Es decir,
que todo sujeto en psicoanálisis tenía
que poder atravesar un estado psicótico, que
dependía de la pericia del psicoanalista, que
se diera totalmente en el campo transferencial, en
el "laboratorio" psicoanalítico, o
en la realidad objetiva del paciente.
Según esta teoría, "brotarse",
tener trastornos del lenguaje, es algo absolutamente
corriente, que en realidad muestra el funcionamiento
del aparato del sistema inconsciente.
Hay una tendencia en Freud a mostrar que las formaciones
del inconsciente se pueden generalizar. Ya sabía
lo de los síntomas, tanto sabía que al
escribir Resistencias contra el Psicoanálisis
dice que tendría que poner a toda la humanidad
en tratamiento. Sabía que los síntomas
eran una cosa general. Frente a lo incrédulo en él,
estudia los actos fallidos que es una formación
del inconsciente más general. Cuando estudia los
sueños, no sólo aprovecha para decir que
es una cosa que le pasa a todo el mundo, sino que dice
que el problema de la alucinación es exactamente
igual que el problema de los sueños, por lo tanto
la alucinación también es una formación
del inconsciente, también es general.
La diferencia entre recordar y alucinar o reflexionar,
eran tres tiempos diferentes de la regresión psíquica.
Si se regresaba hasta un tiempo se reflexionaba, hasta
otro tiempo se recordaba y hasta otro tiempo se alucinaba
o se soñaba. Porque reflexionar, recordar y alucinar
tienen que ver con la cercanía de la regresión
a las primitivas identidades de percepción. En
un camino intermedio reflexiono y en un punto extremo
de la regresión, alucino, cuando toco la identidad
de percepción.
Hacer una diferencia entre la neurosis y la psicosis
muy notable nos hace entrar en un campo estrictamente
ideológico, del cual el psicoanálisis siempre
se quiso apartar, porque Freud llegó a decir: "espero
que no confundan el psicoanálisis con un método
terapéutico”. Él escapaba de que
se redujera el psicoanálisis a una terapia.
Marcándose las diferencias entre neurosis y psicosis
entramos en un problema ideológico, en un problema
social, en el sentido de que llamar psicótica
a una forma en donde en el aparato psíquico el
conflicto es entre el Yo y el mundo exterior, no me parece
ni adecuado, ni inadecuado, ni armónico, no me
parece nada, me parece una denominación. Pero
decir que este proceso es más grave que el proceso
neurótico que se da en un conflicto entre el Yo
y el Ello, eso es ideológico.
Por lo tanto, cuando diferenciamos los procesos neuróticos
y psicóticos, nos tenemos que enfrentar con la
realidad social ideo-lógica de los modelos ideológicos
del estado que tienen un particular visión de
los procesos psicóticos que son altamente perturbadores
de los modelos y de las normas de vida comunes, no humanas.
Y cuando se insiste en un momento no psicoanalítico
del tratamiento del psicótico, en un momento administrativo
de la terapéutica del paciente psicótico
lo que se intenta es poner en psicoanálisis al
paciente psicótico, en tanto si lo internan o
va a la cárcel no puede psicoanalizarse. Ese fundamento
no psicoanalítico en la intervención de
todo caso psicótico, es como transformar la realidad
política actual, en una realidad en donde el presidente
de gobierno fuera el psicoanalista que trata al paciente.
Para que esto sea posible el sujeto tiene que entender
que tiene que cumplir ciertas normas, con lo cual ha
dejado de ser psicótico. Es decir que el paciente
psicótico deja de serlo cuando en transferencia
con el terapeuta que se anima a hablar con él,
por ejemplo, acepta que su delirio no es delirio sino
sueño diurno, entonces va contento al psicoanalista
a contarle su sueño diurno en lugar de ir al policía
de la esquina a decirle que está alucinando para
que lo lleven de nuevo al hospicio.
Pero en el momento que acepta esa indicación terapéutica
administrativa no psicoanalítica, ha comenzado
su psicoanálisis.
Todo lo que se hace con el paciente psicótico
al principio del tratamiento -separarlo de la familia,
juntarlo con la familia, llamar a la familia, separarlo
de la hermana-, todas esas situaciones son para transformar
esa situación social en la cual no se puede tratar
psicoanalíticamente a un psicótico. Entonces
se le hace una micro-realidad donde se piensa con los
textos freudianos, y el delirio o la alucinación
es una formación del inconsciente que ha aparecido
en la conciencia mediante desplazamientos y condensaciones
sucesivas de un deseo sexual infantil reprimido, de características
edípicas.
Igual que el sueño, igual que la neurosis, igual
que la poesía. Y no digo que esté mal ser
poeta en lugar de loco, digo que no es mejor, ¿para
quién? para el psicoanalista. Al psicoanalista
le cuesta tanto un delirio como los poetas que van a
psicoanalizar sus poemas al psicoanálisis, mejor
dicho, los poemas de los poetas le cuestan mucho más
trabajo al psicoanálisis que el delirio del psicótico.

Dibujo original de Miguel Oscar Menassa (D2526)
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SOBRE
LAS RELACIONES DE PAREJA |
Viene
de Extensión Universitaria nº 123
-Master, dijo Catalina en los bordes más bajos
de su voz, tienes que comenzar a preparar tu viaje
de vuelta a Madrid y se soltó de su brazo y
caminaba a su lado con la cabeza gacha.
El Master se quedó callado como cincuenta metros
y después, le preguntó a Catalina:
-¿Qué pasa, acaso yo no quiero volver
a Madrid? ¿Acaso hay alguien del grupo que no
quiere volver a Madrid?
Catalina apuró el paso para que el Master no
la alzanzara.
El Master caminaba y gesticulaba y de golpe le dijo:
-Ven aquí, putita misteriosa.
Catalina se detuvo para esperarlo, putita misteriosa,
en boca del Master, era un verdadero halago.
Cuando él estuvo a medio metro de ella le preguntó,
tranquilamente:
-¿A ver, nena, cuál es la catástrofe?
-Usted tiene que dar una conferencia en Madrid dentro
de cuatro días y, aún, no hemos reservado
el pasaje, y eso tiene alguna solución.
Y como Catalina se calló nuevamente, el Master
le preguntó:
-¿Y qué es lo que pasa que no tiene solución?
Y Catalina, cambiando de tono, mostrando que eran varias
las relaciones que mantenía con ese hombre,
le dijo:
-Ella, tu mujer, no quiere volver a Madrid.
Si Catalina pensaba que el Master se iba a desmayar
con la noticia, una vez más ese hombre de casi
60 años, volvería a sorprenderla. El
Master dio exactamente siete pasos y tomando a Catalina
por los hombros le preguntó:
-¿Y cuánto cuesta que Ella viva en Buenos
Aires?
Catalina saliendo apenas del asombro se puso, rápidamente,
a hacer cuentas y dijo en voz alta:
-Para que pueda mantener su ritmo actual de vida: Bailes,
cenas, ropas, salidas, libros, paseos y algún
que otro dinero que regalará o perderá aquí o
allá...
-Sí ¿cuánto? interrumpió el
Master y Catalina concluyó:
-Para seguir siendo Ella, unos 10.000 dólares
mensuales.
-Bueno, dijo el Master, que Ella se quede en Buenos
Aires, pero yo voy a dar mi conferencia a Madrid.
Y como Catalina seguía mirándolo muy
callada, el Master la acercó cariñosamente
a él y le dijo:
-Ella es una gran mujer, cualquier imbécil pagaría
10.000 dólares, por mes, para verla sonreír.
Y esta vez el imbécil soy yo ¿entiendes?
-Sí, Jefe, contestó Catalina, a conseguir
los 10.000 dólares mensuales para que Ella sonría
en todas nosotras.
Entendí Jefe, ¿vio cómo entendí?
Era tanta la alegría de Catalina que el Master
la besó repetidas veces en la boca y le dijo
dos o tres veces:
-Gracias, gracias.
(Continuará)
Capítulo II de la novela "El sexo del amor"
Autor: Miguel Oscar Menassa

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