Sumario
Miguel Oscar Menassa
Entrevista (I)
Entrevista (II)
Entrevista (III)
 
El medicamento
Demencia ¿senil? (II)
Trastornos por exceso de ingesta alimentaria
 
¿Perversión? o ¿La muerte de la palabra?
 
Sobre las relaciones de pareja (I)
Sobre las relaciones de pareja (II)
 
Análisis de la fobia de un niño de cinco años. Caso "Juanito"

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SOBRE LAS RELACIONES DE PAREJA

La primera vez que tuve un orgamo de esa manera, sentí que los últimos secretos del amor me estaban siendo revelados.

Tu culo abierto, entregado a la voracidad de mi lengua, tu culo, amor, era todo mi cuerpo.

Amado Turco, este sábado Menassa inauguró Patio de Tango, la mejor escuela de tango del mundo.

Fue como caer en otro planeta: El espacio adquiere la dimensión concreta del próximo paso que, a la vez, debe ser el mismo paso, atravesado por la proximidad de otro cuerpo, transcurre paralelo a un tiempo, absolutamente alterado por la experiencia.

Así, al arrastrar con voluptuosidad la suela del zapato por el suelo, queda instalada la primera condición para que el cuerpo diluya su contorno hasta confundirlo con la música y que sea ésta quien lo dirija.

El centro de gravedad del pensamiento queda ubicado a escasos centímetros del suelo, con lo que resulta casi imposible perder el equilibrio.

Cierro los ojos, la música aún no existe o no la escucho, el tronco recto, los brazos agarrándose al aire.

Un paso, dos, tres y... cuatro. Repito varias veces, después el profesor reemplaza al aire.

Tiemblo y, por momentos, olvido todo.

Casi sin darme cuenta mis pies, mis piernas obedecen imperceptibles órdenes ajenas a la conciencia. Un paso, dos, tres y cuatro.

-No está mal, me dice y le tiende la mano a su pareja. Me mira y me dice:

-Mirá cómo es.

Toda ojos abiertos, observo esos cuatro pies moviéndose a la velocidad exacta, sutil equilibrio entre la ancestral voracidad del deseo y la sutil entrega del que se sabe dueño.

Había escuchado historias fantásticas, donde el canto de bellas sirenas robaba la voluntad de los hombres que, indefensos, eran arrastrados hacia ellas.

En aquel momento, en ese ocho para atrás inolvidable, supe que ya no volvería a ser la misma.

Pero ahora, volvamos un poco al sexo del amor. Desde el principio me resultó muy natural que utilizaras las cartas que yo te había enviado, ya no me pertenecían. Me acuerdo haberme dicho: son escritura.

Después me dió un poco de asco que, además de mis cartas, hubiera otras firmadas por distinto nombre, femenino, también dirigidas a ti.

En este punto ya no pude aplicar la teoría de la universalidad de la escritura con tanta naturalidad.

Claramente, una vez más, los celos me dominaban.

La vergüenza de confesarme destinada al error, me hace distinguir, en mí, una solapada tendencia al rencor, al “ya me las pagarás”. Por ejemplo, te gustaron las cartas anteriores, entonces, jódete, ahora ya no puedo escribirte nada.

Y entonces, él me aconseja que tenga calma.

-Abrí un poco las piernas, me dice, sin segundas intenciones. ¿Víste, nena? lo peor de digerir es el éxito, el dinero fácil, el amor placentero. El resto, todo el resto, se aguanta bien.

-La frase exacta no existe, le digo, y hago como que no lo escucho más. Me tapo con las sábanas, me acurruco sobre mí misma y muy cerca de su corazón, repito sin mucha fe:

-La frase exacta no existe.

Y él, me contesta con mucha parsimonia:

-Y el viento imperturbable que lo perturba todo, tampoco.

Así nos quedamos sin saber qué hacer, durante décadas.
Respiro por las heridas, amor mío, un poema de Leopoldo de Luis me lo permite.

Gracias por enseñarme a vivir, aún, cuando no quiero, protesto, insulto, callo e incluso, te escupo. Luego, me agarra una culpa vital. Siento que toda mi vida futura depende del arrepentimiento.

-Turco, necesito reconciliarme con Menassa o puede ocurrir lo peor.

El Turco, primero me miró como si sospechara de mí, luego estiró sus piernas, aflojó sus rodillas como para comenzar a bailar un tango y me dijo:

-Con Menassa es imposible reconciliarse o cualquier otra cosa parecida, él lo único que te permite es hablar. Recuerdo cuando un día me dijo:

-”Vos sí, Turco, que sos un vividor.

Y yo le contesté con una pregunta.

-Y vos, qué sos, una persona seria, responsable.

-No es eso, hombre, me dijo Menassa. Yo estoy siempre en el mismo sitio, pero vos cambias de vida a cada rato.”

-¿Y qué me querés decir? preguntó un poco extraviada Zara.

Hoy al Turco le pasaba algo raro. Tal vez, intentó jugar Zara en voz baja, el Turco no hubiera preparado el encuentro que se produciría esa tarde-noche con Ohlinda.

 


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D3271)


Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D3272)

-¿Qué quiero decir, se preguntó a su vez el Turco, qué quiero decir? Nada, no quiero decir nada o tal vez, que varias ellas esperan que yo me muera para poder vivir de las habladurías. Tendré que decirles, te digo, que se consigan algún otro trabajo, porque yo soy el encargado de escribir sus epitafios.
Zara contestó enojada:

-¿Y qué querés, que te chupe la pija ahora? Y como él nunca me contestaba, yo le grité con desesperación:

-Estamos de una tal manera iluminados, que el sol puede detenerse a nuestro paso.

-Te digo que ella prefiere gastarse mi dinero a trabajar o conseguirse un marido.

El argumento del Turco esta vez, consoló de alguna manera a Zara que se dejó caer en la tarde con una última pregunta que prefirió no hacer. ¿Qué relación había unido al Turco con Ohlinda durante 30 años?...

Estoy ansiosa por vaciarme en palabras, re-hacerme con letras. Después del aluvión impensable de frases, situaciones, conceptos, imágenes y, principalmente, pijas, conchas y culos. Todo ello matizado por el vuelo rasante de blancas mariposas innombrables.

Qué fuerza que tiene la novelita y juraría que empezó como un juego. Pero yo esperaba otro fracaso, como todas las veces anteriores después del único acierto de Novelarosa. Tiene vida propia. Utiliza cualquier medio, se alimenta de afectos, invisible red de deseos, pasiones, desencuentros.

Es decir, lo único que me puede diferenciar, en algo, del resto de tus ellas, podría ser vivir no desde las tripas, como es mi costumbre, sino desde la escritura, como es tu costumbre:

“Ella vive en mis versos, por eso no se descompone”.

-Qué bello, qué maravilla, qué poder.

Capítulo XXVII de la novela "El sexo del amor"
Autor: Miguel Oscar Menassa

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