ese boludo de Gustavo, vendrá a decirme que ya tiene cincuenta años y que no se dió cuenta de nada. Hasta sería capaz de preguntarme:
-¿Qué camino?
Sentarse como se sentó Toro Sentado en un pedazo de historia que sólo perduraría como tragedia.
-Dolores y pecados, dirá Gustavo, todo se junta a los cincuenta años.
-Dios estuvo ausente en todos mis delirios de amor. Eso me condenó, le contestará Menassa. Fui el único hombre del siglo XX que vivió solo.
Vi crecer el horror frente a mí y no me uní a nada.
El enorme vacío que se produjo más que tragarme, me sostenía.
Fui el límite de todo ser, pero nunca un ser.
Y vendrá Gustavo a decirme que soy esto, que soy aquello y esto otro y soy y me pasa y tengo y tengo y tengo y soy.
Nadie pudo concebir mis amores. Nadie pudo concebir mi lealtad.
Fui nuevo en todo lo que hice y eso en parte, es otra condena.
A los cien años estaré todo podrido y, sin embargo, algo tendré para decir.
Y seguramente, este muchacho comenzará diciendo que se parece a su papá, pero también a su mamá y también a su profesor de budismo y al psicoanalista, si lo tuviera y aunque no se pudra, por la anestesia, nunca tiene nada para decir.
Cuando sea del mundo, aunque más viejo, estaré más sano y algo de lo infinito habrá en mi voz.
Lejanas para mí, esas tierras de la voluntad y la ignorancia.
Y vendrá Gustavo y me dirá totalmente convencido:
-Tengo confianza en poder curarme lo más pronto posible.
Establecer fuera de mí, todo lo que deba ser establecido le dará más movilidad a mis articulaciones.
Los archivos de la mente tienen que pasar a ordenadores, ficheros limpios, carpetas, para que el movimiento pueda completarse.
Pequeñas trabas, articulaciones dejadas de lado, hoy piden, haciéndome doler, un lugar en mi discurso.
El exilio, querido, una vez pasado, se verifica como una notable mutilación.
Y Gustavo intentando comprender dirá:
-Algo parecía adaptarse en mí y se estaba rompiendo.
Con la enfermedad el hombre se resiste al vacío negro de la vejez, al pozo negro de la sabiduría.
En lugar de estar viejo y sabio, el hombre está dolorido, enfermo.
Esto es el fondo del fondo de la primera inocencia, ya podemos empezar a subir.
Todo gran hombre debe llegar al cenit de la muerte.
Debe darse cuenta en cada movimiento que hubo otros, que habrá otros.
Y no, como esos boludos que vienen del aire y van al aire, y de golpe, son de carne sólo frente al dolor.
Mortal en todos los sentidos, hombre, quiere decir vital, móvil, armónico, múltiple, sano.
Y Gustavo podrá decir si se le antoja:
-Tantos desaparecidos, tantos muertos se sedimentaron en mis hombros. Tendré que festejar un velorio y enterrar a todos los muertos y algo, seguramente, nacerá en mí.
-La cocaína, le decía Gustavo, unas horas después, al Profesor, Ofelia y su amiga, en el bar. Y los tres a coro:
-¿La cocaína?
Y Gustavo que había aprendido a hablar, repitió:
-La cocaína, para mí nunca fue ni estimulante, ni anestésica. Para mí, la cocaína, siempre fue un conservante.
Yo, concluyó Gustavo con cierto orgullo, utilizaba la cocaína para conservar en buen estado a todos los muertos que vivían en mí.
Capítulo XXV de la novela "El sexo del amor"
Autor: Miguel Oscar Menassa |
