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LA TRANSFERENCIA |
“La transferencia se
dispara desde el futuro.”
Miguel Oscar Menassa
Un oso y una ballena se encuentran en el punto exacto
de la muerte. Un oso y una ballena, nunca se encuentran.
En cambio, se sostienen sin habitáculo. A horcajadas
del amor.
Por su torso, tibios hilillos ruedan y se disparan
desde el futuro. Manchas de hombre mirándome
a los ojos y un velo disfrazando de sombrero las horas
terapéuticas.
Rayo enceguecedor que apuesta por el revés,
fútil como los pétalos de los celos en
el diván.
Una conversación de ruido camina tras de mí,
lidera la batalla con una nuca capaz de sonreírle
a Dios. También morirá la piel roja y
negra del orgasmo, y nadie quiere saberlo. Una ley
mueve la órbita del mundo en las estaciones
de los ojos, que son de libertad. Prometo un paso formado
con trabajo.
La producción psicoanalítica de un nuevo
hombre, no existe. Es el hachazo de un cuerpo que vence
a la neurosis.
Un lugar en el sujeto del saber. El eje es el deseo
del analista. El efecto es el poder significante de
su auspicio.
Para interpretar, hay que esperar a que se produzca
el efecto de la transferencia y, a la vez, saber que
en tanto sujeto al deseo del analista, el sujeto desea
engañarlo acerca de esa sujeción haciéndose
amar por él, proponiendo esa falsedad esencial
que es el amor. El efecto de la transferencia es ese
efecto de engaño que se repite en el aquí y
ahora.
No es la sombra de algo vivido antes. Es repetición
de lo ocurrido antes, sólo por tener la misma
forma. No es sombra de los viejos engaños del
amor. Es aislamiento en el presente de su puro funcionamiento
de engaño.
La interpretación-construcción brota
del encuentro de significantes, para invertir la relación
por la que el significante tiene como efecto al significado.
El efecto de la interpretación es el surgimiento
de un significante irreductible.
Por eso la significación no es lo esencial para
el advenimiento del sujeto. Lo esencial es que el sujeto
vea, más allá de esta significación,
a qué significante - sin-sentido, irreductible,
traumático- está sujeto como sujeto.
Detrás del amor de transferencia está la
afirmación del vínculo del deseo del
analista con el deseo del paciente. Se trata del deseo
del paciente en su encuentro con el deseo del analista.
Es, precisamente, lo que produce tanto al psicoanalista,
que no es ningún sujeto, sino un lugar donde
la transferencia se eleva a interpretación,
y al sujeto que se psicoanaliza, que va a Roma.
Un lugar en el que cae lo que nunca fue, se recuerda
siempre. El amor producido entre palabras abriendo
el porvenir, lanzando distancias que no creen en el
amor.
Virginia Valdominos
Psicóloga Psicoanalista
664 222 008
virginia.valdominos@gmail.com
www.virginiavaldominos.com
SOBRE
LAS RELACIONES DE PAREJA |
Viene
de Extensión Universitaria nº 122
QUERIDA:
Estoy atravesando por uno de los
momentos más difíciles de mi vida...
Gustavo trataba de explicarle por
carta a su nuevo amor. Ofelia, las serias dificultades
económicas por las que atravesaba, que le impedirían,
en principio, ir a la cena-baile del sábado,
a la apertura al público del grupo de literatura
erótica.
Pero no pudo más y rompió el
papel y se sirvió una copa de whisky y pensó,
seriamente, que a él le había ido mejor
estando en España, como exiliado, que cuando
volvió a su país como nativo.
Cazó un libro del Master,
sacó un poco de merca, molió, alineó y
dijo, en voz alta, para perdonarse:
-Bueno, aquí la merca es mejor.
Uno aquí se puede reventar sentado en un escritorio
sin que nadie se dé cuenta.
Aquí, claramente, la merca
es mejor, mata sin trastornos secundarios, que ya es
bastante.
Después de aspirar, primero
por una fosa nasal y después por la otra, Gustavo
se dejó deslizar en el libro del Master. De
golpe dando con su mano sobre la mesa se levantó y
llamó a Ofelia y le leyó:
-”Un hombre pobre que encuentra
pobreza en un gran amor merece la pobreza” y
después, al borde de las lágrimas:
-Te amo Ofelia, Ofelia mía,
amo la riqueza de nuestro amor.
Después se entretuvo caminando
de un lado a otro lado de la casa y abrió de
nuevo el paquetido de la merca, y volvió a moler,
alinear y aspirar, primero por una fosa nasal, después
por la otra.
Se miró en el espejo del baño
y se vió, por fin, bien. Se vio muy bien, hasta
se sintió distinguido. Después se detuvo
en su cara:
-Los años no pasan, se dijo
Gustavo, el que va pasando soy yo.
Terminó de vestirse y antes
de salir se miró, una vez más, en el
espejo del pasillo y se vió más joven.
Ya en el ascensor comenzaron las “cosas”,
como llamaba gustavo a los sucesos de la vida.
Una mujer hermosa lo miraba con firmeza
y él sintió miedo de ser devorado, una
vez más, por su madre.
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La mujer
se sintió turbada
por esa turbación infantil en hombre tan grande
y rozó, sin querer, sus senos turgentes contra
el brazo-hombro de Gustavo.
Éste la increpó duramente:
-No me toque hija de puta, no me
toque.
Y saltó del ascensor en marcha
y cayó rodando del sexto piso por las escaleras.
A Gustavo
le dolía bajar de esa manera, pero
era feliz que de esa manera, esa mujer tan terrible
y maravillosa a la vez, no lo podría alcanzar
nunca más.
Ella, como todos ustedes se imaginan, estaba esperándolo
en el primer escalón de la escalera, con las
piernas abiertas y él terminó de caer
con la cabeza entre las piernas de ella y sus ojos
directamente enfocados al centro mismo del amor.
Cuando ella trató de ayudarlo a levantarse,
por el nerviosismo de Gustavo y el de ella misma, se
cayó encima de Gustavo.
Gustavo, que ya se había dado cuenta de qué se
trataba, le metió una mano entre las piernas
y se desabrochó la bragueta de su pantalón
azul y ella empezó a chuparle la pija, y un
poco le chupaba y un poco lo llamaba todo el tiempo:
-Ofelia, Ofelia mía.
Hasta que Gustavo le dijo:
-Coño, que yo me llamo Gustavo.
Y ella sin dejar de chupar:
-Sí, ya sé, pero sos el que se la garcha
a Ofelia.
Gustavo gozó con esa situación estrafalaria,
pero se quedó muy preocupado con eso de que
Ofelia tuviera una mujer de amante.
Días después, hablando con el Master
en el café, le preguntó:
-¿Usted, qué hace cuando su mujer se
enamora de otra mujer?
El Master lo miró, largamente y, después,
sin saber si Gustavo ya sabía lo que él
le quería decir, se lo dijo:
-Cuando mi mujer se enamora de una mujer, yo hago lo
mismo que mi mujer.
Lo que para el Master sonaba cotidiano, para Gustavo
era el verdadero descubrimiento de su vida, por eso
sería, me imagino, que fue el Master el que
volvió a retomar la palabra.
-En general el hombre sufre todo el tiempo por no poder
un poco más...
-¿Y la mujer? -le preguntó Gustavo, casi
tontamente.
-La mujer, pibe (cuando el Master te decía pibe,
te podías dar por perdido), la mujer sufre todo
el tiempo por no poder un poco menos.
Y si no mirarte a vos, no te podés garchar del
todo a una mujer y te querés garchar el universo,
y esa piba Josefina sufre por no poderlo amar un poco
menos a Evaristo.
Yo sufro porque quiero escribir una novela, mi mujer
sufre porque no podrá dejar de escribir su segunda
novela.
Que el Master usara a personas tan grandes para ejemplificar
lo que Gustavo tenía que entender, hizo que
Gustavo no entendiera un carajo.
Pero tal vez, diría Evaristo, el Master ha querido
que él sienta no haber entendido nada.
Pero Gustavo algo pudo pensar:
Hay algo de la mujer que no entiendo y hay algo de
los hombres que entienden a las mujeres que no soporto.
El Master era para mí, uno de esos hombres y
se lo dije:
-Hay en usted algo que no soporto.
El Master tomó distancia porque no esperaba
que en el café ocurrieran esas cosas, pero enseguida
bajó la cabeza para no parecer arrogante y le
dijo a Gustavo:
-Bueno, no es tan grave lo que te pasa, yo no soy una
mujer.
Mientras el Master pagaba su café, Gustavo repetía
la última frase a su modo:
-Claro, el Master no es una mujer, es un hombre que
sólo entiende algo de las mujeres, pero eso
no lo hace ser una mujer. Lo que el Master me quiso
decir era sobre mi deseo de ser una mujer, ya que me
interpretó que yo pensaba que amar un deseo
de una mujer, era transformarse en una mujer.
Gustavo saludó cariñosamente al Master
y le preguntó:
-¿Irá a la fiesta en el Gran Hotel? El
Master, con una sonrisa amplia y generosa, le dijo
a la vez que emprendía la salida del bar:
-Después de los 50 años uno ya no va
a las fiestas, las fiestas vienen a uno.
Al salir del bar, el Master se tropezó con Catalina,
su secretaria privada.
-Te estaba buscando, le dijo ella.
Él intentó caminar más despacio
y ella se colgó de su brazo derecho, apoyó su
cabeza en el hombro y él, con la otra mano,
le acarició suavemente la cabeza.
(Continuará)
Capítulo II de la novela "El sexo del amor"
Autor Miguel O. Menassa
2011
50 años de la primera publicación
de Miguel Oscar Menassa,
candidato al Premio Nobel
de Literatura 2010
40 años de la fundación de Grupo
Cero
30 años de la fundación de la Escuela
de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero |
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